CAPÍTULO SEGUNDO
DESDE LA M1N1STERIAL1DAD DE LA IGLESIA
COMUNIÓN
Los agentes de pastoral, ministerialildad en comunión
Introducción
59. Al establecer los elementos teológicos y pastorales
fundamentales para impulsar una Nueva Etapa Evangelizado-
ra en nuestra diócesis asumimos el desafío de renovar nuestro
concepto y nuestra experiencia de Iglesia. En esta línea seña-
lamos que es necesario seguir impulsando el proyecto eclesio-
lógico del Concilio Vaticano II en el que se destaca un modelo
de comunión radicado en la Trinidad ya que, recordamos tam-
bién, hoy más que nunca el testimonio de comunión eclesial,
sea al nivel de las personas sea al nivel de las comunidades,
es una urgencia pastoral (Cfr. DA 374), el testimonio del amor
fraterno será el primero y el principal anuncio (Cfr. DA 138).
60. Si bien el llamado a la comunión interpela a la Iglesia
en su conjunto y a cada uno de sus miembros, quienes he-
mos sido llamados a participar más directamente en la acción
evangelizadora hemos de asumir seriamente este llamado y,
en una coherente respuesta, nos hemos de esforzar por vivir
nuestros ministerios específicos desde el empeño por la co-
munión. En este capítulo nos detenemos a considerar a los
agentes de pastoral inmersos en una Iglesia-comunión. Para
facilitar la comprensión y la reflexión de los elementos que
aquí se ofrecen se exponen en cuatro apartados que desglo-
san una propuesta integral: los agentes de evangelización y
la comunión eclesial como urgencia pastoral a partir de Jesu-
cristo (1) donde los diversos servicios se derivan de la única
ministerialidad de la Iglesia (2), que se hace concreta desde la
riqueza de los ministerios y carismas (3) y donde cada miem-
bro del nuevo pueblo de Dios, configurado con Cristo de for-
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ma específica por su vocación propia, se sabe convocado a la corresponsabilidad (4).
1. Los agentes de evangelización y la comunión
eclesial
61. La comunión eclesial está radicada en la Trinidad, sólo
se construye en tomo a Jesucristo y en la vivencia del amor del
Padre con el don del Espíritu Santo. Para aproximamos a esta
raíz primordial de la comunión eclesial que determina especia-
les exigencias a los agentes de pastoral no tenemos otro camino
que Jesucristo y la experiencia histórica que quiso vivir con sus
discípulos, según nos lo refieren los Evangelios que impulsan la
vida de la Iglesia y dan fundamento a su Magisterio. Sólo a partir
de Jesucristo y desde su acción salvadora, como la entiende, vive
y propone Él mismo, es que podemos orientar adecuadamente
nuestros esfuerzos para que los agentes de evangelización asuma-
mos la comunión eclesial como urgencia pastoral en la conciencia
de que "en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunita-
ria y el compromiso con los otros" (EG 177).
62. Son muchas las perspectivas desde las cuales podemos
contemplar el estilo de Jesús para iluminar nuestro ser y queha-
cer como agentes de pastoral en una experiencia de Iglesia co-
munión, una de las más determinantes es el momento mismo en
el que hace el llamado a sus primeros discípulos. La finalidad del
llamado de Jesús a los discípulos y la condición para que le pue-
dan seguir quedan manifestadas en la respuesta actitudinal de los
convocados: "y ellos, de inmediato, dejando la barca y a su padre
lo siguieron" (Mt 4,22; Cfr. Le 5, 11). La barca representa el tra-
bajo, que en la finalidad común sería el instrumento para buscar
el sustento de cada día y los bienes que aseguren el trayecto dig-
no de la vida, pero en el seguimiento discipular de Jesús puede
significar deiar esa barca v tomar otra. asumir "el otro trábalo".
