sábado, 3 de diciembre de 2016

5º SÍNODO DIOCESANO CAPÍTULO CUARTO

CAPITULO CUARTO
CON PROCESOS DE FORMACIÓN EN LOS
DIVERSOS LUGARES ECLESIALES
Los procesos y lugares deformación
Introducción
158.   A partir del Concilio Vaticano II y con la riqueza del
Magisterio posconciliar, nuestras iglesias en América Latina
han intensificado y enriquecido su reflexión a fin de encontrar
las mejores maneras de evangelizar en medio de un contexto
tan lleno de contradicciones, de esperanzas, de conflictos y
de oportunidades. Frutos relevantes de estos procesos de re-
flexión son los Documentos Conclusivos de las últimas cuatro
Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano a
los que hemos de acudir con frecuencia para avanzar en nues-
tra tarea, convencidos de que la evangelización, como voca-
ción y tarea de la Iglesia, no termina nunca, se está realizando
permanentemente.
159.   Convencidos de nuestra vocación, conscientes de que
nuestro compromiso evangelizador se une al de generaciones
anteriores y asumiendo los desafíos y oportunidades de nues-
tro tiempo, al emprender Una Nueva Etapa Evangelizadora
desde la ministerialidad de la Iglesia comunión para promover
la acción salvadora de Jesucristo sentimos el compromiso de
revisar y renovar nuestros procesos de formación, de manera
que sea integral, gradual y permanente, en respeto y atención
a las personas y a las comunidades (1), así como reconocer y
aprovechar los diversos lugares donde dicha formación ha de
procurarse (2). Estos son los dos grandes apartados en los que
estructuramos este Cuarto capítulo de nuestro Documento.

79
1. Los procesos de formación

160.   La vocación y el compromiso de ser hoy discípulos mi-
sioneros de Jesucristo en América Latina y El Caribe y, por lo
tanto en nuestra iglesia Angelopolitana, nos exige una clara y de-
cidida opción por la formación de los miembros de nuestras co-
munidades, cualquiera sea la función que desarrollen en la Iglesia.
161.   En esta tarea no hemos de apartar la mirada de nuestro
Maestro, Jesús, quien formó personalmente a sus discípulos y
apóstoles. Jesucristo nos da el método: "Vengan y vean" (Jn 1,
39), "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Con per-
severante paciencia y sabiduría. Jesús invitó a todos a su segui-
miento; a quienes aceptaron seguirlo, los introdujo en el misterio
del Reino de Dios, y, después de su muerte y resurrección, los
envió a predicar la Buena Nueva con la fuerza de su Espíritu. Su
estilo se vuelve emblemático para los formadores y cobra espe-
cial relevancia cuando pensamos en la paciente tarea formativa
que la Iglesia debe emprender en el nuevo contexto sociocultural
de América Latina. Con Jesucristo y como Él podemos contri-
buir al desarrollo de las potencialidades de las personas y favore-
cer así su formación como discípulos misioneros (Cfr. DA 276).
162.   No hay que perder de vista que el itinerario formativo del
seguidor de Jesús hunde sus raíces en la naturaleza dinámica de la
persona y en la invitación personal de Jesucristo que llama a los
suyos por su nombre, y éstos lo siguen porque conocen su voz. El
Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos y
los atraía; el seguimiento es fruto de una fascinación que responde
al deseo de realización humana, al deseo de vida plena. El discí-
pulo es alguien apasionado por Cristo, a quien reconoce como el
Maestro que lo conduce y acompaña (Cfr. DA 277).
163. En los procesos de formación de los discípulos misioneros hemos de atender los cinco aspectos fundamentales que destaca Aparecida y que aparecen de diversa manera en cada

80
Etapa del camino de formación compenetrándose íntimamente  y alimentándose entre sí (Cfr. DA 278):
- El Encuentro con Jesucristo. Quienes serán sus dis-
cípulos ya lo buscan (Cfr. Jn 1, 38), pero es el Señor
quien los llama: "Sigúeme" (Me 1, 14; Mt 9, 9). Se ha
de descubrir el sentido más hondo de la búsqueda y se
ha de propiciar el encuentro con Cristo que da origen
a la iniciación cristiana. Este encuentro debe renovarse
constantemente por el testimonio personal, el anuncio
del kerygma y la acción misionera de la comunidad. El
kerygma no sólo es una etapa, sino el hilo conductor de
un proceso que culmina en la madurez del discípulo de
Jesucristo. Sin el kerygma, los demás aspectos de este
proceso están condenados a la esterilidad.
- La Conversión. Es la respuesta inicial de quien ha escucha-
do al Señor con admiración, cree en El por la acción del
Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando
su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo,
consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida.
- El Discipulado. La persona madura constantemente en el
conocimiento, amor y seguimiento de Jesús maestro, pro-
fundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de
su doctrina. Para este paso, es de fundamental importancia
la catequesis permanente y la vida sacramental, que forta-
lecen la conversión inicial y permiten que los discípulos
misioneros puedan perseverar en la vida cristiana y en la
misión en medio del mundo que los desafía.
- La Comunión. No puede haber vida cristiana sino er
comunidad: en las familias, las parroquias, las comu-
nidades de vida consagrada- las comunidades de base, otras pequeñas comunidades y movimientos.  Como los primeros cristianos, que se reunían en comunidad, el discípulo participa en la vida de la Iglesia y en el en-


81
cuentro con los hermanos, viviendo el amor Cristo 
en la vida fraterna solidaria.
La Misión. El discípulo, a medida que conoce y ama
a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con
otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anun-
ciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el
amor y el servicio en la persona de los más necesitados,
en una palabra, a construir el Reino de Dios. La misión
es inseparable del discipulado, por lo cual no debe en-
tenderse como una etapa posterior a la formación.
164.   La formación obedece a un proceso integral, es decir,
comprende varias dimensiones, todas armonizadas entre sí en
unidad vital. En la base de estas dimensiones está la fuerza
del anuncio kerygmático. El poder del Espíritu y de la Palabra
contagia a las personas y las lleva a escuchar a Jesucristo, a
creer en Él como su Salvador, a reconocerlo como quien da
pleno significado a su vida y a seguir sus pasos. El anuncio se
fundamenta en el hecho de la presencia de Cristo Resucitado
hoy en la Iglesia, y es el factor imprescindible del proceso de
formación de discípulos y misioneros. Al mismo tiempo, la
formación es permanente y dinámica, de acuerdo con el desa-
rrollo de las personas y al servicio que están llamadas a pres-
tar, en medio de las exigencias de la historia (Cfr. DA 279).
165.   Asumiendo las enseñanzas de Aparecida, no hay que
perder de vista que la formación del discípulo misionero abar-
ca diversas dimensiones que deberán ser integradas armónica-
mente a lo largo de todo el proceso formativo (Cfr. DA 280).
- La Dimensión Humana y Comunitaria. Esta dimensión
tiende a acompañar procesos de formación que lleven
a asumir la propia historia y a sanarla, en orden a vol-
verse capaces de vivir como cristianos en un mundo

