Que Dios, fuente y origen de toda bendiciòn
les conceda su gracia, los bendiga copiosamente
y los guarde, sanos y salvos
durante todo este año. Amèn
Que los conserve integros en la fe,
inconmovibles en la esperanza
y perseverantes hasta el fin,
con santa paciencia, en la caridad. Amén
Que disponga en su paz sus días y ocupaciones,
escuche siempre sus oraciones
y los lleve felizmente a la vida eterna. Amén
sábado, 31 de diciembre de 2016
domingo, 11 de diciembre de 2016
NIKAN MOPOHUA
NICAN MOPOHUA
(Texto original de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego)
Relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
En orden y concierto se refiere aquí de qué maravillosa manera se apareció poco ha la
siempre Virgen María, Madre de Dios, Nuestra Reina, en el Tepeyac, que se nombra
Guadalupe.
Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y después se apareció su
preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga. También (se
cuentan) todos los milagros que ha hecho.
PRIMERA APARICIÓN
Diez años después de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz entre
los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien
se vive. A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de
diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego según se dice, natural
de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales aún todo pertenecía a Tlatilolco.
Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados. al llegar
junto al cerrillo llamado Tepeyácac amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto
de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el
monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitosos, sobrepujaba al del COYOLTOTOTL
y del TZINIZCAN y de otros pájaros lindos que cantan.
Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: "¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás
sueño? ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron
dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?"
Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto
celestial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba
del cerrillo y le decían: "Juanito, Juan Dieguito".
Luego se atrevió a ir adonde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy
contento, fue subiendo al cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio
a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.
Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era
radiante como el sol; el risco en que se posaba su planta flechado por los resplandores,
semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris.
Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de
esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.
Se inclinó delante de ella y oyó su palabra muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima
mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?" Él respondió:
"Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir cosas divinas,
que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor".
Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad, le dijo: "Sabe y ten entendido, tú, el más
pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios
por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra.
Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor,
compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros
juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí
confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás
cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un
templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído.
Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho
que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que
ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo".
Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: "Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado; por
ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo" Luego bajó, para ir a hacer su mandado; y salió
a la calzada que viene en línea recta a México.
Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo, que
era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga,
religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados que fueran a
anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado el señor obispo
que entrara.
Luego que entro, se inclinó y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora
del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su
recado, pareció no darle crédito; y le respondió: "Otra vez vendrás, hijo mío y t e oiré más
despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has
venido".
Él salió y se vino triste; porque de ninguna manera se realizó su mensaje.
SEGUNDA APARICIÓN
En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del
Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde la vio la vez primera.
Al verla se postró delante de ella y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía,
fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado; aunque con dificultad entré a donde es el
asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió
benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo
por cierto, me dijo: "Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré muy desde el principio el
deseo y voluntad con que has venido..."
Comprendí perfectamente en la manera que me respondió, que piensa que es quizás
invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya;
por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales,
conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque
yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy
gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar
por donde no ando y donde no paro.
Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía". Le
respondió la Santísima Virgen: "Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son
muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y
hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con
tu mediación se cumpla mi voluntad.
Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana
a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por enero mi voluntad, que tiene que
poner por obra el templo que le pido.
Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía”.
Respondió Juan Diego: ”Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré
a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino.
Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído, quizás no se me
creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo
que responda el prelado. Ya de ti me despido, Hija mía la más pequeña, mi Niña y Señora.
Descansa entre tanto”.
Luego se fue él a descansar a su casa. Al día siguiente, domingo, muy de madrugada, salió
de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse en las cosas divinas y estar presente
en la cuenta para ver enseguida al prelado.
Casi a las diez, se presentó después de que oyó misa y se hizo la cuenta y se dispersó el
gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo
empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y
lloró al exponerle el mandato de la Señora de Cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y la
voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.
El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él
refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella
y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen
Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo
que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era
muy necesaria alguna señal; para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora
del Cielo. Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo: “Señor, mira cuál ha de ser la señal que
pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá”. Viendo el obispo
que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le despidió.
Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podía confiar, que le vinieran
siguiendo y vigilando a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo. Juan Diego se vino
derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del
puente Tepeyácac, lo perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna le
vieron. Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les
estorbó su intento y les dio enojo.
Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que no le creyera, le dijeron que no más
le engañaba; que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía
y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con
dureza, para que nunca más mintiera y engañara.
TERCERA APARICIÓN
Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del
señor obispo; la que oída por la Señora, le dijo: “Bien está, hijo mío, volverás aquí mañana
para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso e creerá y acerca de esto ya no
dudará ni de ti sospechará y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y
cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora; que mañana aquí te aguardo”.
Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya
no volvió, porque cuando llegó a su casa, un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había
dado la enfermedad, y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió; pero
ya no era tiempo, ya estaba muy grave.
Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera, y viniera a Tlatilolco a llamar un
sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo
de morir y que ya no se levantaría ni sanaría. El martes, muy de madrugada, se vino Juan
Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino que
sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyácac, hacia el poniente, por donde tenía costumbre
de pasar, dijo: “Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me
detenga, para que llevase la señal al prelado, según me previno: que primero nuestra
aflicción nos deje y primero llame yo deprisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está
ciertamente aguardando”.
Luego, dio vuelta al cerro, subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar
pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo.
CUARTA APARICIÓN
Pensó que por donde dio vuelta, no podía verle la que está mirando bien a todas partes.
La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió
a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: “¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿Adónde
vas?” ¿Se apenó él un poco o tuvo vergüenza, o se asustó?.
Juan Diego se inclinó delante de ella; y le saludó, diciendo: “Niña mía, la más pequeña de
mis hijas. Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud,
Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre
siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy presuroso a tu casa de
México a llamar uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y
disponerle; porque desde que nacimos, venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte.
Pero si voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña
mía, perdóname; tenme por ahora paciencia; no te engaño, Hija mía la más pequeña;
mañana vendré a toda prisa”. Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la
piadosísima Virgen: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te
asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad
y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu
salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te
inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está
seguro que ya sanó”.
(Y entonces sanó su tío según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de
la Señora del Cielo, se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes le
despachara a ver al señor obispo, a llevarle alguna señal y prueba; a fin de que le creyera.
La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía.
Le dijo: “Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me vise y te di
órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; Enseguida baja y
tráelas a mi presencia”.
Al punto subió Juan Diego al cerrillo y cuando llegó a la cumbre se asombró mucho de que
hubieran brotado tantas variadas, exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se
dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo; estaban muy fragantes y llenas de rocío, de la
noche, que semejaba perlas preciosas.
Luego empezó a cortarlas; las juntó y las echó en su regazo. Bajó inmediatamente y trajo a
la Señora del Cielo las diferentes rosas que fue a cortar; la que, así como las vio, las cogió
con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole: “Hijo mío el más pequeño, esta
diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo.
Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi
embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo
despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé
subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste; para
que puedas inducir al prelado a que te dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el
templo que he pedido”.
Después que la Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que
viene derecho a México: ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo
que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y gozándose en la
fragancia de las variadas hermosas flores.
Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del
prelado. Les rogó le dijeran que deseaba verle, pero ninguno de ellos quiso, haciendo como
que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que sólo los
molestaba, porque les era importuno; y, además, ya les habían informado sus compañeros,
que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento.
Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie,
cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que portaba
en su regazo, se acercaron a él para ver lo que traía y satisfacerse.
Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que tría y que por eso le habían de molestar,
empujar o aporrear, descubrió un poco que eran flores, y al ver que todas eran distintas
rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron
muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan
preciosas.
Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a
tomarlas; no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no se veían verdaderas
flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta.
Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas
veces había venido; el cual hacía mucho que aguardaba, queriendo verle. Cayó, al oírlo el
señor obispo, en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera
lo que solicitaba el indito. Enseguida mandó que entrara a verle.
Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo
que había visto y admirado, y también su mensaje. Dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste,
que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que
pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo
erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba,
que me encargaste, de su voluntad.
Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para
que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le
pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo
cumplió: me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que fuese a cortar
varias rosas de Castilla.
Después me fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi
regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la
cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos riscos, abrojos,
espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé; cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo
miré que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de
Castilla, brillantes de rocío que luego fui a cortar.
Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal
que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de
mi mensaje. He las aquí: recíbelas”.
Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se
esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de
repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera
que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.
Luego que la vio el señor obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron; mucho la
admiraron; se levantaron; se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron
con el corazón y con el pensamiento.
El señor obispo, con lágrimas de tristeza oró y pidió perdón de no haber puesto en obra su
voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego, del que
estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la señora del Cielo.
Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más permaneció Juan Diego en la casa
del obispo que aún le detuvo. Al día siguiente, le dijo: “Ea, a mostrar dónde es voluntad de la
Señora del Cielo que le erija su templo”.
Inmediatamente se convidó a todos para hacerlo. No bien Juan Diego señaló dónde había
mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse.
Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino, el cual estaba muy grave, cuando
le dejó y vino a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le
dijo la Señora del Cielo que ya había sanado.
Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar, vieron a su tío que
estaba muy contento y que nada le dolía.
Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino, a quien preguntó
la causa de que así lo hicieran y que le honraran mucho.
Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y
dispusiera, se le apareció en el Tepeyácac la Señora del Cielo; La que, diciéndole que no se
afligiera, que ya su tío estaba bueno, con que mucho se consoló, le despachó a México, a
ver al señor obispo para que le edificara una casa en el Tepeyácac. Manifestó su tío ser
cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su sobrino;
sabiendo por ella que le había enviado a México a ver al obispo.
También entonces le dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al obispo, le revelara lo que
vio y de qué manera milagrosa le había sanado; y que bien la nombraría, así como bien
había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.
Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y
atestiguara delante de él. A entrambos, a él y a su sobrino, los hospedó el obispo en su casa
algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina del Tepeyácac, donde la vio Juan
Diego.
El Señor obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del Cielo; la
sacó del oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su
bendita imagen.
La ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen, y a hacerle oración.
Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona
de este mundo pintó su preciosa imagen.
(Texto original de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego)
Relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
En orden y concierto se refiere aquí de qué maravillosa manera se apareció poco ha la
siempre Virgen María, Madre de Dios, Nuestra Reina, en el Tepeyac, que se nombra
Guadalupe.
Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y después se apareció su
preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga. También (se
cuentan) todos los milagros que ha hecho.
PRIMERA APARICIÓN
Diez años después de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz entre
los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien
se vive. A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de
diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego según se dice, natural
de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales aún todo pertenecía a Tlatilolco.
Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados. al llegar
junto al cerrillo llamado Tepeyácac amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto
de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el
monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitosos, sobrepujaba al del COYOLTOTOTL
y del TZINIZCAN y de otros pájaros lindos que cantan.
Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: "¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás
sueño? ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron
dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?"
Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto
celestial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba
del cerrillo y le decían: "Juanito, Juan Dieguito".
Luego se atrevió a ir adonde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy
contento, fue subiendo al cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio
a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.
Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era
radiante como el sol; el risco en que se posaba su planta flechado por los resplandores,
semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris.
Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de
esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.
Se inclinó delante de ella y oyó su palabra muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima
mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?" Él respondió:
"Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir cosas divinas,
que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor".
Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad, le dijo: "Sabe y ten entendido, tú, el más
pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios
por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra.
Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor,
compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros
juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí
confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás
cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un
templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído.
Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho
que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que
ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo".
Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: "Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado; por
ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo" Luego bajó, para ir a hacer su mandado; y salió
a la calzada que viene en línea recta a México.
Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo, que
era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga,
religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados que fueran a
anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado el señor obispo
que entrara.
Luego que entro, se inclinó y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora
del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su
recado, pareció no darle crédito; y le respondió: "Otra vez vendrás, hijo mío y t e oiré más
despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has
venido".
Él salió y se vino triste; porque de ninguna manera se realizó su mensaje.
SEGUNDA APARICIÓN
En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del
Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde la vio la vez primera.
Al verla se postró delante de ella y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía,
fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado; aunque con dificultad entré a donde es el
asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió
benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo
por cierto, me dijo: "Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré muy desde el principio el
deseo y voluntad con que has venido..."
Comprendí perfectamente en la manera que me respondió, que piensa que es quizás
invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya;
por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales,
conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque
yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy
gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar
por donde no ando y donde no paro.
Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía". Le
respondió la Santísima Virgen: "Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son
muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y
hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con
tu mediación se cumpla mi voluntad.
Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana
a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por enero mi voluntad, que tiene que
poner por obra el templo que le pido.
Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía”.
Respondió Juan Diego: ”Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré
a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino.
Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído, quizás no se me
creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo
que responda el prelado. Ya de ti me despido, Hija mía la más pequeña, mi Niña y Señora.
Descansa entre tanto”.
Luego se fue él a descansar a su casa. Al día siguiente, domingo, muy de madrugada, salió
de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse en las cosas divinas y estar presente
en la cuenta para ver enseguida al prelado.
Casi a las diez, se presentó después de que oyó misa y se hizo la cuenta y se dispersó el
gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo
empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y
lloró al exponerle el mandato de la Señora de Cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y la
voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.
El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él
refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella
y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen
Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo
que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era
muy necesaria alguna señal; para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora
del Cielo. Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo: “Señor, mira cuál ha de ser la señal que
pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá”. Viendo el obispo
que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le despidió.
Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podía confiar, que le vinieran
siguiendo y vigilando a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo. Juan Diego se vino
derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del
puente Tepeyácac, lo perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna le
vieron. Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les
estorbó su intento y les dio enojo.
Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que no le creyera, le dijeron que no más
le engañaba; que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía
y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con
dureza, para que nunca más mintiera y engañara.
TERCERA APARICIÓN
Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del
señor obispo; la que oída por la Señora, le dijo: “Bien está, hijo mío, volverás aquí mañana
para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso e creerá y acerca de esto ya no
dudará ni de ti sospechará y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y
cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora; que mañana aquí te aguardo”.
Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya
no volvió, porque cuando llegó a su casa, un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había
dado la enfermedad, y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió; pero
ya no era tiempo, ya estaba muy grave.
Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera, y viniera a Tlatilolco a llamar un
sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo
de morir y que ya no se levantaría ni sanaría. El martes, muy de madrugada, se vino Juan
Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino que
sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyácac, hacia el poniente, por donde tenía costumbre
de pasar, dijo: “Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me
detenga, para que llevase la señal al prelado, según me previno: que primero nuestra
aflicción nos deje y primero llame yo deprisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está
ciertamente aguardando”.
Luego, dio vuelta al cerro, subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar
pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo.
CUARTA APARICIÓN
Pensó que por donde dio vuelta, no podía verle la que está mirando bien a todas partes.
La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió
a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: “¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿Adónde
vas?” ¿Se apenó él un poco o tuvo vergüenza, o se asustó?.
Juan Diego se inclinó delante de ella; y le saludó, diciendo: “Niña mía, la más pequeña de
mis hijas. Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud,
Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre
siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy presuroso a tu casa de
México a llamar uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y
disponerle; porque desde que nacimos, venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte.
Pero si voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña
mía, perdóname; tenme por ahora paciencia; no te engaño, Hija mía la más pequeña;
mañana vendré a toda prisa”. Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la
piadosísima Virgen: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te
asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad
y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu
salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te
inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está
seguro que ya sanó”.
(Y entonces sanó su tío según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de
la Señora del Cielo, se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes le
despachara a ver al señor obispo, a llevarle alguna señal y prueba; a fin de que le creyera.
La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía.
Le dijo: “Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me vise y te di
órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; Enseguida baja y
tráelas a mi presencia”.
Al punto subió Juan Diego al cerrillo y cuando llegó a la cumbre se asombró mucho de que
hubieran brotado tantas variadas, exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se
dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo; estaban muy fragantes y llenas de rocío, de la
noche, que semejaba perlas preciosas.
Luego empezó a cortarlas; las juntó y las echó en su regazo. Bajó inmediatamente y trajo a
la Señora del Cielo las diferentes rosas que fue a cortar; la que, así como las vio, las cogió
con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole: “Hijo mío el más pequeño, esta
diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo.
Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi
embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo
despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé
subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste; para
que puedas inducir al prelado a que te dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el
templo que he pedido”.
Después que la Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que
viene derecho a México: ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo
que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y gozándose en la
fragancia de las variadas hermosas flores.
Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del
prelado. Les rogó le dijeran que deseaba verle, pero ninguno de ellos quiso, haciendo como
que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que sólo los
molestaba, porque les era importuno; y, además, ya les habían informado sus compañeros,
que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento.
Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie,
cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que portaba
en su regazo, se acercaron a él para ver lo que traía y satisfacerse.
Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que tría y que por eso le habían de molestar,
empujar o aporrear, descubrió un poco que eran flores, y al ver que todas eran distintas
rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron
muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan
preciosas.
Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a
tomarlas; no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no se veían verdaderas
flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta.
Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas
veces había venido; el cual hacía mucho que aguardaba, queriendo verle. Cayó, al oírlo el
señor obispo, en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera
lo que solicitaba el indito. Enseguida mandó que entrara a verle.
Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo
que había visto y admirado, y también su mensaje. Dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste,
que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que
pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo
erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba,
que me encargaste, de su voluntad.
Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para
que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le
pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo
cumplió: me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que fuese a cortar
varias rosas de Castilla.
Después me fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi
regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la
cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos riscos, abrojos,
espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé; cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo
miré que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de
Castilla, brillantes de rocío que luego fui a cortar.
Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal
que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de
mi mensaje. He las aquí: recíbelas”.
Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se
esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de
repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera
que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.
Luego que la vio el señor obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron; mucho la
admiraron; se levantaron; se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron
con el corazón y con el pensamiento.
El señor obispo, con lágrimas de tristeza oró y pidió perdón de no haber puesto en obra su
voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego, del que
estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la señora del Cielo.
Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más permaneció Juan Diego en la casa
del obispo que aún le detuvo. Al día siguiente, le dijo: “Ea, a mostrar dónde es voluntad de la
Señora del Cielo que le erija su templo”.
Inmediatamente se convidó a todos para hacerlo. No bien Juan Diego señaló dónde había
mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse.
Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino, el cual estaba muy grave, cuando
le dejó y vino a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le
dijo la Señora del Cielo que ya había sanado.
Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar, vieron a su tío que
estaba muy contento y que nada le dolía.
Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino, a quien preguntó
la causa de que así lo hicieran y que le honraran mucho.
Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y
dispusiera, se le apareció en el Tepeyácac la Señora del Cielo; La que, diciéndole que no se
afligiera, que ya su tío estaba bueno, con que mucho se consoló, le despachó a México, a
ver al señor obispo para que le edificara una casa en el Tepeyácac. Manifestó su tío ser
cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su sobrino;
sabiendo por ella que le había enviado a México a ver al obispo.
También entonces le dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al obispo, le revelara lo que
vio y de qué manera milagrosa le había sanado; y que bien la nombraría, así como bien
había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.
Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y
atestiguara delante de él. A entrambos, a él y a su sobrino, los hospedó el obispo en su casa
algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina del Tepeyácac, donde la vio Juan
Diego.
El Señor obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del Cielo; la
sacó del oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su
bendita imagen.
La ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen, y a hacerle oración.
Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona
de este mundo pintó su preciosa imagen.
sábado, 3 de diciembre de 2016
5º SÍNODO DIOCESANO CAPÍTULO SÉPTIMO
CAPÍTULO SÉPTIMO
SIEMPRE ABIERTA AL ESPÍRITU
La espiritualidad
Introducción
303. Emprender una Nueva Etapa Evangelizadora en nues- tra iglesia angelopolitana es una exigencia que no se deriva úni- camente de las nuevas situaciones sociales y culturales o de la necesidad de superar métodos y expresiones de evangelización ya ineficaces, se deriva también, y principalmente, de un recla- mo interior de la fe: la vivencia de una renovada espiritualidad que se proyecte en el testimonio, de manera que el anuncio del Evangelio esté siempre acompañado por la coherencia entre la fe y la vida, esto es, una espiritualidad de la acción misionera.
304. Al señalar algunos rasgos que han de distinguir el perfil del agente evangelizador de nuestro tiempo, en el capítulo prime- ro de este Documento adelantamos que para asumir con seriedad una Nueva Etapa Evangelizadora tenemos que recuperar el en- tusiasmo misionero y, por lo tanto, cultivar una correspondiente espiritualidad (Cfr. EG 260). Antes de dar a conocer las dispo- siciones concretas de nuestro 5° Sínodo, en este capítulo abor- damos algunos elementos sobre la espiritualidad que debemos procurar: una espiritualidad para recuperar el entusiasmo por la misión desde una motivación primordial (1) que se fortalece des- de motivaciones particulares derivadas de los elementos funda- mentales de la acción evangelizadora.
305. En el desarrollo de este capítulo se considera tanto la acción evangelizadora en su conjunto como a los agentes de pastoral que la desarrollan, por ello apuntamos a una evangeli- zación con Espíritu y pretendemos promover evangelizadores con Espíritu, retomando con ello el capítulo quinto de Evan- gelii Gandium y el capítulo séptimo de Evangelii Nuntiandi.
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306. Al orientamos hacia una Nueva Etapa Evangelizadora en nuestra diócesis, hemos de tener claro que si no avanzamos en el cultivo de una espiritualidad que nos permita recuperar el entusiasmo misionero, los elementos teológicos y pastorales de- sarrollados en los seis capítulos anteriores quedarán reducidos a jalones de sana ortodoxia y a laudables intenciones; así mismo, los criterios, las líneas de acción, los enfoques y las normas que se presentan en el capítulo final, siempre insuficientes y perfectibles, resultarán inanimadas disposiciones extemas.
1. Desde una motivación primordial: la acción del Espíritu Santo
307. Alentar una Nueva Etapa Evangelizadora con las carac- terísticas señaladas por el Papa Francisco -más fervorosa, ale- gre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida conta- giosa- requiere trabajar en el campo de las motivaciones y, antes de procurar algunas motivaciones particulares, es necesario que los agentes de pastoral de nuestra iglesia angelopolitana des- taquemos y cultivemos la fuente, la motivación fundamental:
•'ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el íuego del Espíritu" (EG 261). Ya Paulo VI, refiriéndose a la acción evangelizadora en su conjunto, señalaba en la misma di- rección: "No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo" (EN 75).
1.1 Los evangelizadores con Espíritu que quiere Jesús
308. De forma explícita, el Papa Francisco afirma que
''evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que
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se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo" (EG 259). Je- sús mismo vivió esta experiencia: sobre El descendió el Espíritu Santo en el momento de su bautismo (Mt 3, 17), fue el mismo Espíritu quien lo condujo al desierto antes de iniciar su misión pública (Mt 4, 1) y fue con la fuerza del mismo Espíritu que in- auguró su predicación (Le 4,14). Al incorporamos a una Nueva Etapa Evangelizadora tengamos presente que, como les ocurrió a los apóstoles en Pentecostés, si nos abrimos a su acción, el Es- píritu Santo nos iluminará para percibir y entender las grandezas de Dios, nos impulsará a salir de nosotros mismos, nos transfor- mará en anunciadores de la Buena Nueva y nos dará fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (Cfr. EG 259).
309. Es el Espíritu "quien hoy, como en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en sus labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nue- va." (EN 75). El Espíritu Santo nos mueve interiormente, nos impulsa, motiva y alienta, y da sentido a la acción evangeli- zadora, sea personal o comunitaria (Cfr. EG 260); solo con su iluminación y dinamismo seremos los evangelizadores que Jesús quiere, aquellos "que anuncien la Buena Noticia no solo con palabras, sino sobre todo con la vida que se ha transfigu- rado en la presencia de Dios" (EG 259).
1.2 La evangelización con Espíritu a la que estamos llamados
310. "Una evangelización con Espíritu es una evangeliza- ción con Espíritu Santo, ya que El es el alma de la Iglesia evangelizadora" (EG 261). "Gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece[...] Las técnicas de evangelización sor buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la
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Acción discreta del espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin Él" (EN 75). Animar la Nueva Etapa Evangelizadora significa favore- cer la presencia y la acción del Espíritu Santo en ella, ya que El es el agente principal de la evangelización.
311. Es la presencia y la acción del Espíritu Santo la que hace que nuestra acción evangelizadora sea "muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera o se sobrelleva como algo que con- tradice las propias inclinaciones y deseos" (EG 261).
1.3 La oración como recurso indispensable
312. Si la motivación primordial para configurar a los evan- gelizadores con Espíritu y para impulsar una evangelización con Espíritu es el fuego del Espíritu Santo, es necesario que como agentes de la Nueva Etapa Evangelizadora lo invoquemos en la oración (Cfr. EG 259 y 261); es preciso invocar al Espíritu Santo para "que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida de sí para evangelizar a todos los pueblos" (EG 261). Ya el Papa Paulo VI decía: "Exhortamos a todos y cada uno de los evangelizadores a invocar constantemente con fe y fervor al Espíritu Santo y a dejarse guiar prudentemente por Él como inspirador decisivo de sus programas, de sus iniciativas, de su actividad evangelizadora" (EN 75).
313. Sin la oración, "toda acción corre el riesgo de quedar vacía y el anuncio finalmente carece de alma" (EG 259). "Sin momentos detenidos de oración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga" (EG 262). Los agentes de pastoral no hemos de perder de vista que "Evangelizadores
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con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misio- nero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales, sin una espiritualidad que transforme el corazón" (EG 262).
1.4 Con la mirada agradecida al pasado y con pasión para asumir el presente
314. Ante el llamado a una Nueva Etapa Evangelizadora. marcada por la alegría, algunos, dice el Papa Francisco, se disculpan diciendo que "hoy es más difícil". El Papa nos re- cuerda que en todos los momentos de la historia han estado presentes los límites humanos, la concupiscencia que nos ace- cha a todos, con diferentes ropajes; por ello, nos dice el Papa, "no digamos que hoy es más difícil; es distinto" (EG 263).
315. En esta línea, y aprovechando la sabiduría acumulada por la Iglesia, es nutritivo mirar a los primeros cristianos y a los santos que nos han precedido, "cargados de alegría, llenos de coraje, incansables en el anuncio y capaces de una gran resistencia activa" (EG 263, Cfr. EN 80). La mirada amplia de quienes nos sabemos miembros de una Iglesia universal que ha hecho su peregrinación por más de dos mil años nos permi- te reconocer, muchas veces también apoyado por la liturgia, paradigmas de diversos tiempos y latitudes; por otro lado, no son pocos los ejemplos que desde nuestro contexto latinoa- mericano, nacional y diocesano pueden también impulsamos en el cultivo de una espiritualidad que fortalezca nuestro com- promiso por la misión.
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2. Desde el cultivo de motivaciones pafrticulares
316. Procurar la motivación primordial, esto es, la apertura a la acción del Espíritu Santo, nos conduce también a cultivar diversas motivaciones particulares, muchas de las cuales pue- den ser sistematizadas desde los tres elementos fundamentales de toda acción evangelizadora: Jesucristo, la Iglesia y los hom- bres en medio del mundo.
