sábado, 7 de julio de 2018

Qué fracaso

Qué fracaso.

Hoy he bautizado a dos niños en diferente celebración eucarística y con mucha tristeza veo lo que sucede con el trabajo de todos los predicadores, los fieles laicos que nos ayudan con las pláticas pre-sacramentales.
Que la celebración del sacramento del Bautismo es simplemente un pretexto para la fiesta.  Por más que insistimos en preparar a la familia para que conscientemente reciban este sacramento, los resultados no se dan.
Parece que estamos hablando al aire, sin que a los oyentes les interese un poco lo que se les dice.  
No sólo es que no se logra la participación consciente y activa en la celebración, sino que no se ve futuro para estos niños, para que la misma familia los eduque como cristianos.  Si los papás hoy no asisten a la misa dominical sino sólo de vez en cuando, o más o menos una vez al año, dicen, ¿qué van a enseñar a esos cristianitos? no se ve futuro para ellos.  
Ciertamente es para desanimarse.  Como para preguntarnos ¿qué estamos haciendo?, ¿cómo van a educar a estos niños, qué les van a enseñar, qué testimonio les van a dar?
Sabemos bien que Dios es el Señor de este pueblo, que a El lo desprecian o a El los seguimos.  
Es Dios el que nos obliga a cuestionarnos acerca del testimonio que estamos dando, que no logra convencer a nuestros fieles cristianos para vivir según sus enseñanzas.
Vienen tiempos difíciles para nuestra Iglesia, más difíciles.
Pero tenemos el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo que, asombrado por el rechazo de sus familiares y vecinos, como lo meditamos en los textos de las lecturas de hoy domingo XIV del tiempo ordinario, vuelve a empezar, se pone nuevamente a hacer lo que tiene por tarea: la predicación, la enseñanza llena de su alegre testimonio entre el mismo pueblo de Dios, en otras ciudades, pero sólo confiando en Dios.
Como al profeta Ezequiel, el Señor nos llena de su espíritu y nos dice: te toca hablar porque te escuchen o no, sabrán que hay un profeta en medio de ellos. 

sábado, 25 de noviembre de 2017

Don Rosendo

Con mucha tristeza nos enteramos de la muerte de don Rosendo Huesca

De mi experiencia, afirmo que fue el hombre sabio que mantenía la sencillez ante todo, que guió a nuestra Iglesia arquidiocesana con todo su empeño, aunque le podríamos señalar muchas deficiencias, pero sus razones tenia y le hicieron mantenerse apreciado por toda la comunidad.

Me ordenó diacono el 8 de septiembre de 1984 y presbitero el 28 de abril de 1985
El mismo de destiinó a la parroquia de Santa Maria de la Natividad en Atlixco como Vicario Parroquial: el mismo me dio la noticia de mi cambio para ir a la parroquia de San Francisco de Asís en Cuetzalan y me sostuvo ahí durante 4 años y medio hasta que me hizo saber mi cambio para la parroquia de Nuestra Señora de la Soledad, los Pinos, para estar cerca de mi casa y me recomendó vivamente disfrutar a mis papas.
Delante de ellos me hizo saber que me destinaba a la parroquia de san Andrés Ahuatlán y años después de explicó por que no me mandó a alguna parroquia de la sierra norte o mas alejada en el sur.
Un martes santo me llamó después de la misa crismal para decirme que iría yo a hacerme cargo de la escuela y ahí me mantuvo hasta ser aceptada su renuncia a la arquidiócesis.
Un recuerdo mucho mejor de su cercanía fue una noche que se puso a platicar conmigo a través del chat en la computadora, platica que duró mas de hora y media.
Y el mejor recuerdo.  Fui a informarle de la muerte de mi papa el 13 de septiembre de 2013 y de inmediato me llevó a su capilla particular para platicar con nuestro Señor y darle gracias por haberme dado tal padre y también tal mamá. 
Hoy, 25 de noviembre de 2017, falleció y todo mundo le desea haber sido recibido en la casa del Padre cargado de tanto buenas obras.  El pastor, el amigo, el confidente, que tenia siempre una palabra de paz para compartir.
Bendito sea Dios por este gran ministro suyo.

Descanse en paz.  Amen 

viernes, 21 de abril de 2017

Con la Pascua

Con la pascua nos viene la oportunidad de conocer los orígenes de nuestra Iglesia y revisar y proponernos  nuevas actitudes y actividades para que nuestro pueblo, el Pueblo de Dios, conozca mejor y viva con entrega su fe.
No sería difícil el cambio de nuestro mundo si es que todos estuviéramos conscientes de la Nueva Alianza que Jesucristo vino a realizar con todos nosotros.  Esto es lo que se anuncia en el Evangelio del segundo domingo de Pascua: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar".
Con el poder del Espiritu Santo  se realizó la Nueva Alianza que consiste en el perdón de los pecados.
Con el poder del Espíritu santo se puede transformar este mundo en que nosotros vivimos si es que, para empezar, todos nos comprometemos a vivir como bautizados, como regenerados por la Preciosa Sangre de nuestro Señor Jesucristo.
Con el poder del Espìritu Santo nos hacemos conscientes de nuestras debilidades y de los pecados que se nos han perdonado cuando nos hemos arrepentido. 
Con el poder del Espíritu Santo no regresamos a nuestra antigua miseria porque siendo atentos a nuestras debilidades somos fortalecidos para superarlas; nos hace fuertes y súperpoderosos para vivir esta vida nueva con caracterísiticas especiales de sinseridad y verdad.

sábado, 31 de diciembre de 2016

uno de enero

Que Dios, fuente y origen de toda bendiciòn
les conceda su gracia, los bendiga copiosamente
y los guarde, sanos y salvos
durante todo este año.  Amèn 

Que los conserve integros en la fe,
inconmovibles en la esperanza
y perseverantes hasta el fin, 
con santa paciencia, en la caridad.  Amén

Que disponga en su paz sus días y ocupaciones,
escuche siempre sus oraciones
y los lleve felizmente a la vida eterna.  Amén

domingo, 11 de diciembre de 2016

NIKAN MOPOHUA

NICAN MOPOHUA
(Texto original de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego)

Relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
En orden y concierto se refiere aquí de qué maravillosa manera se apareció poco ha la
siempre Virgen María, Madre de Dios, Nuestra Reina, en el Tepeyac, que se nombra
Guadalupe. 

Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y después se apareció su
preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga. También (se
cuentan) todos los milagros que ha hecho.

PRIMERA APARICIÓN

Diez años después de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz entre
los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien
se vive. A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de
diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego según se dice, natural
de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales aún todo pertenecía a Tlatilolco. 

Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados. al llegar
junto al cerrillo llamado Tepeyácac amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto
de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el
monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitosos, sobrepujaba al del COYOLTOTOTL
y del TZINIZCAN y de otros pájaros lindos que cantan. 

Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: "¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás
sueño? ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron
dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?" 
Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto
celestial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba
del cerrillo y le decían: "Juanito, Juan Dieguito".

Luego se atrevió a ir adonde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy
contento, fue subiendo al cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio
a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.

Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era
radiante como el sol; el risco en que se posaba su planta flechado por los resplandores,
semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris. 
Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de
esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.
Se inclinó delante de ella y oyó su palabra muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima
mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?" Él respondió:
"Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir cosas divinas,
que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor".

Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad, le dijo: "Sabe y ten entendido, tú, el más
pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios
por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra.
Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor,
compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros
juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí
confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.

Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás
cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un
templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído.

Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho
que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que
ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo".

Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: "Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado; por
ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo" Luego bajó, para ir a hacer su mandado; y salió
a la calzada que viene en línea recta a México.

Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo, que
era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga,
religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados que fueran a
anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado el señor obispo
que entrara.

Luego que entro, se inclinó y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora
del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su
recado, pareció no darle crédito; y le respondió: "Otra vez vendrás, hijo mío y t e oiré más
despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has
venido".