82
Plural, con equilibrio, fortaleza, serenidad y libertad interior.
La Dimensión Espiritual. Es la dimensión formativa que
funda el ser cristiano en la experiencia de Dios, manifes-
tado en Jesús, y que lo conduce por el Espíritu a través
de los senderos de una maduración profunda. Por medio
de los diversos carismas, se arraiga la persona en el ca-
mino de vida y de servicio propuesto por Cristo, con un
estilo personal.
La Dimensión Intelectual. El encuentro con Cristo, Palabra
hecha Carne, potencia el dinamismo de la razón que busca
el significado de la realidad y se abre al Misterio. Se ex-
presa en una reflexión seria, puesta constantemente al día
a través del estudio que abre la inteligencia, con la luz de
la fe, a la verdad. También capacita para el discernimiento,
el juicio crítico y el diálogo sobre la realidad y la cultura.
La Dimensión Pastoral y Misionera. Proyecta hacia
la formación de discípulos misioneros al servicio del
mundo. Habilita para proponer proyectos y estilos de
vida cristiana atrayentes, con intervenciones orgánicas
y de colaboración fraterna con todos los miembros de
la comunidad. Contribuye a integrar evangelización y
pedagogía, comunicando vida y ofreciendo itinerarios
pastorales acordes con la madurez cristiana, la edad y
otras condiciones propias de las personas o de los gru-
pos. Incentiva la responsabilidad de los laicos en el
mundo para construir el Reino de Dios.
166.   Llegar a la estatura de la vida nueva en Cristo, iden-
tificándose profundamente con Él y su misión, es un camino
largo, que requiere itinerarios diversificados, respetuosos de
los procesos personales y de los ritmos comunitarios, con-



83
tinuos y graduales.  En la diócesis, el eje central deberá ser un proyecto orgánico de formación, aprobado por el obispo
y elaborado con los organismos diocesanos competentes, te-
niendo en cuenta todas las fuerzas vivas de la Iglesia parti-
cular: asociaciones, servicios y movimientos, comunidades
religiosas, pequeñas comunidades, comisiones de pastoral so-
cial, y diversos organismos eclesiales que ofrezcan la visión
de conjunto y la convergencia de las diversas iniciativas. Se
requieren, también, equipos de formación convenientemente
preparados que aseguren la eficacia del proceso mismo y que
acompañen a las personas con pedagogías dinámicas, activas
y abiertas (Cfr. DA 281).
167.   Cada sector del Pueblo de Dios pide ser formado y
acompañado, de acuerdo con la peculiar vocación y ministe-
rio al que ha sido llamado: el obispo que es el principio de la
unidad en la diócesis mediante el triple ministerio de enseñar,
santificar y gobernar; los presbíteros, cooperando con el mi-
nisterio del obispo, en el cuidado del pueblo de Dios que les
es confiado; los diáconos permanentes en el servicio vivifi-
cante, humilde y perseverante como ayuda valiosa para obis-
pos y presbíteros; los consagrados y consagradas en el segui-
miento radical del Maestro; los laicos y laicas que cumplen su
responsabilidad evangelizadora colaborando en la formación
de comunidades cristianas y en la construcción del Reino de
Dios en el mundo (Cfr. DA 282).
168.   Destacamos que la formación de los laicos y laicas
debe contribuir, ante todo, a una actuación como discípulos
misioneros en el mundo, en la perspectiva del diálogo y de
la transformación de la sociedad. Es urgente una formación
específica para que puedan tener una incidencia significati-
va en los diferentes campos, sobre todo "en el mundo vasto
de la política, de la realidad social y de la economía, como
también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida
internacional, de los medios y de otras realidades abiertas a la
evangelizaron" (EN 70; Cfr. DA 283).



84
169.  Es necesario formar a los discípulos en una espiri
tualidad de la acción misionera, que se basa en la docilidad
al impulso del Espíritu, a su potencia de vida que moviliza y
transfigura todas las dimensiones de la existencia. No es una
experiencia que se limita a los espacios privados de la devo-
ción, sino que busca penetrarlo todo con su fuego y su vida.
El discípulo misionero, movido por el impulso y el ardor que
proviene del Espíritu, aprende a expresarlo en el trabajo, en el
diálogo, en el servicio, en la misión cotidiana (Cfr. DA 284).
170.   Cuando el impulso del Espíritu impregna y motiva
todas las áreas de la existencia, entonces también penetra y
configura la vocación específica de cada uno. Cada una de
las vocaciones tiene un modo concreto y distintivo de vivil
la espiritualidad que da profundidad y entusiasmo al ejercicio
concreto de sus tareas. Así, la vida en el Espíritu no nos cierra
en una intimidad cómoda, sino que nos convierte en personas
generosas y creativas, felices en el anuncio y el servicio misio-
nero. Nos vuelve comprometidos con los reclamos de la reali-
dad y capaces de encontrarle un profundo significado a todo le
que nos toca hacer por la Iglesia y por el mundo (Cfr. DA 285).
2. Los lugares eclesiales de formación
171.   Al considerar los procesos de formación recordamos
que no puede haber vida cristiana sino en comunidad. Aho-
ra nos detenemos a considerar las comunidades eclesiales en
cuanto que son lugares eclesiales para la formación de los dis-
cípulos misioneros que las conforman, sin negar el aporte de
otras instituciones específicamente orientadas a este fin.