2.1 La experiencia discipularia a partir del encuentro personal con el amor de Jesús
317. Al establecer los elementos teológicos y pastorales fundamentales para asumir una Nueva Etapa Evangelizado- ra señalamos la centralidad de Jesucristo y hemos procurado enfatizar este aspecto esencial a lo largo de todos los capítu- los de este Documento. Al detenemos a considerar la espiri- tualidad que nos debe impulsar, es necesario tener presente que "La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él [...] si no sentimos el intenso deseo de comunicar- lo, necesitamos detenemos en oración para pedirle a El que vuelva a cautivamos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial...]" (EG 264).
318. El contenido de nuestro anuncio no es un producto que promovemos ni una ideología que proponemos, es una experiencia que compartimos. Si queremos sumamos a la Nueva Etapa Evangelizadora tenemos que volver una y otra vez a la fuente: "Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana
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y sencilla y, finalmente, su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida" (EG 265). La espiritualidad para la Nueva Etapa Evangelizadora que hemos de cultivar ha de ser una espiritualidad discipular.
319. Al mismo tiempo, no basta con saber que es inagotable la riqueza del Evangelio, es preciso anhelarla y hacer lo nece- sario para penetrar en ella. "Cada vez que uno vuelve a descu- brirlo [a Jesucristo], se convence de que eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque no lo reconozcan[...] el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas. El entusiasmo evangelizador se fundamenta en esta convicción" (EG 265). No se puede participar en una evangelización fervo- rosa si uno no tiene la experiencia del amor de Jesús salvador, una experiencia que se renueva cada día y que nos da la certeza de que por nuestra acción evangelizadora ponemos en ejercicio la acción salvadora de Jesús mismo; sólo el camino del segui- miento discipular revelaría la novedad que Jesucristo constituye para todo hombre y para toda mujer.
320. "El verdadero misionero, que nunca deja de ser discí- pulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él[...] Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entu- siasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie" (EG 266). Movidos por el Espíritu Santo y desde nuestra experiencia del amor de Jesús que nos salva, "Unidos a Jesús buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama. En definitiva lo que buscamos es la gloria del Padre[...]" (EG 267).
321. Dominados por el pesimismo, "Algunas personas no
se entregan a la misión, pues creen que nada puede cambiar y entonces para ellos es inútil esforzarse. Con esa actitud se vuelve imposible ser misioneros. Tal actitud es precisamente una excusa malima oara Quedarse encerrados en la comodi-
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dad, la flojera, la tristeza insatisfecha, el vacio egoísta" (EG 275). Es necesario tener siempre presente que "Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder[...] Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda" (EG 275).
322. El cultivo de nuestra espiritualidad nos ha de mantener en la certeza de que la resurrección de Jesús no es algo del pasa- do, entraña una fuerza de vida presente en el mundo. Es "Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injus- ticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo[...] Ésa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo" (EG 276).
323. Al sumamos a la Nueva Etapa Evangelizadora tampoco podemos ser ingenuos, en nuestra acción evangelizadora "apare- cen constantemente nuevas dificultades, la experiencia del fraca- so[...] Todos sabemos por experiencia que a veces una tarea no brinda las satisfacciones que desearíamos, los frutos son reduci- dos y los cambios son lentos, y uno tiene la tentación de cansar- se^..] Puede suceder que el corazón se canse de luchar porque en definitiva se busca a sí mismo en un carrerismo sediento de reco- nocimientos, aplausos, premios, puestos; entonces, uno no baja los brazos, pero ya no tiene garra, le falta resurrección" (EG 277).
324. La fe en la acción misteriosa del resucitado y de su espíritu nos lleva a "creerle a El, creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad. Es creer que Él marcha victorio- so en la historia «en unión con los suyos, los llamados, los elegidos y los fieles» (Ap 17,14). Creámosle al Evangelio que dice que el Reino de Dios ya está presente en el mundo, y está desarrollándose aquí y allá, de diversas maneras[...j" (EG 278).
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2.2 La experiencia de comunión eclesial a partir de la Trinidad
325. La experiencia discipular que surge del encuentre personal con el amor de Jesús que nos salva, si es auténti- ca, nos inserta en la comunidad y nos exige el camino de la comunión "sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos extemos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus mo- dos de expresión y crecimiento" (NMI 43). Para comprender este camino de espiritualidad y avanzar en él, mucho bien nos hará tener presente las orientaciones que nos ha regalado el Papa Juan Pablo II en cuatro párrafos de Novo Millennio Ineunte en su número 43.
326. "Espiritualidad de la comunión significa, ante todo, una mirada del corazón, sobre todo a la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a mi lado". La espiritua- lidad de la comunión está fundada en el misterio trinitario que se manifiesta en Jesucristo; desde su encarnación hasta su glorificación, toda la vida de Jesucristo nos revela un mo- vimiento de comunión trinitaria en el cual el Padre se dona plenamente en la fuerza creadora y renovadora del Espíri- tu Santo; a la vez que, así como el Padre se nos comunica en el Hijo, el Hijo se comunica a nosotros en el Espíritu y nos conduce -por El, con Él y en Él- a la casa del Padre. Este es el dinamismo trinitario que habita en cada uno de nosotros y que hemos de reconocer también en el rostro de nuestros hermanos; aquí está la clave de la espiritualidad de comunión, dinámica de Dios en la interioridad del hombre que se proyecta hacia el otro en una plena comunicación que engendra comunión, expresión humana de la realidad que ocurre en la Trinidad. Si no se avanza en esta experiencia de espiritualidad de comunión, no se avanza en fraternidad y no
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nos hacemos servidores y prójimos de los demás. Es ilusorio
pensar que se pueda responder al llamado a la santidad y al compromiso de la Nueva Etapa Evangelizadora sin asumir el camino de la comunión.
327. "Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo Místico y, por tanto, como uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para in- tuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad". Promover una espiritualidad de la comunión significa desarrollar la capacidad de sentir al hermano como parte viva del mismo Cuerpo del que yo soy miembro; sólo desde esta experiencia sabré reír con el que ríe y llorar con el que llora; sólo desde esta experiencia de unidad se pueden intuir los deseos del hermano y sentir sus necesi- dades y sólo desde esta experiencia se realiza una auténtica evangelización (Cfr. EG 272).
328. "Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acoger- lo y valorarlo como regalo de Dios: un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamen- te". Cultivar una espiritualidad de comunión es desarrollar la capacidad de reconocer lo positivo que hay en el otro y reco- nocerlo como regalo de Dios también para mí. Desde la pers- pectiva enunciada en el numeral anterior se enfatiza lo que yo soy para los demás; en ésta, se enfatiza lo que los demás son para mí. Sólo desde una espiritualidad de comunión se puede cultivar una mirada que descubra, reconozca, acoja, estimule y bendiga los dones del otro (Cfr. EG 274).
329. En fin, "espiritualidad de la comunión es saber dar espacio al hermano llevando mutuamente la carga de los otros (Cfr. Gal 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ga- nas de hacer carrera, desconfianza y envidias". Desarrollar
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una espiritualidad de comunión nos conduce a desarrollar la auténtica compasión y solidaridad en la fraternidad y nos ha- cen superar las tentaciones egoístas.
330. Las personas divinas se constituyen relacionándose y afirmándose mutuamente, distintas y en comunión; esta re- lación respetuosa y esta unión en la diversidad, con las debi- das proporciones, deben tomar cuerpo en la edificación de la Iglesia, han de guiar las relaciones que establecemos y han de marcar nuestra acción evangelizadora. La condición trini- taria de Dios como amor es auto-comunicación que da vida, de igual manera, la comunión que ha de procurar la Iglesia ha de ser para seguir comunicando el amor. La pastoral es una falacia si la comunión concreta con los hermanos no nos alimenta y nos sostiene; sin amor, sin comunión, el servicio del Evangelio será vacío; Dios es amor y si no vivimos en el amor nuestro discurso es campana que resuena. Únicamen- te desde esta espiritualidad de comunión contemplaremos a nuestra comunidad con fe y amor, a pesar de sus arrugas y defectos, y será ésta la mirada que nos motive para procurar una auténtica purificación y para avanzar en un proceso de conversión permanente.
331. Desde la espiritualidad de la comunión se comprende que el Papa Francisco, de entre las diversas formas de ora- ción, nos recuerde la confianza en la fuerza misionera de la intercesión. Interceder no significa otra cosa que llevar a] hermano ante Dios para agradecerle y para suplicarle, reco- nociendo que el hermano es, a la vez, don de Dios para mí y hermano que necesita de la gracia, "interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño" (EG 281).
332. ¡Cuánto nos impulsará en esta Nueva Etapa Evangelizadora interceder por nuestros hermanos! Una comunidad cristiana que vive de la mutua intercesión de sus miembros no se destruye. No puedo juzgar u odiar a un
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hermano por el que oro. "Los grandes hombres y mujeres de Dios fueron grandes intercesores. La intercesión es como «levadura» en el seno de la Trinidad...lo que posibilitamos con nuestra intercesión es que su poder, su amor y su lealtad se manifiesten con mayor nitidez en el pueblo" (EG 283).
2.3 La experiencia de encarnación a partir del gusto espiritual de ser pueblo
333. Contrariamente a la concepción de una espirituali- dad intimista que a través de la fuga del mundo pretenda la unión con Dios, en la Nueva Etapa Evangelizadora que de- seamos impulsar en nuestra iglesia angelopolitana "se trata de encontrar una espiritualidad que en vez de alejar del mun- do se encame y se comprometa con él, una espiritualidad del seguimiento de Jesús que logre el encuentro entre la fe y la vida, que sea promotora de la justicia, de la solidaridad y que aliente un proyecto evangelizador y generador de una cultura de la vida" (DSD 116; Cfr. DA 148). "La vida en el Espíritu no nos cierra en una intimidad cómoda, sino que nos convier- te en personas generosas y creativas, felices en el anuncio y el servicio misionero. Nos vuelve comprometidos con los reclamos de la realidad y capaces de encontrarle un profundo significado a todo lo que nos toca hacer por la Iglesia y por el mundo" (DA 285).
334. "Para ser evangelizadores de alma también hace fal- ta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente... La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo" (EG 268). De esta mane- ra, cuando volvemos a nuestra experiencia fundante, cuando volvemos a estar cautivados por Jesús, nos volvemos a su pueblo. "Así redescubrimos que El nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo
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amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pue-
blo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia" (EG 268).
335. Jesús no solo nos envía a evangelizar, "Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del pueblo... La entrega de Jesús en la cruz no es más que la culminación de ese estilo que marcó toda su existen- cia. Cautivados por ese modelo, deseamos integramos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la cons- trucción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad" (EG 269).
336. "A veces sentimos la tentación de ser cristianos man- teniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Perc Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás" (EG 270). Se trata de superai la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, des- vinculada de las exigencias de la caridad y de la lógica de la Encamación, lo cual es una falsa espiritualidad (Cfr. EG 262)
337. No basta estar cerca, es importante definir el estilo de nuestra cercanía, "se nos invita a dar razón de nuestra esperanza pero no como enemigos que señalan y condenan. Se nos advierte muy claramente: «Hacedlo con dulzura y respeto» (1 Pe 3,16),) «en lo posible y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todo' los hombres» (Rm 12,18)... Queda claro que Jesucristo no no;
quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mu- jeres de pueblo" (EG 271). Esta exigencia nos reclama, como de- cía Dom Helder Cámara, una excelentísima, una reverendísima una religiosísima y una muy fiel reforma; esto es, la conversión de todos en la Iglesia.
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338. El amor a nuestro pueblo facilita el encuentro con l»ios ''hasta el punto de que quien no ama al hermano «camina en las tinieblas» (1 Jn 2,11), «permanece en la muerte» (1 Jn 3,14) y «no ha conocido a Dios» (1 Jn 4,8). Benedicto XVI ha dicho que «cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios[...] Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios" (EG 272).
339. "Para compartir la vida con la gente y entregamos generosamente, necesitamos reconocer también que cada persona es digna de nuestra entrega. No por su aspecto físi- co, por sus capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad o por las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya. El la creó a su imagen, y refleja algo de su gloria[...] Más allá de toda apariencia, cada uno es inmen- samente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida" (EG 274).
Conclusión
340. Convocados a una Nueva Etapa Evangelizadora, marcada por la alegría del Evangelio, no dejemos de volver una y otra vez a la motivación primordial para avanzar en una auténtica espiritualidad: abrámonos a la presencia y la acción del Espíritu Santo y desarrollemos los dones que ya ha sembrado y los que sigue distribuyendo en medio de la comunidad creyente y peregrina en su conjunto y en cada uno de quienes la conformamos.
341. Retomando las mociones actuales del Espíritu, renove- mos nuestra experiencia discipularia a partir del encuentro perso- nal con el amor de Jesús que nos salva, cultivemos la experiencia de comunión desde la fuente trinitaria y desarrollemos el gusto espiritual de ser pueblo. Sólo con estas motivaciones avanzare- mos en el testimonio que refleje la coherencia entre la fe y la
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vida. Como lo institucional, sea civil o religioso, está en crisis
no hay que olvidar lo que decía el Vaticano II: "el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generacio- nes venideras razones para vivir y razones para esperar" (GS 31).
342. No obstante el optimismo de fondo que se puede reco- nocer tanto en Aparecida como en Evangelii Gaudium, no hay que desconocer que hay signos de cansancio (Cfr. DA 185); que hay quienes salen de la Iglesia en búsqueda de respuestas a sus aspiraciones que no encuentran en nuestra comunidad (Cfr. DA 225) y que se percibe un cierto debilitamiento de la vida cristiana (Cfr. DA lOOb). "Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad" (DA 12).19 Difícilmente podrá responder a los interrogantes de la humanidad una Iglesia can- sada o instalada que busca su seguridad o su prestigio. Con este estilo de vida, ¿qué podemos ofrecer al mundo y a las nuevas generaciones? Este estilo de vida parece estar diciendo que no hay nada que ofrecer ni qué esperar. Es en este ambiente que en- cuentran su lugar los testigos y, sobre todo, los profetas; ellos nos recuerdan que hay razones para vivir y para esperar.
343. Al cultivar una espiritualidad correspondiente a la Nue- va Etapa Evangelizadora, tengamos presente que testimoniar significa hacer creíble el Evangelio al llevar una vida conforme a Él, sea a nivel personal, sea a nivel de los grupos y comunidades (Cfr. AG 37). El testimonio es lo que más puede convencer al hombre de hoy: a un hombre celoso de sus derechos y su auto- nomía, el testimonio se presenta bajo los rasgos de la discreción, actúa por atracción; a un hombre que lo mide todo por el pará- metro de la eficacia, el testimonio propone hechos; a un hombre técnicamente desarrollado pero muchas veces subdesarrollado en el plano de la moralidad y frágil psicológicamente, el testigo
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19 Nos domina la tentación de la resignación y la acedia, nos he recordado el Papa Francisco en la Homilía que pronunció recientemente en la celebración Eucaristica en Michoacán, México.
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se presenta como un ser sano, feliz, irradiando gozo y paz. Por su estilo de vida, más que por sus discursos, el testigo puede llevar a los que le rodean a interrogarse por el Espíritu que lo inspira.
344. El testimonio de vida no ha sido ni es para el cristia- no algo deseable y altamente recomendable, es una exigencia absoluta, ya que el cristianismo no es un puro sistema de pen- samiento, sino un mensaje de salvación relacionado con un acontecimiento que ha cambiado el sentido de la condición humana y que se puede reconocer en sus frutos (Cfr. Ga 5, 22). ¿Cómo pueden creer en el amor de Dios que se revela en Jesucristo quienes no lo conocen si no tienen el testimonio de quienes ya han sido conquistados por este amor y han arries- gado por él toda la vida? El testimonio es necesario porque el Evangelio es la revelación de una nueva forma de existencia, de un nuevo estilo de vida, ¿cómo podría Dios enseñar a los hombres un nuevo estilo de vida a no ser por una presenta- ción concreta y ejemplar, la de Jesucristo?
345. La espiritualidad que hemos de cultivar, de frente a la Nueva Etapa Evangelizadora que pretendemos, nos ha de impulsar a las acciones de compromiso como es una ade- cuada planificación pastoral y su ejecución, a la vez que nos mantiene en "la convicción de que Dios puede actuar en cual- quier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos, porque «llevamos este tesoro en recipientes de barro» (2 Co 4,7). Esta certeza es lo que se llama «sentido de misterio»[...] A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo, que esca- pa a toda medida[...] Aprendamos a descansar en la ternura de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa. Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca" (EG 279).
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SIEMPRE ABIERTA AL ESPÍRITU
La espiritualidad
Introducción
303. Emprender una Nueva Etapa Evangelizadora en nues- tra iglesia angelopolitana es una exigencia que no se deriva úni- camente de las nuevas situaciones sociales y culturales o de la necesidad de superar métodos y expresiones de evangelización ya ineficaces, se deriva también, y principalmente, de un recla- mo interior de la fe: la vivencia de una renovada espiritualidad que se proyecte en el testimonio, de manera que el anuncio del Evangelio esté siempre acompañado por la coherencia entre la fe y la vida, esto es, una espiritualidad de la acción misionera.
304. Al señalar algunos rasgos que han de distinguir el perfil del agente evangelizador de nuestro tiempo, en el capítulo prime- ro de este Documento adelantamos que para asumir con seriedad una Nueva Etapa Evangelizadora tenemos que recuperar el en- tusiasmo misionero y, por lo tanto, cultivar una correspondiente espiritualidad (Cfr. EG 260). Antes de dar a conocer las dispo- siciones concretas de nuestro 5° Sínodo, en este capítulo abor- damos algunos elementos sobre la espiritualidad que debemos procurar: una espiritualidad para recuperar el entusiasmo por la misión desde una motivación primordial (1) que se fortalece des- de motivaciones particulares derivadas de los elementos funda- mentales de la acción evangelizadora.
305. En el desarrollo de este capítulo se considera tanto la acción evangelizadora en su conjunto como a los agentes de pastoral que la desarrollan, por ello apuntamos a una evangeli- zación con Espíritu y pretendemos promover evangelizadores con Espíritu, retomando con ello el capítulo quinto de Evan- gelii Gandium y el capítulo séptimo de Evangelii Nuntiandi.
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306. Al orientamos hacia una Nueva Etapa Evangelizadora en nuestra diócesis, hemos de tener claro que si no avanzamos en el cultivo de una espiritualidad que nos permita recuperar el entusiasmo misionero, los elementos teológicos y pastorales de- sarrollados en los seis capítulos anteriores quedarán reducidos a jalones de sana ortodoxia y a laudables intenciones; así mismo, los criterios, las líneas de acción, los enfoques y las normas que se presentan en el capítulo final, siempre insuficientes y perfectibles, resultarán inanimadas disposiciones extemas.
1. Desde una motivación primordial: la acción del Espíritu Santo
307. Alentar una Nueva Etapa Evangelizadora con las carac- terísticas señaladas por el Papa Francisco -más fervorosa, ale- gre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida conta- giosa- requiere trabajar en el campo de las motivaciones y, antes de procurar algunas motivaciones particulares, es necesario que los agentes de pastoral de nuestra iglesia angelopolitana des- taquemos y cultivemos la fuente, la motivación fundamental:
•'ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el íuego del Espíritu" (EG 261). Ya Paulo VI, refiriéndose a la acción evangelizadora en su conjunto, señalaba en la misma di- rección: "No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo" (EN 75).
1.1 Los evangelizadores con Espíritu que quiere Jesús
308. De forma explícita, el Papa Francisco afirma que
''evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que
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se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo" (EG 259). Je- sús mismo vivió esta experiencia: sobre El descendió el Espíritu Santo en el momento de su bautismo (Mt 3, 17), fue el mismo Espíritu quien lo condujo al desierto antes de iniciar su misión pública (Mt 4, 1) y fue con la fuerza del mismo Espíritu que in- auguró su predicación (Le 4,14). Al incorporamos a una Nueva Etapa Evangelizadora tengamos presente que, como les ocurrió a los apóstoles en Pentecostés, si nos abrimos a su acción, el Es- píritu Santo nos iluminará para percibir y entender las grandezas de Dios, nos impulsará a salir de nosotros mismos, nos transfor- mará en anunciadores de la Buena Nueva y nos dará fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (Cfr. EG 259).
309. Es el Espíritu "quien hoy, como en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en sus labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nue- va." (EN 75). El Espíritu Santo nos mueve interiormente, nos impulsa, motiva y alienta, y da sentido a la acción evangeli- zadora, sea personal o comunitaria (Cfr. EG 260); solo con su iluminación y dinamismo seremos los evangelizadores que Jesús quiere, aquellos "que anuncien la Buena Noticia no solo con palabras, sino sobre todo con la vida que se ha transfigu- rado en la presencia de Dios" (EG 259).
1.2 La evangelización con Espíritu a la que estamos llamados
310. "Una evangelización con Espíritu es una evangeliza- ción con Espíritu Santo, ya que El es el alma de la Iglesia evangelizadora" (EG 261). "Gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece[...] Las técnicas de evangelización sor buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la
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Acción discreta del espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin Él" (EN 75). Animar la Nueva Etapa Evangelizadora significa favore- cer la presencia y la acción del Espíritu Santo en ella, ya que El es el agente principal de la evangelización.
311. Es la presencia y la acción del Espíritu Santo la que hace que nuestra acción evangelizadora sea "muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera o se sobrelleva como algo que con- tradice las propias inclinaciones y deseos" (EG 261).
1.3 La oración como recurso indispensable
312. Si la motivación primordial para configurar a los evan- gelizadores con Espíritu y para impulsar una evangelización con Espíritu es el fuego del Espíritu Santo, es necesario que como agentes de la Nueva Etapa Evangelizadora lo invoquemos en la oración (Cfr. EG 259 y 261); es preciso invocar al Espíritu Santo para "que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida de sí para evangelizar a todos los pueblos" (EG 261). Ya el Papa Paulo VI decía: "Exhortamos a todos y cada uno de los evangelizadores a invocar constantemente con fe y fervor al Espíritu Santo y a dejarse guiar prudentemente por Él como inspirador decisivo de sus programas, de sus iniciativas, de su actividad evangelizadora" (EN 75).
313. Sin la oración, "toda acción corre el riesgo de quedar vacía y el anuncio finalmente carece de alma" (EG 259). "Sin momentos detenidos de oración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga" (EG 262). Los agentes de pastoral no hemos de perder de vista que "Evangelizadores
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con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misio- nero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales, sin una espiritualidad que transforme el corazón" (EG 262).
1.4 Con la mirada agradecida al pasado y con pasión para asumir el presente
314. Ante el llamado a una Nueva Etapa Evangelizadora. marcada por la alegría, algunos, dice el Papa Francisco, se disculpan diciendo que "hoy es más difícil". El Papa nos re- cuerda que en todos los momentos de la historia han estado presentes los límites humanos, la concupiscencia que nos ace- cha a todos, con diferentes ropajes; por ello, nos dice el Papa, "no digamos que hoy es más difícil; es distinto" (EG 263).
315. En esta línea, y aprovechando la sabiduría acumulada por la Iglesia, es nutritivo mirar a los primeros cristianos y a los santos que nos han precedido, "cargados de alegría, llenos de coraje, incansables en el anuncio y capaces de una gran resistencia activa" (EG 263, Cfr. EN 80). La mirada amplia de quienes nos sabemos miembros de una Iglesia universal que ha hecho su peregrinación por más de dos mil años nos permi- te reconocer, muchas veces también apoyado por la liturgia, paradigmas de diversos tiempos y latitudes; por otro lado, no son pocos los ejemplos que desde nuestro contexto latinoa- mericano, nacional y diocesano pueden también impulsamos en el cultivo de una espiritualidad que fortalezca nuestro com- promiso por la misión.
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2. Desde el cultivo de motivaciones pafrticulares
316. Procurar la motivación primordial, esto es, la apertura a la acción del Espíritu Santo, nos conduce también a cultivar diversas motivaciones particulares, muchas de las cuales pue- den ser sistematizadas desde los tres elementos fundamentales de toda acción evangelizadora: Jesucristo, la Iglesia y los hom- bres en medio del mundo.
2.1 La experiencia discipularia a partir del encuentro personal con el amor de Jesús
317. Al establecer los elementos teológicos y pastorales fundamentales para asumir una Nueva Etapa Evangelizado- ra señalamos la centralidad de Jesucristo y hemos procurado enfatizar este aspecto esencial a lo largo de todos los capítu- los de este Documento. Al detenemos a considerar la espiri- tualidad que nos debe impulsar, es necesario tener presente que "La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él [...] si no sentimos el intenso deseo de comunicar- lo, necesitamos detenemos en oración para pedirle a El que vuelva a cautivamos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial...]" (EG 264).
318. El contenido de nuestro anuncio no es un producto que promovemos ni una ideología que proponemos, es una experiencia que compartimos. Si queremos sumamos a la Nueva Etapa Evangelizadora tenemos que volver una y otra vez a la fuente: "Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana
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y sencilla y, finalmente, su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida" (EG 265). La espiritualidad para la Nueva Etapa Evangelizadora que hemos de cultivar ha de ser una espiritualidad discipular.
319. Al mismo tiempo, no basta con saber que es inagotable la riqueza del Evangelio, es preciso anhelarla y hacer lo nece- sario para penetrar en ella. "Cada vez que uno vuelve a descu- brirlo [a Jesucristo], se convence de que eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque no lo reconozcan[...] el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas. El entusiasmo evangelizador se fundamenta en esta convicción" (EG 265). No se puede participar en una evangelización fervo- rosa si uno no tiene la experiencia del amor de Jesús salvador, una experiencia que se renueva cada día y que nos da la certeza de que por nuestra acción evangelizadora ponemos en ejercicio la acción salvadora de Jesús mismo; sólo el camino del segui- miento discipular revelaría la novedad que Jesucristo constituye para todo hombre y para toda mujer.
320. "El verdadero misionero, que nunca deja de ser discí- pulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él[...] Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entu- siasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie" (EG 266). Movidos por el Espíritu Santo y desde nuestra experiencia del amor de Jesús que nos salva, "Unidos a Jesús buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama. En definitiva lo que buscamos es la gloria del Padre[...]" (EG 267).
321. Dominados por el pesimismo, "Algunas personas no
se entregan a la misión, pues creen que nada puede cambiar y entonces para ellos es inútil esforzarse. Con esa actitud se vuelve imposible ser misioneros. Tal actitud es precisamente una excusa malima oara Quedarse encerrados en la comodi-
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dad, la flojera, la tristeza insatisfecha, el vacio egoísta" (EG 275). Es necesario tener siempre presente que "Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder[...] Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda" (EG 275).
322. El cultivo de nuestra espiritualidad nos ha de mantener en la certeza de que la resurrección de Jesús no es algo del pasa- do, entraña una fuerza de vida presente en el mundo. Es "Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injus- ticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo[...] Ésa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo" (EG 276).