Él salió y se vino triste; porque de ninguna manera se realizó su mensaje.

SEGUNDA APARICIÓN

En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del
Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde la vio la vez primera.
Al verla se postró delante de ella y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía,
fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado; aunque con dificultad entré a donde es el
asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió
benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo
por cierto, me dijo: "Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré muy desde el principio el
deseo y voluntad con que has venido..." 

Comprendí perfectamente en la manera que me respondió, que piensa que es quizás
invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya;
por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales,
conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque
yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy
gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar
por donde no ando y donde no paro. 

Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía". Le
respondió la Santísima Virgen: "Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son
muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y
hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con
tu mediación se cumpla mi voluntad. 

Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana
a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por enero mi voluntad, que tiene que
poner por obra el templo que le pido.

Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía”.
Respondió Juan Diego: ”Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré
a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino.
Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído, quizás no se me
creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo
que responda el prelado. Ya de ti me despido, Hija mía la más pequeña, mi Niña y Señora.
Descansa entre tanto”. 

Luego se fue él a descansar a su casa. Al día siguiente, domingo, muy de madrugada, salió
de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse en las cosas divinas y estar presente
en la cuenta para ver enseguida al prelado. 

Casi a las diez, se presentó después de que oyó misa y se hizo la cuenta y se dispersó el
gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo
empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y
lloró al exponerle el mandato de la Señora de Cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y la
voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.

El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él
refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella
y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen
Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo
que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era
muy necesaria alguna señal; para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora
del Cielo. Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo: “Señor, mira cuál ha de ser la señal que
pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá”. Viendo el obispo
que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le despidió. 

Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podía confiar, que le vinieran
siguiendo y vigilando a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo. Juan Diego se vino
derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del
puente Tepeyácac, lo perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna le
vieron. Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les
estorbó su intento y les dio enojo. 

Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que no le creyera, le dijeron que no más
le engañaba; que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía
y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con
dureza, para que nunca más mintiera y engañara.

TERCERA APARICIÓN

Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del
señor obispo; la que oída por la Señora, le dijo: “Bien está, hijo mío, volverás aquí mañana
para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso e creerá y acerca de esto ya no
dudará ni de ti sospechará y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y
cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora; que mañana aquí te aguardo”.

Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya
no volvió, porque cuando llegó a su casa, un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había
dado la enfermedad, y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió; pero
ya no era tiempo, ya estaba muy grave. 

Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera, y viniera a Tlatilolco a llamar un
sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo
de morir y que ya no se levantaría ni sanaría. El martes, muy de madrugada, se vino Juan
Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino que
sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyácac, hacia el poniente, por donde tenía costumbre
de pasar, dijo: “Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me
detenga, para que llevase la señal al prelado, según me previno: que primero nuestra
aflicción nos deje y primero llame yo deprisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está
ciertamente aguardando”. 

Luego, dio vuelta al cerro, subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar
pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo.

CUARTA APARICIÓN

Pensó que por donde dio vuelta, no podía verle la que está mirando bien a todas partes. 
La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió
a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: “¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿Adónde
vas?” ¿Se apenó él un poco o tuvo vergüenza, o se asustó?.

Juan Diego se inclinó delante de ella; y le saludó, diciendo: “Niña mía, la más pequeña de
mis hijas. Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud,
Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre
siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy presuroso a tu casa de
México a llamar uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y
disponerle; porque desde que nacimos, venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte. 
Pero si voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña
mía, perdóname; tenme por ahora paciencia; no te engaño, Hija mía la más pequeña;
mañana vendré a toda prisa”. Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la
piadosísima Virgen: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te
asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad
y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu
salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te
inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está
seguro que ya sanó”. 

(Y entonces sanó su tío según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de
la Señora del Cielo, se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes le
despachara a ver al señor obispo, a llevarle alguna señal y prueba; a fin de que le creyera.

La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía.
Le dijo: “Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me vise y te di
órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; Enseguida baja y
tráelas a mi presencia”.

Al punto subió Juan Diego al cerrillo y cuando llegó a la cumbre se asombró mucho de que
hubieran brotado tantas variadas, exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se
dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo; estaban muy fragantes y llenas de rocío, de la
noche, que semejaba perlas preciosas.

Luego empezó a cortarlas; las juntó y las echó en su regazo. Bajó inmediatamente y trajo a
la Señora del Cielo las diferentes rosas que fue a cortar; la que, así como las vio, las cogió
con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole: “Hijo mío el más pequeño, esta
diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo. 
Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi
embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo
despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé
subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste; para
que puedas inducir al prelado a que te dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el
templo que he pedido”.

Después que la Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que
viene derecho a México: ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo
que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y gozándose en la
fragancia de las variadas hermosas flores.

Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del
prelado. Les rogó le dijeran que deseaba verle, pero ninguno de ellos quiso, haciendo como
que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que sólo los
molestaba, porque les era importuno; y, además, ya les habían informado sus compañeros,
que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento. 
Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie,
cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que portaba
en su regazo, se acercaron a él para ver lo que traía y satisfacerse.
Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que tría y que por eso le habían de molestar,
empujar o aporrear, descubrió un poco que eran flores, y al ver que todas eran distintas
rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron
muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan
preciosas. 

Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a
tomarlas; no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no se veían verdaderas
flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta.

Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas
veces había venido; el cual hacía mucho que aguardaba, queriendo verle. Cayó, al oírlo el
señor obispo, en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera
lo que solicitaba el indito. Enseguida mandó que entrara a verle.

Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo
que había visto y admirado, y también su mensaje. Dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste,
que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que
pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo
erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba,
que me encargaste, de su voluntad. 

Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para
que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le
pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo
cumplió: me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que fuese a cortar
varias rosas de Castilla. 

Después me fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi
regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la
cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos riscos, abrojos,
espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé; cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo
miré que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de
Castilla, brillantes de rocío que luego fui a cortar.

Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal
que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de
mi mensaje. He las aquí: recíbelas”.

Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se
esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de
repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera
que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.

Luego que la vio el señor obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron; mucho la
admiraron; se levantaron; se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron
con el corazón y con el pensamiento.

El señor obispo, con lágrimas de tristeza oró y pidió perdón de no haber puesto en obra su
voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego, del que
estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la señora del Cielo. 
Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más permaneció Juan Diego en la casa
del obispo que aún le detuvo. Al día siguiente, le dijo: “Ea, a mostrar dónde es voluntad de la
Señora del Cielo que le erija su templo”. 

Inmediatamente se convidó a todos para hacerlo. No bien Juan Diego señaló dónde había
mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse. 
Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino, el cual estaba muy grave, cuando
le dejó y vino a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le
dijo la Señora del Cielo que ya había sanado. 
Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar, vieron a su tío que
estaba muy contento y que nada le dolía. 
Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino, a quien preguntó
la causa de que así lo hicieran y que le honraran mucho. 

Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y
dispusiera, se le apareció en el Tepeyácac la Señora del Cielo; La que, diciéndole que no se
afligiera, que ya su tío estaba bueno, con que mucho se consoló, le despachó a México, a
ver al señor obispo para que le edificara una casa en el Tepeyácac. Manifestó su tío ser
cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su sobrino;
sabiendo por ella que le había enviado a México a ver al obispo. 