85
2.1 La familia y la parroquia
172.   Para favorecer la formación de los discípulos misioneros
en la Nueva Etapa Evangelizadora que hemos venido delineando,
una importancia destacada hay que dar a la familia y a la parro-
quia, dos lugares fundamentales para la formación de los discípu-
los misioneros, la primera, como comunidad natural básica para
nacer y crecer en la fe; la segunda, como la comunidad de comu-
nidades, primera estructura donde se experimenta la vida de la
iglesia particular y desde donde nos abrimos a la Iglesia universal.
a. La familia
173.   En el seno del apostolado evangelizador de los laicos,
es imposible dejar de subrayar la acción evangelizadora de la
familia. Ella ha merecido muy bien, en diferentes momentos de
la historia y en el concilio vaticano II, el hermoso nombre de
"iglesia doméstica" (Cfr. LG 11;AA 11). Esto significa que, en
cada familia cristiana, deberán reflejarse los diversos aspectos
de la Iglesia entera. Por otra parte, la familia, al igual que la
Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido
y desde donde éste se irradia. Dentro de una familia consciente
de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y
son evangelizados. Los padres no sólo comunican a los hijos
el Evangelio, sino que pueden, a su vez, recibir de ellos este
mismo Evangelio profundamente vivido (Cfr. EN 71).
174.   La familia, "patrimonio de la humanidad", constituye
uno de los tesoros más valiosos de los pueblos latinoamerica-
nos. Ella ha sido, es y ha de seguir siendo el espacio y la escuela
de comunión, fuente de valores humanos y cívicos, hogar en el
que la vida humana nace v se acoge generosa y responsable


86
mente. Para que la lamilla sea "escuela de la fe” y pueda ayu-
dar a los padres a ser los primeros catequistas de sus hijos, la
pastoral familiar debe ofrecer espacios formativos, materiales
catequéticos, momentos celebrativos, que le permitan cumplir
su misión educativa. La familia está llamada a introducir a los
hijos en el camino de la iniciación cristiana. La familia, peque-
ña Iglesia, debe ser, junto con la Parroquia, el primer lugar para
la iniciación cristiana de los niños (Cfr. DA 302).
175.   Es un deber de los padres, especialmente a través de
su ejemplo de vida, la educación de los hijos para el amor
como don de sí mismos, y les han de brindar la ayuda que
esté a su alcance para que descubran su vocación de servicio,
sea en la vida laical como en la consagrada. De este modo,
la formación de los hijos como discípulos de Jesucristo, se
opera en las experiencias de la vida diaria en la familia mis-
ma. Los hijos tienen el derecho de poder contar con el padre
y la madre para que cuiden de ellos y los acompañen hacia la
plenitud de vida. La "catcquesis familiar", implementada de
diversas maneras, se ha revelado como una ayuda exitosa a la
unidad de las familias, ofreciendo, además, una posibilidad
eficiente de formar a los padres de familia, los jóvenes y los
niños, para que sean testigos firmes de la fe en sus respectivas
comunidades (Cfr. DA 303).
176.   La educación de los hijos debe estar marcada por un
camino de transmisión de la fe, experiencia que se dificulta
por el estilo de vida actual, por los horarios de trabajo y por la
complejidad del mundo de hoy donde muchos llevan un ritmo
frenético para poder sobrevivir. Sin embargo, el hogar debe
seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones
y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo. La fe
es don de Dios, recibida en el bautismo, y no es el resultado
de una acción humana, pero los padre son instrumentos de
Dios para su maduración y desarrollo. La transmisión de la fe
supone que los padres vivan la experiencia real de confiar en Dios y de buscarlo.  Esto requiere que imploremos la acción


87
De Dios en los corazones, allí donde no podemos llegar, pues sabemos que no somos dueños del don sino sus administrado-
res cuidadosos, nuestro empeño creativo es una ofrenda que
nos permite colaborar con la iniciativa de Dios. Por ello han
de ser valorados los cónyuges, madres y padres, como sujetos
activos de la catequesis. Es de gran ayuda la catequesis fami-
liar, como método eficaz para formar a los jóvenes padres de
familia y hacer que tomen conciencia de su misión de evan-
gelizadores de su propia familia (Cfr. AL 287).
177.   Los padres que quieren acompañar la fe de sus hijos
están atentos a sus cambios, porque saben que la experiencia
espiritual no se impone sino que se propone a su libertad. Es
fundamental que los hijos vean de una manera concreta que
para sus padres la oración es realmente importante. Por esos
los momentos de oración en familia y las expresiones de la
piedad popular pueden tener mayor fuerza evangelizadora que todas las catequesis y que todos los discursos (Cfr. AL 288).
178.   El ejercicio de transmitir a los hijos la fe, en el sen-
tido de facilitar su expresión y crecimiento, ayuda a que la
familia se vuelva evangelizadora, y espontáneamente empie-
ce a transmitirla a todos los que se acercan a ella y aun fuera
del propio ámbito familiar. Los hijos que crecen en familias
misioneras a menudo se vuelven misioneros (Cfr. Me 2,16;
Mt 11,19; Jn 4,7-26; AL 289).
179.   La familia se convierte en sujeto de la acción pasto-
ral mediante el anuncio explícito del Evangelio y el legado
de múltiples formas de testimonio, entre las cuales se pueden
destacar la solidaridad con los pobres, la apertura a la diver-
sidad de las personas, la custodia de la creación, la solidari-
dad moral y material hacia las otras familias, sobre todo a las
más necesitadas, el compromiso con la promoción del bien común, incluso mediante la transformación de las estructuras sociales injustas a partir del territorio en el cual la familia vive, practicando las obras de misericordia corporal y espiri-

88
tual.  También en el corazón de cada familia hay que hacer re-
sonar el kerygma, a tiempo y a destiempo, para que ilumine el
camino; todos deberíamos ser capaces de decir, a partir de le
vivido en nuestras familias: "nosotros lo reconocemos y cree-
mos en el amor que Dios nos tiene" (Un 4,16; Cfr. AL 290).
b. La parroquia
180.   Las parroquias son células vivas de la Iglesia y luga-
res privilegiados en los que la mayoría de los fieles tienen una
experiencia concreta de Cristo y de su Iglesia. Encierran una
inagotable riqueza comunitaria porque en ellas se encuentra
una inmensa variedad de situaciones, de edades, de tareas.
Sobre todo hoy, cuando la crisis de la vida familiar afecta a
tantos niños y jóvenes, las parroquias brindan un espacio co-
munitario para formarse en la fe y crecer comunitariamente
(Cfr. DA 304).
181.   Por tanto, debe cultivarse la formación comunitaria,
especialmente en la parroquia. Con diversas celebraciones e
iniciativas, principalmente con la Eucaristía dominical, que
es "momento privilegiado del encuentro de las comunidades
con el Señor resucitado", los fieles deben experimentar la pa-
rroquia como una familia en la fe y la caridad, en la que mu-
tuamente se acompañen y ayuden en el seguimiento de Cristo
(Cfr. DA. 305).
182.   Si queremos que las Parroquias sean centros de irra-
diación misionera en sus propios territorios, deben ser tam-
bién lugares de formación permanente. Esto requiere que se
organicen en ellas variadas instancias formativas que asegu-
ren el acompañamiento y la maduración de todos los agentes pastorales y de los laicos insertos en el mundo (Cfr. DA 306)