323. Al sumamos a la Nueva Etapa Evangelizadora tampoco podemos ser ingenuos, en nuestra acción evangelizadora "apare- cen constantemente nuevas dificultades, la experiencia del fraca- so[...] Todos sabemos por experiencia que a veces una tarea no brinda las satisfacciones que desearíamos, los frutos son reduci- dos y los cambios son lentos, y uno tiene la tentación de cansar- se^..] Puede suceder que el corazón se canse de luchar porque en definitiva se busca a sí mismo en un carrerismo sediento de reco- nocimientos, aplausos, premios, puestos; entonces, uno no baja los brazos, pero ya no tiene garra, le falta resurrección" (EG 277).
324. La fe en la acción misteriosa del resucitado y de su espíritu nos lleva a "creerle a El, creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad. Es creer que Él marcha victorio- so en la historia «en unión con los suyos, los llamados, los elegidos y los fieles» (Ap 17,14). Creámosle al Evangelio que dice que el Reino de Dios ya está presente en el mundo, y está desarrollándose aquí y allá, de diversas maneras[...j" (EG 278).
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2.2 La experiencia de comunión eclesial a partir de la Trinidad
325. La experiencia discipular que surge del encuentre personal con el amor de Jesús que nos salva, si es auténti- ca, nos inserta en la comunidad y nos exige el camino de la comunión "sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos extemos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus mo- dos de expresión y crecimiento" (NMI 43). Para comprender este camino de espiritualidad y avanzar en él, mucho bien nos hará tener presente las orientaciones que nos ha regalado el Papa Juan Pablo II en cuatro párrafos de Novo Millennio Ineunte en su número 43.
326. "Espiritualidad de la comunión significa, ante todo, una mirada del corazón, sobre todo a la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a mi lado". La espiritua- lidad de la comunión está fundada en el misterio trinitario que se manifiesta en Jesucristo; desde su encarnación hasta su glorificación, toda la vida de Jesucristo nos revela un mo- vimiento de comunión trinitaria en el cual el Padre se dona plenamente en la fuerza creadora y renovadora del Espíri- tu Santo; a la vez que, así como el Padre se nos comunica en el Hijo, el Hijo se comunica a nosotros en el Espíritu y nos conduce -por El, con Él y en Él- a la casa del Padre. Este es el dinamismo trinitario que habita en cada uno de nosotros y que hemos de reconocer también en el rostro de nuestros hermanos; aquí está la clave de la espiritualidad de comunión, dinámica de Dios en la interioridad del hombre que se proyecta hacia el otro en una plena comunicación que engendra comunión, expresión humana de la realidad que ocurre en la Trinidad. Si no se avanza en esta experiencia de espiritualidad de comunión, no se avanza en fraternidad y no
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nos hacemos servidores y prójimos de los demás. Es ilusorio
pensar que se pueda responder al llamado a la santidad y al compromiso de la Nueva Etapa Evangelizadora sin asumir el camino de la comunión.
327. "Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo Místico y, por tanto, como uno que me pertenece, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para in- tuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad". Promover una espiritualidad de la comunión significa desarrollar la capacidad de sentir al hermano como parte viva del mismo Cuerpo del que yo soy miembro; sólo desde esta experiencia sabré reír con el que ríe y llorar con el que llora; sólo desde esta experiencia de unidad se pueden intuir los deseos del hermano y sentir sus necesi- dades y sólo desde esta experiencia se realiza una auténtica evangelización (Cfr. EG 272).
328. "Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acoger- lo y valorarlo como regalo de Dios: un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamen- te". Cultivar una espiritualidad de comunión es desarrollar la capacidad de reconocer lo positivo que hay en el otro y reco- nocerlo como regalo de Dios también para mí. Desde la pers- pectiva enunciada en el numeral anterior se enfatiza lo que yo soy para los demás; en ésta, se enfatiza lo que los demás son para mí. Sólo desde una espiritualidad de comunión se puede cultivar una mirada que descubra, reconozca, acoja, estimule y bendiga los dones del otro (Cfr. EG 274).
329. En fin, "espiritualidad de la comunión es saber dar espacio al hermano llevando mutuamente la carga de los otros (Cfr. Gal 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ga- nas de hacer carrera, desconfianza y envidias". Desarrollar
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una espiritualidad de comunión nos conduce a desarrollar la auténtica compasión y solidaridad en la fraternidad y nos ha- cen superar las tentaciones egoístas.
330. Las personas divinas se constituyen relacionándose y afirmándose mutuamente, distintas y en comunión; esta re- lación respetuosa y esta unión en la diversidad, con las debi- das proporciones, deben tomar cuerpo en la edificación de la Iglesia, han de guiar las relaciones que establecemos y han de marcar nuestra acción evangelizadora. La condición trini- taria de Dios como amor es auto-comunicación que da vida, de igual manera, la comunión que ha de procurar la Iglesia ha de ser para seguir comunicando el amor. La pastoral es una falacia si la comunión concreta con los hermanos no nos alimenta y nos sostiene; sin amor, sin comunión, el servicio del Evangelio será vacío; Dios es amor y si no vivimos en el amor nuestro discurso es campana que resuena. Únicamen- te desde esta espiritualidad de comunión contemplaremos a nuestra comunidad con fe y amor, a pesar de sus arrugas y defectos, y será ésta la mirada que nos motive para procurar una auténtica purificación y para avanzar en un proceso de conversión permanente.
331. Desde la espiritualidad de la comunión se comprende que el Papa Francisco, de entre las diversas formas de ora- ción, nos recuerde la confianza en la fuerza misionera de la intercesión. Interceder no significa otra cosa que llevar a] hermano ante Dios para agradecerle y para suplicarle, reco- nociendo que el hermano es, a la vez, don de Dios para mí y hermano que necesita de la gracia, "interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño" (EG 281).
332. ¡Cuánto nos impulsará en esta Nueva Etapa Evangelizadora interceder por nuestros hermanos! Una comunidad cristiana que vive de la mutua intercesión de sus miembros no se destruye. No puedo juzgar u odiar a un
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hermano por el que oro. "Los grandes hombres y mujeres de Dios fueron grandes intercesores. La intercesión es como «levadura» en el seno de la Trinidad...lo que posibilitamos con nuestra intercesión es que su poder, su amor y su lealtad se manifiesten con mayor nitidez en el pueblo" (EG 283).
2.3 La experiencia de encarnación a partir del gusto espiritual de ser pueblo
333. Contrariamente a la concepción de una espirituali- dad intimista que a través de la fuga del mundo pretenda la unión con Dios, en la Nueva Etapa Evangelizadora que de- seamos impulsar en nuestra iglesia angelopolitana "se trata de encontrar una espiritualidad que en vez de alejar del mun- do se encame y se comprometa con él, una espiritualidad del seguimiento de Jesús que logre el encuentro entre la fe y la vida, que sea promotora de la justicia, de la solidaridad y que aliente un proyecto evangelizador y generador de una cultura de la vida" (DSD 116; Cfr. DA 148). "La vida en el Espíritu no nos cierra en una intimidad cómoda, sino que nos convier- te en personas generosas y creativas, felices en el anuncio y el servicio misionero. Nos vuelve comprometidos con los reclamos de la realidad y capaces de encontrarle un profundo significado a todo lo que nos toca hacer por la Iglesia y por el mundo" (DA 285).
334. "Para ser evangelizadores de alma también hace fal- ta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente... La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo" (EG 268). De esta mane- ra, cuando volvemos a nuestra experiencia fundante, cuando volvemos a estar cautivados por Jesús, nos volvemos a su pueblo. "Así redescubrimos que El nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo
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amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pue-
blo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia" (EG 268).
335. Jesús no solo nos envía a evangelizar, "Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el corazón del pueblo... La entrega de Jesús en la cruz no es más que la culminación de ese estilo que marcó toda su existen- cia. Cautivados por ese modelo, deseamos integramos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la cons- trucción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad" (EG 269).
336. "A veces sentimos la tentación de ser cristianos man- teniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Perc Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás" (EG 270). Se trata de superai la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, des- vinculada de las exigencias de la caridad y de la lógica de la Encamación, lo cual es una falsa espiritualidad (Cfr. EG 262)
337. No basta estar cerca, es importante definir el estilo de nuestra cercanía, "se nos invita a dar razón de nuestra esperanza pero no como enemigos que señalan y condenan. Se nos advierte muy claramente: «Hacedlo con dulzura y respeto» (1 Pe 3,16),) «en lo posible y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todo' los hombres» (Rm 12,18)... Queda claro que Jesucristo no no;
quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mu- jeres de pueblo" (EG 271). Esta exigencia nos reclama, como de- cía Dom Helder Cámara, una excelentísima, una reverendísima una religiosísima y una muy fiel reforma; esto es, la conversión de todos en la Iglesia.
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338. El amor a nuestro pueblo facilita el encuentro con l»ios ''hasta el punto de que quien no ama al hermano «camina en las tinieblas» (1 Jn 2,11), «permanece en la muerte» (1 Jn 3,14) y «no ha conocido a Dios» (1 Jn 4,8). Benedicto XVI ha dicho que «cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios[...] Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios" (EG 272).
339. "Para compartir la vida con la gente y entregamos generosamente, necesitamos reconocer también que cada persona es digna de nuestra entrega. No por su aspecto físi- co, por sus capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad o por las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya. El la creó a su imagen, y refleja algo de su gloria[...] Más allá de toda apariencia, cada uno es inmen- samente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida" (EG 274).
Conclusión
340. Convocados a una Nueva Etapa Evangelizadora, marcada por la alegría del Evangelio, no dejemos de volver una y otra vez a la motivación primordial para avanzar en una auténtica espiritualidad: abrámonos a la presencia y la acción del Espíritu Santo y desarrollemos los dones que ya ha sembrado y los que sigue distribuyendo en medio de la comunidad creyente y peregrina en su conjunto y en cada uno de quienes la conformamos.
341. Retomando las mociones actuales del Espíritu, renove- mos nuestra experiencia discipularia a partir del encuentro perso- nal con el amor de Jesús que nos salva, cultivemos la experiencia de comunión desde la fuente trinitaria y desarrollemos el gusto espiritual de ser pueblo. Sólo con estas motivaciones avanzare- mos en el testimonio que refleje la coherencia entre la fe y la
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vida. Como lo institucional, sea civil o religioso, está en crisis
no hay que olvidar lo que decía el Vaticano II: "el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generacio- nes venideras razones para vivir y razones para esperar" (GS 31).
342. No obstante el optimismo de fondo que se puede reco- nocer tanto en Aparecida como en Evangelii Gaudium, no hay que desconocer que hay signos de cansancio (Cfr. DA 185); que hay quienes salen de la Iglesia en búsqueda de respuestas a sus aspiraciones que no encuentran en nuestra comunidad (Cfr. DA 225) y que se percibe un cierto debilitamiento de la vida cristiana (Cfr. DA lOOb). "Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad" (DA 12).19 Difícilmente podrá responder a los interrogantes de la humanidad una Iglesia can- sada o instalada que busca su seguridad o su prestigio. Con este estilo de vida, ¿qué podemos ofrecer al mundo y a las nuevas generaciones? Este estilo de vida parece estar diciendo que no hay nada que ofrecer ni qué esperar. Es en este ambiente que en- cuentran su lugar los testigos y, sobre todo, los profetas; ellos nos recuerdan que hay razones para vivir y para esperar.
343. Al cultivar una espiritualidad correspondiente a la Nue- va Etapa Evangelizadora, tengamos presente que testimoniar significa hacer creíble el Evangelio al llevar una vida conforme a Él, sea a nivel personal, sea a nivel de los grupos y comunidades (Cfr. AG 37). El testimonio es lo que más puede convencer al hombre de hoy: a un hombre celoso de sus derechos y su auto- nomía, el testimonio se presenta bajo los rasgos de la discreción, actúa por atracción; a un hombre que lo mide todo por el pará- metro de la eficacia, el testimonio propone hechos; a un hombre técnicamente desarrollado pero muchas veces subdesarrollado en el plano de la moralidad y frágil psicológicamente, el testigo
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19 Nos domina la tentación de la resignación y la acedia, nos he recordado el Papa Francisco en la Homilía que pronunció recientemente en la celebración Eucaristica en Michoacán, México.
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se presenta como un ser sano, feliz, irradiando gozo y paz. Por su estilo de vida, más que por sus discursos, el testigo puede llevar a los que le rodean a interrogarse por el Espíritu que lo inspira.
344. El testimonio de vida no ha sido ni es para el cristia- no algo deseable y altamente recomendable, es una exigencia absoluta, ya que el cristianismo no es un puro sistema de pen- samiento, sino un mensaje de salvación relacionado con un acontecimiento que ha cambiado el sentido de la condición humana y que se puede reconocer en sus frutos (Cfr. Ga 5, 22). ¿Cómo pueden creer en el amor de Dios que se revela en Jesucristo quienes no lo conocen si no tienen el testimonio de quienes ya han sido conquistados por este amor y han arries- gado por él toda la vida? El testimonio es necesario porque el Evangelio es la revelación de una nueva forma de existencia, de un nuevo estilo de vida, ¿cómo podría Dios enseñar a los hombres un nuevo estilo de vida a no ser por una presenta- ción concreta y ejemplar, la de Jesucristo?
345. La espiritualidad que hemos de cultivar, de frente a la Nueva Etapa Evangelizadora que pretendemos, nos ha de impulsar a las acciones de compromiso como es una ade- cuada planificación pastoral y su ejecución, a la vez que nos mantiene en "la convicción de que Dios puede actuar en cual- quier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos, porque «llevamos este tesoro en recipientes de barro» (2 Co 4,7). Esta certeza es lo que se llama «sentido de misterio»[...] A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo, que esca- pa a toda medida[...] Aprendamos a descansar en la ternura de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa. Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca" (EG 279).
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5º SÍNODO DIOCESANO CAPÍTULO SEXTO
CAPITULO SEXTO
SEGÚN EVANGÉLICAS FORMAS DE GOBIERNO Y ADMINISTRACIÓN
Las estructuras gubernamentales y administrativas
Introducción
262. La etimología de la palabra "gobierno" es muy des- criptiva. Kubernein, que significa "pilotar un barco", se refie- re a la autoridad que dirige, controla y administra las institu- ciones de una sociedad y, que al fin, afecta a los individuos que la componen en orden al bien común. Todas las estruc- turas gubernamentales deben comprenderse en el espacio de esta descripción.
263. Sin la pretensión de agotar esta exigencia de nuestra comunidad creyente y peregrina, nos detenemos a considerai tres aspectos: formas de gobierno en el espíritu de la comunión y la pastoral orgánica (1), formas de organización económica al servicio de la caridad (2) y los Consejos respectivos (3).
1. Formas de gobierno
264. Las tres formas o estructuras de gobierno. Curia dio- cesana, Visita pastoral y Tribunal eclesiástico, encuentran su justificación en el derecho de la Iglesia universal y desde el mismo se ha de revitalizar el espíritu de la comunión que las ha de distinguir y la orientación totalmente definida en favo- recer la pastoral orgánica de nuestra Iglesia angelopolitana.
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1.1 La Curia Diocesana
265. La Curia diocesana consta de los organismos y per- sonas que colaboran con el obispo en el gobierno de toda la Diócesis: en la dirección de la actividad pastoral, en la ad- ministración de la diócesis y en el ejercicio de la potestad judicial. En el espíritu de comunión que nos ha de distinguir en cuanto Iglesia de Jesucristo y con la finalidad de favorecer una pastoral orgánica, no hemos de perder de vista que la Curia diocesana está constituida por las personas que, desde una adecuada organización interna, sirven al obispo para ex- presar su propia caridad pastoral en favor de la porción de la Iglesia que se le ha encomendado (Cfr. CIC c. 469, PG, 45), de ahí que más bien que llamarla Curia episcopal, bien se le llame Curia diocesana.
266. Entre los organismos que conforman la Curia dio- cesana se señalan: el Consejo Episcopal, los Tribunales, el Consejo de Pastoral y el Consejo de Asuntos Económicos;
entre las personas: el vicario general, el moderador, el vica- rio judicial, los jueces, los vicarios episcopales, el secretario canciller, los notarios y los oficiales. Tanto organismos como personas, deben interesarse mental y dinámicamente en res- ponder a la coordinación que se le pide al obispo diocesano para expresar como paradigma la comunión y el servicio.
267. Así pues, la Curia diocesana, como se ha dicho, de
un órgano burocrático, fiscal o de poder, debe transformarse, a norma del Decreto Christus Dominus número 27, en una realidad pastoral y orgánica, de modo que llegue a ser un instrumento más idóneo para el triple ministerio, profetico, litúrgico y social.
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1.2 La Visita Pastoral
268. La visita pastoral es la visita canónica del Obispo a su diócesis, a ejemplo de cómo los apóstoles visitaban periódi- camente a sus fieles que iban recibiendo el anuncio del Evan- gelio para confirmarlos en la fe. También a través de la visita pastoral el pastor muestra su solicitud de velar por las ovejas y conducirlas al alimento de la Palabra, a la celebración de los sacramentos y a la madurez en la fe.
269. Por medio de la visita pastoral, el obispo ha de cono- cer de cerca la realidad que viven sus sacerdotes y sus fieles;
los límites parroquiales y su funcionalidad para una mejor atención pastoral; el cuidado y la administración sana de los bienes materiales, tanto inmuebles como bienes preciosos; asi mismo, ha de mirar y escuchar directamente las necesidades de las comunidades visitadas de manera que pueda dictar las directrices pertinentes, ejecutar las acciones de gobierno para el mejor caminar de su iglesia particular y corregir oportuna- mente los abusos que se evidencien.
270. La visita pastoral es un derecho y un deber del obispo diocesano quien, para conocer y gobernar convenientemente su diócesis, deberá conocerla y tratarla; de aquí se deriva que el obispo ha de sentir la necesidad de visitar cada año a una parte de la Diócesis.
271. La visita pastoral ha de ser un acontecimiento de gracia:
durante ésta, se celebra la Eucaristía, se proclama la Palabra de Dios, se confiere solemnemente el sacramento de la Confirma- ción y es un momento importante para facilitar el encuentro cor el párroco y los demás clérigos que ayudan en las parroquias. con los religiosos, miembros de sociedades de vida apostólica. y laicos; con el Consejo de Pastoral y el Consejo de Asuntos Económicos; con los jóvenes y los niños, particularmente con quienes realizan su camino de formación catequética. A través
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De esta forma de gobierno se facilita la visita a las escuelas y otras obras e instituciones parroquiales, así como también a los enfermos y encarcelados; brinda la oportunidad de percatarse sobre la administración y cuidado de los lugares sagrados, los ornamentos litúrgicos, los libros parroquiales y otros bienes que conforman el patrimonio de la iglesia local. Además, se apro- vechará la oportunidad de reanimar la vocación y misión de los agentes evangelizadores, felicitarlos, animarlos y consolarlos, mientras que es la ocasión para invitar a toda la comunidad cris- tiana a la renovación de su vida espiritual y apostólica.
1.3 El Tribunal Eclesiástico
272. No hay que perder de vista que la administración de la justicia, inspirada siempre en la caridad, es una de las fun- ciones de la potestad de gobierno. Es grave tarea la de la admi- nistración de la justicia canónica y esta función la realizan los tribunales eclesiásticos, algunas veces, determinando la validez de los actos jurídicos, o resolviendo los litigios, o bien impo- niendo penas o declarándolas; actos que requieren un sentido profundo de la justicia, conocimiento canónico y experiencia.
273. En los tribunales eclesiásticos se juzgan con derecho propio y exclusivo las causas que se refieren a las cosas espi- rituales, o bien las que están relacionadas con ellas; así mismo se juzga la violación de las leyes eclesiásticas con relación a todo aquello que conforme un delito, con el fin de determinar la culpa y la consiguiente imposición de la pena. Ejercen los tribunales, en nombre de los obispos, la jurisdicción conten- ciosa y penal. Así se puede decir que los tribunales son una emanación del poder jurisdiccional del obispo que, en vez de decidir y castigar por sí mismo directa e inmediatamente, juz- ga y sentencia por un tribunal cuya institución emana de él y del Derecho Canónico.
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274. Llama particularmente la atención, la posibilidad de que la Iglesia ejerza la función judicial y que la ejerza custodian- do con una pena el espacio de ciertos institutos, pena a la que se expone el transgresor al invadir dolosamente dicho espacio.
275. Distintos textos de la Sagrada Escritura confirman el hecho de que Jesucristo, al encomendar al colegio apostolice la fundación de la Iglesia, le dio para regirla todos los poderes e instrucciones que necesitaban para este fin y lógicamente a los sucesores de este colegio; de aquí nace el principio y ori- gen de la jurisdicción de la Iglesia, que aunque sea de derecho divino puramente espiritual, se atrajo indirectamente desde un principio otra especie de jurisdicción para los negocios tem- porales. Las leyes que especifican el derecho de uno y otro orden han de ser custodiadas, ya que la Iglesia en cuanto so- ciedad está compuesta de hombres y mujeres que integran lo espiritual y lo material
2. Formas de organización económica
276. Ante la interrogación que pudiera venir a la mente acerca de que si sea compatible con la misión y el espíritu del evangelio de la Iglesia, el que ésta use y gestione bienes mate- riales temporales, hemos de recordar que Cristo ha estableci- do a la Iglesia como una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino (LG 8), de tal manera que su dimensión espiritual, vivificada por el Espíritu, no puede des- entenderse de su existencia como organismo visible y social.
277. La Iglesia, para cumplir su misión sobrenatural de salvación, necesita de los bienes temporales y de normas que ordenen el recto uso de esos medios. El hecho de que la Igle- sia posea determinados bienes materiales se justifica por la ne- cesidad de servirse de ellos para perseguir sus fines propios;
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esta finalidad constituye la medida del recto ejercicio de este derecho, pues la Iglesia debe vivir ejemplarmente la virtud de la pobreza evangélica y, para ser creíble, ha de evitar no sólo la acumulación de bienes innecesarios sino también cualquier forma de gestión negligente.
278. La capacidad patrimonial de la Iglesia hace referencia a las cuatro actividades esenciales de ella con relación a estos bie- nes temporales: la adquisición, la retención, la administración y la enajenación. La rectitud, la honradez y la justicia en estas acti- vidades harán espacio para que los fieles ejerciten su derecho-de- ber de contribuir generosamente a las necesidades eclesiales, se consideren y realicen fondos de comunicación cristiana de estos bienes y se tenga en cuenta el equilibrio entre el fin espiritual de los oficios eclesiásticos y el sostenimiento honesto de los clérigos. Entre las diversas formas de realizar este ejercicio por parte de los fieles, están las oblaciones voluntarias, las tasas y los tributos (Cfr. ce. 222 §l y 1259).
2.1 Las Colectas Diocesanas
279. En el concepto de "ofrendas voluntarias" se incluyen todas las aportaciones de tipo voluntario, ya sea por propia iniciativa, ya sea a petición de la autoridad. Son las aporta- ciones que no responden al cumplimiento de una obligación estrictamente jurídica y que han de permitir recordar que el medio ordinario de financiación de la Iglesia es la ayuda vo- luntaria de los fieles.
280. En esta categoría se comprenden las ofrendas espontá- neas: donaciones, testamentos, legados, ofrendas con ocasión de servicios pastorales y las ofrendas solicitadas: colectas y pe- ticiones de limosnas, tanto las ordinarias como las especiales.
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2.2. Las Tasas
281. Las tasas son prestaciones económicas que deben pa- gar quienes solicitan un servicio de la autoridad administrativa o judicial. Estas, se deben encuadrar en una categoría interme- dia entre las ofrendas voluntarias y los tributos, pues tienen al mismo tiempo un aspecto impositivo y un aspecto relativamen- te voluntario y flexible. En esta clase de prestaciones, se ha de vigilar la ausencia de arbitrariedad, así como el evitar la simo- nía y el escándalo.
282. Entre estas tasas se consideran las llamadas tasas ad- ministrativas que se aplican al ejercicio de la concesión de gracias, facultades, licencias, etc. y las tasas judiciales, las que corresponden al ejercicio de la autoridad judicial.
2.3 Los Tributos Diocesanos
283. Los tributos eclesiásticos se suelen definir como obli- gaciones pecuniarias impuestas por la autoridad eclesiástica competente. Hay dos categorías de personas sujetas a estos tri- butos: las personas jurídicas públicas sujetas al obispo diocesa- no, a quienes se solicita un tributo moderado y proporcionado que tiene como motivo las necesidades de la diócesis; y las per- sonas físicas como también las personas jurídicas, a quienes se les solicita este tributo teniendo en cuenta un caso de grave necesidad. Se contemplan tres tipos de tributos: el ordinario diocesano, el extraordinario diocesano y el seminarístico.
284. El tributo ordinario diocesano es una contribución ge- neral estable para las necesidades de la diócesis que el obispo diocesano puede imponer, como se dijo, a las personas jurídi- cas públicas sujetas a su jurisdicción; en realidad, esta contri-
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bución debe ser un “medio extraordinario de financiación” y será sólo el Obispo diocesano el que establezca la finalidad, la periodicidad, las modalidades de pago, las eventuales exen- ciones de estos tributos.
285. El tributo extraordinario diocesano, como su nombre lo expresa, es eventual y sólo en casos de grave necesidad económica de la diócesis, y la petición ha de ir dirigida tanto a personas físicas como a personas jurídicas privadas sujetas a la jurisdicción del obispo diocesano.
286. La finalidad del tributo seminarístico es la financia- ción del Seminario diocesano y la petición ha de ir dirigida a las personas físicas y jurídicas con sede en la diócesis. Es obvio que si el Seminario fuera capaz de sufragar los gastos de otra forma, no sería lícito al obispo diocesano imponer este tributo que se considera excepcional. En nuestra diócesis, en lugar de este tributo, se recurre a las ofrendas recogidas en una particular jomada diocesana.
287. Como es lógico, el recurso a los tributos por parte del obispo diocesano se debe hacer con grande moderación y pru- dencia y debe responder a las necesidades reales de la diócesis.
2.4. Los actos de administración ordinaria y extraordinaria
288. El concepto de "patrimonio" se refiere al conjunto de bienes que goza de cierta permanencia. La razón de este conjunto es la de asegurar un soporte financiero estable que garantice la autosuficiencia económica, la supervivencia y la facilitación de la consecución de los fines propios de la diócesis o de la parroquia.
289. Así, por actos de la administración ordinaria se com- prenden todas las actividades que son propias del administra-
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dor, sin necesidad de recurrir a otros requisitos y que tienen como finalidad el cuidar la conservación y el mejoramiento de los bienes que forman el patrimonio, así como también la percepción de sus frutos y rentas.
290. Los actos de administración extraordinaria son los que sobrepasan los límites y el modo de la administración or- dinaria y son objeto de atención particular con el fin de salva- guardar la estabilidad económica del patrimonio eclesiástico.
3. Los Consejos de Gobierno y Administración
291. Así como para llevar adelante las tareas pastorales, también para el gobierno y la administración de ha de cuidar la adecuada constitución y el conveniente funcionamiento de los Consejos respectivos.