También entonces le dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al obispo, le revelara lo que
vio y de qué manera milagrosa le había sanado; y que bien la nombraría, así como bien
había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y
atestiguara delante de él. A entrambos, a él y a su sobrino, los hospedó el obispo en su casa
algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina del Tepeyácac, donde la vio Juan
Diego.
El Señor obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del Cielo; la
sacó del oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su
bendita imagen. 
La ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen, y a hacerle oración.
Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona
de este mundo pintó su preciosa imagen.

sábado, 3 de diciembre de 2016

5º SÍNODO DIOCESANO CAPÍTULO SÉPTIMO

CAPÍTULO SÉPTIMO

SIEMPRE ABIERTA AL ESPÍRITU
La espiritualidad
Introducción
303.   Emprender una Nueva Etapa Evangelizadora en nues-
tra iglesia angelopolitana es una exigencia que no se deriva úni-
camente de las nuevas situaciones sociales y culturales o de la
necesidad de superar métodos y expresiones de evangelización
ya ineficaces, se deriva también, y principalmente, de un recla-
mo interior de la fe: la vivencia de una renovada espiritualidad
que se proyecte en el testimonio, de manera que el anuncio del
Evangelio esté siempre acompañado por la coherencia entre la
fe y la vida, esto es, una espiritualidad de la acción misionera.
304.   Al señalar algunos rasgos que han de distinguir el perfil
del agente evangelizador de nuestro tiempo, en el capítulo prime-
ro de este Documento adelantamos que para asumir con seriedad
una Nueva Etapa Evangelizadora tenemos que recuperar el en-
tusiasmo misionero y, por lo tanto, cultivar una correspondiente
espiritualidad (Cfr. EG 260). Antes de dar a conocer las dispo-
siciones concretas de nuestro 5° Sínodo, en este capítulo abor-
damos algunos elementos sobre la espiritualidad que debemos
procurar: una espiritualidad para recuperar el entusiasmo por la
misión desde una motivación primordial (1) que se fortalece des-
de motivaciones particulares derivadas de los elementos funda-
mentales de la acción evangelizadora.
305.   En el desarrollo de este capítulo se considera tanto la
acción evangelizadora en su conjunto como a los agentes de
pastoral que la desarrollan, por ello apuntamos a una evangeli-
zación con Espíritu y pretendemos promover evangelizadores
con Espíritu, retomando con ello el capítulo quinto de Evan-
gelii Gandium y el capítulo séptimo de Evangelii Nuntiandi.
133
306.    Al orientamos hacia una Nueva Etapa Evangelizadora
en nuestra diócesis, hemos de tener claro que si no avanzamos
en el cultivo de una espiritualidad que nos permita recuperar el
entusiasmo misionero, los elementos teológicos y pastorales de-
sarrollados en los seis capítulos anteriores quedarán reducidos a
jalones de sana ortodoxia y a laudables intenciones; así mismo,
los criterios, las líneas de acción, los enfoques y las normas que se
presentan en el capítulo final, siempre insuficientes y perfectibles,
resultarán inanimadas disposiciones extemas.
1. Desde una motivación primordial: la acción
del Espíritu Santo
307.   Alentar una Nueva Etapa Evangelizadora con las carac-
terísticas señaladas por el Papa Francisco -más fervorosa, ale-
gre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida conta-
giosa- requiere trabajar en el campo de las motivaciones y, antes
de procurar algunas motivaciones particulares, es necesario que
los agentes de pastoral de nuestra iglesia angelopolitana des-
taquemos y cultivemos la fuente, la motivación fundamental:
•'ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones
el íuego del Espíritu" (EG 261). Ya Paulo VI, refiriéndose a la
acción evangelizadora en su conjunto, señalaba en la misma di-
rección: "No habrá nunca evangelización posible sin la acción
del Espíritu Santo" (EN 75).
1.1    Los evangelizadores con Espíritu que
quiere Jesús

308.   De forma explícita, el Papa Francisco afirma que
''evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que


134
se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo" (EG 259). Je-
sús mismo vivió esta experiencia: sobre El descendió el Espíritu
Santo en el momento de su bautismo (Mt 3, 17), fue el mismo
Espíritu quien lo condujo al desierto antes de iniciar su misión
pública (Mt 4, 1) y fue con la fuerza del mismo Espíritu que in-
auguró su predicación (Le 4,14). Al incorporamos a una Nueva
Etapa Evangelizadora tengamos presente que, como les ocurrió
a los apóstoles en Pentecostés, si nos abrimos a su acción, el Es-
píritu Santo nos iluminará para percibir y entender las grandezas
de Dios, nos impulsará a salir de nosotros mismos, nos transfor-
mará en anunciadores de la Buena Nueva y nos dará fuerza para
anunciar la novedad del Evangelio con audacia (Cfr. EG 259).
309.   Es el Espíritu "quien hoy, como en los comienzos de
la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y
conducir por Él, y pone en sus labios las palabras que por sí
solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que
escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nue-
va." (EN 75). El Espíritu Santo nos mueve interiormente, nos
impulsa, motiva y alienta, y da sentido a la acción evangeli-
zadora, sea personal o comunitaria (Cfr. EG 260); solo con
su iluminación y dinamismo seremos los evangelizadores que
Jesús quiere, aquellos "que anuncien la Buena Noticia no solo
con palabras, sino sobre todo con la vida que se ha transfigu-
rado en la presencia de Dios" (EG 259).
1.2 La evangelización con Espíritu a la que
estamos llamados
310.   "Una evangelización con Espíritu es una evangeliza-
ción con Espíritu Santo, ya que El es el alma de la Iglesia
evangelizadora" (EG 261). "Gracias al apoyo del Espíritu
Santo, la Iglesia crece[...] Las técnicas de evangelización sor
buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la


135
Acción discreta del espíritu.  La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin Él" (EN
75). Animar la Nueva Etapa Evangelizadora significa favore-
cer la presencia y la acción del Espíritu Santo en ella, ya que
El es el agente principal de la evangelización.
311.   Es la presencia y la acción del Espíritu Santo la que
hace que nuestra acción evangelizadora sea "muy diferente
de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada
que simplemente se tolera o se sobrelleva como algo que con-
tradice las propias inclinaciones y deseos" (EG 261).
1.3 La oración como recurso indispensable
312.    Si la motivación primordial para configurar a los evan-
gelizadores con Espíritu y para impulsar una evangelización con
Espíritu es el fuego del Espíritu Santo, es necesario que como
agentes de la Nueva Etapa Evangelizadora lo invoquemos en la
oración (Cfr. EG 259 y 261); es preciso invocar al Espíritu Santo
para "que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en
una audaz salida de sí para evangelizar a todos los pueblos" (EG
261). Ya el Papa Paulo VI decía: "Exhortamos a todos y cada uno
de los evangelizadores a invocar constantemente con fe y fervor
al Espíritu Santo y a dejarse guiar prudentemente por Él como
inspirador decisivo de sus programas, de sus iniciativas, de su
actividad evangelizadora" (EN 75).
313.   Sin la oración, "toda acción corre el riesgo de quedar
vacía y el anuncio finalmente carece de alma" (EG 259). "Sin
momentos detenidos de oración, de encuentro orante con la
Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente
se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las
dificultades, y el fervor se apaga" (EG 262). Los agentes de
pastoral no hemos de perder de vista que "Evangelizadores


136
con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización no sirven ni las
propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misio-
nero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales, sin una
espiritualidad que transforme el corazón" (EG 262).
1.4 Con la mirada agradecida al pasado y con
pasión para asumir el presente
314.   Ante el llamado a una Nueva Etapa Evangelizadora.
marcada por la alegría, algunos, dice el Papa Francisco, se
disculpan diciendo que "hoy es más difícil". El Papa nos re-
cuerda que en todos los momentos de la historia han estado
presentes los límites humanos, la concupiscencia que nos ace-
cha a todos, con diferentes ropajes; por ello, nos dice el Papa,
"no digamos que hoy es más difícil; es distinto" (EG 263).
315.   En esta línea, y aprovechando la sabiduría acumulada
por la Iglesia, es nutritivo mirar a los primeros cristianos y a
los santos que nos han precedido, "cargados de alegría, llenos
de coraje, incansables en el anuncio y capaces de una gran
resistencia activa" (EG 263, Cfr. EN 80). La mirada amplia de
quienes nos sabemos miembros de una Iglesia universal que
ha hecho su peregrinación por más de dos mil años nos permi-
te reconocer, muchas veces también apoyado por la liturgia,
paradigmas de diversos tiempos y latitudes; por otro lado, no
son pocos los ejemplos que desde nuestro contexto latinoa-
mericano, nacional y diocesano pueden también impulsamos
en el cultivo de una espiritualidad que fortalezca nuestro com-
promiso por la misión.