89
2.2 Las pequeñas comunidades eclesiales y los
movimientos
183.   A partir de la formación que los discípulos misione-
ros experimentan en los lugares básicos de la familia y de la
parroquia, es necesario aprovechar y desarrollar las experien-
cias de las pequeñas comunidades y los movimientos ecle-
siales que han de favorecer la formación de sus miembros de
forma sistemática y permanente.
a. Las pequeñas comunidades eclesiales
184.   Para lograr que los bautizados vivan como auténticos
discípulos misioneros de Cristo, en la Nueva Etapa Evangeli-
zadora hemos de reconocer que en las pequeñas comunidades
eclesiales tenemos un medio privilegiado; ellas son lugares
de experiencia cristiana y evangelización que, en medio de
la situación cultural que nos afecta, secularizada y hostil a
la iglesia, se hacen todavía mucho más necesarias (Cfr. DA
307-308). Es indispensable suscitar en ellas una espiritualidad
sólida, basada en la Palabra de Dios, que las mantenga en ple-
na comunión de vida e ideales con la Iglesia local y, en parti-
cular, con la comunidad parroquial. Así la parroquia llegará a
ser "comunidad de comunidades" (Cfr. DA 309).
185.    Señalamos que es preciso reanimar los procesos de for-
mación de las pequeñas comunidades en nuestra diócesis pues en
ellas tenemos una fuente segura de vocaciones al sacerdocio, a la
vida religiosa y a la vida laical con especial dedicación al aposto-
lado. A través de las pequeñas comunidades también se ha de pro-
curar llegar a los alejados, a los indiferentes y a los que alimentan
descontento o resentimientos ante a la Iglesia (Cfr. DA 310).


90
b. Los movimientos eclesiales
186.   Los nuevos movimientos y las nuevas comunidades
son un don del Espíritu para la Iglesia. Los fieles encuentran
en ellos la posibilidad de formarse cristianamente y compro-
meterse apostólicamente hasta ser verdaderos discípulos mi-
sioneros; de esta manera ejercitan el derecho natural y bautis-
mal de libre asociación que señaló el Concilio. Es necesario
animar a los movimientos y asociaciones que muestran hoy
cierto cansancio o debilidad, e invitarlos a renovar su carisma
original que no deja de enriquecer la diversidad con que el
Espíritu se manifiesta y actúa en el pueblo cristiano (Cfr. DA
311). En el contexto actual, de nuevas situaciones y necesi-
dades, los movimientos y nuevas comunidades son una opor-
tunidad para que muchos alejados tengan una experiencia de
encuentro vital con Jesucristo y, así, recuperen su identidad
bautismal y su activa participación en la vida de la Iglesia.
187.   Para aprovechar mejor los carismas y servicios de los
movimientos eclesiales en el campo de la formación de los
laicos, es necesario respetar sus carismas y su originalidad.
procurando que se integren más plenamente a la estructura
originaria que se da en la Diócesis. A la vez, es necesario que
la comunidad diocesana acoja la riqueza espiritual y apostó-
lica de los movimientos. Es verdad que los movimientos de-
ben mantener su especificidad, pero dentro de una profunda
unidad con la Iglesia particular, no sólo de fe sino de acción.
misma que ha de ser discernida por el obispo para favorecer
la necesaria integración de los movimientos en la vida dio-
cesana, apreciando la riqueza de su experiencia comunitaria.
formativa y misionera (Cfr. DA 313).


91
2.3 Los centros educativos católicos
188.   Miramos con gratitud los esfuerzos de formación
en la fe que se realizan, de forma sistemática y curricular,
en nuestros centros educativos católicos, la catequesis que
conduce a la recepción de los sacramentos para completar la
iniciación cristiana y la formación que se amplía a la comu-
nidad educativa: padres de familia, profesores, ex-alumnos,
maestros y personas que de alguna manera se vinculan a la
Institución. Aunque hace falta avanzar en estos campos, re-
conocemos también el acercamiento de las instituciones de
educación católica con las parroquias y grupos de pastoral,
apreciamos la actitud de acogida que se brinda a los alumnos
y familias no católicas y los programas sociales solidarios que
se promueven (apoyo a niños en situación de calle, centros
de acogida, comedores, despensas, etc.), conscientes de que
necesitamos generar propuestas mucho más creativas que im-
pacten en los cambios sociales que se requieren.
189.   Hacemos nuestro el señalamiento de Aparecida cuan-
do hace ver que la emergencia educativa que estamos vivien-
do se deriva de las "reformas educativas" centradas preva-
lentemente en la adquisición de conocimientos y habilidades
marcadas por un claro reduccionismo antropológico, ya que
conciben la educación en función de la producción, la com-
petitividad y el mercado. A ello se suma que con frecuencia
propician la inclusión de factores contrarios a la vida, a la
familia y a una sana visión de la sexualidad (Cfr. DA 328).
190.   Somos conscientes de las situaciones y necesidades de
nuestros jóvenes: una mentalidad y una forma de cultura que
llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado
mismo de la verdad y del bien, en definitiva, de la bondad de
la vida; nuestros jóvenes manifiestan desinterés y apatía ante
lo religioso institucional, quieren las cosas rápidamente, algo


92
que nos les de tanta ansiedad al estar callados y sentados, “En
este contexto se hace difícil transmitir de una generación a otra
algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos creí-
bles en tomo a los cuales construir la propia vida"16.
191.   Ya el Concilio Vaticano 11 nos indicó que la verdadera
educación se propone la formación de la persona humana en
orden a su fin último y al bien de las sociedades de las que
es miembro y en cuyas responsabilidades participará cuandc
adulto (Cfr. GE); se trata de una educación integral, mediante
la asimilación sistemática y crítica de la cultura (Cfr. DA 329).
Desde los centros educativos católicos hemos de asumir las
orientación del Papa Juan Pablo II que proyecta las enseñanzas
conciliares: "La educación consiste en que el hombre llegue a
ser más hombre, que pueda ser más y no sólo que pueda tener
más, y que en consecuencia a través de todo lo que tiene, de
todo lo que posee, sepa ser más plenamente hombre"17.
192.   También desde la educación católica hemos de insis-
tir en que los primeros educadores son los padres de familia.
mientras que los educadores en los centros educativos hemos
de asumir nuestro propio llamado: a ofrecer una formación
integral, corporal, espiritual, cognitiva, sociopolítica, estética.
afectiva y comunicativa; a presentar los valores evangélicos
de forma pertinente y atrayente; a discernir los signos de los
tiempos; a entrar en el diálogo fe-cultura-ciencias-religiones.
para lo cual es indispensable clarificar el proyecto educativo.
tener bien clara nuestra misión y nuestra visión; a construir co-
munidad con todos, alumnos, profesores, administrativos, di-
rectivos, padres de familia, ex alumnos, etc. Para responder a
nuestra vocación hemos de asumir el camino de la conversión
que se ha de manifestar en no pocas transformaciones: pasar de
la prioridad de la acción, al cuidado de la contemplación y del

16      Benedicto XVI. Mensaje a la Diócesis de Roma sobre la tarea
urgente de la educación. Vaticano, 21 de enero de 2008.
17      Discurso de SS Juan Pablo II a la XXXIV Asamblea General de
la Naciones Unidas, 2 de octubre de 1979.

