sábado, 7 de julio de 2018

Qué fracaso

Qué fracaso.

Hoy he bautizado a dos niños en diferente celebración eucarística y con mucha tristeza veo lo que sucede con el trabajo de todos los predicadores, los fieles laicos que nos ayudan con las pláticas pre-sacramentales.
Que la celebración del sacramento del Bautismo es simplemente un pretexto para la fiesta.  Por más que insistimos en preparar a la familia para que conscientemente reciban este sacramento, los resultados no se dan.
Parece que estamos hablando al aire, sin que a los oyentes les interese un poco lo que se les dice.  
No sólo es que no se logra la participación consciente y activa en la celebración, sino que no se ve futuro para estos niños, para que la misma familia los eduque como cristianos.  Si los papás hoy no asisten a la misa dominical sino sólo de vez en cuando, o más o menos una vez al año, dicen, ¿qué van a enseñar a esos cristianitos? no se ve futuro para ellos.  
Ciertamente es para desanimarse.  Como para preguntarnos ¿qué estamos haciendo?, ¿cómo van a educar a estos niños, qué les van a enseñar, qué testimonio les van a dar?
Sabemos bien que Dios es el Señor de este pueblo, que a El lo desprecian o a El los seguimos.  
Es Dios el que nos obliga a cuestionarnos acerca del testimonio que estamos dando, que no logra convencer a nuestros fieles cristianos para vivir según sus enseñanzas.
Vienen tiempos difíciles para nuestra Iglesia, más difíciles.
Pero tenemos el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo que, asombrado por el rechazo de sus familiares y vecinos, como lo meditamos en los textos de las lecturas de hoy domingo XIV del tiempo ordinario, vuelve a empezar, se pone nuevamente a hacer lo que tiene por tarea: la predicación, la enseñanza llena de su alegre testimonio entre el mismo pueblo de Dios, en otras ciudades, pero sólo confiando en Dios.
Como al profeta Ezequiel, el Señor nos llena de su espíritu y nos dice: te toca hablar porque te escuchen o no, sabrán que hay un profeta en medio de ellos.