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Es decir, el compromiso de servicio a los demás que le da una nueva dimensión al trabajo de todos los días. El segundo abandono que se aprecia en la respuesta de los discípulos es aún más
significativo, ya que dejar al padre biológico es aventurarse a una
nueva dimensión de la vida y de las relaciones familiares, donde
lo radical es el amor del Padre manifestado en Jesús a todos los
hombres. Los agentes de pastoral de nuestra iglesia angelopoli-
tana estamos llamados a reavivar la finalidad y la condición de
nuestra vocación desde el paradigma de los primeros discípulos
y a empeñamos en que esta finalidad y condición se reflejen en
nuestro ser y en nuestro quehacer.
63. Mucho nos ayudará también que como agentes de evan-
gelización nos ubiquemos en lo más característico de la comuni-
dad de convocados. Es significativo el texto que nos presenta la
vida de la comunidad cristiana en el Evangelio de Mateo: "¿quién
es el más importante en el Reino de los cielos?". La respuesta a
esta pregunta ofrece la experiencia inicial de la comunidad: ha-
cerse como niños; y hacerse como niños es vivir en la dependen-
cia del Señor y en la confianza en el amor providente del Padre
(Cfr. Mt 18, 1-5). La discusión de los discípulos sobre quién de
ellos sería el más importante nos amplía la iluminación que nos
ofrece Mateo y nos toca más de cerca en cuanto convocados:
"Los jefes de las naciones ejercen su dominio sobre ellas[...]
Pero ustedes no procedan de esta manera. Entre ustedes, el más
importante sea como el menor y el que tiene autoridad sea come
el que sirve" (Le 22, 24-26). Como agentes de pastoral hemos
de tener siempre presente que esta actitud de servicio es lo fun-
damental del llamado que hemos recibido y que la respuesta que
damos desde este único fundamento es lo que da solidez a nues-
tra experiencia de agentes en comunión, reconociendo, acep-
tando e integrando la variedad de servicios que desempeñamos
como discípulos misioneros confiando en el amor providente del
Padre al servicio de nuestros hermanos.
64. Desde otra perspectiva, no hemos de perder de vista que en la intención de Jesús, la misión de la comunidad de discípulos
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esta encaminada a la proclamación del –reino de Dios o Reino de los cielos, con los signos específicos que le son propios, siem-
pre asistidos por la presencia del Espíritu. Esta intencionalidad
-próxima, última y mediata- no sólo da unidad y eficacia a la ac-
ción pastoral, sino que expresa y genera la comunión entre los dis-
cípulos misioneros de ayer, de hoy y de siempre. La indicación de
ser luz y sal del mundo (Mt 5,13-16), para que vean los demás las
buenas obras, implica la comunión de los discípulos en el mismo
estilo de Jesús y nos ayuda a comprender que tal comunión fue, es
y será uno de los testimonios fundamentales para la credibilidad
de la predicación del Evangelio.
65. De esta manera, los agentes de pastoral sólo contri-
buimos a la urgencia pastoral de la comunión eclesial si en
el desempeño de nuestros variados ministerios sabemos pro-
longar la única acción salvadora de Jesucristo -y de acuerdo
a su estilo- en la vivencia del amor del Padre y con el don
del Espíritu Santo. Para avanzar en este camino se requiere
decisión y perseverancia, a la vez que confianza en el Señor;
es bueno que como agentes de pastoral tengamos siempre pre-
sente la oración de Jesús en la víspera de su pasión, como
nos la refiere San Juan: "Te pido que todos sean uno, como
tú. Padre, estás en mí y yo en tí. Y que también ellos estén
en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste" (Jn
17, 21). Hemos de tener claro que el llamado a la unidad y la
intercesión de Jesús abraza a toda la comunidad creyente y
acoge cálidamente a quienes hemos sido llamados a colaborar
en el anuncio del Evangelio haciendo concreta y eficaz la mi-
nisterialidad de la Iglesia.