3.1 El Colegio de Consultores
292. El Colegio de consultores es un grupo de sacerdotes, no menor de seis ni mayor de doce, que, aunque elegidos por el obis- po diocesano entre los sacerdotes que forman parte del Consejo Presbiteral, se constituye en forma distinta e independiente de dicho Consejo y tiene funciones bien determinadas por el Dere- cho. Es conveniente que se tenga clara clara la oportunidad y la utilidad de este Colegio: en primer lugar, es difícil reunir a todo el Consejo presbiteral cuantas veces sea necesario para recurrir a su consejo en los problemas urgentes que se suscitan en el diario acontecer de una diócesis; en segundo lugar, puede suceder que haya asuntos que, por su delicadeza, no sea prudente se hagan del conocimiento de la generalidad.
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293. Entre las principales funciones del Consejo de con- sultores determinadas por el derecho están las siguientes: si no hay obispo auxiliar, debe informar cuanto antes a la Sede Apostólica del fallecimiento del obispo diocesano (Cfr c. 422) y, dentro de los ocho días a partir de tener la noticia que ha quedado vacante la sede diocesana, elegir al administrador diocesano, (Cfr. c. 421 §1).
3.2. El Cabildo Catedralicio
294. El Cabildo catedralicio es un colegio de sacerdotes ins- tituido para celebrar las funciones litúrgicas más solemnes en la iglesia catedral, prestar su consejo al obispo diocesano cuan- do éste se lo requiera y cumplir las encomiendas que el mismo obispo le haga. El Código de Derecho Canónico presenta, en el c. 503, la naturaleza y la finalidad del Cabildo catedralicio.
295. Al declarar el canon que el Cabildo "es un colegio de sacerdotes", manifiesta que la naturaleza del Cabildo es sacer- dotal y que sólo éstos pueden formar dicho colegio.
296. La finalidad propia y canónica del Cabildo catedralicio es: "celebrar las funciones litúrgicas más solemnes" o sea "tribu- tar a Dios el culto público más solemne, con la máxima dignidad y perfección litúrgicas", por lo que el Cabildo, "está llamado a ser una institución litúrgica modélica. El cabal cumplimiento de sus funciones de culto puede y debe convertirlo en auténtico pa- radigma de vida pastoral -teórica y práctica- para toda la iglesia diocesana".
297. Procurará el obispo que, para formar parte del Cabil- do, llame a sacerdotes expertos que destaquen por su doctrina y vida sacerdotal ejemplar, los que tienen oficios de importan- cia en la diócesis.
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298. El Cabildo tendrá un presidente, un primus inter pares. que sea el moderador de las reuniones; un secretario que levante actas y un tesorero que vea y administre los bienes capitulares.
299. Oficio especial en el seno del Cabildo catedralicio es el de penitenciario, con la importante función de absolver de las censuras canónicas.
3.3 El Consejo de Asuntos Económicos
300. El Concilio Vaticano II se expresa así en el decreto
Presbiterorum Ordinis en el n. 17: "los bienes eclesiásticos propiamente dichos, como lo pide la naturaleza de la cosa, los administrarán los sacerdotes, observando lo que dispongan las leyes eclesiásticas, con la ayuda, en cuanto fuere posible de laicos peritos". A los mismos laicos el Concilio en el de- creto Apostolicam Actuositatem, en el n. 10 menciona que con la ayuda de su pericia, puede hacerse más eficaz la adminis- tración de los bienes. A su vez, el Directorio para los Obispos, Ecciesiae Imago, hace mención del criterio comunitario, de tal manera que la corresponsabilidad recae en Obispo, en el clero y en los fieles según su capacidad. El Directorio Apostolorum Succesores insiste en que para formar parte de este organis- mo los fieles sean "seleccionados por su conocimiento de la materia económica y del derecho civil, dotados de reconocida honestidad y de amor a la Iglesia y al apostolado". Más aún. menciona que habrá de incluirse a los diáconos permanentes según sus disposiciones, n. 192. No menos el Código de De- recho Canónico recalca la necesidad de que los fieles subven- gan a las necesidades de la Iglesia también con su trabajo: cc 208, 212 §3 y 22 §1.
301. Como una respuesta a estas disposiciones, el Códi- go de Derecho Canónico dispone que el Consejo de Asuntos
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Económicos que ha de presidir el Obispo diocesano o un delegado suyo, ha de constar, por lo menos de tres miembros expertos en materia económica, en derecho civil v de pro- bada integridad (Cfr c. 492). Con ellos el obispo diocesano examinará los proyectos, las obras, los balances, los planes, etc. Este Consejo deberá ser consultado en los actos de admi- nistración que sean de mayor importancia y en los actos de administración extraordinaria.
Conclusión
302. E] compromiso por impulsar una Nueva Etapa Evan- gelizadora en nuestra iglesia angelopolitana no puede pres- cindir de las estructuras gubernamentales y administrativas, incluidos sus respectivos consejos, el énfasis que queremos destacar aquí es que tales estructuras han de estar inspiradas en el Evangelio y orientadas por la organización pastoral a fin de que nuestra Iglesia pueda cumplir su misión en las tres fun- ciones o tareas primordiales que señalamos en el capítulo ter- cero de este Documento: profética, litúrgica y de conducción.
SEGÚN EVANGÉLICAS FORMAS DE GOBIERNO Y ADMINISTRACIÓN
Las estructuras gubernamentales y administrativas
Introducción
262. La etimología de la palabra "gobierno" es muy des- criptiva. Kubernein, que significa "pilotar un barco", se refie- re a la autoridad que dirige, controla y administra las institu- ciones de una sociedad y, que al fin, afecta a los individuos que la componen en orden al bien común. Todas las estruc- turas gubernamentales deben comprenderse en el espacio de esta descripción.
263. Sin la pretensión de agotar esta exigencia de nuestra comunidad creyente y peregrina, nos detenemos a considerai tres aspectos: formas de gobierno en el espíritu de la comunión y la pastoral orgánica (1), formas de organización económica al servicio de la caridad (2) y los Consejos respectivos (3).
1. Formas de gobierno
264. Las tres formas o estructuras de gobierno. Curia dio- cesana, Visita pastoral y Tribunal eclesiástico, encuentran su justificación en el derecho de la Iglesia universal y desde el mismo se ha de revitalizar el espíritu de la comunión que las ha de distinguir y la orientación totalmente definida en favo- recer la pastoral orgánica de nuestra Iglesia angelopolitana.
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1.1 La Curia Diocesana
265. La Curia diocesana consta de los organismos y per- sonas que colaboran con el obispo en el gobierno de toda la Diócesis: en la dirección de la actividad pastoral, en la ad- ministración de la diócesis y en el ejercicio de la potestad judicial. En el espíritu de comunión que nos ha de distinguir en cuanto Iglesia de Jesucristo y con la finalidad de favorecer una pastoral orgánica, no hemos de perder de vista que la Curia diocesana está constituida por las personas que, desde una adecuada organización interna, sirven al obispo para ex- presar su propia caridad pastoral en favor de la porción de la Iglesia que se le ha encomendado (Cfr. CIC c. 469, PG, 45), de ahí que más bien que llamarla Curia episcopal, bien se le llame Curia diocesana.
266. Entre los organismos que conforman la Curia dio- cesana se señalan: el Consejo Episcopal, los Tribunales, el Consejo de Pastoral y el Consejo de Asuntos Económicos;
entre las personas: el vicario general, el moderador, el vica- rio judicial, los jueces, los vicarios episcopales, el secretario canciller, los notarios y los oficiales. Tanto organismos como personas, deben interesarse mental y dinámicamente en res- ponder a la coordinación que se le pide al obispo diocesano para expresar como paradigma la comunión y el servicio.
267. Así pues, la Curia diocesana, como se ha dicho, de
un órgano burocrático, fiscal o de poder, debe transformarse, a norma del Decreto Christus Dominus número 27, en una realidad pastoral y orgánica, de modo que llegue a ser un instrumento más idóneo para el triple ministerio, profetico, litúrgico y social.
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1.2 La Visita Pastoral
268. La visita pastoral es la visita canónica del Obispo a su diócesis, a ejemplo de cómo los apóstoles visitaban periódi- camente a sus fieles que iban recibiendo el anuncio del Evan- gelio para confirmarlos en la fe. También a través de la visita pastoral el pastor muestra su solicitud de velar por las ovejas y conducirlas al alimento de la Palabra, a la celebración de los sacramentos y a la madurez en la fe.
269. Por medio de la visita pastoral, el obispo ha de cono- cer de cerca la realidad que viven sus sacerdotes y sus fieles;
los límites parroquiales y su funcionalidad para una mejor atención pastoral; el cuidado y la administración sana de los bienes materiales, tanto inmuebles como bienes preciosos; asi mismo, ha de mirar y escuchar directamente las necesidades de las comunidades visitadas de manera que pueda dictar las directrices pertinentes, ejecutar las acciones de gobierno para el mejor caminar de su iglesia particular y corregir oportuna- mente los abusos que se evidencien.
270. La visita pastoral es un derecho y un deber del obispo diocesano quien, para conocer y gobernar convenientemente su diócesis, deberá conocerla y tratarla; de aquí se deriva que el obispo ha de sentir la necesidad de visitar cada año a una parte de la Diócesis.
271. La visita pastoral ha de ser un acontecimiento de gracia:
durante ésta, se celebra la Eucaristía, se proclama la Palabra de Dios, se confiere solemnemente el sacramento de la Confirma- ción y es un momento importante para facilitar el encuentro cor el párroco y los demás clérigos que ayudan en las parroquias. con los religiosos, miembros de sociedades de vida apostólica. y laicos; con el Consejo de Pastoral y el Consejo de Asuntos Económicos; con los jóvenes y los niños, particularmente con quienes realizan su camino de formación catequética. A través
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De esta forma de gobierno se facilita la visita a las escuelas y otras obras e instituciones parroquiales, así como también a los enfermos y encarcelados; brinda la oportunidad de percatarse sobre la administración y cuidado de los lugares sagrados, los ornamentos litúrgicos, los libros parroquiales y otros bienes que conforman el patrimonio de la iglesia local. Además, se apro- vechará la oportunidad de reanimar la vocación y misión de los agentes evangelizadores, felicitarlos, animarlos y consolarlos, mientras que es la ocasión para invitar a toda la comunidad cris- tiana a la renovación de su vida espiritual y apostólica.
1.3 El Tribunal Eclesiástico
272. No hay que perder de vista que la administración de la justicia, inspirada siempre en la caridad, es una de las fun- ciones de la potestad de gobierno. Es grave tarea la de la admi- nistración de la justicia canónica y esta función la realizan los tribunales eclesiásticos, algunas veces, determinando la validez de los actos jurídicos, o resolviendo los litigios, o bien impo- niendo penas o declarándolas; actos que requieren un sentido profundo de la justicia, conocimiento canónico y experiencia.
273. En los tribunales eclesiásticos se juzgan con derecho propio y exclusivo las causas que se refieren a las cosas espi- rituales, o bien las que están relacionadas con ellas; así mismo se juzga la violación de las leyes eclesiásticas con relación a todo aquello que conforme un delito, con el fin de determinar la culpa y la consiguiente imposición de la pena. Ejercen los tribunales, en nombre de los obispos, la jurisdicción conten- ciosa y penal. Así se puede decir que los tribunales son una emanación del poder jurisdiccional del obispo que, en vez de decidir y castigar por sí mismo directa e inmediatamente, juz- ga y sentencia por un tribunal cuya institución emana de él y del Derecho Canónico.
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274. Llama particularmente la atención, la posibilidad de que la Iglesia ejerza la función judicial y que la ejerza custodian- do con una pena el espacio de ciertos institutos, pena a la que se expone el transgresor al invadir dolosamente dicho espacio.
275. Distintos textos de la Sagrada Escritura confirman el hecho de que Jesucristo, al encomendar al colegio apostolice la fundación de la Iglesia, le dio para regirla todos los poderes e instrucciones que necesitaban para este fin y lógicamente a los sucesores de este colegio; de aquí nace el principio y ori- gen de la jurisdicción de la Iglesia, que aunque sea de derecho divino puramente espiritual, se atrajo indirectamente desde un principio otra especie de jurisdicción para los negocios tem- porales. Las leyes que especifican el derecho de uno y otro orden han de ser custodiadas, ya que la Iglesia en cuanto so- ciedad está compuesta de hombres y mujeres que integran lo espiritual y lo material
2. Formas de organización económica
276. Ante la interrogación que pudiera venir a la mente acerca de que si sea compatible con la misión y el espíritu del evangelio de la Iglesia, el que ésta use y gestione bienes mate- riales temporales, hemos de recordar que Cristo ha estableci- do a la Iglesia como una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino (LG 8), de tal manera que su dimensión espiritual, vivificada por el Espíritu, no puede des- entenderse de su existencia como organismo visible y social.
277. La Iglesia, para cumplir su misión sobrenatural de salvación, necesita de los bienes temporales y de normas que ordenen el recto uso de esos medios. El hecho de que la Igle- sia posea determinados bienes materiales se justifica por la ne- cesidad de servirse de ellos para perseguir sus fines propios;
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esta finalidad constituye la medida del recto ejercicio de este derecho, pues la Iglesia debe vivir ejemplarmente la virtud de la pobreza evangélica y, para ser creíble, ha de evitar no sólo la acumulación de bienes innecesarios sino también cualquier forma de gestión negligente.
278. La capacidad patrimonial de la Iglesia hace referencia a las cuatro actividades esenciales de ella con relación a estos bie- nes temporales: la adquisición, la retención, la administración y la enajenación. La rectitud, la honradez y la justicia en estas acti- vidades harán espacio para que los fieles ejerciten su derecho-de- ber de contribuir generosamente a las necesidades eclesiales, se consideren y realicen fondos de comunicación cristiana de estos bienes y se tenga en cuenta el equilibrio entre el fin espiritual de los oficios eclesiásticos y el sostenimiento honesto de los clérigos. Entre las diversas formas de realizar este ejercicio por parte de los fieles, están las oblaciones voluntarias, las tasas y los tributos (Cfr. ce. 222 §l y 1259).
2.1 Las Colectas Diocesanas
279. En el concepto de "ofrendas voluntarias" se incluyen todas las aportaciones de tipo voluntario, ya sea por propia iniciativa, ya sea a petición de la autoridad. Son las aporta- ciones que no responden al cumplimiento de una obligación estrictamente jurídica y que han de permitir recordar que el medio ordinario de financiación de la Iglesia es la ayuda vo- luntaria de los fieles.
280. En esta categoría se comprenden las ofrendas espontá- neas: donaciones, testamentos, legados, ofrendas con ocasión de servicios pastorales y las ofrendas solicitadas: colectas y pe- ticiones de limosnas, tanto las ordinarias como las especiales.
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2.2. Las Tasas
281. Las tasas son prestaciones económicas que deben pa- gar quienes solicitan un servicio de la autoridad administrativa o judicial. Estas, se deben encuadrar en una categoría interme- dia entre las ofrendas voluntarias y los tributos, pues tienen al mismo tiempo un aspecto impositivo y un aspecto relativamen- te voluntario y flexible. En esta clase de prestaciones, se ha de vigilar la ausencia de arbitrariedad, así como el evitar la simo- nía y el escándalo.
282. Entre estas tasas se consideran las llamadas tasas ad- ministrativas que se aplican al ejercicio de la concesión de gracias, facultades, licencias, etc. y las tasas judiciales, las que corresponden al ejercicio de la autoridad judicial.
2.3 Los Tributos Diocesanos
283. Los tributos eclesiásticos se suelen definir como obli- gaciones pecuniarias impuestas por la autoridad eclesiástica competente. Hay dos categorías de personas sujetas a estos tri- butos: las personas jurídicas públicas sujetas al obispo diocesa- no, a quienes se solicita un tributo moderado y proporcionado que tiene como motivo las necesidades de la diócesis; y las per- sonas físicas como también las personas jurídicas, a quienes se les solicita este tributo teniendo en cuenta un caso de grave necesidad. Se contemplan tres tipos de tributos: el ordinario diocesano, el extraordinario diocesano y el seminarístico.
284. El tributo ordinario diocesano es una contribución ge- neral estable para las necesidades de la diócesis que el obispo diocesano puede imponer, como se dijo, a las personas jurídi- cas públicas sujetas a su jurisdicción; en realidad, esta contri-
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bución debe ser un “medio extraordinario de financiación” y será sólo el Obispo diocesano el que establezca la finalidad, la periodicidad, las modalidades de pago, las eventuales exen- ciones de estos tributos.
285. El tributo extraordinario diocesano, como su nombre lo expresa, es eventual y sólo en casos de grave necesidad económica de la diócesis, y la petición ha de ir dirigida tanto a personas físicas como a personas jurídicas privadas sujetas a la jurisdicción del obispo diocesano.
286. La finalidad del tributo seminarístico es la financia- ción del Seminario diocesano y la petición ha de ir dirigida a las personas físicas y jurídicas con sede en la diócesis. Es obvio que si el Seminario fuera capaz de sufragar los gastos de otra forma, no sería lícito al obispo diocesano imponer este tributo que se considera excepcional. En nuestra diócesis, en lugar de este tributo, se recurre a las ofrendas recogidas en una particular jomada diocesana.
287. Como es lógico, el recurso a los tributos por parte del obispo diocesano se debe hacer con grande moderación y pru- dencia y debe responder a las necesidades reales de la diócesis.
2.4. Los actos de administración ordinaria y extraordinaria
288. El concepto de "patrimonio" se refiere al conjunto de bienes que goza de cierta permanencia. La razón de este conjunto es la de asegurar un soporte financiero estable que garantice la autosuficiencia económica, la supervivencia y la facilitación de la consecución de los fines propios de la diócesis o de la parroquia.
289. Así, por actos de la administración ordinaria se com- prenden todas las actividades que son propias del administra-
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dor, sin necesidad de recurrir a otros requisitos y que tienen como finalidad el cuidar la conservación y el mejoramiento de los bienes que forman el patrimonio, así como también la percepción de sus frutos y rentas.
290. Los actos de administración extraordinaria son los que sobrepasan los límites y el modo de la administración or- dinaria y son objeto de atención particular con el fin de salva- guardar la estabilidad económica del patrimonio eclesiástico.
3. Los Consejos de Gobierno y Administración
291. Así como para llevar adelante las tareas pastorales, también para el gobierno y la administración de ha de cuidar la adecuada constitución y el conveniente funcionamiento de los Consejos respectivos.
3.1 El Colegio de Consultores
292. El Colegio de consultores es un grupo de sacerdotes, no menor de seis ni mayor de doce, que, aunque elegidos por el obis- po diocesano entre los sacerdotes que forman parte del Consejo Presbiteral, se constituye en forma distinta e independiente de dicho Consejo y tiene funciones bien determinadas por el Dere- cho. Es conveniente que se tenga clara clara la oportunidad y la utilidad de este Colegio: en primer lugar, es difícil reunir a todo el Consejo presbiteral cuantas veces sea necesario para recurrir a su consejo en los problemas urgentes que se suscitan en el diario acontecer de una diócesis; en segundo lugar, puede suceder que haya asuntos que, por su delicadeza, no sea prudente se hagan del conocimiento de la generalidad.
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293. Entre las principales funciones del Consejo de con- sultores determinadas por el derecho están las siguientes: si no hay obispo auxiliar, debe informar cuanto antes a la Sede Apostólica del fallecimiento del obispo diocesano (Cfr c. 422) y, dentro de los ocho días a partir de tener la noticia que ha quedado vacante la sede diocesana, elegir al administrador diocesano, (Cfr. c. 421 §1).
3.2. El Cabildo Catedralicio
294. El Cabildo catedralicio es un colegio de sacerdotes ins- tituido para celebrar las funciones litúrgicas más solemnes en la iglesia catedral, prestar su consejo al obispo diocesano cuan- do éste se lo requiera y cumplir las encomiendas que el mismo obispo le haga. El Código de Derecho Canónico presenta, en el c. 503, la naturaleza y la finalidad del Cabildo catedralicio.
295. Al declarar el canon que el Cabildo "es un colegio de sacerdotes", manifiesta que la naturaleza del Cabildo es sacer- dotal y que sólo éstos pueden formar dicho colegio.
296. La finalidad propia y canónica del Cabildo catedralicio es: "celebrar las funciones litúrgicas más solemnes" o sea "tribu- tar a Dios el culto público más solemne, con la máxima dignidad y perfección litúrgicas", por lo que el Cabildo, "está llamado a ser una institución litúrgica modélica. El cabal cumplimiento de sus funciones de culto puede y debe convertirlo en auténtico pa- radigma de vida pastoral -teórica y práctica- para toda la iglesia diocesana".
297. Procurará el obispo que, para formar parte del Cabil- do, llame a sacerdotes expertos que destaquen por su doctrina y vida sacerdotal ejemplar, los que tienen oficios de importan- cia en la diócesis.
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298. El Cabildo tendrá un presidente, un primus inter pares. que sea el moderador de las reuniones; un secretario que levante actas y un tesorero que vea y administre los bienes capitulares.
299. Oficio especial en el seno del Cabildo catedralicio es el de penitenciario, con la importante función de absolver de las censuras canónicas.
3.3 El Consejo de Asuntos Económicos
300. El Concilio Vaticano II se expresa así en el decreto
Presbiterorum Ordinis en el n. 17: "los bienes eclesiásticos propiamente dichos, como lo pide la naturaleza de la cosa, los administrarán los sacerdotes, observando lo que dispongan las leyes eclesiásticas, con la ayuda, en cuanto fuere posible de laicos peritos". A los mismos laicos el Concilio en el de- creto Apostolicam Actuositatem, en el n. 10 menciona que con la ayuda de su pericia, puede hacerse más eficaz la adminis- tración de los bienes. A su vez, el Directorio para los Obispos, Ecciesiae Imago, hace mención del criterio comunitario, de tal manera que la corresponsabilidad recae en Obispo, en el clero y en los fieles según su capacidad. El Directorio Apostolorum Succesores insiste en que para formar parte de este organis- mo los fieles sean "seleccionados por su conocimiento de la materia económica y del derecho civil, dotados de reconocida honestidad y de amor a la Iglesia y al apostolado". Más aún. menciona que habrá de incluirse a los diáconos permanentes según sus disposiciones, n. 192. No menos el Código de De- recho Canónico recalca la necesidad de que los fieles subven- gan a las necesidades de la Iglesia también con su trabajo: cc 208, 212 §3 y 22 §1.
301. Como una respuesta a estas disposiciones, el Códi- go de Derecho Canónico dispone que el Consejo de Asuntos
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Económicos que ha de presidir el Obispo diocesano o un delegado suyo, ha de constar, por lo menos de tres miembros expertos en materia económica, en derecho civil v de pro- bada integridad (Cfr c. 492). Con ellos el obispo diocesano examinará los proyectos, las obras, los balances, los planes, etc. Este Consejo deberá ser consultado en los actos de admi- nistración que sean de mayor importancia y en los actos de administración extraordinaria.
Conclusión
302. E] compromiso por impulsar una Nueva Etapa Evan- gelizadora en nuestra iglesia angelopolitana no puede pres- cindir de las estructuras gubernamentales y administrativas, incluidos sus respectivos consejos, el énfasis que queremos destacar aquí es que tales estructuras han de estar inspiradas en el Evangelio y orientadas por la organización pastoral a fin de que nuestra Iglesia pueda cumplir su misión en las tres fun- ciones o tareas primordiales que señalamos en el capítulo ter- cero de este Documento: profética, litúrgica y de conducción.
5º SÍNODO DIOCESANO CAPÍTULO QUINTO
CAPITULO QUINTO
EN UNA PROPUESTA ORGÁNICA
La organización pastoral
Introducción
229. Impulsar una Nueva Etapa Evangelizadora, desde la ministerialidad de la Iglesia-comunión para promover la acción salvadora de Jesucristo con procesos de formación en los diversos lugares eclesiales, nos exige una organización pastoral, una propuesta orgánica de acción. La palabra organización, proveniente del griego organon que significa "herramienta o instrumento", designa un sistema diseñado para alcanzar ciertas metas y objetivos; al abordar aquí la organización pastoral queremos referimos al "sistema o instrumento" que nos permita avanzar como Iglesia particular en la dirección que hemos señalado en los capítulos anteriores.
230. Sin entrar en detalle sobre todos los elementos que conforman la organización que nos ha de permitir el relanzamiento de la acción pastoral, en este capítulo abordamos algunos aspectos desde tres formas genéricas de estos instrumentos: la Parroquia y sus ámbitos de coordinación y apoyo, la Vicaría Diocesana de Pastoral y los Consejos Diocesanos.
1. La Parroquia y sus ámbitos de coordinación y apoyo
231. Si bien es cierto que estamos llamados a repensar y relanzar la parroquia, especialmente en la gran ciudad y las ciudades medianas de nuestra diócesis, hemos de reconocer y destarar 1a importancia que ésta tiene en la experiencia concre-
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ta de ser Iglesia y hemos de aprovechar sus ámbitos de coordi- nación y apoyo que facilitan la tarea evangelizadora.
1.1 La Parroquia
232. Una acepción del término "parroquia" y que nos trasmite el Código de Derecho Canónico, en el canon 515, es la de "una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la iglesia particular", comunidad de fieles que se determina en formas diversas: territorial, ritual, fun- damental, etc., según sea la determinación de estos fieles el territorio, el rito o cualquiera otra forma. El mismo Código de Derecho Canónico, sin mencionar los términos técnicos, nos proporciona la causa material: la comunidad de fieles; la cau- sa formal: la erección hecha por el obispo diocesano; la causa eficiente: el párroco y su unión con el obispo; su consistencia jurídica: su personalidad y su estabilidad; así como su causa final: el cuidado de enseñar, santificar y regir a esa comunidad de fieles, esto es, donde se realiza la triple función pastoral o los actos básicos, elementales y directos de las tres tareas primordiales que desarrollamos en el capítulo tercero de este documento, por esta razón, qué importante es que, conforme a sus propias circunstancias, cada parroquia revise o elabore su plan de pastoral en conformidad con las indicaciones gene- rales de la Diócesis.
233. Esta acepción nos deja ver la importancia que la parro- quia tiene en la vida de los discípulos y, por tanto, el cuidado que hemos de poner en ella al asumir una Nueva Etapa Evan- gelizadora en nuestra Diócesis; la parroquia es la comunidad en la que cada uno, y cada grupo en que se organiza la vida de la comunidad, vive su fe. De esta manera, la parroquia viene a ser una comunidad sacramental, o sea, el “lugar” donde ser vive el encuentro con Cristo y con su misterio salvífico y, por
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consiguiente, donde se llega a descubrir la propia identidad de discípulo misionero, hijo de Dios y en camino de santificación
234. A la luz de la enseñanza más reciente de la Iglesia, es- tamos llamados a reconocer los retos que se nos plantean para avanzar en la transformación de las parroquias, para hacer de éstas, comunidades más vivas y misioneras: no podemos des- conocer que el lenguaje y el contenido eclesiológico del Con- cilio Vaticano II está en poco uso al referimos a la parroquia y a las comunidades que la componen; continuamos aún en una idea muy teórica y territorial de la parroquia y no respon- demos a las realidades de la composición social de nuestros días; los principios de comunidad, de comunión y de corres- ponsabilidad todavía permanecen a la teoría y a los ideales y es poco el convencimiento y menos aún el compromiso con estos principios en la práctica; aún se continúa centrando la parroquia en la persona del párroco, a quien pareciera le corresponde toda la acción de la Iglesia y accidentalmente, asociar a sí, la actividad laical; aún está lejana la aceptación y adecuada relación con la parroquia de los movimientos y comunidades que han surgido; la visión de la parroquia casi no tiene periferia que no sea culto, catcquesis y sacramentos;
se sigue percibiendo la parroquia como estructura pastoral y comunitaria normal y general, por lo que la inculturación no encuentra reflejo suficiente.