93
Afecto, al encuentro compasivo y solidario con cada uno de los miembros de la comunidad escolar; pasar de los procesos de-
ductivos a los inductivos; de la transmisión de conocimientos a
la comunicación de una vivencia; pasar de un acompañamiento
que regula y controla, a la propuesta de espacios de crecimiento
fraterno. En fin, que trabajemos por una educación que forme
mejores personas y que partamos de la experiencia gozosa de
nuestra propia fe. Si no tenemos una experiencia gozosa de fe
difícilmente vamos a volvemos buenos transmisores en el sen-
tido de compartir y contagiar una esperanza.
193.   Para generar una educación que de sentido a la vida
necesitamos al menos tres actitudes:
- Respeto y acogida empática de nuestro tiempo. Evitar
correr en paralelo con la cultura emergente y cultivar,
en cambio, una actitud espiritual benevolente hacia
ella, una actitud marcada por el asombro y el gozo por
todo lo bueno de que es portadora.
- Amor a la verdad. A la acogida empática de la cultura
debe seguir un esfuerzo lúcido, serio y ordenado por
abrir las puertas a la verdad, acogerla y difundirla; la
verdad como búsqueda y como aporte irrenunciable
(Cfr. DA 336).
- Valorar el diálogo que ha de llevamos a la búsqueda
compartida y respetuosa de la verdad y de la comunión.
El diálogo hunde sus raíces en el respeto por todo lo
que Dios ha puesto de verdad en cada persona, en cada
tradición; no perdamos de vista que es el camino de
humanización, de dignidad, de comprensión y de paz.
194.   Asimismo necesitamos tener claridad respecto al
sujeto de la educación, tener claridad respecto a la persona
humana y su vocación trascendente. La educación presupone


94

y comporta una determinada concepción del hombre y de la
vida: un hombre con conciencia de la propia dignidad, abier-
ta, solidaria con los demás, capaz de relacionarse, consciente
de la propia vocación, capaz de libertad, con autodominio,
reflexión y pensamiento crítico; con un profundo sentido de
justicia y de servicio, con una fe que anima la vida; con com-
petencias profesionales para cumplir adecuadamente las ta-
reas de la vida y al mismo tiempo, para aportar al desarrollo
solidario de los demás (Cfr. DA 336. 341).
195.   Se nos exige tener claridad respecto al proyecto edu-
cativo, esto significa emprender el camino de educar en y para
la libertad, en y para la responsabilidad, en y para el amor y la
solidaridad (Cfr. GS 1; DA 332. 334. 335), a la vez que nece-
sitamos tener claridad respecto a la dirección del desarrollo de
la sociedad actual, lo cual nos debe llevar a crear una verdade-
ra cultura globalizada de la solidaridad y a colaborar con los
medios legítimos en la reducción de los efectos negativos de
la globalización, como son el dominio de los más fuertes so-
bre los más débiles y la pérdida de los valores locales. Educaí
para que no domine el criterio del lucro, sino el de la búsque-
da del bien común, la distribución equitativa de los bienes y la
promoción integral de los pueblos (Cfr. DA 339).
196.   Es indispensable que avancemos en la comprensiór
de la misión mediadora del educador. La vocación y misiór
del educador no es la de un mercader que entrega un cúmu-
lo de saberes para hacer del alumno una persona competitiva
en el mercado o un tecnócrata; el maestro es un mediadoi
del descubrimiento y de la progresiva maduración humana y
divina; un mediador que acompaña a sus alumnos hacia su
plena madurez de la libertad y la rectitud de conciencia, hacia
la capacidad de amar y ser amado y hacia los horizontes de la
solidaridad y de la comunión. El maestro ha de ofrecer a los
alumnos razones de vida y de esperanza, su tarea educativa
nace del amor a ellos.


95
197.   Requerimos tener claridad respecto a la dimensión religiosa y trascendente de la persona humana. El encuentro de
la persona con Dios es siempre un acontecimiento personal,
una respuesta al don de la fe que por su naturaleza es un acto
libre; la educación, incluida la católica, no pide la adhesión a
la fe, pero su misión es prepararla, debe crear las condiciones
para que la persona desarrolle la aptitud de la búsqueda y se
oriente a descubrir el misterio del propio ser, hasta llegar al
umbral de la fe. La misión de la educación católica es llevar a
los jóvenes hacia un proyecto de ser humano en el que habite
Jesucristo con el poder transformador de su vida nueva (Cfr.
DA 332); su meta es la de conducir al encuentro con Jesucris-
to vivo. Hijo del Padre, hermano y amigo. Maestro y Pastor,
camino, verdad y vida (Cfr. DA 336) y lo hace colaborando en
la construcción de la personalidad de los alumnos, teniendo
a Cristo como referencia en el plano de la mentalidad y de la
vida. Tal referencia le ayudará a ver la historia como Cristo la
ve, a juzgar la vida como Él lo hace. Por la fecundidad mis-
teriosa de esta referencia la persona se construye en unidad
existencial, o sea, asume sus responsabilidades y busca el sig-
nificado último de su vida. Como consecuencia, maduran y re-
sultan connaturales las actitudes humanas que llevan a abrirse
sinceramente a la verdad, a respetar y amar a las personas, a
expresar su propia libertad en la donación de sí y en servicio a
los demás para la transformación de la sociedad (Cfr. DA 336).
198.   Es necesario procurar que la educación en la fe de
parte de las instituciones católicas sea integral y transversal
en todo el curriculum, que tenga en cuenta los procesos de
formación para el encuentro con Cristo y para crecer como
discípulos misioneros suyos, insertando en ella verdaderos
procesos para completar la iniciación cristiana. Asimismo, se
recomienda que la comunidad educativa, como auténtica co-
munidad eclesial y centro de evangelización, asuma su rol de
formadora de discípulos misioneros en todos sus estamentos (Cfr DA 338).