137
2. Desde el cultivo de motivaciones pafrticulares
316.    Procurar la motivación primordial, esto es, la apertura
a la acción del Espíritu Santo, nos conduce también a cultivar
diversas motivaciones particulares, muchas de las cuales pue-
den ser sistematizadas desde los tres elementos fundamentales
de toda acción evangelizadora: Jesucristo, la Iglesia y los hom-
bres en medio del mundo.
2.1 La experiencia discipularia a partir del
encuentro personal con el amor de Jesús
317.   Al establecer los elementos teológicos y pastorales
fundamentales para asumir una Nueva Etapa Evangelizado-
ra señalamos la centralidad de Jesucristo y hemos procurado
enfatizar este aspecto esencial a lo largo de todos los capítu-
los de este Documento. Al detenemos a considerar la espiri-
tualidad que nos debe impulsar, es necesario tener presente
que "La primera motivación para evangelizar es el amor de
Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados
por Él [...] si no sentimos el intenso deseo de comunicar-
lo, necesitamos detenemos en oración para pedirle a El que
vuelva a cautivamos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su
gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida
tibia y superficial...]" (EG 264).
318.   El contenido de nuestro anuncio no es un producto
que promovemos ni una ideología que proponemos, es una
experiencia que compartimos. Si queremos sumamos a la
Nueva Etapa Evangelizadora tenemos que volver una y otra
vez a la fuente: "Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los
pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana


138
y sencilla y, finalmente, su entrega total, todo es precioso y
le habla a la propia vida" (EG 265). La espiritualidad para la
Nueva Etapa Evangelizadora que hemos de cultivar ha de ser
una espiritualidad discipular.
319.   Al mismo tiempo, no basta con saber que es inagotable
la riqueza del Evangelio, es preciso anhelarla y hacer lo nece-
sario para penetrar en ella. "Cada vez que uno vuelve a descu-
brirlo [a Jesucristo], se convence de que eso mismo es lo que
los demás necesitan, aunque no lo reconozcan[...] el Evangelio
responde a las necesidades más profundas de las personas. El
entusiasmo evangelizador se fundamenta en esta convicción"
(EG 265). No se puede participar en una evangelización fervo-
rosa si uno no tiene la experiencia del amor de Jesús salvador,
una experiencia que se renueva cada día y que nos da la certeza
de que por nuestra acción evangelizadora ponemos en ejercicio
la acción salvadora de Jesús mismo; sólo el camino del segui-
miento discipular revelaría la novedad que Jesucristo constituye
para todo hombre y para toda mujer.
320.   "El verdadero misionero, que nunca deja de ser discí-
pulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con
él, trabaja con él[...] Si uno no lo descubre a Él presente en el
corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entu-
siasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza
y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada,
segura, enamorada, no convence a nadie" (EG 266). Movidos
por el Espíritu Santo y desde nuestra experiencia del amor de
Jesús que nos salva, "Unidos a Jesús buscamos lo que Él busca,
amamos lo que Él ama. En definitiva lo que buscamos es la
gloria del Padre[...]" (EG 267).
321.   Dominados por el pesimismo, "Algunas personas no
se entregan a la misión, pues creen que nada puede cambiar
y entonces para ellos es inútil esforzarse. Con esa actitud se
vuelve imposible ser misioneros. Tal actitud es precisamente
una excusa malima oara Quedarse encerrados en la comodi-


139
dad, la flojera, la tristeza insatisfecha, el vacio egoísta" (EG
275). Es necesario tener siempre presente que "Jesucristo ha
triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder[...]
Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra
esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión
que nos encomienda" (EG 275).
322.    El cultivo de nuestra espiritualidad nos ha de mantener
en la certeza de que la resurrección de Jesús no es algo del pasa-
do, entraña una fuerza de vida presente en el mundo. Es "Verdad
que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injus-
ticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero
también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza
a brotar algo nuevo[...] Ésa es la fuerza de la resurrección y cada
evangelizador es un instrumento de ese dinamismo" (EG 276).
323.    Al sumamos a la Nueva Etapa Evangelizadora tampoco
podemos ser ingenuos, en nuestra acción evangelizadora "apare-
cen constantemente nuevas dificultades, la experiencia del fraca-
so[...] Todos sabemos por experiencia que a veces una tarea no
brinda las satisfacciones que desearíamos, los frutos son reduci-
dos y los cambios son lentos, y uno tiene la tentación de cansar-
se^..] Puede suceder que el corazón se canse de luchar porque en
definitiva se busca a sí mismo en un carrerismo sediento de reco-
nocimientos, aplausos, premios, puestos; entonces, uno no baja
los brazos, pero ya no tiene garra, le falta resurrección" (EG 277).
324.   La fe en la acción misteriosa del resucitado y de su
espíritu nos lleva a "creerle a El, creer que es verdad que nos
ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente,
que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y
con su infinita creatividad. Es creer que Él marcha victorio-
so en la historia «en unión con los suyos, los llamados, los
elegidos y los fieles» (Ap 17,14). Creámosle al Evangelio
que dice que el Reino de Dios ya está presente en el mundo,
y está desarrollándose aquí y allá, de diversas maneras[...j"
(EG 278).


140
2.2 La experiencia de comunión eclesial a
partir de la Trinidad
325.   La experiencia discipular que surge del encuentre
personal con el amor de Jesús que nos salva, si es auténti-
ca, nos inserta en la comunidad y nos exige el camino de
la comunión "sin este camino espiritual, de poco servirían
los instrumentos extemos de la comunión. Se convertirían
en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus mo-
dos de expresión y crecimiento" (NMI 43). Para comprender
este camino de espiritualidad y avanzar en él, mucho bien
nos hará tener presente las orientaciones que nos ha regalado
el Papa Juan Pablo II en cuatro párrafos de Novo Millennio
Ineunte en su número 43.
326.   "Espiritualidad de la comunión significa, ante todo,
una mirada del corazón, sobre todo a la Trinidad que habita
en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el
rostro de los hermanos que están a mi lado". La espiritua-
lidad de la comunión está fundada en el misterio trinitario
que se manifiesta en Jesucristo; desde su encarnación hasta
su glorificación, toda la vida de Jesucristo nos revela un mo-
vimiento de comunión trinitaria en el cual el Padre se dona
plenamente en la fuerza creadora y renovadora del Espíri-
tu Santo; a la vez que, así como el Padre se nos comunica
en el Hijo, el Hijo se comunica a nosotros en el Espíritu y
nos conduce -por El, con Él y en Él- a la casa del Padre.
Este es el dinamismo trinitario que habita en cada uno de
nosotros y que hemos de reconocer también en el rostro de
nuestros hermanos; aquí está la clave de la espiritualidad de
comunión, dinámica de Dios en la interioridad del hombre
que se proyecta hacia el otro en una plena comunicación que
engendra comunión, expresión humana de la realidad que
ocurre en la Trinidad. Si no se avanza en esta experiencia de
espiritualidad de comunión, no se avanza en fraternidad y no