2. Ministerios y ministerialidad de la Iglesia
66. Es de suma importancia reflexionar en tomo a la prác-
tica ministerial, particularmente en nuestra iglesia angelopoli-
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tana, porque la fe de nuestras comunidades se ve afectada por el grado de coherencia de quienes desempeñamos los diversos
ministerios eclesiales en donde, hay que reconocerlo, no son
pocos los elementos que merecen apremiantes revisiones. La
urgencia de reflexionar sobre la práctica ministerial de la Iglesia
se hace necesaria también al reconocer que por la renovación
que ha producido el Concilio Vaticano II laicos de todos los
sectores, pero especialmente de entre los sectores populares,
han empezado a vivir su vocación bautismal como un auténtico
ministerio; estas experiencias, muchas veces poco conocidas,
se van erigiendo como alternativas de futuro en la construcción
de una Iglesia toda ella ministerial y en comunión.
67. De la comprensión teológica que tengamos sobre la
propia identidad como cristianos y como ministros depende-
rán las prácticas que deban ser favorecidas y las que deban co-
rregirse. A la necesidad de una comprensión teológica se une
la urgencia de elaborar, enseñar y asumir una espiritualidad
del ministerio eclesial que posibilite la proclamación y el em-
peño, en entereza y fidelidad evangélicas, por la construcción
del Reino y que permita superar situaciones de contradicción
y negación del mismo.
68. Dado que la continua relación entre el hoy de la vida
eclesial y la tradición se convierte en criterio hennenéutico para
una teología ministerial a la luz del Nuevo Testamento y de las
llamadas del Vaticano II, en la reflexión urgente del ministerio
eclesial y en la revisión de su práctica es importante valorar las
expresiones religiosas de nuestras propias culturas, a fin de recu-
perar la identidad del ministro, sus acentos, sus valores y sus retos
de cara al futuro. A la luz del Concilio Ecuménico Vaticano II y
del más reciente magisterio latinoamericano, debemos propicial
un nuevo perfil del ministro; tenemos que afirmar una vez más la
lógica primordial del ministro como seguidor de Jesús que sirve
a la edificación de la comunidad, este es el eje central del que se
desprende todo lo demás; sólo a partir de este eje central se podrá
construir entre los agentes de pastoral una auténtica comunión
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69 Para entender y asumir auténticamente un ministerio debemos recuperar su sentido fundamental de servicio y estar
atentos a la tentación del poder que muchas veces nos amenaza.
En nuestra experiencia como miembros de la Iglesia, y de la
iglesia particular angelopolitana, todo auténtico cristiano debe
reconocerse como un servidor de sus hermanos, comprometido
en la edificación de la comunidad eclesial.
70. El servicio conlleva diversas funciones, de las que
surgen diferentes ministerios, de tal manera que todo minis-
terio es un servicio, pero no todo servicio es un ministerio; ministerio, designa la misión global de la Iglesia, toda ella
ministerial, donde los servicios primordiales son la palabra,
el culto y la caridad. De acuerdo a ello, manteniendo el ele-
mento común de servicio que nos da unidad y comunión, po-
demos identificar una triple significación del ministerio: un
servicio preciso, importante para toda la comunidad cristiana,
reconocido por la Iglesia local y relativamente estable, que
denominamos ministerio en general; un servicio que incluye
todo lo anterior y sugiere cierta institucionalización de ofi-
cialidad a través de un acto litúrgico propio, lo que denomi-
namos ministerio laical; y un servicio que, suponiendo todo
lo anterior, toca de tal manera la realidad misma de quien lo
asume que no puede expresarse sino a través de la ordenación
sacramental y la especial gracia que lo distingue de los otros
ministerios, los así llamados ministerios ordenados.