235. El Concilio Vaticano II nos brinda la oportunidad de comprender la parroquia en las novedades que se derivan de su eclesiología y que fueron también asumidas por el Código de Derecho Canónico. En esta línea, hemos de asumir la am- pliación, con nueva flexibilidad, de las formas de comprender la parroquia y el ejercicio del ministerio que se ejerce en ella:
parroquia territorial, cuasi-parroquia, parroquia personal, pá- rrocos in solidum y vicarios inter-parroquiales.
236. Impulsar una Nueva Etapa Evangelizadora nos exige recuperar la conciencia y avanzar en la experiencia de que es
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en la parroquia donde se vive la experiencia de la comuni- dad, sobre todo al ser la Eucaristía el centro y el vértice de la vida parroquial; sin embargo, reconocer un centro y un vértice supone asumir una periferia, una base y una proyección; se celebra una fe que se ha comprendido y que se proyecta en la vida. La celebración eucarística que se celebra en la parroquia funda y proyecta la unidad con Jesucristo que pronuncia su Palabra, ofrece su Cuerpo y su Sangre y congrega a los miem- bros para que en la profesión de una misma fe sean un solo cuerpo en comunión diocesana (comunión con el obispo) y en comunión universal (con el Papa y con toda la Iglesia). A par- tir de ella se ha de despertar y afirmar la conciencia clara de la pertenencia de la parroquia a la Iglesia particular y universal.
237. Es nuestra tarea revitalizar de tal manera nuestras pa- rroquias que en las relaciones que se establezcan en la vida parroquial, sea entre el párroco y sus fieles, sea entre el pá- rroco y el presbiterio, sea entre los presbíteros y el Obispo, sean reconocidos los derechos y las obligaciones que impelen a todos a ser constructores de comunión y corresponsables en la misión de hacer llegar la Buena Nueva a todos, parti- cularmente a los más alejados o a los más abandonados de la acción pastoral de la Iglesia; de aquí se deriva la urgencia de abrir nuevas responsabilidades y tareas, sacramentales o no, a laicos, en espíritu de corresponsabilidad.
238. Desde una eclesiología de comunión y dentro de una propuesta orgánica de pastoral es indispensable que cada pa- rroquia revalore el papel de su concejo pastoral así como de la Zona pastoral y del Decanato en medio de los cuales se inserta, de manera que la comunión y misión de la parroquia se abra y se disponga a un rico intercambio dentro de una pastoral de conjunto.
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1.2 El Decanato
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239. Como se ha venido haciendo desde tiempo inmemo- rial, siglos V y VI, nuestra iglesia particular agrupa varias parro- quias que tienen cierta homogeneidad social, cultural y religiosa en lo que hoy denominamos Decanato. Para avanzar en la Nueva Etapa Evangelizadora que nos proponemos es necesario que se conozcan y se procuren los fines de este ámbito de pastoral, entre los cuales se destacan: potenciar la pastoral de conjunto, dar una respuesta a necesidades reales y afines, y, sobre todo, ser una ex- presión de iglesia en comunión para la misión.
240. Es urgente que todos los agentes de pastoral conoz- camos, facilitemos y aprovechemos las funciones que le co- rresponden al "decano" en el servicio a los hermanos de su decanato: favorecer la fraternidad sacerdotal y la actividad apostólica; promover, coordinar y ejecutar programaciones pastorales; fortalecer los equipos de presbíteros, de religiosos y de laicos; favorecer el compartir los recursos materiales y humanos; promover la respuesta a las exigencias y los retos que presenta una pastoral de sectores y ambientes; impulsar el cuidado del patrimonio eclesial, cultural, documental y ar- tístico. Para lograr estas funciones, que podrían agruparse en tres áreas: actividades pastorales, relación entre los presbíte- ros y los bienes parroquiales del decanato, han de contemplar- se las vertientes que impelen tanto el derecho común como el particular diocesano.
241. Para relanzar la vida y misión de nuestra iglesia dio- cesana, en el esfuerzo de una renovación fiel y constante, es urgente recuperar el papel del decano como promotor y sos- tén de un servicio pastoral en apoyo a las parroquias de su decanato, como impulsor de comunión y fraternidad y come favorecedor de una pastoral de conjunto.
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1.3 La Zona Pastoral
242. En nuestra Iglesia particular contamos ya con una sig- nificativa experiencia de vida y misión en Zonas pastorales. Para avanzar en una Nueva Etapa Evangelizadora es necesario fortalecer el impulso que desde estos ámbitos pueda facilitar- se, tomando en cuenta que en ellas se pueden reconocer rasgos culturales comunes, mentalidades afines y problemas humanos similares, así como una vivencia y una práctica religiosa seme- jantes. Con frecuencia la parroquia es una entidad demasiado pequeña, los decanatos son limitados y la Diócesis es demasia- do grande para que los desafíos pastorales sean tratados conve- nientemente, la zona pastoral nos ofrece este espacio y estamos llamados a revitalizarlo.
243. En la zona pastoral, el responsable de coordinar los esfuerzos de párrocos y decanos en una pastoral de conjunto, abierta a la orientación pastoral diocesana, es el vicario epis- copal territorial o de zona quien, juntamente con el vicario episcopal que denominamos funcional, goza de potestad de régimen, ordinaria y vicaria, por lo que el Código de Derecho Canónico hace incluir al vicario episcopal en el ámbito del término "Ordinario del lugar", en el territorio o para los asun- tos para los que ha sido nombrado. De esta manera, el vicario episcopal asiste al obispo en el gobierno de una porción de la diócesis o para toda la diócesis en los asuntos particulares que le son asignados.
244. Desde una eclesiología postconciliar, será muy impor- tante que todos los agentes de pastoral conozcamos, valore- mos y apoyemos las funciones del vicario episcopal de zona para favorecer una acción pastoral más encamada que atienda mejor a las necesidades de nuestras parroquias, que anime los proyectos de apoyo de los decanatos y que favorezca la comu- nión con el obispo a quien deberá mantener informado y asis-
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tirá con un servicio siempre en comunión con sus directrices (Cfr. Ch D 23 y 27; CIC, ce. 476-481; DAS 178-179).
2. La Vicaría de Pastoral
245. Aunque no es un sistema o instrumento exigido por el derecho de la Iglesia, recogiendo la experiencia más reciente, se ha creado en nuestra diócesis la vicaría de pastoral, al frente de la cual está uno de los vicarios episcopales que denomina- mos funcionales; esto es, el vicario de Pastoral, quien preside y coordina el equipo que la conforma. Para emprender una Nue- va Etapa Evangelizadora en nuestra diócesis será indispensa- ble que esta vicaría, en un trabajo de comunión y participación con los agentes de pastoral de nuestra diócesis, a través de las zonas pastorales y sus respectivos vicarios episcopales territo- riales, favorezca el discernimiento de los retos que cada época y situación plantean, facilite el conocimiento de los elementos teológicos y pastorales que deben iluminar estas realidades y anime las respuestas de acción mediante los planes, programas y proyectos pastorales pertinentes.
246. Mediante la Vicaría de Pastoral, nuestra iglesia par- ticular ha de diseñar y rediseñar los sistemas o instrumentos concretos mediante los cuales se impulse la evangelización, siempre en fidelidad al mandato de Jesucristo, con la ilumina- ción del Magisterio de la Iglesia más reciente y en respuesta a las necesidades de los hombres y mujeres de cada tiempo y lugar, interlocutores de nuestra acción pastoral.
247. La propuesta orgánica de pastoral encuentra en las zonas pastorales la estructura que favorece una evangeliza- ción más encamada o contextualizada. Con los apoyos para impulsar las diversas dimensiones de la evangelización, para responder desde los desafíos y oportunidades que nos plantea
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El tiempo actual y para atender a las más sentidas necesidades de algunos sectores de la sociedad, hoy por hoy nuestro sis- tema de pastoral de organiza en seis comisiones que brindan sus servicios desde diversas dimensiones para atender áreas más específicas de la pastoral. Para incorporamos en la Nueva Etapa Evangelizadora que decidimos asumir en nuestra igle- sia Angelopolitana, será indispensable que desde la Vicaría de Pastoral se favorezca un trabajo de conjunto de manera que, mediante el diálogo y la corresponsabilidad de todos, se facilite una propuesta pastoral diocesana realmente orgánica. Habrá que crear los canales pertinentes donde no existieran y revitalizar los actualmente vigentes para que la comunicación y la corresponsabilidad fluya entre las Dimensiones que con- forman cada Comisión; entre las diversas Comisiones Dioce- sanas y entre éstas y las Zonas pastorales.
248. La visión y misión de cada una de las comisiones y sus respectivas dimensiones, así como los programas y pro- yectos que elaboren, ejecuten y evalúen de manera perma- nente ha de encontrar en el Plan Diocesano sus principios inspiradores y sus guías fundamentales; así como desde su experiencia se ha de ha de enriquecer la edición de los planes diocesanos sucesivos.
3. Los Consejos Diocesanos
249. Para mantener y dinamizar una propuesta orgánica de pastoral que nos introduzca, nos mantenga y nos proyecte en la Nueva Etapa Evangelizadora que nos proponemos, hemos de revitalizar los Consejos Diocesanos de manera que por ellos fluyan los aportes que ayuden al obispo en su tarea de guiar a la porción del Pueblo de Dios que se le ha encomendado.
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3.1. El Consejo Episcopal
250. El Consejo Episcopal en la Arquidiócesis está conforma- do por el vicario general, los vicarios episcopales y el secretario canciller. Además de cumplir con la finalidad que sencillamente describe el Código de Derecho Canónico en el can. 473 §4 "para fomentar mejor la acción pastoral", es un punto de apoyo y con- sejo para el gobierno del arzobispo; es un instrumento apto para unificar criterios, dar y recibir información o indicación sobre las tareas realizadas. Será de suma importancia que movidos por la corresponsabilidad y el amor a la comunidad diocesana presen- ten sus aportaciones con parresía y escuchen con humildad, como nos ha señalado recientemente el Papa Francisco.
3.2 El Consejo Presbiteral
251. Al proponer el Concilio Vaticano II la constitución de una junta o senado de sacerdotes que representen al colegio presbiteral para ayudar al obispo en el gobierno de la diócesis (Cfr. PO 7), restauró una institución de la Iglesia primitiva cuya necesidad se destaca en nuestro tiempo para evitar exce- sivos personalismos y hacer operativa la corresponsabilidad, la comunión y la participación en nuestra iglesia particular.
252. El Consejo presbiteral en la Arquidiócesis está formado por los obispos auxiliares, el vicario general y los vicarios epis- copales; por los decanos y por miembros que el arzobispo ha de- signado por propia iniciativa. Se rige por sus propios estatutos y sesiona en las fechas determinadas por el arzobispo y el coor- dinador al principio de cada año civil. Es el obispo diocesano el que forma, convoca y preside el consejo y, además, determina lo< asuntos que se han de tratar y hacer que se hagan del conocimien- to de todos- las decisiones tomadas.
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253. El Consejo Presbiteral facilita el diálogo entre obispo
y presbiterio, además es un instrumento para aumentar la fra- ternidad sacerdotal; aporta los elementos necesarios para que el presbiterio cumpla su misión de hacer que los presbíteros sean los primeros colaboradores del obispo, por lo que la condición sacerdotal, es indispensable para formar parte del mismo.
254. Aunque es un órgano de naturaleza consultiva, el conse- jo deberá tomar conciencia que está llamado a ayudar al obispo en todo lo que se refiere al gobierno de la diócesis; es el lugar adecuado para tener la visión de conjunto de la situación diocesa- na; el lugar para considerar y discernir lo que las personas o gru- pos de ellas sugieren para la marcha de la diócesis; el lugar para expresar los pareceres y experiencias; y el lugar para proponer, mediante prioridades y métodos, los objetivos más a propósito para el ejercicio de los diversos ministerios diocesanos.
255. Los estatutos del consejo, aprobados por el obispo y quien comprobará que los mismos estén acordes con lo dispuesto por la ley de la Iglesia y las disposiciones de la Conferencia del Episcopado, serán el instrumento para organizar las actividades del mismo consejo: composición, elección, materias de estudios, frecuencia de las reuniones, la organización directiva, las posibles y eventuales comisiones, el reglamento de las sesiones, etc.
256. Cuan importante es que los miembros del consejo presbiteral asuman posiciones constructivas, responsables, buscando siempre el bien de la diócesis. Y, sin imponer visio- nes parciales y personalistas, fomentarán el clima de comunión, de atención y responsable búsqueda de las mejores soluciones.
3.3 El Consejo Pastoral
257. Conforme con las disposiciones canónicas, ce. 511-
514 y lo que ha afirmado la conferencia de Medellín, los con
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sejos de pastoral son una de las instituciones más originales
sugeridas por el Concilio Vaticano II y uno de los más efi- cientes instrumentos de la renovación en la Iglesia (Cfr. ChD 27; AG 30). Será de suma importancia que este consejo sea revalorado y su aporte redimensionado y adecuadamente ca- nalizado para que contribuya realmente a la revitalización de nuestra iglesia particular.
258. El Consejo Pastoral, como su nombre lo indica, tie- ne naturaleza y función específicamente pastorales con voto consultivo. Los clérigos, los miembros de la vida consagrada y, principalmente, los laicos que lo componen, han de orien- tar sus esfuerzos a descubrir, estudiar y valorar los problemas generales y particulares de la pastoral diocesana, así como a sugerir planes, proponer los objetivos de resolución de esos problemas y proponer las acciones más conducentes para lograr dicha solución; además, el Consejo de Pastoral ha de proponer los medios y recursos materiales y humanos que cooperen con la mayor eficacia a alcanzar la solución a los problemas mencionados y alcanzar la meta deseada.
259. De esta manera, mientras que el Consejo Presbiteral se constituye únicamente de presbíteros, éste cuenta con la participación de agentes de las diversas vocaciones en la igle- sia; así mismo, mientras aquél contempla que ayude al obispo en el gobierno de la diócesis, éste limita sus aportes al trabajo pastoral. Otra nota que distingue a este consejo es que sus miembros no forman parte del mismo por representatividad, sino por experiencia y competencia.
260. La carta de la Congregación para el Clero, Omnes Christifideles, en el número nueve, hace una relación suma- ria de los asuntos que el Consejo de Pastoral debe estudiar y asesorar, mismos que deben conocer y asumir quienes son convocados a conformarlo:
- Ejercicio de la cura pastoral en la diócesis.
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Iniciativas misioneras, catequéticas y apostólicas en el ámbito diocesano.
- Fomento de la formación doctrinal y vida sacramental
de los fieles diocesanos.
- Ayudas oportunas al ministerio pastoral de los sacerdo- tes.
- Modos de sensibilizar a la opinión pública sobre los
problemas de la Iglesia.
Conclusión
261. Para realizar la acción pastoral son necesarias estruc- turas pastorales adecuadas; para incorporamos a la Nueva Eta- pa Evangelizadora que pretendemos impulsar, la organización pastoral adecuada, retomando las directrices de la Iglesia en sus diversos niveles -universal, continental y nacional- ha de aprovechar lo mejor de nuestra cultura y lo mejor del talento y del compromiso de quienes peregrinamos en esta Iglesia an- gelopolitana.
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EN UNA PROPUESTA ORGÁNICA
La organización pastoral
Introducción
229. Impulsar una Nueva Etapa Evangelizadora, desde la ministerialidad de la Iglesia-comunión para promover la acción salvadora de Jesucristo con procesos de formación en los diversos lugares eclesiales, nos exige una organización pastoral, una propuesta orgánica de acción. La palabra organización, proveniente del griego organon que significa "herramienta o instrumento", designa un sistema diseñado para alcanzar ciertas metas y objetivos; al abordar aquí la organización pastoral queremos referimos al "sistema o instrumento" que nos permita avanzar como Iglesia particular en la dirección que hemos señalado en los capítulos anteriores.
230. Sin entrar en detalle sobre todos los elementos que conforman la organización que nos ha de permitir el relanzamiento de la acción pastoral, en este capítulo abordamos algunos aspectos desde tres formas genéricas de estos instrumentos: la Parroquia y sus ámbitos de coordinación y apoyo, la Vicaría Diocesana de Pastoral y los Consejos Diocesanos.
1. La Parroquia y sus ámbitos de coordinación y apoyo
231. Si bien es cierto que estamos llamados a repensar y relanzar la parroquia, especialmente en la gran ciudad y las ciudades medianas de nuestra diócesis, hemos de reconocer y destarar 1a importancia que ésta tiene en la experiencia concre-
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ta de ser Iglesia y hemos de aprovechar sus ámbitos de coordi- nación y apoyo que facilitan la tarea evangelizadora.
1.1 La Parroquia
232. Una acepción del término "parroquia" y que nos trasmite el Código de Derecho Canónico, en el canon 515, es la de "una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la iglesia particular", comunidad de fieles que se determina en formas diversas: territorial, ritual, fun- damental, etc., según sea la determinación de estos fieles el territorio, el rito o cualquiera otra forma. El mismo Código de Derecho Canónico, sin mencionar los términos técnicos, nos proporciona la causa material: la comunidad de fieles; la cau- sa formal: la erección hecha por el obispo diocesano; la causa eficiente: el párroco y su unión con el obispo; su consistencia jurídica: su personalidad y su estabilidad; así como su causa final: el cuidado de enseñar, santificar y regir a esa comunidad de fieles, esto es, donde se realiza la triple función pastoral o los actos básicos, elementales y directos de las tres tareas primordiales que desarrollamos en el capítulo tercero de este documento, por esta razón, qué importante es que, conforme a sus propias circunstancias, cada parroquia revise o elabore su plan de pastoral en conformidad con las indicaciones gene- rales de la Diócesis.
233. Esta acepción nos deja ver la importancia que la parro- quia tiene en la vida de los discípulos y, por tanto, el cuidado que hemos de poner en ella al asumir una Nueva Etapa Evan- gelizadora en nuestra Diócesis; la parroquia es la comunidad en la que cada uno, y cada grupo en que se organiza la vida de la comunidad, vive su fe. De esta manera, la parroquia viene a ser una comunidad sacramental, o sea, el “lugar” donde ser vive el encuentro con Cristo y con su misterio salvífico y, por
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consiguiente, donde se llega a descubrir la propia identidad de discípulo misionero, hijo de Dios y en camino de santificación
234. A la luz de la enseñanza más reciente de la Iglesia, es- tamos llamados a reconocer los retos que se nos plantean para avanzar en la transformación de las parroquias, para hacer de éstas, comunidades más vivas y misioneras: no podemos des- conocer que el lenguaje y el contenido eclesiológico del Con- cilio Vaticano II está en poco uso al referimos a la parroquia y a las comunidades que la componen; continuamos aún en una idea muy teórica y territorial de la parroquia y no respon- demos a las realidades de la composición social de nuestros días; los principios de comunidad, de comunión y de corres- ponsabilidad todavía permanecen a la teoría y a los ideales y es poco el convencimiento y menos aún el compromiso con estos principios en la práctica; aún se continúa centrando la parroquia en la persona del párroco, a quien pareciera le corresponde toda la acción de la Iglesia y accidentalmente, asociar a sí, la actividad laical; aún está lejana la aceptación y adecuada relación con la parroquia de los movimientos y comunidades que han surgido; la visión de la parroquia casi no tiene periferia que no sea culto, catcquesis y sacramentos;
se sigue percibiendo la parroquia como estructura pastoral y comunitaria normal y general, por lo que la inculturación no encuentra reflejo suficiente.
235. El Concilio Vaticano II nos brinda la oportunidad de comprender la parroquia en las novedades que se derivan de su eclesiología y que fueron también asumidas por el Código de Derecho Canónico. En esta línea, hemos de asumir la am- pliación, con nueva flexibilidad, de las formas de comprender la parroquia y el ejercicio del ministerio que se ejerce en ella:
parroquia territorial, cuasi-parroquia, parroquia personal, pá- rrocos in solidum y vicarios inter-parroquiales.
236. Impulsar una Nueva Etapa Evangelizadora nos exige recuperar la conciencia y avanzar en la experiencia de que es
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en la parroquia donde se vive la experiencia de la comuni- dad, sobre todo al ser la Eucaristía el centro y el vértice de la vida parroquial; sin embargo, reconocer un centro y un vértice supone asumir una periferia, una base y una proyección; se celebra una fe que se ha comprendido y que se proyecta en la vida. La celebración eucarística que se celebra en la parroquia funda y proyecta la unidad con Jesucristo que pronuncia su Palabra, ofrece su Cuerpo y su Sangre y congrega a los miem- bros para que en la profesión de una misma fe sean un solo cuerpo en comunión diocesana (comunión con el obispo) y en comunión universal (con el Papa y con toda la Iglesia). A par- tir de ella se ha de despertar y afirmar la conciencia clara de la pertenencia de la parroquia a la Iglesia particular y universal.
237. Es nuestra tarea revitalizar de tal manera nuestras pa- rroquias que en las relaciones que se establezcan en la vida parroquial, sea entre el párroco y sus fieles, sea entre el pá- rroco y el presbiterio, sea entre los presbíteros y el Obispo, sean reconocidos los derechos y las obligaciones que impelen a todos a ser constructores de comunión y corresponsables en la misión de hacer llegar la Buena Nueva a todos, parti- cularmente a los más alejados o a los más abandonados de la acción pastoral de la Iglesia; de aquí se deriva la urgencia de abrir nuevas responsabilidades y tareas, sacramentales o no, a laicos, en espíritu de corresponsabilidad.
238. Desde una eclesiología de comunión y dentro de una propuesta orgánica de pastoral es indispensable que cada pa- rroquia revalore el papel de su concejo pastoral así como de la Zona pastoral y del Decanato en medio de los cuales se inserta, de manera que la comunión y misión de la parroquia se abra y se disponga a un rico intercambio dentro de una pastoral de conjunto.
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1.2 El Decanato
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239. Como se ha venido haciendo desde tiempo inmemo- rial, siglos V y VI, nuestra iglesia particular agrupa varias parro- quias que tienen cierta homogeneidad social, cultural y religiosa en lo que hoy denominamos Decanato. Para avanzar en la Nueva Etapa Evangelizadora que nos proponemos es necesario que se conozcan y se procuren los fines de este ámbito de pastoral, entre los cuales se destacan: potenciar la pastoral de conjunto, dar una respuesta a necesidades reales y afines, y, sobre todo, ser una ex- presión de iglesia en comunión para la misión.
240. Es urgente que todos los agentes de pastoral conoz- camos, facilitemos y aprovechemos las funciones que le co- rresponden al "decano" en el servicio a los hermanos de su decanato: favorecer la fraternidad sacerdotal y la actividad apostólica; promover, coordinar y ejecutar programaciones pastorales; fortalecer los equipos de presbíteros, de religiosos y de laicos; favorecer el compartir los recursos materiales y humanos; promover la respuesta a las exigencias y los retos que presenta una pastoral de sectores y ambientes; impulsar el cuidado del patrimonio eclesial, cultural, documental y ar- tístico. Para lograr estas funciones, que podrían agruparse en tres áreas: actividades pastorales, relación entre los presbíte- ros y los bienes parroquiales del decanato, han de contemplar- se las vertientes que impelen tanto el derecho común como el particular diocesano.
241. Para relanzar la vida y misión de nuestra iglesia dio- cesana, en el esfuerzo de una renovación fiel y constante, es urgente recuperar el papel del decano como promotor y sos- tén de un servicio pastoral en apoyo a las parroquias de su decanato, como impulsor de comunión y fraternidad y come favorecedor de una pastoral de conjunto.
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1.3 La Zona Pastoral
242. En nuestra Iglesia particular contamos ya con una sig- nificativa experiencia de vida y misión en Zonas pastorales. Para avanzar en una Nueva Etapa Evangelizadora es necesario fortalecer el impulso que desde estos ámbitos pueda facilitar- se, tomando en cuenta que en ellas se pueden reconocer rasgos culturales comunes, mentalidades afines y problemas humanos similares, así como una vivencia y una práctica religiosa seme- jantes. Con frecuencia la parroquia es una entidad demasiado pequeña, los decanatos son limitados y la Diócesis es demasia- do grande para que los desafíos pastorales sean tratados conve- nientemente, la zona pastoral nos ofrece este espacio y estamos llamados a revitalizarlo.
243. En la zona pastoral, el responsable de coordinar los esfuerzos de párrocos y decanos en una pastoral de conjunto, abierta a la orientación pastoral diocesana, es el vicario epis- copal territorial o de zona quien, juntamente con el vicario episcopal que denominamos funcional, goza de potestad de régimen, ordinaria y vicaria, por lo que el Código de Derecho Canónico hace incluir al vicario episcopal en el ámbito del término "Ordinario del lugar", en el territorio o para los asun- tos para los que ha sido nombrado. De esta manera, el vicario episcopal asiste al obispo en el gobierno de una porción de la diócesis o para toda la diócesis en los asuntos particulares que le son asignados.
244. Desde una eclesiología postconciliar, será muy impor- tante que todos los agentes de pastoral conozcamos, valore- mos y apoyemos las funciones del vicario episcopal de zona para favorecer una acción pastoral más encamada que atienda mejor a las necesidades de nuestras parroquias, que anime los proyectos de apoyo de los decanatos y que favorezca la comu- nión con el obispo a quien deberá mantener informado y asis-
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tirá con un servicio siempre en comunión con sus directrices (Cfr. Ch D 23 y 27; CIC, ce. 476-481; DAS 178-179).
2. La Vicaría de Pastoral
245. Aunque no es un sistema o instrumento exigido por el derecho de la Iglesia, recogiendo la experiencia más reciente, se ha creado en nuestra diócesis la vicaría de pastoral, al frente de la cual está uno de los vicarios episcopales que denomina- mos funcionales; esto es, el vicario de Pastoral, quien preside y coordina el equipo que la conforma. Para emprender una Nue- va Etapa Evangelizadora en nuestra diócesis será indispensa- ble que esta vicaría, en un trabajo de comunión y participación con los agentes de pastoral de nuestra diócesis, a través de las zonas pastorales y sus respectivos vicarios episcopales territo- riales, favorezca el discernimiento de los retos que cada época y situación plantean, facilite el conocimiento de los elementos teológicos y pastorales que deben iluminar estas realidades y anime las respuestas de acción mediante los planes, programas y proyectos pastorales pertinentes.