96
199.   No son pocas las instituciones de educación superior de
inspiración, o abiertamente de denominación, católica; es nece-
saria en ellas una pastoral universitaria que acompañe la vida y
el caminar de todo los miembros de la comunidad, promoviendo
un encuentro personal y comprometido con Jesucristo así como
múltiples iniciativas solidarias y misioneras (Cfr. DA 343). Para
insertar estos esfuerzos en una pastoral orgánica es indispensable
establecer vínculos sólidos con las parroquias y con los organis-
mos diocesanos de pastoral. Por otro lado, es necesario que favo-
rezcamos una mayor utilización de los servicios que ofrecen los
institutos de formación teológica pastoral ya existentes en nues-
tra Diócesis y que se promueva una más adecuada relación entre
los mismos para aprovechar mejor los esfuerzos, los recursos y
las potencialidades en favor de la formación de los laicos (Cfr.
DA 345).
200.   No hay que olvidar que un principio irrenunciable
para la iglesia es la libertad de enseñanza ni que el amplio
ejercicio del derecho a la educación reclama, como condición
para su auténtica realización, la plena libertad de que debe
gozar toda persona para elegir la educación que considere
conforme a los valores que más estima y que considera indis-
pensables para sus hijos (Cfr. DA 339).
2.4 El Seminario Palafoxiano y la formación
permanente del presbiterio
201.   Tenemos claro que nuestra comunión eclesial se
construye desde la común y fundamental dignidad que se nos
regala en el bautismo y desde la diversidad de vocaciones es-
pecíficas, carismas, ministerios y funciones que el Espíritu no
cesa de suscitar. A partir de esta eclesiología asumimos que la
evangelización es tarea de todos y nos alegramos de que sea cada vez más reconocido e incorporado el aporte de los laicos

97
En la vida y misión de la Iglesia; sin embargo, no hay que per-
der de vista la importancia de la vida y ministerio de quienes
han sido configurados con Cristo pastor, cabeza y esposo de
esta comunidad creyente y peregrina: el sacerdocio ministe-
rial al servicio del sacerdocio común de los fieles.
202.   Para impulsar la Nueva Etapa Evangelizadora en
nuestra Diócesis será de suma importancia procurar una ade-
cuada Pastoral Vocacional Presbiteral, desde la promoción
hasta la formación inicial y permanente, cuidando que la di-
mensión vocacional sea el eje transversal en todo el proceso
de acompañamiento de quienes son llamados al ministerio or-
denado diocesano. Para realizar esta tarea será indispensable
aprovechar la riqueza de reflexión que la Iglesia nos ofrece y
observar la normativa que establece en los diferentes niveles
de su Magisterio: universal, continental y nacional.
203.   De acuerdo a esta enseñanza, a lo largo de todas las
etapas de esta pastoral, desde la promoción previa al ingre-
so al Seminario hasta la formación permanente, se deberá
procurar no solamente una formación gradual y progresiva
que contemple la compleja realidad en medio de la cual se
realizan estos procesos, sino también una formación integral
que incluya la dimensión humana, espiritual, intelectual y
pastoral, ya que "Los presbíteros son llamados a prolongar
la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su
estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio
del rebano que les ha sido confiado... son una representación
sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor... Que existen y
actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edifi-
cación de la Iglesia, personificando a Cristo y actuando en su
nombre" (PDV 15; Cfr. PDV 12. 43). De ahí la necesidad de
que aquellos discípulos misioneros que han sido llamados por
Dios para desempeñar libre, generosa y voluntariamente este
ministerio, deberán prepararse adecuadamente para responder
a las exigencias de dicha misión.


98
204 La espiritualidad que se ha de favorecer mediante los procesos formativos a lo largo de todas las etapas ha de estar
marcada por su orientación a la configuración con Cristo pastor,
cabeza y esposo de la Iglesia y debe ser, por tanto, profunda-
mente trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesial, pasto-
ral, misionera y encamada en el mundo de hoy (Cfr. OT 8); ha
de distinguirse también por un profundo amor a la Iglesia hasta
dar la vida por ella como el mismo Cristo y por la relación de
encuentro y entrega compasiva y liberadora en favor del hom-
bre (Cfr. DP 281; PDV 49). Siendo la dirección espiritual un
medio de gran valor en la progresiva maduración de la respues-
ta vocacional, se ha de remarcar su importancia y favorecer
su práctica para que el llamado la procure libre, convencida y
responsablemente (PDV 81; Cfr. CIC 246 § 4; SCDE 66-72).
205.   Mediante la formación intelectual, los que han sido lla-
mados por este camino han de avanzar en su configuración de
acuerdo al perfil sapiencial del pastor, de modo que conozcan,
crean, amen y afirmen la verdad, desarrollando un conocimiento
amplio y sólido de las ciencias sagradas y una cultura, general en
consonancia con nuestro tiempo que los capacite para anunciar
adecuadamente el Evangelio a los hombres y los lleve a dialogar
y a discernir críticamente la cultura de nuestro tiempo (Cfr. CIC
248; RFIS 59; VS 32; 62-64; NMI 54-56; DA 323; OBESM 1).
206.   Nunca hemos de perder de vista que la vocación sa-
cerdotal, en cuanto llamado de Dios, únicamente puede enten-
derse desde el misterio de la Iglesia, no como un simple deseo
personal sino como un regalo de Cristo a su Iglesia y desde
ella para la humanidad. De ahí que quienes han sido llamados,
con la ayuda y el ejemplo de sus formadores han de profundi-
zar en su misterio, comunión y misión y han de desarrollar su
sentido de pertenencia a ella, para amarla y entregarse a ella
como signo de su fidelidad a Cristo (Cfr. PDV 12; Ef5,25), lo
cual exige que se favorezca a lo largo de todas las etapas una
adecuada relación con el obispo, con el presbiterio y con la
diócesis en general (Cfr. PDV 59).