71. Para incorporamos a una Nueva Etapa Evangeliza-
dora hemos de tener presente que la Iglesia toda es servido-
ra del Reino, es decir "ministerial"; y que ella, en su lucha
por hacer presente el único Reino de Dios, establece vías de
participación que conducen al crecimiento continuo de la co-
munión, esto es, los diversos ministerios. Una ministerialidad
así entendida, con fundamentos cristológicos, eclesiológicos
y trinitarios, nos ha de llevar a una doble dinámica: la supera-
ción de los modelos clericalizantes y una nueva apertura a la
acción pastoral de los laicos.
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72 Cuando destacamos la necesidad de superar modelos ministeriales de tipo clerical, que han sido paradigmáticos en el
pasado, no significa que neguemos el valor que ellos han tenidc
para su momento histórico particular, ni la fuente de vitalidad y
realización personal que significaron para muchos; lo que enfa-
tizamos es la necesidad de la búsqueda siempre nueva de volvei
a las intenciones de Jesús y responder a las nuevas coyunturas
históricas, animados por la presencia viva del Espíritu que hace
nuevas todas las cosas.
73. Llamados a una Nueva Etapa Evangelizadora he-
mos de comprometemos para purificar nuestra comprensión
y vivencia del ministerio: del funcionario de lo religioso, al
portador de una vocación como don gratuito del Espíritu; del
ministro sacramentalizador, al constructor de comunidades
cristianas, que sabe de la fragilidad de lo humano y se dispo-
ne a reconocer la vida de Dios en todas las contradicciones
de la historia; del ultra-carismático, desfasado de la realidad
eclesial, al que sabe aceptar la diversidad de la comunión
ministerial en la Iglesia y asume incluso las contradicciones
de cualquier instancia eclesial como propias, siempre tras la
búsqueda de mejorar las relaciones dentro de la iglesia local,
aunque ello parezca difícil o imposible; del ausente de las si-
tuaciones políticas y sociales, al que es capaz de analizar el
mundo y su mundo para comprometerse en su transforma-
ción; del que supedita sus propias decisiones y opciones a los
vaivenes de su personalidad o a la estabilidad de las institu-
ciones, al ministro que reconoce que su decisión de respuesta
a una vocación particular es irrepetible e irremplazable.
74. El ministerio es ante todo un seguimiento de Jesús, por
ello su causa es la de Jesús: hacer presente el Reino de Dios en el
mundo, manteniendo la expectativa de su consumación definiti-
va al final de los tiempos. Como seguidor de Jesús, el llamado a
un ministerio debe desarrollar una espiritualidad que lo capacite
para vivir esta nueva época; una espiritualidad que ponga los
pies en lo más terrestre de la tierra y mantenga los ojos en lo alto,
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una espiritualidad de comunión con todos los que buscan una vivencia profunda y coherente de su fe, pero también con todos aquellos que desde las más diversas orillas de las creencias se es-
fuerzan por un mundo más justo, solidario y fraterno; en medio
de ellos, el ministro ha de ser presencia que suscite preguntas y
provoque nuevas actitudes.
75. El ministro tiene que ser un hombre de su época, es de-
cir, en contacto y conocimiento de las realidades de su entorno
pero con una capacidad de integrar los fenómenos mundiales
que tienen que ver con esa misma realidad. Tanto el ministro
de la comunidad rural, hasta el de las grandes y pequeñas ciu-
dades, necesita darse cuenta de lo que lo sucede en su comuni-
dad y debe conocer y saber lo que ellas proponen y disponen.
Cuando lo religioso se ofrece como una instancia que el hombre
contemporáneo quiere atender, es necesario que los ministros
sepamos estar pulsando la mentalidad de los hombres de hoy;
nuestra sensibilidad debe ser capaz de romper con los esquemas
racionalistas de una formación que no siempre está acorde con
la realidad de nuestras comunidades.