246. Mediante la Vicaría de Pastoral, nuestra iglesia par- ticular ha de diseñar y rediseñar los sistemas o instrumentos concretos mediante los cuales se impulse la evangelización, siempre en fidelidad al mandato de Jesucristo, con la ilumina- ción del Magisterio de la Iglesia más reciente y en respuesta a las necesidades de los hombres y mujeres de cada tiempo y lugar, interlocutores de nuestra acción pastoral.
247. La propuesta orgánica de pastoral encuentra en las zonas pastorales la estructura que favorece una evangeliza- ción más encamada o contextualizada. Con los apoyos para impulsar las diversas dimensiones de la evangelización, para responder desde los desafíos y oportunidades que nos plantea
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El tiempo actual y para atender a las más sentidas necesidades de algunos sectores de la sociedad, hoy por hoy nuestro sis- tema de pastoral de organiza en seis comisiones que brindan sus servicios desde diversas dimensiones para atender áreas más específicas de la pastoral. Para incorporamos en la Nueva Etapa Evangelizadora que decidimos asumir en nuestra igle- sia Angelopolitana, será indispensable que desde la Vicaría de Pastoral se favorezca un trabajo de conjunto de manera que, mediante el diálogo y la corresponsabilidad de todos, se facilite una propuesta pastoral diocesana realmente orgánica. Habrá que crear los canales pertinentes donde no existieran y revitalizar los actualmente vigentes para que la comunicación y la corresponsabilidad fluya entre las Dimensiones que con- forman cada Comisión; entre las diversas Comisiones Dioce- sanas y entre éstas y las Zonas pastorales.
248. La visión y misión de cada una de las comisiones y sus respectivas dimensiones, así como los programas y pro- yectos que elaboren, ejecuten y evalúen de manera perma- nente ha de encontrar en el Plan Diocesano sus principios inspiradores y sus guías fundamentales; así como desde su experiencia se ha de ha de enriquecer la edición de los planes diocesanos sucesivos.
3. Los Consejos Diocesanos
249. Para mantener y dinamizar una propuesta orgánica de pastoral que nos introduzca, nos mantenga y nos proyecte en la Nueva Etapa Evangelizadora que nos proponemos, hemos de revitalizar los Consejos Diocesanos de manera que por ellos fluyan los aportes que ayuden al obispo en su tarea de guiar a la porción del Pueblo de Dios que se le ha encomendado.
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3.1. El Consejo Episcopal
250. El Consejo Episcopal en la Arquidiócesis está conforma- do por el vicario general, los vicarios episcopales y el secretario canciller. Además de cumplir con la finalidad que sencillamente describe el Código de Derecho Canónico en el can. 473 §4 "para fomentar mejor la acción pastoral", es un punto de apoyo y con- sejo para el gobierno del arzobispo; es un instrumento apto para unificar criterios, dar y recibir información o indicación sobre las tareas realizadas. Será de suma importancia que movidos por la corresponsabilidad y el amor a la comunidad diocesana presen- ten sus aportaciones con parresía y escuchen con humildad, como nos ha señalado recientemente el Papa Francisco.
3.2 El Consejo Presbiteral
251. Al proponer el Concilio Vaticano II la constitución de una junta o senado de sacerdotes que representen al colegio presbiteral para ayudar al obispo en el gobierno de la diócesis (Cfr. PO 7), restauró una institución de la Iglesia primitiva cuya necesidad se destaca en nuestro tiempo para evitar exce- sivos personalismos y hacer operativa la corresponsabilidad, la comunión y la participación en nuestra iglesia particular.
252. El Consejo presbiteral en la Arquidiócesis está formado por los obispos auxiliares, el vicario general y los vicarios epis- copales; por los decanos y por miembros que el arzobispo ha de- signado por propia iniciativa. Se rige por sus propios estatutos y sesiona en las fechas determinadas por el arzobispo y el coor- dinador al principio de cada año civil. Es el obispo diocesano el que forma, convoca y preside el consejo y, además, determina lo< asuntos que se han de tratar y hacer que se hagan del conocimien- to de todos- las decisiones tomadas.
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253. El Consejo Presbiteral facilita el diálogo entre obispo
y presbiterio, además es un instrumento para aumentar la fra- ternidad sacerdotal; aporta los elementos necesarios para que el presbiterio cumpla su misión de hacer que los presbíteros sean los primeros colaboradores del obispo, por lo que la condición sacerdotal, es indispensable para formar parte del mismo.
254. Aunque es un órgano de naturaleza consultiva, el conse- jo deberá tomar conciencia que está llamado a ayudar al obispo en todo lo que se refiere al gobierno de la diócesis; es el lugar adecuado para tener la visión de conjunto de la situación diocesa- na; el lugar para considerar y discernir lo que las personas o gru- pos de ellas sugieren para la marcha de la diócesis; el lugar para expresar los pareceres y experiencias; y el lugar para proponer, mediante prioridades y métodos, los objetivos más a propósito para el ejercicio de los diversos ministerios diocesanos.
255. Los estatutos del consejo, aprobados por el obispo y quien comprobará que los mismos estén acordes con lo dispuesto por la ley de la Iglesia y las disposiciones de la Conferencia del Episcopado, serán el instrumento para organizar las actividades del mismo consejo: composición, elección, materias de estudios, frecuencia de las reuniones, la organización directiva, las posibles y eventuales comisiones, el reglamento de las sesiones, etc.
256. Cuan importante es que los miembros del consejo presbiteral asuman posiciones constructivas, responsables, buscando siempre el bien de la diócesis. Y, sin imponer visio- nes parciales y personalistas, fomentarán el clima de comunión, de atención y responsable búsqueda de las mejores soluciones.
3.3 El Consejo Pastoral
257. Conforme con las disposiciones canónicas, ce. 511-
514 y lo que ha afirmado la conferencia de Medellín, los con
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sejos de pastoral son una de las instituciones más originales
sugeridas por el Concilio Vaticano II y uno de los más efi- cientes instrumentos de la renovación en la Iglesia (Cfr. ChD 27; AG 30). Será de suma importancia que este consejo sea revalorado y su aporte redimensionado y adecuadamente ca- nalizado para que contribuya realmente a la revitalización de nuestra iglesia particular.
258. El Consejo Pastoral, como su nombre lo indica, tie- ne naturaleza y función específicamente pastorales con voto consultivo. Los clérigos, los miembros de la vida consagrada y, principalmente, los laicos que lo componen, han de orien- tar sus esfuerzos a descubrir, estudiar y valorar los problemas generales y particulares de la pastoral diocesana, así como a sugerir planes, proponer los objetivos de resolución de esos problemas y proponer las acciones más conducentes para lograr dicha solución; además, el Consejo de Pastoral ha de proponer los medios y recursos materiales y humanos que cooperen con la mayor eficacia a alcanzar la solución a los problemas mencionados y alcanzar la meta deseada.
259. De esta manera, mientras que el Consejo Presbiteral se constituye únicamente de presbíteros, éste cuenta con la participación de agentes de las diversas vocaciones en la igle- sia; así mismo, mientras aquél contempla que ayude al obispo en el gobierno de la diócesis, éste limita sus aportes al trabajo pastoral. Otra nota que distingue a este consejo es que sus miembros no forman parte del mismo por representatividad, sino por experiencia y competencia.
260. La carta de la Congregación para el Clero, Omnes Christifideles, en el número nueve, hace una relación suma- ria de los asuntos que el Consejo de Pastoral debe estudiar y asesorar, mismos que deben conocer y asumir quienes son convocados a conformarlo:
- Ejercicio de la cura pastoral en la diócesis.
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Iniciativas misioneras, catequéticas y apostólicas en el ámbito diocesano.
- Fomento de la formación doctrinal y vida sacramental
de los fieles diocesanos.
- Ayudas oportunas al ministerio pastoral de los sacerdo- tes.
- Modos de sensibilizar a la opinión pública sobre los
problemas de la Iglesia.
Conclusión
261. Para realizar la acción pastoral son necesarias estruc- turas pastorales adecuadas; para incorporamos a la Nueva Eta- pa Evangelizadora que pretendemos impulsar, la organización pastoral adecuada, retomando las directrices de la Iglesia en sus diversos niveles -universal, continental y nacional- ha de aprovechar lo mejor de nuestra cultura y lo mejor del talento y del compromiso de quienes peregrinamos en esta Iglesia an- gelopolitana.
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5º SÍNODO DIOCESANO CAPÍTULO CUARTO
CAPITULO CUARTO
CON PROCESOS DE FORMACIÓN EN LOS DIVERSOS LUGARES ECLESIALES
Los procesos y lugares deformación
Introducción
158. A partir del Concilio Vaticano II y con la riqueza del Magisterio posconciliar, nuestras iglesias en América Latina han intensificado y enriquecido su reflexión a fin de encontrar las mejores maneras de evangelizar en medio de un contexto tan lleno de contradicciones, de esperanzas, de conflictos y de oportunidades. Frutos relevantes de estos procesos de re- flexión son los Documentos Conclusivos de las últimas cuatro Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano a los que hemos de acudir con frecuencia para avanzar en nues- tra tarea, convencidos de que la evangelización, como voca- ción y tarea de la Iglesia, no termina nunca, se está realizando permanentemente.
159. Convencidos de nuestra vocación, conscientes de que nuestro compromiso evangelizador se une al de generaciones anteriores y asumiendo los desafíos y oportunidades de nues- tro tiempo, al emprender Una Nueva Etapa Evangelizadora desde la ministerialidad de la Iglesia comunión para promover la acción salvadora de Jesucristo sentimos el compromiso de revisar y renovar nuestros procesos de formación, de manera que sea integral, gradual y permanente, en respeto y atención a las personas y a las comunidades (1), así como reconocer y aprovechar los diversos lugares donde dicha formación ha de procurarse (2). Estos son los dos grandes apartados en los que estructuramos este Cuarto capítulo de nuestro Documento.
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1. Los procesos de formación
160. La vocación y el compromiso de ser hoy discípulos mi- sioneros de Jesucristo en América Latina y El Caribe y, por lo tanto en nuestra iglesia Angelopolitana, nos exige una clara y de- cidida opción por la formación de los miembros de nuestras co- munidades, cualquiera sea la función que desarrollen en la Iglesia.
161. En esta tarea no hemos de apartar la mirada de nuestro Maestro, Jesús, quien formó personalmente a sus discípulos y apóstoles. Jesucristo nos da el método: "Vengan y vean" (Jn 1, 39), "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Con per- severante paciencia y sabiduría. Jesús invitó a todos a su segui- miento; a quienes aceptaron seguirlo, los introdujo en el misterio del Reino de Dios, y, después de su muerte y resurrección, los envió a predicar la Buena Nueva con la fuerza de su Espíritu. Su estilo se vuelve emblemático para los formadores y cobra espe- cial relevancia cuando pensamos en la paciente tarea formativa que la Iglesia debe emprender en el nuevo contexto sociocultural de América Latina. Con Jesucristo y como Él podemos contri- buir al desarrollo de las potencialidades de las personas y favore- cer así su formación como discípulos misioneros (Cfr. DA 276).
162. No hay que perder de vista que el itinerario formativo del seguidor de Jesús hunde sus raíces en la naturaleza dinámica de la persona y en la invitación personal de Jesucristo que llama a los suyos por su nombre, y éstos lo siguen porque conocen su voz. El Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos y los atraía; el seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de realización humana, al deseo de vida plena. El discí- pulo es alguien apasionado por Cristo, a quien reconoce como el Maestro que lo conduce y acompaña (Cfr. DA 277).
163. En los procesos de formación de los discípulos misioneros hemos de atender los cinco aspectos fundamentales que destaca Aparecida y que aparecen de diversa manera en cada
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Etapa del camino de formación compenetrándose íntimamente y alimentándose entre sí (Cfr. DA 278):
- El Encuentro con Jesucristo. Quienes serán sus dis- cípulos ya lo buscan (Cfr. Jn 1, 38), pero es el Señor quien los llama: "Sigúeme" (Me 1, 14; Mt 9, 9). Se ha de descubrir el sentido más hondo de la búsqueda y se ha de propiciar el encuentro con Cristo que da origen a la iniciación cristiana. Este encuentro debe renovarse constantemente por el testimonio personal, el anuncio del kerygma y la acción misionera de la comunidad. El kerygma no sólo es una etapa, sino el hilo conductor de un proceso que culmina en la madurez del discípulo de Jesucristo. Sin el kerygma, los demás aspectos de este proceso están condenados a la esterilidad.
- La Conversión. Es la respuesta inicial de quien ha escucha- do al Señor con admiración, cree en El por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida.
- El Discipulado. La persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús maestro, pro- fundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina. Para este paso, es de fundamental importancia la catequesis permanente y la vida sacramental, que forta- lecen la conversión inicial y permiten que los discípulos misioneros puedan perseverar en la vida cristiana y en la misión en medio del mundo que los desafía.
- La Comunión. No puede haber vida cristiana sino er comunidad: en las familias, las parroquias, las comu- nidades de vida consagrada- las comunidades de base, otras pequeñas comunidades y movimientos. Como los primeros cristianos, que se reunían en comunidad, el discípulo participa en la vida de la Iglesia y en el en-
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cuentro con los hermanos, viviendo el amor Cristo en la vida fraterna solidaria.
La Misión. El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anun- ciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios. La misión es inseparable del discipulado, por lo cual no debe en- tenderse como una etapa posterior a la formación.
164. La formación obedece a un proceso integral, es decir, comprende varias dimensiones, todas armonizadas entre sí en unidad vital. En la base de estas dimensiones está la fuerza del anuncio kerygmático. El poder del Espíritu y de la Palabra contagia a las personas y las lleva a escuchar a Jesucristo, a creer en Él como su Salvador, a reconocerlo como quien da pleno significado a su vida y a seguir sus pasos. El anuncio se fundamenta en el hecho de la presencia de Cristo Resucitado hoy en la Iglesia, y es el factor imprescindible del proceso de formación de discípulos y misioneros. Al mismo tiempo, la formación es permanente y dinámica, de acuerdo con el desa- rrollo de las personas y al servicio que están llamadas a pres- tar, en medio de las exigencias de la historia (Cfr. DA 279).
165. Asumiendo las enseñanzas de Aparecida, no hay que perder de vista que la formación del discípulo misionero abar- ca diversas dimensiones que deberán ser integradas armónica- mente a lo largo de todo el proceso formativo (Cfr. DA 280).
- La Dimensión Humana y Comunitaria. Esta dimensión tiende a acompañar procesos de formación que lleven a asumir la propia historia y a sanarla, en orden a vol- verse capaces de vivir como cristianos en un mundo
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Plural, con equilibrio, fortaleza, serenidad y libertad interior.
La Dimensión Espiritual. Es la dimensión formativa que funda el ser cristiano en la experiencia de Dios, manifes- tado en Jesús, y que lo conduce por el Espíritu a través de los senderos de una maduración profunda. Por medio de los diversos carismas, se arraiga la persona en el ca- mino de vida y de servicio propuesto por Cristo, con un estilo personal.
La Dimensión Intelectual. El encuentro con Cristo, Palabra hecha Carne, potencia el dinamismo de la razón que busca el significado de la realidad y se abre al Misterio. Se ex- presa en una reflexión seria, puesta constantemente al día a través del estudio que abre la inteligencia, con la luz de la fe, a la verdad. También capacita para el discernimiento, el juicio crítico y el diálogo sobre la realidad y la cultura.
La Dimensión Pastoral y Misionera. Proyecta hacia la formación de discípulos misioneros al servicio del mundo. Habilita para proponer proyectos y estilos de vida cristiana atrayentes, con intervenciones orgánicas y de colaboración fraterna con todos los miembros de la comunidad. Contribuye a integrar evangelización y pedagogía, comunicando vida y ofreciendo itinerarios pastorales acordes con la madurez cristiana, la edad y otras condiciones propias de las personas o de los gru- pos. Incentiva la responsabilidad de los laicos en el mundo para construir el Reino de Dios.
166. Llegar a la estatura de la vida nueva en Cristo, iden- tificándose profundamente con Él y su misión, es un camino largo, que requiere itinerarios diversificados, respetuosos de los procesos personales y de los ritmos comunitarios, con-
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tinuos y graduales. En la diócesis, el eje central deberá ser un proyecto orgánico de formación, aprobado por el obispo y elaborado con los organismos diocesanos competentes, te- niendo en cuenta todas las fuerzas vivas de la Iglesia parti- cular: asociaciones, servicios y movimientos, comunidades religiosas, pequeñas comunidades, comisiones de pastoral so- cial, y diversos organismos eclesiales que ofrezcan la visión de conjunto y la convergencia de las diversas iniciativas. Se requieren, también, equipos de formación convenientemente preparados que aseguren la eficacia del proceso mismo y que acompañen a las personas con pedagogías dinámicas, activas y abiertas (Cfr. DA 281).
167. Cada sector del Pueblo de Dios pide ser formado y acompañado, de acuerdo con la peculiar vocación y ministe- rio al que ha sido llamado: el obispo que es el principio de la unidad en la diócesis mediante el triple ministerio de enseñar, santificar y gobernar; los presbíteros, cooperando con el mi- nisterio del obispo, en el cuidado del pueblo de Dios que les es confiado; los diáconos permanentes en el servicio vivifi- cante, humilde y perseverante como ayuda valiosa para obis- pos y presbíteros; los consagrados y consagradas en el segui- miento radical del Maestro; los laicos y laicas que cumplen su responsabilidad evangelizadora colaborando en la formación de comunidades cristianas y en la construcción del Reino de Dios en el mundo (Cfr. DA 282).
168. Destacamos que la formación de los laicos y laicas debe contribuir, ante todo, a una actuación como discípulos misioneros en el mundo, en la perspectiva del diálogo y de la transformación de la sociedad. Es urgente una formación específica para que puedan tener una incidencia significati- va en los diferentes campos, sobre todo "en el mundo vasto de la política, de la realidad social y de la economía, como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios y de otras realidades abiertas a la evangelizaron" (EN 70; Cfr. DA 283).
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169. Es necesario formar a los discípulos en una espiri
tualidad de la acción misionera, que se basa en la docilidad al impulso del Espíritu, a su potencia de vida que moviliza y transfigura todas las dimensiones de la existencia. No es una experiencia que se limita a los espacios privados de la devo- ción, sino que busca penetrarlo todo con su fuego y su vida. El discípulo misionero, movido por el impulso y el ardor que proviene del Espíritu, aprende a expresarlo en el trabajo, en el diálogo, en el servicio, en la misión cotidiana (Cfr. DA 284).
170. Cuando el impulso del Espíritu impregna y motiva todas las áreas de la existencia, entonces también penetra y configura la vocación específica de cada uno. Cada una de las vocaciones tiene un modo concreto y distintivo de vivil la espiritualidad que da profundidad y entusiasmo al ejercicio concreto de sus tareas. Así, la vida en el Espíritu no nos cierra en una intimidad cómoda, sino que nos convierte en personas generosas y creativas, felices en el anuncio y el servicio misio- nero. Nos vuelve comprometidos con los reclamos de la reali- dad y capaces de encontrarle un profundo significado a todo le que nos toca hacer por la Iglesia y por el mundo (Cfr. DA 285).
2. Los lugares eclesiales de formación
171. Al considerar los procesos de formación recordamos que no puede haber vida cristiana sino en comunidad. Aho- ra nos detenemos a considerar las comunidades eclesiales en cuanto que son lugares eclesiales para la formación de los dis- cípulos misioneros que las conforman, sin negar el aporte de otras instituciones específicamente orientadas a este fin.
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2.1 La familia y la parroquia
172. Para favorecer la formación de los discípulos misioneros en la Nueva Etapa Evangelizadora que hemos venido delineando, una importancia destacada hay que dar a la familia y a la parro- quia, dos lugares fundamentales para la formación de los discípu- los misioneros, la primera, como comunidad natural básica para nacer y crecer en la fe; la segunda, como la comunidad de comu- nidades, primera estructura donde se experimenta la vida de la iglesia particular y desde donde nos abrimos a la Iglesia universal.
a. La familia
173. En el seno del apostolado evangelizador de los laicos, es imposible dejar de subrayar la acción evangelizadora de la familia. Ella ha merecido muy bien, en diferentes momentos de la historia y en el concilio vaticano II, el hermoso nombre de "iglesia doméstica" (Cfr. LG 11;AA 11). Esto significa que, en cada familia cristiana, deberán reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia entera. Por otra parte, la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia. Dentro de una familia consciente de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden, a su vez, recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido (Cfr. EN 71).
174. La familia, "patrimonio de la humanidad", constituye uno de los tesoros más valiosos de los pueblos latinoamerica- nos. Ella ha sido, es y ha de seguir siendo el espacio y la escuela de comunión, fuente de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace v se acoge generosa y responsable
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mente. Para que la lamilla sea "escuela de la fe” y pueda ayu- dar a los padres a ser los primeros catequistas de sus hijos, la pastoral familiar debe ofrecer espacios formativos, materiales catequéticos, momentos celebrativos, que le permitan cumplir su misión educativa. La familia está llamada a introducir a los hijos en el camino de la iniciación cristiana. La familia, peque- ña Iglesia, debe ser, junto con la Parroquia, el primer lugar para la iniciación cristiana de los niños (Cfr. DA 302).
175. Es un deber de los padres, especialmente a través de su ejemplo de vida, la educación de los hijos para el amor como don de sí mismos, y les han de brindar la ayuda que esté a su alcance para que descubran su vocación de servicio, sea en la vida laical como en la consagrada. De este modo, la formación de los hijos como discípulos de Jesucristo, se opera en las experiencias de la vida diaria en la familia mis- ma. Los hijos tienen el derecho de poder contar con el padre y la madre para que cuiden de ellos y los acompañen hacia la plenitud de vida. La "catcquesis familiar", implementada de diversas maneras, se ha revelado como una ayuda exitosa a la unidad de las familias, ofreciendo, además, una posibilidad eficiente de formar a los padres de familia, los jóvenes y los niños, para que sean testigos firmes de la fe en sus respectivas comunidades (Cfr. DA 303).
176. La educación de los hijos debe estar marcada por un camino de transmisión de la fe, experiencia que se dificulta por el estilo de vida actual, por los horarios de trabajo y por la complejidad del mundo de hoy donde muchos llevan un ritmo frenético para poder sobrevivir. Sin embargo, el hogar debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo. La fe es don de Dios, recibida en el bautismo, y no es el resultado de una acción humana, pero los padre son instrumentos de Dios para su maduración y desarrollo. La transmisión de la fe supone que los padres vivan la experiencia real de confiar en Dios y de buscarlo. Esto requiere que imploremos la acción
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De Dios en los corazones, allí donde no podemos llegar, pues sabemos que no somos dueños del don sino sus administrado- res cuidadosos, nuestro empeño creativo es una ofrenda que nos permite colaborar con la iniciativa de Dios. Por ello han de ser valorados los cónyuges, madres y padres, como sujetos activos de la catequesis. Es de gran ayuda la catequesis fami- liar, como método eficaz para formar a los jóvenes padres de familia y hacer que tomen conciencia de su misión de evan- gelizadores de su propia familia (Cfr. AL 287).
177. Los padres que quieren acompañar la fe de sus hijos están atentos a sus cambios, porque saben que la experiencia espiritual no se impone sino que se propone a su libertad. Es fundamental que los hijos vean de una manera concreta que para sus padres la oración es realmente importante. Por esos los momentos de oración en familia y las expresiones de la piedad popular pueden tener mayor fuerza evangelizadora que todas las catequesis y que todos los discursos (Cfr. AL 288).
178. El ejercicio de transmitir a los hijos la fe, en el sen- tido de facilitar su expresión y crecimiento, ayuda a que la familia se vuelva evangelizadora, y espontáneamente empie- ce a transmitirla a todos los que se acercan a ella y aun fuera del propio ámbito familiar. Los hijos que crecen en familias misioneras a menudo se vuelven misioneros (Cfr. Me 2,16;
Mt 11,19; Jn 4,7-26; AL 289).
179. La familia se convierte en sujeto de la acción pasto- ral mediante el anuncio explícito del Evangelio y el legado de múltiples formas de testimonio, entre las cuales se pueden destacar la solidaridad con los pobres, la apertura a la diver- sidad de las personas, la custodia de la creación, la solidari- dad moral y material hacia las otras familias, sobre todo a las más necesitadas, el compromiso con la promoción del bien común, incluso mediante la transformación de las estructuras sociales injustas a partir del territorio en el cual la familia vive, practicando las obras de misericordia corporal y espiri-
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tual. También en el corazón de cada familia hay que hacer re- sonar el kerygma, a tiempo y a destiempo, para que ilumine el camino; todos deberíamos ser capaces de decir, a partir de le vivido en nuestras familias: "nosotros lo reconocemos y cree- mos en el amor que Dios nos tiene" (Un 4,16; Cfr. AL 290).
b. La parroquia
180. Las parroquias son células vivas de la Iglesia y luga- res privilegiados en los que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y de su Iglesia. Encierran una inagotable riqueza comunitaria porque en ellas se encuentra una inmensa variedad de situaciones, de edades, de tareas. Sobre todo hoy, cuando la crisis de la vida familiar afecta a tantos niños y jóvenes, las parroquias brindan un espacio co- munitario para formarse en la fe y crecer comunitariamente (Cfr. DA 304).
181. Por tanto, debe cultivarse la formación comunitaria, especialmente en la parroquia. Con diversas celebraciones e iniciativas, principalmente con la Eucaristía dominical, que es "momento privilegiado del encuentro de las comunidades con el Señor resucitado", los fieles deben experimentar la pa- rroquia como una familia en la fe y la caridad, en la que mu- tuamente se acompañen y ayuden en el seguimiento de Cristo (Cfr. DA. 305).
182. Si queremos que las Parroquias sean centros de irra- diación misionera en sus propios territorios, deben ser tam- bién lugares de formación permanente. Esto requiere que se organicen en ellas variadas instancias formativas que asegu- ren el acompañamiento y la maduración de todos los agentes pastorales y de los laicos insertos en el mundo (Cfr. DA 306)
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2.2 Las pequeñas comunidades eclesiales y los movimientos
183. A partir de la formación que los discípulos misione- ros experimentan en los lugares básicos de la familia y de la parroquia, es necesario aprovechar y desarrollar las experien- cias de las pequeñas comunidades y los movimientos ecle- siales que han de favorecer la formación de sus miembros de forma sistemática y permanente.
a. Las pequeñas comunidades eclesiales
184. Para lograr que los bautizados vivan como auténticos discípulos misioneros de Cristo, en la Nueva Etapa Evangeli- zadora hemos de reconocer que en las pequeñas comunidades eclesiales tenemos un medio privilegiado; ellas son lugares de experiencia cristiana y evangelización que, en medio de la situación cultural que nos afecta, secularizada y hostil a la iglesia, se hacen todavía mucho más necesarias (Cfr. DA 307-308). Es indispensable suscitar en ellas una espiritualidad sólida, basada en la Palabra de Dios, que las mantenga en ple- na comunión de vida e ideales con la Iglesia local y, en parti- cular, con la comunidad parroquial. Así la parroquia llegará a ser "comunidad de comunidades" (Cfr. DA 309).