99
207.   La pertenencia y el amor a la Iglesia se cultivan es-
pecialmente a través de la dimensión pastoral de la formación
mediante la cual se avanza en la apropiación existencia! de la
caridad pastoral como principio interior y dinámico que anima
toda la vida espiritual del sacerdote, a fin de que ella determine
su modo de pensar, de sentir, de juzgar y de actuar, y se cons-
tituya en pilar y centro unificador esencial de su vocación (Cfr.
PDV 23; 1 Pe 5,1-4). Desde esta dimensión hay que procurar
las mejores formas para una formación teórica y práctica es-
pecíficamente pastoral (Cfr. PDV 59; SD 1, 31, 54, 65, 121;
RFIS 94; CIC 255; DA 319 y 322), de manera que el presbítero
sea hombre de la misericordia y de la compasión, cercano a su
pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren
grandes necesidades (Cfr. DA 198).
208.   La construcción del Reino de Dios, centro de la predica-
ción de Jesucristo (Cfr. Me 1,15; Mt 3,2) y horizonte misionero
de la Iglesia, ha de ser el centro y el horizonte de la vida y la
misión del presbítero que la ha de procurar en medio de la cultura
actual, por lo cual, "el presbítero está llamado a conocerla para
sembrar en ella la semilla del Evangelio, es decir, para que el
mensaje de Jesús llegue a ser una interpelación válida, compren-
sible, esperanzadora y relevante para la vida del hombre y de la
mujer de hoy, especialmente para los jóvenes" (DA 194). En este
sentido, urge una seria formación en perspectiva misionera de
horizonte universal, en un espíritu genuinamente católico, que
habitúe a los llamados al ministerio ordenado a mirar más allá de
los límites de la propia diócesis, nación, rito... y a estar abiertos a
las necesidades de la Iglesia y del mundo, especialmente atentos
a los más alejado (Cfr. RM 67; DA 199).
209.   En los procesos formativos a lo largo de todas las eta-
pas de la Pastoral Vocacional Presbiteral, un cuidado especial
se ha de tener con la dimensión humana como fundamento in-
dispensable de toda la formación sacerdotal. Con ella se ha de
perseguir la formación gradual de hombres sanos, maduros,
responsables y equilibrados, honestos y veraces, capaces de

100
obrar en libertad, ecuánimes, aptos para tomar decisiones bien
ponderadas, virtuosos, disciplinados y alegres, que se esfuer-
cen por reflejar en si mismos la perfección humana que brilla
en el Hijo de Dios hecho hombre, a fin de que, desde una
actitud de diálogo que lleve a la comunión, sirvan de puente
y no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo
Redentor del hombre (Cfr. OT 11; PDV 43; DA 321 -322).
210.   De muchas maneras, a partir del Concilio Vaticano II,
en la enseñanza de la Iglesia ha quedado establecido que, ade-
más del protagonismo que corresponde a cada uno de los que
han sido llamados al ministerio ordenado, todos los miem-
bros de la Iglesia (obispos, formadores, seminaristas, profe-
sores, párrocos que acompañan en la práctica pastoral, laicos
comprometidos, personas consagradas, y familias) somos
corresponsables de la promoción y de la formación inicial y
permanente de los ministros ordenados. Es urgente que avan-
cemos en esta convicción y abramos los espacios adecuados
para la participación diferenciada y comprometida de todos,
lo cual no disminuye la exigencia de conformar los equipos
de formación de cada una de las etapas para acompañar todo
el proceso con la debida madurez humana, cristiana y sacer-
dotal, así como con la preparación adecuada de acuerdo a los
diferentes aspectos que la formación requiere en cada una de
las etapas de la Pastoral Vocacional Presbiteral.
a. La promoción vocacional presbiteral
211.   La Pastoral Vocacional Presbiteral ha de procurar las
mejores formas para brindar adecuados procesos de acom-
pañamiento que faciliten los procesos de discernimiento,
advirtiendo que toda vocación está orientada a la comunión
y misión de la Iglesia, pues todos somos llamados por Dios
para servirle y edificar su cuerpo místico mediante el don de

101
nosotros mismos en una vida de santidad, fundamento de la
promoción vocacional en general. Esta convicción impulsará
una pastoral de conjunto que tome en cuenta la dimensión
vocacional como eje transversal de cada pastoral específica.
212.   Si bien el fomento de las vocaciones sacerdotales
corresponde a toda la comunidad diocesana encabezada por
el obispo, es indispensable que el Centro Diocesano para la
Pastoral Vocacional impulse planes y proyectos que hagan
operativa y eficiente la participación diferenciada de todos.
b. El Seminario Menor
213.   Los planes, programas y proyectos de nuestro Semi-
nario Menor han de elaborarse, ejecutarse y evaluarse tomando
en cuenta la normativa de la Iglesia que presenta la vocación en
los seminarios menores con carácter germinal, destacando así
un sentido evolutivo y dinámico, no acabado, de la vocación
de un seminarista. De acuerdo a ello, el Seminario Menor se ha
de configurar como una comunidad educativa para cultivar los
gérmenes vocacionales de quienes a edad temprana presentan
indicios de esta vocación. No hay que dejar de considerar las
tres etapas, con sus respectivas características que engloban las
distintas edades de los alumnos en esta etapa: la pre-adolescen-
cia, que ordinariamente se da entre los 12 y 14 años y que puede
ser el momento de arranque vocacional; la primera adolescen-
cia, que se da alrededor de los 15 y 16 años y que es el tiempo
propicio para la construcción de la personalidad, también en
la dimensión vocacional, así como una significativa apertura a
los demás; y la segunda adolescencia, alrededor de los 17 y 18
años, etapa de la opción y el compromiso vocacional.
214.   Asumiendo las Normas Básicas para la Formación sa-
cerdotal en México, la propuesta formativa ha de tener siempre

102
presentes los tres fines específicos del Seminario Menor: facilitar
a los seminaristas los elementos para una iniciación en la configu-
ración con Cristo Buen Pastor, favorecer el acompañamiento para
propiciar el crecimiento humano, intelectual, espiritual y pastoral,
y ayudarles al discernimiento vocacional; así como también ha de
tener presentes en todos los aspectos de su propuesta formativa
los tres aspectos en el proceso de crecimiento de los seminaristas:
el proceso de crecimiento en la edad cronológica; el crecimiento
en los conocimientos de acuerdo a la propia edad y la maduración
psicológica de la personalidad.
c.  El Curso Introductorio
215.   Los planes, programas y proyectos del Curso Introducto-
rio se han de diseñar e implementar de acuerdo con los objetivos
de esta etapa: proporcionar una intensa formación humana y espi-
ritual centrada en el misterio de Cristo y de la Iglesia, profundizar
en el discernimiento vocacional en una vivencia comunitaria que
integra a los candidatos provenientes de orígenes diversos, ini-
ciarse en la experiencia pastoral y en el conocimiento de la Iglesia
local, así como adquirir una visión global de los objetivos y con-
tenidos de toda la formación sacerdotal (Cfr. OT 14; PDV 62).
d. La etapa filosófica
216.   La formación del seminarista en esta etapa se ha de
orientar a que él continúe, mediante la vivencia comunitaria.
la integración de su personalidad humana y cristiana iniciada
en el Curso Introductorio y consolide su opción por el sacer-
docio como vocación específica propia, lo cual incluye seguir
potenciando la maduración en la fe, el conocimiento y acepta-