3. Desde la variedad de ministerios y carismas
76. La Iglesia en general, y nuestra Iglesia angelopoli-
tana en particular, se ha de reconocer, a la vez, carismática
y ministerial. La acentuación de lo carismático favorece la
corresponsabilidad, en contraste con una supra-valoración de
la autoridad, de la organización externa, de la unicidad o de la
uniformidad institucional. La Iglesia, que procede de Cristo
y es animada por el Espíritu en la historia, recibe los dones
del Espíritu para su edificación y para la realización de su mi-
sión en orden al Reino; los carismas deben estar, por lo tanto,
al servicio de este Reino. El ministerio, por su parte, es un
servicio reconocido por la Iglesia para su edificación con ca-
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Rácter de estabilidad y tiene como base y razón de ser un don del Espíritu; partir de esto, todo ministerio eclesial supone una fuente cristológica, una intervención pneumatológica y una concretización en la historia eclesial. El ministerio, asi
entendido y asumido, pertenece a la esencia de la Iglesia, es
don del Espíritu para responder a las necesidades de la comu-
nidad, para participar con ella en la búsqueda de la liberación
que Cristo ofrece. Es por ello que, ya lo hemos señalado y es
necesario recordarlo, desempeñar un ministerio no puede ser.
ni es, un honor que nos ponga por encima de los demás, sino
una responsabilidad ante el Evangelio y ante la comunidad.
77. Desde la perspectiva del Nuevo Testamento, no hemos
de perder de vista que el ministerio es un elemento constitutivo
de la Iglesia, prescindiendo que sea carismático o institucional y
de la forma concreta en que se va diferenciando en las diversas
circunstancias. Es necesario edificar la Iglesia en la línea apos-
tólica para un auténtico seguimiento de Jesús, por lo tanto, todc
ministerio exige una auténtica escuela de Jesús; no es un estado.
sino un servicio que la misma comunidad recibe como don del
Espíritu. El Nuevo Testamento no conoce estatutos jerárquicos
de tipo hereditario, a la manera del Antiguo Testamento, sinc
una igualdad fundamental y una diversidad funcional. En estos
términos hemos de interpretar la distinción entre ministerio or-
denado y ministerio instituido y en estos términos, a la luz del
Concilio Vaticano II, hemos de entender la jerarquía en medio
del Pueblo de Dios y a su servicio.
78. Contraponer ministerio jerárquico y ministerio laical ca-
rismático no tiene sentido ni bases en una Iglesia-comunión. Ella
es, a la vez, cuerpo visible, comunidad organizada e institución
y cuerpo espiritual y carismático. No oponer los ministerios en
su actual configuración histórica no significa no diferenciarlos o
amalgamarlos en un conjunto amorfo sino verificar el desarrollo
histórico que ha conducido a la expresión de dos modos de mi-
nisterialidad eclesial que ha de ser asumido en su riqueza original;
en este contexto hemos de comprender y asumir la afirmación del
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Vaticano II sobre la diferencia esencial y no de grado entre sacerdocio común y sacerdocio ministerial.
79. Además, es necesario reconocer las nuevas modalidades
de ministerio, aún las no institucionales, como posibles mociones
del Espíritu. La pluralidad es riqueza para la iglesia, dinamismo y
movimiento para la comunidad. La pluralidad ministerial ejercida
en virtud de los sacramentos del Bautismo y del Orden es expre-
sión en la historia de la fecundidad de la vida de la Iglesia y de la
dimensión pneumatológica que hace nuevas todas las cosas. Esta
pluralidad es fuente de dinamismo para una respuesta adecuada a
las disímiles situaciones de los nuevos tiempos.
80. A los ministerios ordenados -expresando una praxis
animada por la dinámica de la más genuina tradición evangéli-
ca de servicio en minoría, de animación a los hermanos para la
promoción de un cristianismo adulto- se une toda una gama de
ministerios laicales que han de ser desarrollados y diseñados, en
comunión con los pastores que tienen el ministerio de la supervi-
sión, los obispos.