141

nos hacemos servidores y prójimos de los demás.  Es ilusorio
pensar que se pueda responder al llamado a la santidad y al
compromiso de la Nueva Etapa Evangelizadora sin asumir el
camino de la comunión.
327.   "Espiritualidad de la comunión significa, además,
capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda
del Cuerpo Místico y, por tanto, como uno que me pertenece,
para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para in-
tuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una
verdadera y profunda amistad". Promover una espiritualidad
de la comunión significa desarrollar la capacidad de sentir al
hermano como parte viva del mismo Cuerpo del que yo soy
miembro; sólo desde esta experiencia sabré reír con el que ríe
y llorar con el que llora; sólo desde esta experiencia de unidad
se pueden intuir los deseos del hermano y sentir sus necesi-
dades y sólo desde esta experiencia se realiza una auténtica
evangelización (Cfr. EG 272).
328.   "Espiritualidad de la comunión es también capacidad
de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acoger-
lo y valorarlo como regalo de Dios: un don para mí, además
de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamen-
te". Cultivar una espiritualidad de comunión es desarrollar la
capacidad de reconocer lo positivo que hay en el otro y reco-
nocerlo como regalo de Dios también para mí. Desde la pers-
pectiva enunciada en el numeral anterior se enfatiza lo que yo
soy para los demás; en ésta, se enfatiza lo que los demás son
para mí. Sólo desde una espiritualidad de comunión se puede
cultivar una mirada que descubra, reconozca, acoja, estimule
y bendiga los dones del otro (Cfr. EG 274).
329.   En fin, "espiritualidad de la comunión es saber dar
espacio al hermano llevando mutuamente la carga de los
otros (Cfr. Gal 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que
continuamente nos asechan y engendran competitividad, ga-
nas de hacer carrera, desconfianza y envidias". Desarrollar


142
una espiritualidad de comunión nos conduce a desarrollar la
auténtica compasión y solidaridad en la fraternidad y nos ha-
cen superar las tentaciones egoístas.
330.   Las personas divinas se constituyen relacionándose
y afirmándose mutuamente, distintas y en comunión; esta re-
lación respetuosa y esta unión en la diversidad, con las debi-
das proporciones, deben tomar cuerpo en la edificación de la
Iglesia, han de guiar las relaciones que establecemos y han
de marcar nuestra acción evangelizadora. La condición trini-
taria de Dios como amor es auto-comunicación que da vida,
de igual manera, la comunión que ha de procurar la Iglesia
ha de ser para seguir comunicando el amor. La pastoral es
una falacia si la comunión concreta con los hermanos no nos
alimenta y nos sostiene; sin amor, sin comunión, el servicio
del Evangelio será vacío; Dios es amor y si no vivimos en el
amor nuestro discurso es campana que resuena. Únicamen-
te desde esta espiritualidad de comunión contemplaremos a
nuestra comunidad con fe y amor, a pesar de sus arrugas y
defectos, y será ésta la mirada que nos motive para procurar
una auténtica purificación y para avanzar en un proceso de
conversión permanente.
331.   Desde la espiritualidad de la comunión se comprende
que el Papa Francisco, de entre las diversas formas de ora-
ción, nos recuerde la confianza en la fuerza misionera de la
intercesión. Interceder no significa otra cosa que llevar a]
hermano ante Dios para agradecerle y para suplicarle, reco-
nociendo que el hermano es, a la vez, don de Dios para mí y
hermano que necesita de la gracia, "interceder no nos aparta
de la verdadera contemplación, porque la contemplación que
deja fuera a los demás es un engaño" (EG 281).
332.   ¡Cuánto nos impulsará en esta Nueva Etapa
Evangelizadora interceder por nuestros hermanos! Una
comunidad cristiana que vive de la mutua intercesión de
sus miembros no se destruye. No puedo juzgar u odiar a un


143
hermano por el que oro. "Los grandes hombres y mujeres
de Dios fueron grandes intercesores. La intercesión es como
«levadura» en el seno de la Trinidad...lo que posibilitamos
con nuestra intercesión es que su poder, su amor y su lealtad
se manifiesten con mayor nitidez en el pueblo" (EG 283).
2.3 La experiencia de encarnación a partir del
gusto espiritual de ser pueblo
333.   Contrariamente a la concepción de una espirituali-
dad intimista que a través de la fuga del mundo pretenda la
unión con Dios, en la Nueva Etapa Evangelizadora que de-
seamos impulsar en nuestra iglesia angelopolitana "se trata
de encontrar una espiritualidad que en vez de alejar del mun-
do se encame y se comprometa con él, una espiritualidad del
seguimiento de Jesús que logre el encuentro entre la fe y la
vida, que sea promotora de la justicia, de la solidaridad y que
aliente un proyecto evangelizador y generador de una cultura
de la vida" (DSD 116; Cfr. DA 148). "La vida en el Espíritu
no nos cierra en una intimidad cómoda, sino que nos convier-
te en personas generosas y creativas, felices en el anuncio
y el servicio misionero. Nos vuelve comprometidos con los
reclamos de la realidad y capaces de encontrarle un profundo
significado a todo lo que nos toca hacer por la Iglesia y por
el mundo" (DA 285).
334.   "Para ser evangelizadores de alma también hace fal-
ta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de
la gente... La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo
tiempo, una pasión por su pueblo" (EG 268). De esta mane-
ra, cuando volvemos a nuestra experiencia fundante, cuando
volvemos a estar cautivados por Jesús, nos volvemos a su
pueblo. "Así redescubrimos que El nos quiere tomar como
instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo


144
amado.  Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pue-
blo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta
pertenencia" (EG 268).
335.   Jesús no solo nos envía a evangelizar, "Jesús mismo
es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce
en el corazón del pueblo... La entrega de Jesús en la cruz no es
más que la culminación de ese estilo que marcó toda su existen-
cia. Cautivados por ese modelo, deseamos integramos a fondo
en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus
inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos
en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres,
lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la cons-
trucción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero
no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino
como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga
identidad" (EG 269).
336.   "A veces sentimos la tentación de ser cristianos man-
teniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Perc
Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos
la carne sufriente de los demás" (EG 270). Se trata de superai
la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, des-
vinculada de las exigencias de la caridad y de la lógica de la
Encamación, lo cual es una falsa espiritualidad (Cfr. EG 262)
337.   No basta estar cerca, es importante definir el estilo de
nuestra cercanía, "se nos invita a dar razón de nuestra esperanza
pero no como enemigos que señalan y condenan. Se nos advierte
muy claramente: «Hacedlo con dulzura y respeto» (1 Pe 3,16),)
«en lo posible y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todo'
los hombres» (Rm 12,18)... Queda claro que Jesucristo no no;
quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mu-
jeres de pueblo" (EG 271). Esta exigencia nos reclama, como de-
cía Dom Helder Cámara, una excelentísima, una reverendísima
una religiosísima y una muy fiel reforma; esto es, la conversión
de todos en la Iglesia.


145
338.    El amor a nuestro pueblo facilita el encuentro con l»ios
''hasta el punto de que quien no ama al hermano «camina en las
tinieblas» (1 Jn 2,11), «permanece en la muerte» (1 Jn 3,14) y
«no ha conocido a Dios» (1 Jn 4,8). Benedicto XVI ha dicho que
«cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos
ante Dios[...] Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer
al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios" (EG 272).
339.   "Para compartir la vida con la gente y entregamos
generosamente, necesitamos reconocer también que cada
persona es digna de nuestra entrega. No por su aspecto físi-
co, por sus capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad o
por las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de
Dios, criatura suya. El la creó a su imagen, y refleja algo de
su gloria[...] Más allá de toda apariencia, cada uno es inmen-
samente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega.
Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso
ya justifica la entrega de mi vida" (EG 274).
Conclusión
340.   Convocados a una Nueva Etapa Evangelizadora,
marcada por la alegría del Evangelio, no dejemos de volver
una y otra vez a la motivación primordial para avanzar en
una auténtica espiritualidad: abrámonos a la presencia y la
acción del Espíritu Santo y desarrollemos los dones que ya
ha sembrado y los que sigue distribuyendo en medio de la
comunidad creyente y peregrina en su conjunto y en cada uno
de quienes la conformamos.
341.   Retomando las mociones actuales del Espíritu, renove-
mos nuestra experiencia discipularia a partir del encuentro perso-
nal con el amor de Jesús que nos salva, cultivemos la experiencia
de comunión desde la fuente trinitaria y desarrollemos el gusto
espiritual de ser pueblo. Sólo con estas motivaciones avanzare-
mos en el testimonio que refleje la coherencia entre la fe y la