103
ción de sí mismo y la madurez afectiva, así como el desarrollo
y fortalecimiento de una conciencia crítica y dialogante frente
a las diversas corrientes de pensamiento acerca de Dios, del
hombre y del mundo.
e.  La etapa teológica
217.   El objetivo específico de la etapa teológica es que los
seminaristas consoliden una opción fundamental que los lleve
a vivir en referencia clara a Dios como Padre y, en conse-
cuencia, a configurarse con Cristo Buen Pastor, asumiendo
sus criterios, actitudes y estilo de vida, haciéndose aptos para
ejercer en la Iglesia el ministerio sacerdotal como hombres
de comunión y pastores comprometidos, pobres, obedientes
y castos, capaces de entregar la vida por sus hermanos, en
una docilidad consciente al Espíritu Santo. De acuerdo con
este objetivo general se ha de configurar la formación de los
seminaristas en esta etapa.
218.   Lograr el perfil de egreso del alegre discípulo confi-
gurado con Jesucristo Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo de la
Iglesia, guía y promotor de comunidades sólo será posible con
el debido cuidado en cada una de esta etapas formativas; sólo
así quienes concluyen su formación inicial poseerán la madu-
rez y la formación humana-comunitaria, espiritual, intelectual
y pastoral-misionera necesarias para asumir una personalidad
sacerdotal, sustentada vitalmente en la consagración total y
definitiva de su existencia al servicio del Reino de Dios me-
diante el sacramento del Orden (Cfr. OFESMM 71).



104
f. La formación permanente
219.   Si bien las expresiones "Formación permanente de los
presbíteros" y "Pastoral Presbiteral" tienen sus énfasis propios
que no hay que dejar de considerar, en este apartado se aco-
gen ambas para señalar que se requiere este medio para que
el presbítero no sólo mantenga el don recibido, sino que viva
un proceso de madurez sacerdotal a lo largo de su vida y en
el desempeño de su misión al servicio de Dios y de su pueble
desde una experiencia eclesial y desde la colegialidad de su
presbiterio (Cfr. PDV n. 71).
220.   En la práctica, esta formación permanente o pastora]
presbiteral consiste en acompañar a todos los sacerdotes en la
respuesta generosa requerida por la dignidad y la responsabi-
lidad que Dios les ha confiado por medio del sacramento de]
orden; en cuidar, defender desarrollar su especifica identidad
y vocación: santificarse a sí mismo y a los demás mediante el
ejercicio de su ministerio. Esta tarea, por tanto, se convierte
en una exigencia que se ha de atender a partir de la recepción
del sacramento del orden, ya que el presbítero, situado histó-
ricamente y siempre en proceso de desarrollo, tiene necesidad
de avanzar cada vez más en aquella configuración existencia]
con Cristo.
221.   El acompañamiento formativo y pastoral de los pres-
bíteros se exige tanto más cuanto las actuales, rápidas y difun-
didas transformaciones que viven nuestras sociedades plan-
tean nuevos retos para no perder la propia identidad y para
responder a las necesidades del ejercicio del ministerio en una
continua conversión personal y pastoral.
222.   La formación permanente de los presbíteros no es una
tarea que deba ser asumida simplemente porque se trata de un
desafío actual, es necesario tener presente que dicha formación
se exige por razones teológicas profundas, por el llamado a una


105
configuración que tiene sus raíces en las Sagradas Escrituras: "te
recuerdo que reavives el don de Dios que está en ti" (2 Tim 1,6).
223.   No se debe olvidar la intuición primera, es decir, se tra-
ta de dar continuidad a la formación inicial y de hacerla perma-
nente, por esta razón cabe hacer un llamado para que desde la
formación inicial, más que procurar que el seminarista aprenda
qué es la formación permanente, es necesario que se inicie en
las habilidades para asumirla en el futuro y, sobre todo, que
adquiera y refuerce la actitud de vivir en dicha formación.
224.   Para dar continuidad a los procesos formativos, es
indispensable tener presente que el sujeto de la formación ini-
cial y de la formación permanente es el mismo, lo cual exige
procurar una adecuada relación entre las etapas formativas y
favorecer una mayor comunicación, reflexión y planeación
conjunta entre los equipos de formación de ambas etapas.
225.   Si bien todo momento puede ser favorable para que
el Espíritu Santo lleve al sacerdote a un crecimiento en la ora-
ción, el estudio y la conciencia de las propias responsabilida-
des pastorales. No hay que dejar de programar y acompañar
momentos específicamente dedicados a este fin: los encuentros
del obispo con su presbiterio, tanto espirituales como pastora-
les y culturales. Una mención especial debemos hacer sobre
el cuidado que hay que tener para organizar y acompañar los
encuentros de espiritualidad sacerdotal, como los Ejercicios
espirituales y los días de retiro; asi como enfatizar la prácti-
ca de la dirección espiritual para promover y mantener una
continua fidelidad y generosidad en el ejercicio del ministerio
sacerdotal (Cfr. PDV 80-81).
226.   Finalmente, en coherencia con la Nueva Etapa Evan-
gelizadora que queremos emprender y que contempla ir a los
más alejados o abandonados del cuidado pastoral ordinario,
es necesario destacar la atención que se ha de procurar a los
hermanos en el sacerdocio que enfrentan problemas más sen-

106
Tidos y, desde luego a los presbíteros mayores que han entregado su vida al servicio de la iglesia particular.
Conclusión
227.   Al abordar los elementos teológicos y pastorales fun-
damentales en el Capítulo primero de nuestro Documente
Conclusivo señalamos la exigencia de cultivar la convicción
de que todos en la Iglesia necesitamos formación. El desarro-
llo que hemos realizado de este tema en el presente capítulo
nos permite reconocer algunos rasgos de la realidad que en
este campo estamos viviendo en nuestra diócesis, nos evoca
algunos elementos doctrinales básicos y nos abre a conside-
rar lineas pastorales por donde hemos de encaminar nuestros
esfuerzos para favorecer verdaderos procesos de formación
de los discípulos misioneros y aprovechar mejor los lugares
donde dichos procesos de formación han de procurarse.
228.   El tema de la formación o educación es amplísimo
y el reto de asumirla es urgente; "educar jamás ha sido fá-
cil[...] lo saben bien los padres de familia, los profesores, los
sacerdotes y todos los que tienen responsabilidades educati-
vas directas",18 sin embargo, también contamos hoy con más
elementos para discernir nuestra realidad en este campo, tene-
mos una abundante y profunda enseñanza de la Iglesia en esta
materia y, sobre todo seguimos contando con el paradigma
por excelencia, Jesucristo que nos sigue llamando para estar
con Él y enviando a cumplir esta tarea con la capacitación que
El mismo nos ofrece y con la fuerza de su Espíritu.
18      Benedicto XVI. Mensaje a la Diócesis de Roma sobre la tarea
urgente de la educación. Vaticano, 21 de enero de 2008.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me gustaría recibir sugerencias y apreciaciones sobre estos escritos.