81. En el esfuerzo de hacer concreta la ministerialidad
de la Iglesia podemos proponer nuevos ministerios, posibles
de implementar en cualquier comunidad cristiana; su impor-
tancia radica no tanto en ser establecidos a través de una ins-
titucionalización oficial, a través de rito propio como en el
caso de los ministerios laicales, sino en el hecho de ir creando
conciencia y praxis ministerial al interior de las comunidades
que pueda conducir, un día, a la oficialización de esos mismos
ministerios o al menos a un cierto modo de envío oficial.
4. Convocados a la corresponsabilidad
82 No es una novedad, pero mucho nos ayudará tener presente que al asumir el compromiso de incorporarnos a una Nueva
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Etapa Evangelizadora, asumimos que por el bautismo cada uno de nosotros está llamado a ser un servidor y a integrase a une
comunidad de servidores; el sacramento del bautismo es fuente
de ministerialidad. Como miembros de la Iglesia, y como miem-
bros de nuestra iglesia angelopolitana, hemos de avanzar en la
conciencia de que estamos llamados a la participación y a la co-
rresponsabilidad en los diversos niveles de nuestra comunidad
creyente y peregrina. El Concilio Vaticano II ha hecho un llamado
a la participación de todos (Cfr. LG 30-38) y ha destacado, parti-
cularmente, la atención a la vida laical.
83. Comprometemos en una Nueva Etapa Evangelizadora
implica retomar la riqueza del Concilio, cuyos cincuenta años
estamos celebrando, y caminar en la dirección que este evento
de comunión eclesial nos ha dejado señalado: "El santo Con-
cilio, una vez que ha declarado las funciones de la jerarquía,
vuelve gozoso su atención al estado de aquellos fieles cristianos
que se llaman laicos. Porque, si todo lo que se ha dicho sobre
el Pueblo de Dios se dirige por igual a laicos, religiosos y cléri-
gos, sin embargo, a los laicos, hombres y mujeres, por razón de
su condición y misión, les atañen particularmente ciertas cosas,
cuyos fundamentos han de ser considerados con mayor cuidado
a causa de las especiales circunstancias de nuestro tiempo" (LG
30). Sin dejar de considerar lo que nos distingue y reconocien-
do la peculiaridad del llamado que cada uno ha recibido, en
nuestra concepción y experiencia de Iglesia no hemos de perder
de vista que "Si bien en la Iglesia no todos van por el mismo
camino, sin embargo, todos están llamados a la santidad y han
alcanzado idéntica fe por la justicia de Dios (Cfr. 2 Pe 1,1). Aun
cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos
doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los de-
más, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la
dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la
edificación del Cuerpo de Cristo" (LG 32).
84 No es el momento de repetir todo cuando el Concilio nos ha indicado, sin embargo, si queremos entrar en la diná
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mica ae renovación eclesial a la que nos ha llamado el Papa
Francisco, conviene destacar algunos fragmentos: "Por su par-
te, los sagrados pastores reconozcan y promuevan la dignidad
y responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Recurran gusto-
samente a su prudente consejo, encomiéndenles con confianza
cargos en servicio de la Iglesia y denles libertad y oportunidad
para actuar; más aún, anímenles incluso a emprender obras por
propia iniciativa (LG 37). El Vaticano II habla del ministe-
rio del laicado como derecho y deber que debe reconocerle
la jerarquía (LG 37; SC 14). No es, por tanto, una concesión
coyuntural sino una realidad eclesial: "Los laicos, al igual que
todos los fieles cristianos, tienen el derecho de recibir con
abundancia de los sagrados pastores los auxilios de los bienes
espirituales de la Iglesia, en particular de la Palabra de Dios y
los sacramentos. Y manifiéstenles sus necesidades y sus de-
seos con aquella libertad y confianza que conviene a los hijos
de Dios y a los hermanos en Cristo. Conforme a la ciencia, la
competencia y el prestigio que poseen, tienen la facultad, más
aún, el deber, de exponer su parecer acerca de los asuntos con-
cernientes al bien de la Iglesia" (LG 37).