146
        vida.  Como lo institucional, sea civil o religioso, está en crisis
no hay que olvidar lo que decía el Vaticano II: "el porvenir de la
humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generacio-
nes venideras razones para vivir y razones para esperar" (GS 31).
342.   No obstante el optimismo de fondo que se puede reco-
nocer tanto en Aparecida como en Evangelii Gaudium, no hay
que desconocer que hay signos de cansancio (Cfr. DA 185); que
hay quienes salen de la Iglesia en búsqueda de respuestas a sus
aspiraciones que no encuentran en nuestra comunidad (Cfr. DA
225) y que se percibe un cierto debilitamiento de la vida cristiana
(Cfr. DA lOOb). "Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo
de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo
procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando
y degenerando en mezquindad" (DA 12).19 Difícilmente podrá
responder a los interrogantes de la humanidad una Iglesia can-
sada o instalada que busca su seguridad o su prestigio. Con este
estilo de vida, ¿qué podemos ofrecer al mundo y a las nuevas
generaciones? Este estilo de vida parece estar diciendo que no
hay nada que ofrecer ni qué esperar. Es en este ambiente que en-
cuentran su lugar los testigos y, sobre todo, los profetas; ellos nos
recuerdan que hay razones para vivir y para esperar.
343.   Al cultivar una espiritualidad correspondiente a la Nue-
va Etapa Evangelizadora, tengamos presente que testimoniar
significa hacer creíble el Evangelio al llevar una vida conforme a
Él, sea a nivel personal, sea a nivel de los grupos y comunidades
(Cfr. AG 37). El testimonio es lo que más puede convencer al
hombre de hoy: a un hombre celoso de sus derechos y su auto-
nomía, el testimonio se presenta bajo los rasgos de la discreción,
actúa por atracción; a un hombre que lo mide todo por el pará-
metro de la eficacia, el testimonio propone hechos; a un hombre
técnicamente desarrollado pero muchas veces subdesarrollado
en el plano de la moralidad y frágil psicológicamente, el testigo
___________
19       Nos domina la tentación de la resignación y la acedia, nos he
recordado el Papa Francisco en la Homilía que pronunció recientemente en
la celebración Eucaristica en Michoacán, México.

147
se presenta como un ser sano, feliz, irradiando gozo y paz.  Por su estilo de vida, más que por sus discursos, el testigo puede llevar
a los que le rodean a interrogarse por el Espíritu que lo inspira.
344.   El testimonio de vida no ha sido ni es para el cristia-
no algo deseable y altamente recomendable, es una exigencia
absoluta, ya que el cristianismo no es un puro sistema de pen-
samiento, sino un mensaje de salvación relacionado con un
acontecimiento que ha cambiado el sentido de la condición
humana y que se puede reconocer en sus frutos (Cfr. Ga 5,
22). ¿Cómo pueden creer en el amor de Dios que se revela en
Jesucristo quienes no lo conocen si no tienen el testimonio de
quienes ya han sido conquistados por este amor y han arries-
gado por él toda la vida? El testimonio es necesario porque el
Evangelio es la revelación de una nueva forma de existencia,
de un nuevo estilo de vida, ¿cómo podría Dios enseñar a los
hombres un nuevo estilo de vida a no ser por una presenta-
ción concreta y ejemplar, la de Jesucristo?
345.   La espiritualidad que hemos de cultivar, de frente a
la Nueva Etapa Evangelizadora que pretendemos, nos ha de
impulsar a las acciones de compromiso como es una ade-
cuada planificación pastoral y su ejecución, a la vez que nos
mantiene en "la convicción de que Dios puede actuar en cual-
quier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos,
porque «llevamos este tesoro en recipientes de barro» (2 Co
4,7). Esta certeza es lo que se llama «sentido de misterio»[...]
A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún
resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto
empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no
es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a
nuestra propaganda; es algo mucho más profundo, que esca-
pa a toda medida[...] Aprendamos a descansar en la ternura
de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y
generosa. Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos
que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como
a Él le parezca" (EG 279).


148

5º SÍNODO DIOCESANO CAPÍTULO SEXTO

CAPITULO SEXTO
SEGÚN EVANGÉLICAS FORMAS DE GOBIERNO Y
ADMINISTRACIÓN
Las estructuras gubernamentales y administrativas
Introducción
262.   La etimología de la palabra "gobierno" es muy des-
criptiva. Kubernein, que significa "pilotar un barco", se refie-
re a la autoridad que dirige, controla y administra las institu-
ciones de una sociedad y, que al fin, afecta a los individuos
que la componen en orden al bien común. Todas las estruc-
turas gubernamentales deben comprenderse en el espacio de
esta descripción.
263.   Sin la pretensión de agotar esta exigencia de nuestra
comunidad creyente y peregrina, nos detenemos a considerai
tres aspectos: formas de gobierno en el espíritu de la comunión
y la pastoral orgánica (1), formas de organización económica
al servicio de la caridad (2) y los Consejos respectivos (3).
1. Formas de gobierno
264.   Las tres formas o estructuras de gobierno. Curia dio-
cesana, Visita pastoral y Tribunal eclesiástico, encuentran su
justificación en el derecho de la Iglesia universal y desde el
mismo se ha de revitalizar el espíritu de la comunión que las
ha de distinguir y la orientación totalmente definida en favo-
recer la pastoral orgánica de nuestra Iglesia angelopolitana.


121
1.1 La Curia Diocesana
265.   La Curia diocesana consta de los organismos y per-
sonas que colaboran con el obispo en el gobierno de toda la
Diócesis: en la dirección de la actividad pastoral, en la ad-
ministración de la diócesis y en el ejercicio de la potestad
judicial. En el espíritu de comunión que nos ha de distinguir
en cuanto Iglesia de Jesucristo y con la finalidad de favorecer
una pastoral orgánica, no hemos de perder de vista que la
Curia diocesana está constituida por las personas que, desde
una adecuada organización interna, sirven al obispo para ex-
presar su propia caridad pastoral en favor de la porción de la
Iglesia que se le ha encomendado (Cfr. CIC c. 469, PG, 45),
de ahí que más bien que llamarla Curia episcopal, bien se le
llame Curia diocesana.
266.   Entre los organismos que conforman la Curia dio-
cesana se señalan: el Consejo Episcopal, los Tribunales, el
Consejo de Pastoral y el Consejo de Asuntos Económicos;
entre las personas: el vicario general, el moderador, el vica-
rio judicial, los jueces, los vicarios episcopales, el secretario
canciller, los notarios y los oficiales. Tanto organismos como
personas, deben interesarse mental y dinámicamente en res-
ponder a la coordinación que se le pide al obispo diocesano
para expresar como paradigma la comunión y el servicio.
267.   Así pues, la Curia diocesana, como se ha dicho, de
un órgano burocrático, fiscal o de poder, debe transformarse,
a norma del Decreto Christus Dominus número 27, en una
realidad pastoral y orgánica, de modo que llegue a ser un
instrumento más idóneo para el triple ministerio, profetico,
litúrgico y social.