185. Señalamos que es preciso reanimar los procesos de for- mación de las pequeñas comunidades en nuestra diócesis pues en ellas tenemos una fuente segura de vocaciones al sacerdocio, a la vida religiosa y a la vida laical con especial dedicación al aposto- lado. A través de las pequeñas comunidades también se ha de pro- curar llegar a los alejados, a los indiferentes y a los que alimentan descontento o resentimientos ante a la Iglesia (Cfr. DA 310).
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b. Los movimientos eclesiales
186. Los nuevos movimientos y las nuevas comunidades son un don del Espíritu para la Iglesia. Los fieles encuentran en ellos la posibilidad de formarse cristianamente y compro- meterse apostólicamente hasta ser verdaderos discípulos mi- sioneros; de esta manera ejercitan el derecho natural y bautis- mal de libre asociación que señaló el Concilio. Es necesario animar a los movimientos y asociaciones que muestran hoy cierto cansancio o debilidad, e invitarlos a renovar su carisma original que no deja de enriquecer la diversidad con que el Espíritu se manifiesta y actúa en el pueblo cristiano (Cfr. DA 311). En el contexto actual, de nuevas situaciones y necesi- dades, los movimientos y nuevas comunidades son una opor- tunidad para que muchos alejados tengan una experiencia de encuentro vital con Jesucristo y, así, recuperen su identidad bautismal y su activa participación en la vida de la Iglesia.
187. Para aprovechar mejor los carismas y servicios de los movimientos eclesiales en el campo de la formación de los laicos, es necesario respetar sus carismas y su originalidad. procurando que se integren más plenamente a la estructura originaria que se da en la Diócesis. A la vez, es necesario que la comunidad diocesana acoja la riqueza espiritual y apostó- lica de los movimientos. Es verdad que los movimientos de- ben mantener su especificidad, pero dentro de una profunda unidad con la Iglesia particular, no sólo de fe sino de acción. misma que ha de ser discernida por el obispo para favorecer la necesaria integración de los movimientos en la vida dio- cesana, apreciando la riqueza de su experiencia comunitaria. formativa y misionera (Cfr. DA 313).
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2.3 Los centros educativos católicos
188. Miramos con gratitud los esfuerzos de formación
en la fe que se realizan, de forma sistemática y curricular, en nuestros centros educativos católicos, la catequesis que conduce a la recepción de los sacramentos para completar la iniciación cristiana y la formación que se amplía a la comu- nidad educativa: padres de familia, profesores, ex-alumnos, maestros y personas que de alguna manera se vinculan a la Institución. Aunque hace falta avanzar en estos campos, re- conocemos también el acercamiento de las instituciones de educación católica con las parroquias y grupos de pastoral, apreciamos la actitud de acogida que se brinda a los alumnos y familias no católicas y los programas sociales solidarios que se promueven (apoyo a niños en situación de calle, centros de acogida, comedores, despensas, etc.), conscientes de que necesitamos generar propuestas mucho más creativas que im- pacten en los cambios sociales que se requieren.
189. Hacemos nuestro el señalamiento de Aparecida cuan- do hace ver que la emergencia educativa que estamos vivien- do se deriva de las "reformas educativas" centradas preva- lentemente en la adquisición de conocimientos y habilidades marcadas por un claro reduccionismo antropológico, ya que conciben la educación en función de la producción, la com- petitividad y el mercado. A ello se suma que con frecuencia propician la inclusión de factores contrarios a la vida, a la familia y a una sana visión de la sexualidad (Cfr. DA 328).
190. Somos conscientes de las situaciones y necesidades de nuestros jóvenes: una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien, en definitiva, de la bondad de la vida; nuestros jóvenes manifiestan desinterés y apatía ante lo religioso institucional, quieren las cosas rápidamente, algo
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que nos les de tanta ansiedad al estar callados y sentados, “En este contexto se hace difícil transmitir de una generación a otra algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos creí- bles en tomo a los cuales construir la propia vida"16.
191. Ya el Concilio Vaticano 11 nos indicó que la verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien de las sociedades de las que es miembro y en cuyas responsabilidades participará cuandc adulto (Cfr. GE); se trata de una educación integral, mediante la asimilación sistemática y crítica de la cultura (Cfr. DA 329). Desde los centros educativos católicos hemos de asumir las orientación del Papa Juan Pablo II que proyecta las enseñanzas conciliares: "La educación consiste en que el hombre llegue a ser más hombre, que pueda ser más y no sólo que pueda tener más, y que en consecuencia a través de todo lo que tiene, de todo lo que posee, sepa ser más plenamente hombre"17.
192. También desde la educación católica hemos de insis- tir en que los primeros educadores son los padres de familia. mientras que los educadores en los centros educativos hemos de asumir nuestro propio llamado: a ofrecer una formación integral, corporal, espiritual, cognitiva, sociopolítica, estética. afectiva y comunicativa; a presentar los valores evangélicos de forma pertinente y atrayente; a discernir los signos de los tiempos; a entrar en el diálogo fe-cultura-ciencias-religiones. para lo cual es indispensable clarificar el proyecto educativo. tener bien clara nuestra misión y nuestra visión; a construir co- munidad con todos, alumnos, profesores, administrativos, di- rectivos, padres de familia, ex alumnos, etc. Para responder a nuestra vocación hemos de asumir el camino de la conversión que se ha de manifestar en no pocas transformaciones: pasar de la prioridad de la acción, al cuidado de la contemplación y del
16 Benedicto XVI. Mensaje a la Diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación. Vaticano, 21 de enero de 2008.
17 Discurso de SS Juan Pablo II a la XXXIV Asamblea General de la Naciones Unidas, 2 de octubre de 1979.
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Afecto, al encuentro compasivo y solidario con cada uno de los miembros de la comunidad escolar; pasar de los procesos de- ductivos a los inductivos; de la transmisión de conocimientos a la comunicación de una vivencia; pasar de un acompañamiento que regula y controla, a la propuesta de espacios de crecimiento fraterno. En fin, que trabajemos por una educación que forme mejores personas y que partamos de la experiencia gozosa de nuestra propia fe. Si no tenemos una experiencia gozosa de fe difícilmente vamos a volvemos buenos transmisores en el sen- tido de compartir y contagiar una esperanza.
193. Para generar una educación que de sentido a la vida necesitamos al menos tres actitudes:
- Respeto y acogida empática de nuestro tiempo. Evitar correr en paralelo con la cultura emergente y cultivar, en cambio, una actitud espiritual benevolente hacia ella, una actitud marcada por el asombro y el gozo por todo lo bueno de que es portadora.
- Amor a la verdad. A la acogida empática de la cultura debe seguir un esfuerzo lúcido, serio y ordenado por abrir las puertas a la verdad, acogerla y difundirla; la verdad como búsqueda y como aporte irrenunciable (Cfr. DA 336).
- Valorar el diálogo que ha de llevamos a la búsqueda compartida y respetuosa de la verdad y de la comunión. El diálogo hunde sus raíces en el respeto por todo lo que Dios ha puesto de verdad en cada persona, en cada tradición; no perdamos de vista que es el camino de humanización, de dignidad, de comprensión y de paz.
194. Asimismo necesitamos tener claridad respecto al sujeto de la educación, tener claridad respecto a la persona humana y su vocación trascendente. La educación presupone
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y comporta una determinada concepción del hombre y de la
vida: un hombre con conciencia de la propia dignidad, abier- ta, solidaria con los demás, capaz de relacionarse, consciente de la propia vocación, capaz de libertad, con autodominio, reflexión y pensamiento crítico; con un profundo sentido de justicia y de servicio, con una fe que anima la vida; con com- petencias profesionales para cumplir adecuadamente las ta- reas de la vida y al mismo tiempo, para aportar al desarrollo solidario de los demás (Cfr. DA 336. 341).
195. Se nos exige tener claridad respecto al proyecto edu- cativo, esto significa emprender el camino de educar en y para la libertad, en y para la responsabilidad, en y para el amor y la solidaridad (Cfr. GS 1; DA 332. 334. 335), a la vez que nece- sitamos tener claridad respecto a la dirección del desarrollo de la sociedad actual, lo cual nos debe llevar a crear una verdade- ra cultura globalizada de la solidaridad y a colaborar con los medios legítimos en la reducción de los efectos negativos de la globalización, como son el dominio de los más fuertes so- bre los más débiles y la pérdida de los valores locales. Educaí para que no domine el criterio del lucro, sino el de la búsque- da del bien común, la distribución equitativa de los bienes y la promoción integral de los pueblos (Cfr. DA 339).
196. Es indispensable que avancemos en la comprensiór de la misión mediadora del educador. La vocación y misiór del educador no es la de un mercader que entrega un cúmu- lo de saberes para hacer del alumno una persona competitiva en el mercado o un tecnócrata; el maestro es un mediadoi del descubrimiento y de la progresiva maduración humana y divina; un mediador que acompaña a sus alumnos hacia su plena madurez de la libertad y la rectitud de conciencia, hacia la capacidad de amar y ser amado y hacia los horizontes de la solidaridad y de la comunión. El maestro ha de ofrecer a los alumnos razones de vida y de esperanza, su tarea educativa nace del amor a ellos.
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197. Requerimos tener claridad respecto a la dimensión religiosa y trascendente de la persona humana. El encuentro de la persona con Dios es siempre un acontecimiento personal, una respuesta al don de la fe que por su naturaleza es un acto libre; la educación, incluida la católica, no pide la adhesión a la fe, pero su misión es prepararla, debe crear las condiciones para que la persona desarrolle la aptitud de la búsqueda y se oriente a descubrir el misterio del propio ser, hasta llegar al umbral de la fe. La misión de la educación católica es llevar a los jóvenes hacia un proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder transformador de su vida nueva (Cfr. DA 332); su meta es la de conducir al encuentro con Jesucris- to vivo. Hijo del Padre, hermano y amigo. Maestro y Pastor, camino, verdad y vida (Cfr. DA 336) y lo hace colaborando en la construcción de la personalidad de los alumnos, teniendo a Cristo como referencia en el plano de la mentalidad y de la vida. Tal referencia le ayudará a ver la historia como Cristo la ve, a juzgar la vida como Él lo hace. Por la fecundidad mis- teriosa de esta referencia la persona se construye en unidad existencial, o sea, asume sus responsabilidades y busca el sig- nificado último de su vida. Como consecuencia, maduran y re- sultan connaturales las actitudes humanas que llevan a abrirse sinceramente a la verdad, a respetar y amar a las personas, a expresar su propia libertad en la donación de sí y en servicio a los demás para la transformación de la sociedad (Cfr. DA 336).
198. Es necesario procurar que la educación en la fe de parte de las instituciones católicas sea integral y transversal en todo el curriculum, que tenga en cuenta los procesos de formación para el encuentro con Cristo y para crecer como discípulos misioneros suyos, insertando en ella verdaderos procesos para completar la iniciación cristiana. Asimismo, se recomienda que la comunidad educativa, como auténtica co- munidad eclesial y centro de evangelización, asuma su rol de formadora de discípulos misioneros en todos sus estamentos (Cfr DA 338).
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199. No son pocas las instituciones de educación superior de inspiración, o abiertamente de denominación, católica; es nece- saria en ellas una pastoral universitaria que acompañe la vida y el caminar de todo los miembros de la comunidad, promoviendo un encuentro personal y comprometido con Jesucristo así como múltiples iniciativas solidarias y misioneras (Cfr. DA 343). Para insertar estos esfuerzos en una pastoral orgánica es indispensable establecer vínculos sólidos con las parroquias y con los organis- mos diocesanos de pastoral. Por otro lado, es necesario que favo- rezcamos una mayor utilización de los servicios que ofrecen los institutos de formación teológica pastoral ya existentes en nues- tra Diócesis y que se promueva una más adecuada relación entre los mismos para aprovechar mejor los esfuerzos, los recursos y las potencialidades en favor de la formación de los laicos (Cfr. DA 345).
200. No hay que olvidar que un principio irrenunciable para la iglesia es la libertad de enseñanza ni que el amplio ejercicio del derecho a la educación reclama, como condición para su auténtica realización, la plena libertad de que debe gozar toda persona para elegir la educación que considere conforme a los valores que más estima y que considera indis- pensables para sus hijos (Cfr. DA 339).
2.4 El Seminario Palafoxiano y la formación permanente del presbiterio
201. Tenemos claro que nuestra comunión eclesial se construye desde la común y fundamental dignidad que se nos regala en el bautismo y desde la diversidad de vocaciones es- pecíficas, carismas, ministerios y funciones que el Espíritu no cesa de suscitar. A partir de esta eclesiología asumimos que la evangelización es tarea de todos y nos alegramos de que sea cada vez más reconocido e incorporado el aporte de los laicos
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En la vida y misión de la Iglesia; sin embargo, no hay que per-
der de vista la importancia de la vida y ministerio de quienes han sido configurados con Cristo pastor, cabeza y esposo de esta comunidad creyente y peregrina: el sacerdocio ministe- rial al servicio del sacerdocio común de los fieles.
202. Para impulsar la Nueva Etapa Evangelizadora en nuestra Diócesis será de suma importancia procurar una ade- cuada Pastoral Vocacional Presbiteral, desde la promoción hasta la formación inicial y permanente, cuidando que la di- mensión vocacional sea el eje transversal en todo el proceso de acompañamiento de quienes son llamados al ministerio or- denado diocesano. Para realizar esta tarea será indispensable aprovechar la riqueza de reflexión que la Iglesia nos ofrece y observar la normativa que establece en los diferentes niveles de su Magisterio: universal, continental y nacional.
203. De acuerdo a esta enseñanza, a lo largo de todas las etapas de esta pastoral, desde la promoción previa al ingre- so al Seminario hasta la formación permanente, se deberá procurar no solamente una formación gradual y progresiva que contemple la compleja realidad en medio de la cual se realizan estos procesos, sino también una formación integral que incluya la dimensión humana, espiritual, intelectual y pastoral, ya que "Los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebano que les ha sido confiado... son una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor... Que existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edifi- cación de la Iglesia, personificando a Cristo y actuando en su nombre" (PDV 15; Cfr. PDV 12. 43). De ahí la necesidad de que aquellos discípulos misioneros que han sido llamados por Dios para desempeñar libre, generosa y voluntariamente este ministerio, deberán prepararse adecuadamente para responder a las exigencias de dicha misión.
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204 La espiritualidad que se ha de favorecer mediante los procesos formativos a lo largo de todas las etapas ha de estar marcada por su orientación a la configuración con Cristo pastor, cabeza y esposo de la Iglesia y debe ser, por tanto, profunda- mente trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesial, pasto- ral, misionera y encamada en el mundo de hoy (Cfr. OT 8); ha de distinguirse también por un profundo amor a la Iglesia hasta dar la vida por ella como el mismo Cristo y por la relación de encuentro y entrega compasiva y liberadora en favor del hom- bre (Cfr. DP 281; PDV 49). Siendo la dirección espiritual un medio de gran valor en la progresiva maduración de la respues- ta vocacional, se ha de remarcar su importancia y favorecer su práctica para que el llamado la procure libre, convencida y responsablemente (PDV 81; Cfr. CIC 246 § 4; SCDE 66-72).
205. Mediante la formación intelectual, los que han sido lla- mados por este camino han de avanzar en su configuración de acuerdo al perfil sapiencial del pastor, de modo que conozcan, crean, amen y afirmen la verdad, desarrollando un conocimiento amplio y sólido de las ciencias sagradas y una cultura, general en consonancia con nuestro tiempo que los capacite para anunciar adecuadamente el Evangelio a los hombres y los lleve a dialogar y a discernir críticamente la cultura de nuestro tiempo (Cfr. CIC 248; RFIS 59; VS 32; 62-64; NMI 54-56; DA 323; OBESM 1).
206. Nunca hemos de perder de vista que la vocación sa- cerdotal, en cuanto llamado de Dios, únicamente puede enten- derse desde el misterio de la Iglesia, no como un simple deseo personal sino como un regalo de Cristo a su Iglesia y desde ella para la humanidad. De ahí que quienes han sido llamados, con la ayuda y el ejemplo de sus formadores han de profundi- zar en su misterio, comunión y misión y han de desarrollar su sentido de pertenencia a ella, para amarla y entregarse a ella como signo de su fidelidad a Cristo (Cfr. PDV 12; Ef5,25), lo cual exige que se favorezca a lo largo de todas las etapas una adecuada relación con el obispo, con el presbiterio y con la diócesis en general (Cfr. PDV 59).
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207. La pertenencia y el amor a la Iglesia se cultivan es- pecialmente a través de la dimensión pastoral de la formación mediante la cual se avanza en la apropiación existencia! de la caridad pastoral como principio interior y dinámico que anima toda la vida espiritual del sacerdote, a fin de que ella determine su modo de pensar, de sentir, de juzgar y de actuar, y se cons- tituya en pilar y centro unificador esencial de su vocación (Cfr. PDV 23; 1 Pe 5,1-4). Desde esta dimensión hay que procurar las mejores formas para una formación teórica y práctica es- pecíficamente pastoral (Cfr. PDV 59; SD 1, 31, 54, 65, 121;
RFIS 94; CIC 255; DA 319 y 322), de manera que el presbítero sea hombre de la misericordia y de la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades (Cfr. DA 198).
208. La construcción del Reino de Dios, centro de la predica- ción de Jesucristo (Cfr. Me 1,15; Mt 3,2) y horizonte misionero de la Iglesia, ha de ser el centro y el horizonte de la vida y la misión del presbítero que la ha de procurar en medio de la cultura actual, por lo cual, "el presbítero está llamado a conocerla para sembrar en ella la semilla del Evangelio, es decir, para que el mensaje de Jesús llegue a ser una interpelación válida, compren- sible, esperanzadora y relevante para la vida del hombre y de la mujer de hoy, especialmente para los jóvenes" (DA 194). En este sentido, urge una seria formación en perspectiva misionera de horizonte universal, en un espíritu genuinamente católico, que habitúe a los llamados al ministerio ordenado a mirar más allá de los límites de la propia diócesis, nación, rito... y a estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo, especialmente atentos a los más alejado (Cfr. RM 67; DA 199).
209. En los procesos formativos a lo largo de todas las eta- pas de la Pastoral Vocacional Presbiteral, un cuidado especial se ha de tener con la dimensión humana como fundamento in- dispensable de toda la formación sacerdotal. Con ella se ha de perseguir la formación gradual de hombres sanos, maduros, responsables y equilibrados, honestos y veraces, capaces de
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obrar en libertad, ecuánimes, aptos para tomar decisiones bien ponderadas, virtuosos, disciplinados y alegres, que se esfuer- cen por reflejar en si mismos la perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre, a fin de que, desde una actitud de diálogo que lleve a la comunión, sirvan de puente y no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo Redentor del hombre (Cfr. OT 11; PDV 43; DA 321 -322).
210. De muchas maneras, a partir del Concilio Vaticano II, en la enseñanza de la Iglesia ha quedado establecido que, ade- más del protagonismo que corresponde a cada uno de los que han sido llamados al ministerio ordenado, todos los miem- bros de la Iglesia (obispos, formadores, seminaristas, profe- sores, párrocos que acompañan en la práctica pastoral, laicos comprometidos, personas consagradas, y familias) somos corresponsables de la promoción y de la formación inicial y permanente de los ministros ordenados. Es urgente que avan- cemos en esta convicción y abramos los espacios adecuados para la participación diferenciada y comprometida de todos, lo cual no disminuye la exigencia de conformar los equipos de formación de cada una de las etapas para acompañar todo el proceso con la debida madurez humana, cristiana y sacer- dotal, así como con la preparación adecuada de acuerdo a los diferentes aspectos que la formación requiere en cada una de las etapas de la Pastoral Vocacional Presbiteral.
a. La promoción vocacional presbiteral
211. La Pastoral Vocacional Presbiteral ha de procurar las mejores formas para brindar adecuados procesos de acom- pañamiento que faciliten los procesos de discernimiento, advirtiendo que toda vocación está orientada a la comunión y misión de la Iglesia, pues todos somos llamados por Dios para servirle y edificar su cuerpo místico mediante el don de
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nosotros mismos en una vida de santidad, fundamento de la promoción vocacional en general. Esta convicción impulsará una pastoral de conjunto que tome en cuenta la dimensión vocacional como eje transversal de cada pastoral específica.
212. Si bien el fomento de las vocaciones sacerdotales corresponde a toda la comunidad diocesana encabezada por el obispo, es indispensable que el Centro Diocesano para la Pastoral Vocacional impulse planes y proyectos que hagan operativa y eficiente la participación diferenciada de todos.
b. El Seminario Menor
213. Los planes, programas y proyectos de nuestro Semi- nario Menor han de elaborarse, ejecutarse y evaluarse tomando en cuenta la normativa de la Iglesia que presenta la vocación en los seminarios menores con carácter germinal, destacando así un sentido evolutivo y dinámico, no acabado, de la vocación de un seminarista. De acuerdo a ello, el Seminario Menor se ha de configurar como una comunidad educativa para cultivar los gérmenes vocacionales de quienes a edad temprana presentan indicios de esta vocación. No hay que dejar de considerar las tres etapas, con sus respectivas características que engloban las distintas edades de los alumnos en esta etapa: la pre-adolescen- cia, que ordinariamente se da entre los 12 y 14 años y que puede ser el momento de arranque vocacional; la primera adolescen- cia, que se da alrededor de los 15 y 16 años y que es el tiempo propicio para la construcción de la personalidad, también en la dimensión vocacional, así como una significativa apertura a los demás; y la segunda adolescencia, alrededor de los 17 y 18 años, etapa de la opción y el compromiso vocacional.
214. Asumiendo las Normas Básicas para la Formación sa- cerdotal en México, la propuesta formativa ha de tener siempre
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presentes los tres fines específicos del Seminario Menor: facilitar a los seminaristas los elementos para una iniciación en la configu- ración con Cristo Buen Pastor, favorecer el acompañamiento para propiciar el crecimiento humano, intelectual, espiritual y pastoral, y ayudarles al discernimiento vocacional; así como también ha de tener presentes en todos los aspectos de su propuesta formativa los tres aspectos en el proceso de crecimiento de los seminaristas:
el proceso de crecimiento en la edad cronológica; el crecimiento en los conocimientos de acuerdo a la propia edad y la maduración psicológica de la personalidad.
c. El Curso Introductorio
215. Los planes, programas y proyectos del Curso Introducto- rio se han de diseñar e implementar de acuerdo con los objetivos de esta etapa: proporcionar una intensa formación humana y espi- ritual centrada en el misterio de Cristo y de la Iglesia, profundizar en el discernimiento vocacional en una vivencia comunitaria que integra a los candidatos provenientes de orígenes diversos, ini- ciarse en la experiencia pastoral y en el conocimiento de la Iglesia local, así como adquirir una visión global de los objetivos y con- tenidos de toda la formación sacerdotal (Cfr. OT 14; PDV 62).
d. La etapa filosófica
216. La formación del seminarista en esta etapa se ha de orientar a que él continúe, mediante la vivencia comunitaria. la integración de su personalidad humana y cristiana iniciada en el Curso Introductorio y consolide su opción por el sacer- docio como vocación específica propia, lo cual incluye seguir potenciando la maduración en la fe, el conocimiento y acepta-
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ción de sí mismo y la madurez afectiva, así como el desarrollo
y fortalecimiento de una conciencia crítica y dialogante frente a las diversas corrientes de pensamiento acerca de Dios, del hombre y del mundo.
e. La etapa teológica
217. El objetivo específico de la etapa teológica es que los seminaristas consoliden una opción fundamental que los lleve a vivir en referencia clara a Dios como Padre y, en conse- cuencia, a configurarse con Cristo Buen Pastor, asumiendo sus criterios, actitudes y estilo de vida, haciéndose aptos para ejercer en la Iglesia el ministerio sacerdotal como hombres de comunión y pastores comprometidos, pobres, obedientes y castos, capaces de entregar la vida por sus hermanos, en una docilidad consciente al Espíritu Santo. De acuerdo con este objetivo general se ha de configurar la formación de los seminaristas en esta etapa.
218. Lograr el perfil de egreso del alegre discípulo confi- gurado con Jesucristo Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia, guía y promotor de comunidades sólo será posible con el debido cuidado en cada una de esta etapas formativas; sólo así quienes concluyen su formación inicial poseerán la madu- rez y la formación humana-comunitaria, espiritual, intelectual y pastoral-misionera necesarias para asumir una personalidad sacerdotal, sustentada vitalmente en la consagración total y definitiva de su existencia al servicio del Reino de Dios me- diante el sacramento del Orden (Cfr. OFESMM 71).
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f. La formación permanente
219. Si bien las expresiones "Formación permanente de los presbíteros" y "Pastoral Presbiteral" tienen sus énfasis propios que no hay que dejar de considerar, en este apartado se aco- gen ambas para señalar que se requiere este medio para que el presbítero no sólo mantenga el don recibido, sino que viva un proceso de madurez sacerdotal a lo largo de su vida y en el desempeño de su misión al servicio de Dios y de su pueble desde una experiencia eclesial y desde la colegialidad de su presbiterio (Cfr. PDV n. 71).
220. En la práctica, esta formación permanente o pastora] presbiteral consiste en acompañar a todos los sacerdotes en la respuesta generosa requerida por la dignidad y la responsabi- lidad que Dios les ha confiado por medio del sacramento de] orden; en cuidar, defender desarrollar su especifica identidad y vocación: santificarse a sí mismo y a los demás mediante el ejercicio de su ministerio. Esta tarea, por tanto, se convierte en una exigencia que se ha de atender a partir de la recepción del sacramento del orden, ya que el presbítero, situado histó- ricamente y siempre en proceso de desarrollo, tiene necesidad de avanzar cada vez más en aquella configuración existencia] con Cristo.
221. El acompañamiento formativo y pastoral de los pres- bíteros se exige tanto más cuanto las actuales, rápidas y difun- didas transformaciones que viven nuestras sociedades plan- tean nuevos retos para no perder la propia identidad y para responder a las necesidades del ejercicio del ministerio en una continua conversión personal y pastoral.
222. La formación permanente de los presbíteros no es una tarea que deba ser asumida simplemente porque se trata de un desafío actual, es necesario tener presente que dicha formación se exige por razones teológicas profundas, por el llamado a una
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configuración que tiene sus raíces en las Sagradas Escrituras: "te recuerdo que reavives el don de Dios que está en ti" (2 Tim 1,6).
223. No se debe olvidar la intuición primera, es decir, se tra- ta de dar continuidad a la formación inicial y de hacerla perma- nente, por esta razón cabe hacer un llamado para que desde la formación inicial, más que procurar que el seminarista aprenda qué es la formación permanente, es necesario que se inicie en las habilidades para asumirla en el futuro y, sobre todo, que adquiera y refuerce la actitud de vivir en dicha formación.
224. Para dar continuidad a los procesos formativos, es indispensable tener presente que el sujeto de la formación ini- cial y de la formación permanente es el mismo, lo cual exige procurar una adecuada relación entre las etapas formativas y favorecer una mayor comunicación, reflexión y planeación conjunta entre los equipos de formación de ambas etapas.