85. La Iglesia, más que una institución orgánica y jerárquica
que ha recibido el mandato de ir y predicar, es ante todo un pueblo
que peregrina hacia Dios (Cfr. EG 111), una comunidad creyente
que reconoce su origen y su meta en la Trinidad. Al pretender
una Nueva Etapa Evangelizadora, la Iglesia toda, y nuestra Iglesia
Angelopolitana en particular, ha de tener siempre presente este
origen y esta meta, de manera que desde la experiencia cristológi-
ca y trinitaria se fortalezca para cumplir la misión que ha recibido.
A partir de la abundante enseñanza del Concilio Vaticano II, sin
perder de vista que es Dios, uno y trino, quien lleva adelante la
obra de la salvación, es necesario no perder de vista también que
somos interlocutores y, a la vez, agentes de la Nueva Evangeli-
zación de de la Nueva Etapa Evangelizadora si vivimos nuestra ministerialidad y la variedad de los ministerios en comunión y participación a semejanza de la Trinidad.
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86 Dada la importancia de asumir la Iglesia como misterio radicado en la Trinidad (LG 2-4) es conveniente subra-
yar algunas formas de corresponsabilidad que se exigen en
el ámbito diocesano y que han de ser parámetros de nuestros
procesos de conversión.
87. Corresponsabilidad para superar el individualismo
de la fe: la mayoría de nuestras parroquias conserva un fuer-
te sentido de pertenencia a una comunidad; sin embargo, la
nueva época que vivimos con tendencia al individualismo y
la concentración en las grandes y medianas ciudades que nos
hace anónimos, nos desafia. El individualismo posmodemo y
globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarro-
llo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que
desnaturaliza los vínculos familiares. La acción pastoral debe
mostrar que la relación con nuestro Padre exige y alienta una
comunión que sane, promueva y afiance los vínculos interper-
sonales (Cfr. EG 67). Hay que impulsar la experiencia de fe en
pequeñas comunidades, donde se vivan procesos discipulares
y misioneros, y desde donde se desarrolle el sentido de perte-
nencia y de identidad cristiana católica.
88. Comunión y participación en el reconocimiento de
la común dignidad: es aún tarea pendiente que este principio
guíe e impulse la participación de todos en la vida de la dió-
cesis y de las parroquias. Es necesario avanzar en el recono-
cimiento de nuestra común dignidad y enriquecemos mutua-
mente mediante el diálogo.
89. Comunión y participación en la acción pastoral diocesa-
na: se ha favorecido la pastoral orgánica o de conjunto, y el Plan
parroquial de pastoral, inspirado por el documento de Aparecida
y de acuerdo al proyecto pastoral de la Arquidiócesis, favorece la
continuidad en los procesos evangelizadores; sin embargo, la pas-
toral orgánica o de conjunto no acaba de consolidarse en la práctica. Es un desafío permanente impulsar la elaboración, la puesta en práctica y la evaluación de los planes pastorales.
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90 Corresponsabilidad en la toma de decisiones: la corresponsabilidad en la toma de decisiones sigue siendo más moral y afectiva que efectiva. No es extraño constatar que las
decisiones, sean parroquiales o diocesanas, se restrinjan a las
personas de los párrocos, de la curia diocesana o de los obis-
pos. Sin perder de vista que la Iglesia no es una comunidad
democrática, es necesario avanzar en la corresponsabilidad en
la toma de decisiones.
91. Comunión y participación entre obispo y presbiterio;
los presbíteros son partícipes de un sacerdocio único, el de Je-
sucristo, del cual participa en plenitud el obispo. ¡Qué impor-
tante seguir avanzando en la comunión y participación entre
el obispo y el presbiterio!