122
1.2 La Visita Pastoral
268.   La visita pastoral es la visita canónica del Obispo a su
diócesis, a ejemplo de cómo los apóstoles visitaban periódi-
camente a sus fieles que iban recibiendo el anuncio del Evan-
gelio para confirmarlos en la fe. También a través de la visita
pastoral el pastor muestra su solicitud de velar por las ovejas
y conducirlas al alimento de la Palabra, a la celebración de los
sacramentos y a la madurez en la fe.
269.   Por medio de la visita pastoral, el obispo ha de cono-
cer de cerca la realidad que viven sus sacerdotes y sus fieles;
los límites parroquiales y su funcionalidad para una mejor
atención pastoral; el cuidado y la administración sana de los
bienes materiales, tanto inmuebles como bienes preciosos; asi
mismo, ha de mirar y escuchar directamente las necesidades
de las comunidades visitadas de manera que pueda dictar las
directrices pertinentes, ejecutar las acciones de gobierno para
el mejor caminar de su iglesia particular y corregir oportuna-
mente los abusos que se evidencien.
270.   La visita pastoral es un derecho y un deber del obispo
diocesano quien, para conocer y gobernar convenientemente
su diócesis, deberá conocerla y tratarla; de aquí se deriva que
el obispo ha de sentir la necesidad de visitar cada año a una
parte de la Diócesis.
271.    La visita pastoral ha de ser un acontecimiento de gracia:
durante ésta, se celebra la Eucaristía, se proclama la Palabra de
Dios, se confiere solemnemente el sacramento de la Confirma-
ción y es un momento importante para facilitar el encuentro cor
el párroco y los demás clérigos que ayudan en las parroquias.
con los religiosos, miembros de sociedades de vida apostólica.
y laicos; con el Consejo de Pastoral y el Consejo de Asuntos
Económicos; con los jóvenes y los niños, particularmente con
quienes realizan su camino de formación catequética. A través


123
De esta forma de gobierno se facilita la visita a las escuelas y
otras obras e instituciones parroquiales, así como también a los
enfermos y encarcelados; brinda la oportunidad de percatarse
sobre la administración y cuidado de los lugares sagrados, los
ornamentos litúrgicos, los libros parroquiales y otros bienes que
conforman el patrimonio de la iglesia local. Además, se apro-
vechará la oportunidad de reanimar la vocación y misión de los
agentes evangelizadores, felicitarlos, animarlos y consolarlos,
mientras que es la ocasión para invitar a toda la comunidad cris-
tiana a la renovación de su vida espiritual y apostólica.
1.3 El Tribunal Eclesiástico
272.   No hay que perder de vista que la administración de
la justicia, inspirada siempre en la caridad, es una de las fun-
ciones de la potestad de gobierno. Es grave tarea la de la admi-
nistración de la justicia canónica y esta función la realizan los
tribunales eclesiásticos, algunas veces, determinando la validez
de los actos jurídicos, o resolviendo los litigios, o bien impo-
niendo penas o declarándolas; actos que requieren un sentido
profundo de la justicia, conocimiento canónico y experiencia.
273.   En los tribunales eclesiásticos se juzgan con derecho
propio y exclusivo las causas que se refieren a las cosas espi-
rituales, o bien las que están relacionadas con ellas; así mismo
se juzga la violación de las leyes eclesiásticas con relación a
todo aquello que conforme un delito, con el fin de determinar
la culpa y la consiguiente imposición de la pena. Ejercen los
tribunales, en nombre de los obispos, la jurisdicción conten-
ciosa y penal. Así se puede decir que los tribunales son una
emanación del poder jurisdiccional del obispo que, en vez de
decidir y castigar por sí mismo directa e inmediatamente, juz-
ga y sentencia por un tribunal cuya institución emana de él y
del Derecho Canónico.


124
274.   Llama particularmente la atención, la posibilidad de
que la Iglesia ejerza la función judicial y que la ejerza custodian-
do con una pena el espacio de ciertos institutos, pena a la que
se expone el transgresor al invadir dolosamente dicho espacio.
275.   Distintos textos de la Sagrada Escritura confirman el
hecho de que Jesucristo, al encomendar al colegio apostolice
la fundación de la Iglesia, le dio para regirla todos los poderes
e instrucciones que necesitaban para este fin y lógicamente a
los sucesores de este colegio; de aquí nace el principio y ori-
gen de la jurisdicción de la Iglesia, que aunque sea de derecho
divino puramente espiritual, se atrajo indirectamente desde un
principio otra especie de jurisdicción para los negocios tem-
porales. Las leyes que especifican el derecho de uno y otro
orden han de ser custodiadas, ya que la Iglesia en cuanto so-
ciedad está compuesta de hombres y mujeres que integran lo
espiritual y lo material
2. Formas de organización económica
276.   Ante la interrogación que pudiera venir a la mente
acerca de que si sea compatible con la misión y el espíritu del
evangelio de la Iglesia, el que ésta use y gestione bienes mate-
riales temporales, hemos de recordar que Cristo ha estableci-
do a la Iglesia como una realidad compleja, constituida por un
elemento humano y otro divino (LG 8), de tal manera que su
dimensión espiritual, vivificada por el Espíritu, no puede des-
entenderse de su existencia como organismo visible y social.
277.   La Iglesia, para cumplir su misión sobrenatural de
salvación, necesita de los bienes temporales y de normas que
ordenen el recto uso de esos medios. El hecho de que la Igle-
sia posea determinados bienes materiales se justifica por la ne-
cesidad de servirse de ellos para perseguir sus fines propios;

125
esta finalidad constituye la medida del recto ejercicio de este
derecho, pues la Iglesia debe vivir ejemplarmente la virtud de
la pobreza evangélica y, para ser creíble, ha de evitar no sólo
la acumulación de bienes innecesarios sino también cualquier
forma de gestión negligente.
278.    La capacidad patrimonial de la Iglesia hace referencia a
las cuatro actividades esenciales de ella con relación a estos bie-
nes temporales: la adquisición, la retención, la administración y
la enajenación. La rectitud, la honradez y la justicia en estas acti-
vidades harán espacio para que los fieles ejerciten su derecho-de-
ber de contribuir generosamente a las necesidades eclesiales, se
consideren y realicen fondos de comunicación cristiana de estos
bienes y se tenga en cuenta el equilibrio entre el fin espiritual de
los oficios eclesiásticos y el sostenimiento honesto de los clérigos.
Entre las diversas formas de realizar este ejercicio por parte de los
fieles, están las oblaciones voluntarias, las tasas y los tributos (Cfr.
ce. 222 §l y 1259).
2.1 Las Colectas Diocesanas
279.   En el concepto de "ofrendas voluntarias" se incluyen
todas las aportaciones de tipo voluntario, ya sea por propia
iniciativa, ya sea a petición de la autoridad. Son las aporta-
ciones que no responden al cumplimiento de una obligación
estrictamente jurídica y que han de permitir recordar que el
medio ordinario de financiación de la Iglesia es la ayuda vo-
luntaria de los fieles.
280.    En esta categoría se comprenden las ofrendas espontá-
neas: donaciones, testamentos, legados, ofrendas con ocasión
de servicios pastorales y las ofrendas solicitadas: colectas y pe-
ticiones de limosnas, tanto las ordinarias como las especiales.


126
2.2. Las Tasas
281.   Las tasas son prestaciones económicas que deben pa-
gar quienes solicitan un servicio de la autoridad administrativa
o judicial. Estas, se deben encuadrar en una categoría interme-
dia entre las ofrendas voluntarias y los tributos, pues tienen al
mismo tiempo un aspecto impositivo y un aspecto relativamen-
te voluntario y flexible. En esta clase de prestaciones, se ha de
vigilar la ausencia de arbitrariedad, así como el evitar la simo-
nía y el escándalo.
282.   Entre estas tasas se consideran las llamadas tasas ad-
ministrativas que se aplican al ejercicio de la concesión de
gracias, facultades, licencias, etc. y las tasas judiciales, las
que corresponden al ejercicio de la autoridad judicial.
2.3 Los Tributos Diocesanos
283.   Los tributos eclesiásticos se suelen definir como obli-
gaciones pecuniarias impuestas por la autoridad eclesiástica
competente. Hay dos categorías de personas sujetas a estos tri-
butos: las personas jurídicas públicas sujetas al obispo diocesa-
no, a quienes se solicita un tributo moderado y proporcionado
que tiene como motivo las necesidades de la diócesis; y las per-
sonas físicas como también las personas jurídicas, a quienes
se les solicita este tributo teniendo en cuenta un caso de grave
necesidad. Se contemplan tres tipos de tributos: el ordinario
diocesano, el extraordinario diocesano y el seminarístico.
284.   El tributo ordinario diocesano es una contribución ge-
neral estable para las necesidades de la diócesis que el obispo
diocesano puede imponer, como se dijo, a las personas jurídi-
cas públicas sujetas a su jurisdicción; en realidad, esta contri-