92. Corresponsabilidad en el Consejo Presbiteral: nacido
del deseo de estructurar y fortalecer el diálogo entre los obis-
pos y los presbíteros, qué importante que en él las relaciones
sean verdaderas, abiertas y leales y, si bien es un adecuado
espacio para la información, qué urgente es que no se reduzca
a ello y recupere su carácter de Consejo para el obispo.
93. Presencia y actuación de los laicos dentro y fuera de
la Iglesia: la participación de los laicos se hace notar sobre
todo en ámbitos eclesiales, urge impulsar su participación en
el mundo, como fermento y como testimonio.
94. La ministerialidad de los laicos en la pastoral: la Igle-
sia está adquiriendo un nuevo rostro, precisamente por la ma-
yor corresponsabilidad de los laicos. Se ha desarrollado una
rica y variada ministerialidad; sin embargo, la ministerialidad
instituida no se amplía. Será de gran ayuda procurar el recono-
cimiento diocesano oficial de nuevos ministerios, sin clericali-
zarlos. El compromiso con la misión conduce a cada ministro
a ser primeramente un servidor de la Palabra; es en orden a la
predicación y a la animación de las comunidades cristianas
que realiza su ministerio; por ello, en atención a la Palabra y a
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las necesidades de las comunidades anima, promueve, estimula y acoge el desarrollo de los nuevos ministerios que es Espíritu suscita en su Iglesia. La comunión de los hermanos desde
la pluralidad de los ministerios es una exigencia de la misión.
95. Corresponsabilidad en y desde los movimientos lai-
cales: se han multiplicado los movimientos laicales y las aso-
ciaciones de laicos; en ellos muchas personas han encontrado
nueva vitalidad; sin embargo, la relación de los movimientos
con la diócesis y con las parroquias no siempre ha sido ni
serena ni armoniosa. Es necesario avanzar en proyectos que
brinden espacios a la variedad de carismas.
Conclusión
96. Reconocemos, en sintonía con la reflexión de nues-
tros obispos latinoamericanos y con la Exhortación del Papa
Francisco, que la comunión eclesial es una urgencia pastoral
y que los agentes evangelizadores tenemos en esta tarea una
prioridad ineludible; al mismo tiempo, nos comprometemos a
retomar el camino a partir de Jesucristo que nos ha llamado a
"otro servicio" y a conformar una "nueva familia" dentro de
la cual nos reconocemos "especialmente servidores", como
antiguamente se proclamaba del Papa: siervo de los siervos
de Dios. Asumimos que la Iglesia es toda ella ministerial y
queremos comprometernos como iglesia angelopolitana a
promover, formar y acompañar permanentemente cada uno
de los diversos ministerios en esta visión de Iglesia, asumien-
do que la ministerialidad se hace concreta en la comunión y
complementariedad de los agentes de pastoral con la riqueza
de sus ministerios y sus carismas.
97. En respuesta al llamado a participar en una Nueva
Etapa Evangelizadora y, como ya lo hemos establecido en e]
capítulo primero de este Documento Conclusivo, en el com-
promiso de pasar de una Iglesia identificada con la jerarquía
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a una Iglesia Pueblo de Dios, con diferentes carismas, en la
que el ministerio ordenado está al servicio de la comunidad
y no al contrario, donde la Koinonía (comunidad) antecede
a la diakonía (ministerios), nos comprometemos a favorecer
la comunión y participación de todos los agentes de pastoral,
conscientes de que las diversas vocaciones son formas pecu-
liares de responder a otros tantos llamados específicos que
el Señor Jesús sigue lanzando con la fuerza de su Espíritu;
queremos avanzar en procurar que cada miembro del nuevo
Pueblo de Dios, configurado con Cristo de forma específica
por su vocación propia, se empeñe en su ser y su quehacer
guiado por la corresponsabilidad, actitud que nos manifiesta
como un solo cuerpo impulsado por un solo Señor, una sola
fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre.
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