127
bución debe ser un  “medio extraordinario de financiación” y será sólo el Obispo diocesano el que establezca la finalidad,
la periodicidad, las modalidades de pago, las eventuales exen-
ciones de estos tributos.
285.   El tributo extraordinario diocesano, como su nombre
lo expresa, es eventual y sólo en casos de grave necesidad
económica de la diócesis, y la petición ha de ir dirigida tanto
a personas físicas como a personas jurídicas privadas sujetas
a la jurisdicción del obispo diocesano.
286.   La finalidad del tributo seminarístico es la financia-
ción del Seminario diocesano y la petición ha de ir dirigida
a las personas físicas y jurídicas con sede en la diócesis. Es
obvio que si el Seminario fuera capaz de sufragar los gastos
de otra forma, no sería lícito al obispo diocesano imponer este
tributo que se considera excepcional. En nuestra diócesis, en
lugar de este tributo, se recurre a las ofrendas recogidas en
una particular jomada diocesana.
287.    Como es lógico, el recurso a los tributos por parte del
obispo diocesano se debe hacer con grande moderación y pru-
dencia y debe responder a las necesidades reales de la diócesis.
2.4. Los actos de administración ordinaria
y extraordinaria
288.    El concepto de "patrimonio" se refiere al conjunto de
bienes que goza de cierta permanencia. La razón de este conjunto
es la de asegurar un soporte financiero estable que garantice la
autosuficiencia económica, la supervivencia y la facilitación de la
consecución de los fines propios de la diócesis o de la parroquia.
289.   Así, por actos de la administración ordinaria se com-
prenden todas las actividades que son propias del administra-


128

dor, sin necesidad de recurrir a otros requisitos  y que tienen como finalidad el cuidar la conservación y el mejoramiento
de los bienes que forman el patrimonio, así como también la
percepción de sus frutos y rentas.
290.   Los actos de administración extraordinaria son los
que sobrepasan los límites y el modo de la administración or-
dinaria y son objeto de atención particular con el fin de salva-
guardar la estabilidad económica del patrimonio eclesiástico.
3. Los Consejos de Gobierno y Administración
291.   Así como para llevar adelante las tareas pastorales,
también para el gobierno y la administración de ha de cuidar
la adecuada constitución y el conveniente funcionamiento de
los Consejos respectivos.
3.1 El Colegio de Consultores
292.    El Colegio de consultores es un grupo de sacerdotes, no
menor de seis ni mayor de doce, que, aunque elegidos por el obis-
po diocesano entre los sacerdotes que forman parte del Consejo
Presbiteral, se constituye en forma distinta e independiente de
dicho Consejo y tiene funciones bien determinadas por el Dere-
cho. Es conveniente que se tenga clara clara la oportunidad y la
utilidad de este Colegio: en primer lugar, es difícil reunir a todo
el Consejo presbiteral cuantas veces sea necesario para recurrir a
su consejo en los problemas urgentes que se suscitan en el diario
acontecer de una diócesis; en segundo lugar, puede suceder que
haya asuntos que, por su delicadeza, no sea prudente se hagan del
conocimiento de la generalidad.



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293.   Entre las principales funciones del Consejo de con-
sultores determinadas por el derecho están las siguientes: si
no hay obispo auxiliar, debe informar cuanto antes a la Sede
Apostólica del fallecimiento del obispo diocesano (Cfr c.
422) y, dentro de los ocho días a partir de tener la noticia que
ha quedado vacante la sede diocesana, elegir al administrador
diocesano, (Cfr. c. 421 §1).
3.2. El Cabildo Catedralicio
294.    El Cabildo catedralicio es un colegio de sacerdotes ins-
tituido para celebrar las funciones litúrgicas más solemnes en
la iglesia catedral, prestar su consejo al obispo diocesano cuan-
do éste se lo requiera y cumplir las encomiendas que el mismo
obispo le haga. El Código de Derecho Canónico presenta, en el
c. 503, la naturaleza y la finalidad del Cabildo catedralicio.
295.   Al declarar el canon que el Cabildo "es un colegio de
sacerdotes", manifiesta que la naturaleza del Cabildo es sacer-
dotal y que sólo éstos pueden formar dicho colegio.
296.    La finalidad propia y canónica del Cabildo catedralicio
es: "celebrar las funciones litúrgicas más solemnes" o sea "tribu-
tar a Dios el culto público más solemne, con la máxima dignidad
y perfección litúrgicas", por lo que el Cabildo, "está llamado a
ser una institución litúrgica modélica. El cabal cumplimiento de
sus funciones de culto puede y debe convertirlo en auténtico pa-
radigma de vida pastoral -teórica y práctica- para toda la iglesia
diocesana".
297.   Procurará el obispo que, para formar parte del Cabil-
do, llame a sacerdotes expertos que destaquen por su doctrina
y vida sacerdotal ejemplar, los que tienen oficios de importan-
cia en la diócesis.


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298.    El Cabildo tendrá un presidente, un primus inter pares.
que sea el moderador de las reuniones; un secretario que levante
actas y un tesorero que vea y administre los bienes capitulares.
299.   Oficio especial en el seno del Cabildo catedralicio es
el de penitenciario, con la importante función de absolver de
las censuras canónicas.
3.3 El Consejo de Asuntos Económicos
300.   El Concilio Vaticano II se expresa así en el decreto
Presbiterorum Ordinis en el n. 17: "los bienes eclesiásticos
propiamente dichos, como lo pide la naturaleza de la cosa, los
administrarán los sacerdotes, observando lo que dispongan
las leyes eclesiásticas, con la ayuda, en cuanto fuere posible
de laicos peritos". A los mismos laicos el Concilio en el de-
creto Apostolicam Actuositatem, en el n. 10 menciona que con
la ayuda de su pericia, puede hacerse más eficaz la adminis-
tración de los bienes. A su vez, el Directorio para los Obispos,
Ecciesiae Imago, hace mención del criterio comunitario, de tal
manera que la corresponsabilidad recae en Obispo, en el clero
y en los fieles según su capacidad. El Directorio Apostolorum
Succesores insiste en que para formar parte de este organis-
mo los fieles sean "seleccionados por su conocimiento de la
materia económica y del derecho civil, dotados de reconocida
honestidad y de amor a la Iglesia y al apostolado". Más aún.
menciona que habrá de incluirse a los diáconos permanentes
según sus disposiciones, n. 192. No menos el Código de De-
recho Canónico recalca la necesidad de que los fieles subven-
gan a las necesidades de la Iglesia también con su trabajo: cc
208, 212 §3 y 22 §1.
301.   Como una respuesta a estas disposiciones, el Códi-
go de Derecho Canónico dispone que el Consejo de Asuntos


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Económicos que ha de presidir el Obispo diocesano o un delegado  suyo, ha de constar, por lo menos de tres miembros
expertos en materia económica, en derecho civil v de pro-
bada integridad (Cfr c. 492). Con ellos el obispo diocesano
examinará los proyectos, las obras, los balances, los planes,
etc. Este Consejo deberá ser consultado en los actos de admi-
nistración que sean de mayor importancia y en los actos de
administración extraordinaria.
Conclusión
302.   E] compromiso por impulsar una Nueva Etapa Evan-
gelizadora en nuestra iglesia angelopolitana no puede pres-
cindir de las estructuras gubernamentales y administrativas,
incluidos sus respectivos consejos, el énfasis que queremos
destacar aquí es que tales estructuras han de estar inspiradas
en el Evangelio y orientadas por la organización pastoral a fin
de que nuestra Iglesia pueda cumplir su misión en las tres fun-
ciones o tareas primordiales que señalamos en el capítulo ter-
cero de este Documento: profética, litúrgica y de conducción.