225. Si bien todo momento puede ser favorable para que el Espíritu Santo lleve al sacerdote a un crecimiento en la ora- ción, el estudio y la conciencia de las propias responsabilida- des pastorales. No hay que dejar de programar y acompañar momentos específicamente dedicados a este fin: los encuentros del obispo con su presbiterio, tanto espirituales como pastora- les y culturales. Una mención especial debemos hacer sobre el cuidado que hay que tener para organizar y acompañar los encuentros de espiritualidad sacerdotal, como los Ejercicios espirituales y los días de retiro; asi como enfatizar la prácti- ca de la dirección espiritual para promover y mantener una continua fidelidad y generosidad en el ejercicio del ministerio sacerdotal (Cfr. PDV 80-81).
226. Finalmente, en coherencia con la Nueva Etapa Evan- gelizadora que queremos emprender y que contempla ir a los más alejados o abandonados del cuidado pastoral ordinario, es necesario destacar la atención que se ha de procurar a los hermanos en el sacerdocio que enfrentan problemas más sen-
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Tidos y, desde luego a los presbíteros mayores que han entregado su vida al servicio de la iglesia particular.
Conclusión
227. Al abordar los elementos teológicos y pastorales fun- damentales en el Capítulo primero de nuestro Documente Conclusivo señalamos la exigencia de cultivar la convicción de que todos en la Iglesia necesitamos formación. El desarro- llo que hemos realizado de este tema en el presente capítulo nos permite reconocer algunos rasgos de la realidad que en este campo estamos viviendo en nuestra diócesis, nos evoca algunos elementos doctrinales básicos y nos abre a conside- rar lineas pastorales por donde hemos de encaminar nuestros esfuerzos para favorecer verdaderos procesos de formación de los discípulos misioneros y aprovechar mejor los lugares donde dichos procesos de formación han de procurarse.
228. El tema de la formación o educación es amplísimo y el reto de asumirla es urgente; "educar jamás ha sido fá- cil[...] lo saben bien los padres de familia, los profesores, los sacerdotes y todos los que tienen responsabilidades educati- vas directas",18 sin embargo, también contamos hoy con más elementos para discernir nuestra realidad en este campo, tene- mos una abundante y profunda enseñanza de la Iglesia en esta materia y, sobre todo seguimos contando con el paradigma por excelencia, Jesucristo que nos sigue llamando para estar con Él y enviando a cumplir esta tarea con la capacitación que El mismo nos ofrece y con la fuerza de su Espíritu.
18 Benedicto XVI. Mensaje a la Diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación. Vaticano, 21 de enero de 2008.
CON PROCESOS DE FORMACIÓN EN LOS DIVERSOS LUGARES ECLESIALES
Los procesos y lugares deformación
Introducción
158. A partir del Concilio Vaticano II y con la riqueza del Magisterio posconciliar, nuestras iglesias en América Latina han intensificado y enriquecido su reflexión a fin de encontrar las mejores maneras de evangelizar en medio de un contexto tan lleno de contradicciones, de esperanzas, de conflictos y de oportunidades. Frutos relevantes de estos procesos de re- flexión son los Documentos Conclusivos de las últimas cuatro Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano a los que hemos de acudir con frecuencia para avanzar en nues- tra tarea, convencidos de que la evangelización, como voca- ción y tarea de la Iglesia, no termina nunca, se está realizando permanentemente.
159. Convencidos de nuestra vocación, conscientes de que nuestro compromiso evangelizador se une al de generaciones anteriores y asumiendo los desafíos y oportunidades de nues- tro tiempo, al emprender Una Nueva Etapa Evangelizadora desde la ministerialidad de la Iglesia comunión para promover la acción salvadora de Jesucristo sentimos el compromiso de revisar y renovar nuestros procesos de formación, de manera que sea integral, gradual y permanente, en respeto y atención a las personas y a las comunidades (1), así como reconocer y aprovechar los diversos lugares donde dicha formación ha de procurarse (2). Estos son los dos grandes apartados en los que estructuramos este Cuarto capítulo de nuestro Documento.
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1. Los procesos de formación
160. La vocación y el compromiso de ser hoy discípulos mi- sioneros de Jesucristo en América Latina y El Caribe y, por lo tanto en nuestra iglesia Angelopolitana, nos exige una clara y de- cidida opción por la formación de los miembros de nuestras co- munidades, cualquiera sea la función que desarrollen en la Iglesia.
161. En esta tarea no hemos de apartar la mirada de nuestro Maestro, Jesús, quien formó personalmente a sus discípulos y apóstoles. Jesucristo nos da el método: "Vengan y vean" (Jn 1, 39), "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Con per- severante paciencia y sabiduría. Jesús invitó a todos a su segui- miento; a quienes aceptaron seguirlo, los introdujo en el misterio del Reino de Dios, y, después de su muerte y resurrección, los envió a predicar la Buena Nueva con la fuerza de su Espíritu. Su estilo se vuelve emblemático para los formadores y cobra espe- cial relevancia cuando pensamos en la paciente tarea formativa que la Iglesia debe emprender en el nuevo contexto sociocultural de América Latina. Con Jesucristo y como Él podemos contri- buir al desarrollo de las potencialidades de las personas y favore- cer así su formación como discípulos misioneros (Cfr. DA 276).
162. No hay que perder de vista que el itinerario formativo del seguidor de Jesús hunde sus raíces en la naturaleza dinámica de la persona y en la invitación personal de Jesucristo que llama a los suyos por su nombre, y éstos lo siguen porque conocen su voz. El Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos y los atraía; el seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de realización humana, al deseo de vida plena. El discí- pulo es alguien apasionado por Cristo, a quien reconoce como el Maestro que lo conduce y acompaña (Cfr. DA 277).
163. En los procesos de formación de los discípulos misioneros hemos de atender los cinco aspectos fundamentales que destaca Aparecida y que aparecen de diversa manera en cada
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Etapa del camino de formación compenetrándose íntimamente y alimentándose entre sí (Cfr. DA 278):
- El Encuentro con Jesucristo. Quienes serán sus dis- cípulos ya lo buscan (Cfr. Jn 1, 38), pero es el Señor quien los llama: "Sigúeme" (Me 1, 14; Mt 9, 9). Se ha de descubrir el sentido más hondo de la búsqueda y se ha de propiciar el encuentro con Cristo que da origen a la iniciación cristiana. Este encuentro debe renovarse constantemente por el testimonio personal, el anuncio del kerygma y la acción misionera de la comunidad. El kerygma no sólo es una etapa, sino el hilo conductor de un proceso que culmina en la madurez del discípulo de Jesucristo. Sin el kerygma, los demás aspectos de este proceso están condenados a la esterilidad.
- La Conversión. Es la respuesta inicial de quien ha escucha- do al Señor con admiración, cree en El por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida.
- El Discipulado. La persona madura constantemente en el conocimiento, amor y seguimiento de Jesús maestro, pro- fundiza en el misterio de su persona, de su ejemplo y de su doctrina. Para este paso, es de fundamental importancia la catequesis permanente y la vida sacramental, que forta- lecen la conversión inicial y permiten que los discípulos misioneros puedan perseverar en la vida cristiana y en la misión en medio del mundo que los desafía.
- La Comunión. No puede haber vida cristiana sino er comunidad: en las familias, las parroquias, las comu- nidades de vida consagrada- las comunidades de base, otras pequeñas comunidades y movimientos. Como los primeros cristianos, que se reunían en comunidad, el discípulo participa en la vida de la Iglesia y en el en-
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cuentro con los hermanos, viviendo el amor Cristo en la vida fraterna solidaria.
La Misión. El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anun- ciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios. La misión es inseparable del discipulado, por lo cual no debe en- tenderse como una etapa posterior a la formación.
164. La formación obedece a un proceso integral, es decir, comprende varias dimensiones, todas armonizadas entre sí en unidad vital. En la base de estas dimensiones está la fuerza del anuncio kerygmático. El poder del Espíritu y de la Palabra contagia a las personas y las lleva a escuchar a Jesucristo, a creer en Él como su Salvador, a reconocerlo como quien da pleno significado a su vida y a seguir sus pasos. El anuncio se fundamenta en el hecho de la presencia de Cristo Resucitado hoy en la Iglesia, y es el factor imprescindible del proceso de formación de discípulos y misioneros. Al mismo tiempo, la formación es permanente y dinámica, de acuerdo con el desa- rrollo de las personas y al servicio que están llamadas a pres- tar, en medio de las exigencias de la historia (Cfr. DA 279).
165. Asumiendo las enseñanzas de Aparecida, no hay que perder de vista que la formación del discípulo misionero abar- ca diversas dimensiones que deberán ser integradas armónica- mente a lo largo de todo el proceso formativo (Cfr. DA 280).
- La Dimensión Humana y Comunitaria. Esta dimensión tiende a acompañar procesos de formación que lleven a asumir la propia historia y a sanarla, en orden a vol- verse capaces de vivir como cristianos en un mundo
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Plural, con equilibrio, fortaleza, serenidad y libertad interior.
La Dimensión Espiritual. Es la dimensión formativa que funda el ser cristiano en la experiencia de Dios, manifes- tado en Jesús, y que lo conduce por el Espíritu a través de los senderos de una maduración profunda. Por medio de los diversos carismas, se arraiga la persona en el ca- mino de vida y de servicio propuesto por Cristo, con un estilo personal.
La Dimensión Intelectual. El encuentro con Cristo, Palabra hecha Carne, potencia el dinamismo de la razón que busca el significado de la realidad y se abre al Misterio. Se ex- presa en una reflexión seria, puesta constantemente al día a través del estudio que abre la inteligencia, con la luz de la fe, a la verdad. También capacita para el discernimiento, el juicio crítico y el diálogo sobre la realidad y la cultura.
La Dimensión Pastoral y Misionera. Proyecta hacia la formación de discípulos misioneros al servicio del mundo. Habilita para proponer proyectos y estilos de vida cristiana atrayentes, con intervenciones orgánicas y de colaboración fraterna con todos los miembros de la comunidad. Contribuye a integrar evangelización y pedagogía, comunicando vida y ofreciendo itinerarios pastorales acordes con la madurez cristiana, la edad y otras condiciones propias de las personas o de los gru- pos. Incentiva la responsabilidad de los laicos en el mundo para construir el Reino de Dios.
166. Llegar a la estatura de la vida nueva en Cristo, iden- tificándose profundamente con Él y su misión, es un camino largo, que requiere itinerarios diversificados, respetuosos de los procesos personales y de los ritmos comunitarios, con-
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tinuos y graduales. En la diócesis, el eje central deberá ser un proyecto orgánico de formación, aprobado por el obispo y elaborado con los organismos diocesanos competentes, te- niendo en cuenta todas las fuerzas vivas de la Iglesia parti- cular: asociaciones, servicios y movimientos, comunidades religiosas, pequeñas comunidades, comisiones de pastoral so- cial, y diversos organismos eclesiales que ofrezcan la visión de conjunto y la convergencia de las diversas iniciativas. Se requieren, también, equipos de formación convenientemente preparados que aseguren la eficacia del proceso mismo y que acompañen a las personas con pedagogías dinámicas, activas y abiertas (Cfr. DA 281).
167. Cada sector del Pueblo de Dios pide ser formado y acompañado, de acuerdo con la peculiar vocación y ministe- rio al que ha sido llamado: el obispo que es el principio de la unidad en la diócesis mediante el triple ministerio de enseñar, santificar y gobernar; los presbíteros, cooperando con el mi- nisterio del obispo, en el cuidado del pueblo de Dios que les es confiado; los diáconos permanentes en el servicio vivifi- cante, humilde y perseverante como ayuda valiosa para obis- pos y presbíteros; los consagrados y consagradas en el segui- miento radical del Maestro; los laicos y laicas que cumplen su responsabilidad evangelizadora colaborando en la formación de comunidades cristianas y en la construcción del Reino de Dios en el mundo (Cfr. DA 282).
168. Destacamos que la formación de los laicos y laicas debe contribuir, ante todo, a una actuación como discípulos misioneros en el mundo, en la perspectiva del diálogo y de la transformación de la sociedad. Es urgente una formación específica para que puedan tener una incidencia significati- va en los diferentes campos, sobre todo "en el mundo vasto de la política, de la realidad social y de la economía, como también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios y de otras realidades abiertas a la evangelizaron" (EN 70; Cfr. DA 283).
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169. Es necesario formar a los discípulos en una espiri
tualidad de la acción misionera, que se basa en la docilidad al impulso del Espíritu, a su potencia de vida que moviliza y transfigura todas las dimensiones de la existencia. No es una experiencia que se limita a los espacios privados de la devo- ción, sino que busca penetrarlo todo con su fuego y su vida. El discípulo misionero, movido por el impulso y el ardor que proviene del Espíritu, aprende a expresarlo en el trabajo, en el diálogo, en el servicio, en la misión cotidiana (Cfr. DA 284).
170. Cuando el impulso del Espíritu impregna y motiva todas las áreas de la existencia, entonces también penetra y configura la vocación específica de cada uno. Cada una de las vocaciones tiene un modo concreto y distintivo de vivil la espiritualidad que da profundidad y entusiasmo al ejercicio concreto de sus tareas. Así, la vida en el Espíritu no nos cierra en una intimidad cómoda, sino que nos convierte en personas generosas y creativas, felices en el anuncio y el servicio misio- nero. Nos vuelve comprometidos con los reclamos de la reali- dad y capaces de encontrarle un profundo significado a todo le que nos toca hacer por la Iglesia y por el mundo (Cfr. DA 285).
2. Los lugares eclesiales de formación
171. Al considerar los procesos de formación recordamos que no puede haber vida cristiana sino en comunidad. Aho- ra nos detenemos a considerar las comunidades eclesiales en cuanto que son lugares eclesiales para la formación de los dis- cípulos misioneros que las conforman, sin negar el aporte de otras instituciones específicamente orientadas a este fin.
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2.1 La familia y la parroquia
172. Para favorecer la formación de los discípulos misioneros en la Nueva Etapa Evangelizadora que hemos venido delineando, una importancia destacada hay que dar a la familia y a la parro- quia, dos lugares fundamentales para la formación de los discípu- los misioneros, la primera, como comunidad natural básica para nacer y crecer en la fe; la segunda, como la comunidad de comu- nidades, primera estructura donde se experimenta la vida de la iglesia particular y desde donde nos abrimos a la Iglesia universal.
a. La familia
173. En el seno del apostolado evangelizador de los laicos, es imposible dejar de subrayar la acción evangelizadora de la familia. Ella ha merecido muy bien, en diferentes momentos de la historia y en el concilio vaticano II, el hermoso nombre de "iglesia doméstica" (Cfr. LG 11;AA 11). Esto significa que, en cada familia cristiana, deberán reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia entera. Por otra parte, la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia. Dentro de una familia consciente de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden, a su vez, recibir de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido (Cfr. EN 71).
174. La familia, "patrimonio de la humanidad", constituye uno de los tesoros más valiosos de los pueblos latinoamerica- nos. Ella ha sido, es y ha de seguir siendo el espacio y la escuela de comunión, fuente de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace v se acoge generosa y responsable
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mente. Para que la lamilla sea "escuela de la fe” y pueda ayu- dar a los padres a ser los primeros catequistas de sus hijos, la pastoral familiar debe ofrecer espacios formativos, materiales catequéticos, momentos celebrativos, que le permitan cumplir su misión educativa. La familia está llamada a introducir a los hijos en el camino de la iniciación cristiana. La familia, peque- ña Iglesia, debe ser, junto con la Parroquia, el primer lugar para la iniciación cristiana de los niños (Cfr. DA 302).
175. Es un deber de los padres, especialmente a través de su ejemplo de vida, la educación de los hijos para el amor como don de sí mismos, y les han de brindar la ayuda que esté a su alcance para que descubran su vocación de servicio, sea en la vida laical como en la consagrada. De este modo, la formación de los hijos como discípulos de Jesucristo, se opera en las experiencias de la vida diaria en la familia mis- ma. Los hijos tienen el derecho de poder contar con el padre y la madre para que cuiden de ellos y los acompañen hacia la plenitud de vida. La "catcquesis familiar", implementada de diversas maneras, se ha revelado como una ayuda exitosa a la unidad de las familias, ofreciendo, además, una posibilidad eficiente de formar a los padres de familia, los jóvenes y los niños, para que sean testigos firmes de la fe en sus respectivas comunidades (Cfr. DA 303).
176. La educación de los hijos debe estar marcada por un camino de transmisión de la fe, experiencia que se dificulta por el estilo de vida actual, por los horarios de trabajo y por la complejidad del mundo de hoy donde muchos llevan un ritmo frenético para poder sobrevivir. Sin embargo, el hogar debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo. La fe es don de Dios, recibida en el bautismo, y no es el resultado de una acción humana, pero los padre son instrumentos de Dios para su maduración y desarrollo. La transmisión de la fe supone que los padres vivan la experiencia real de confiar en Dios y de buscarlo. Esto requiere que imploremos la acción
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De Dios en los corazones, allí donde no podemos llegar, pues sabemos que no somos dueños del don sino sus administrado- res cuidadosos, nuestro empeño creativo es una ofrenda que nos permite colaborar con la iniciativa de Dios. Por ello han de ser valorados los cónyuges, madres y padres, como sujetos activos de la catequesis. Es de gran ayuda la catequesis fami- liar, como método eficaz para formar a los jóvenes padres de familia y hacer que tomen conciencia de su misión de evan- gelizadores de su propia familia (Cfr. AL 287).
177. Los padres que quieren acompañar la fe de sus hijos están atentos a sus cambios, porque saben que la experiencia espiritual no se impone sino que se propone a su libertad. Es fundamental que los hijos vean de una manera concreta que para sus padres la oración es realmente importante. Por esos los momentos de oración en familia y las expresiones de la piedad popular pueden tener mayor fuerza evangelizadora que todas las catequesis y que todos los discursos (Cfr. AL 288).
178. El ejercicio de transmitir a los hijos la fe, en el sen- tido de facilitar su expresión y crecimiento, ayuda a que la familia se vuelva evangelizadora, y espontáneamente empie- ce a transmitirla a todos los que se acercan a ella y aun fuera del propio ámbito familiar. Los hijos que crecen en familias misioneras a menudo se vuelven misioneros (Cfr. Me 2,16;
Mt 11,19; Jn 4,7-26; AL 289).
179. La familia se convierte en sujeto de la acción pasto- ral mediante el anuncio explícito del Evangelio y el legado de múltiples formas de testimonio, entre las cuales se pueden destacar la solidaridad con los pobres, la apertura a la diver- sidad de las personas, la custodia de la creación, la solidari- dad moral y material hacia las otras familias, sobre todo a las más necesitadas, el compromiso con la promoción del bien común, incluso mediante la transformación de las estructuras sociales injustas a partir del territorio en el cual la familia vive, practicando las obras de misericordia corporal y espiri-
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tual. También en el corazón de cada familia hay que hacer re- sonar el kerygma, a tiempo y a destiempo, para que ilumine el camino; todos deberíamos ser capaces de decir, a partir de le vivido en nuestras familias: "nosotros lo reconocemos y cree- mos en el amor que Dios nos tiene" (Un 4,16; Cfr. AL 290).
b. La parroquia
180. Las parroquias son células vivas de la Iglesia y luga- res privilegiados en los que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y de su Iglesia. Encierran una inagotable riqueza comunitaria porque en ellas se encuentra una inmensa variedad de situaciones, de edades, de tareas. Sobre todo hoy, cuando la crisis de la vida familiar afecta a tantos niños y jóvenes, las parroquias brindan un espacio co- munitario para formarse en la fe y crecer comunitariamente (Cfr. DA 304).
181. Por tanto, debe cultivarse la formación comunitaria, especialmente en la parroquia. Con diversas celebraciones e iniciativas, principalmente con la Eucaristía dominical, que es "momento privilegiado del encuentro de las comunidades con el Señor resucitado", los fieles deben experimentar la pa- rroquia como una familia en la fe y la caridad, en la que mu- tuamente se acompañen y ayuden en el seguimiento de Cristo (Cfr. DA. 305).
182. Si queremos que las Parroquias sean centros de irra- diación misionera en sus propios territorios, deben ser tam- bién lugares de formación permanente. Esto requiere que se organicen en ellas variadas instancias formativas que asegu- ren el acompañamiento y la maduración de todos los agentes pastorales y de los laicos insertos en el mundo (Cfr. DA 306)
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2.2 Las pequeñas comunidades eclesiales y los movimientos
183. A partir de la formación que los discípulos misione- ros experimentan en los lugares básicos de la familia y de la parroquia, es necesario aprovechar y desarrollar las experien- cias de las pequeñas comunidades y los movimientos ecle- siales que han de favorecer la formación de sus miembros de forma sistemática y permanente.
a. Las pequeñas comunidades eclesiales
184. Para lograr que los bautizados vivan como auténticos discípulos misioneros de Cristo, en la Nueva Etapa Evangeli- zadora hemos de reconocer que en las pequeñas comunidades eclesiales tenemos un medio privilegiado; ellas son lugares de experiencia cristiana y evangelización que, en medio de la situación cultural que nos afecta, secularizada y hostil a la iglesia, se hacen todavía mucho más necesarias (Cfr. DA 307-308). Es indispensable suscitar en ellas una espiritualidad sólida, basada en la Palabra de Dios, que las mantenga en ple- na comunión de vida e ideales con la Iglesia local y, en parti- cular, con la comunidad parroquial. Así la parroquia llegará a ser "comunidad de comunidades" (Cfr. DA 309).
185. Señalamos que es preciso reanimar los procesos de for- mación de las pequeñas comunidades en nuestra diócesis pues en ellas tenemos una fuente segura de vocaciones al sacerdocio, a la vida religiosa y a la vida laical con especial dedicación al aposto- lado. A través de las pequeñas comunidades también se ha de pro- curar llegar a los alejados, a los indiferentes y a los que alimentan descontento o resentimientos ante a la Iglesia (Cfr. DA 310).
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b. Los movimientos eclesiales
186. Los nuevos movimientos y las nuevas comunidades son un don del Espíritu para la Iglesia. Los fieles encuentran en ellos la posibilidad de formarse cristianamente y compro- meterse apostólicamente hasta ser verdaderos discípulos mi- sioneros; de esta manera ejercitan el derecho natural y bautis- mal de libre asociación que señaló el Concilio. Es necesario animar a los movimientos y asociaciones que muestran hoy cierto cansancio o debilidad, e invitarlos a renovar su carisma original que no deja de enriquecer la diversidad con que el Espíritu se manifiesta y actúa en el pueblo cristiano (Cfr. DA 311). En el contexto actual, de nuevas situaciones y necesi- dades, los movimientos y nuevas comunidades son una opor- tunidad para que muchos alejados tengan una experiencia de encuentro vital con Jesucristo y, así, recuperen su identidad bautismal y su activa participación en la vida de la Iglesia.
187. Para aprovechar mejor los carismas y servicios de los movimientos eclesiales en el campo de la formación de los laicos, es necesario respetar sus carismas y su originalidad. procurando que se integren más plenamente a la estructura originaria que se da en la Diócesis. A la vez, es necesario que la comunidad diocesana acoja la riqueza espiritual y apostó- lica de los movimientos. Es verdad que los movimientos de- ben mantener su especificidad, pero dentro de una profunda unidad con la Iglesia particular, no sólo de fe sino de acción. misma que ha de ser discernida por el obispo para favorecer la necesaria integración de los movimientos en la vida dio- cesana, apreciando la riqueza de su experiencia comunitaria. formativa y misionera (Cfr. DA 313).
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2.3 Los centros educativos católicos
188. Miramos con gratitud los esfuerzos de formación
en la fe que se realizan, de forma sistemática y curricular, en nuestros centros educativos católicos, la catequesis que conduce a la recepción de los sacramentos para completar la iniciación cristiana y la formación que se amplía a la comu- nidad educativa: padres de familia, profesores, ex-alumnos, maestros y personas que de alguna manera se vinculan a la Institución. Aunque hace falta avanzar en estos campos, re- conocemos también el acercamiento de las instituciones de educación católica con las parroquias y grupos de pastoral, apreciamos la actitud de acogida que se brinda a los alumnos y familias no católicas y los programas sociales solidarios que se promueven (apoyo a niños en situación de calle, centros de acogida, comedores, despensas, etc.), conscientes de que necesitamos generar propuestas mucho más creativas que im- pacten en los cambios sociales que se requieren.
189. Hacemos nuestro el señalamiento de Aparecida cuan- do hace ver que la emergencia educativa que estamos vivien- do se deriva de las "reformas educativas" centradas preva- lentemente en la adquisición de conocimientos y habilidades marcadas por un claro reduccionismo antropológico, ya que conciben la educación en función de la producción, la com- petitividad y el mercado. A ello se suma que con frecuencia propician la inclusión de factores contrarios a la vida, a la familia y a una sana visión de la sexualidad (Cfr. DA 328).
190. Somos conscientes de las situaciones y necesidades de nuestros jóvenes: una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien, en definitiva, de la bondad de la vida; nuestros jóvenes manifiestan desinterés y apatía ante lo religioso institucional, quieren las cosas rápidamente, algo
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que nos les de tanta ansiedad al estar callados y sentados, “En este contexto se hace difícil transmitir de una generación a otra algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos creí- bles en tomo a los cuales construir la propia vida"16.
191. Ya el Concilio Vaticano 11 nos indicó que la verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien de las sociedades de las que es miembro y en cuyas responsabilidades participará cuandc adulto (Cfr. GE); se trata de una educación integral, mediante la asimilación sistemática y crítica de la cultura (Cfr. DA 329). Desde los centros educativos católicos hemos de asumir las orientación del Papa Juan Pablo II que proyecta las enseñanzas conciliares: "La educación consiste en que el hombre llegue a ser más hombre, que pueda ser más y no sólo que pueda tener más, y que en consecuencia a través de todo lo que tiene, de todo lo que posee, sepa ser más plenamente hombre"17.
192. También desde la educación católica hemos de insis- tir en que los primeros educadores son los padres de familia. mientras que los educadores en los centros educativos hemos de asumir nuestro propio llamado: a ofrecer una formación integral, corporal, espiritual, cognitiva, sociopolítica, estética. afectiva y comunicativa; a presentar los valores evangélicos de forma pertinente y atrayente; a discernir los signos de los tiempos; a entrar en el diálogo fe-cultura-ciencias-religiones. para lo cual es indispensable clarificar el proyecto educativo. tener bien clara nuestra misión y nuestra visión; a construir co- munidad con todos, alumnos, profesores, administrativos, di- rectivos, padres de familia, ex alumnos, etc. Para responder a nuestra vocación hemos de asumir el camino de la conversión que se ha de manifestar en no pocas transformaciones: pasar de la prioridad de la acción, al cuidado de la contemplación y del
16 Benedicto XVI. Mensaje a la Diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación. Vaticano, 21 de enero de 2008.
17 Discurso de SS Juan Pablo II a la XXXIV Asamblea General de la Naciones Unidas, 2 de octubre de 1979.
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Afecto, al encuentro compasivo y solidario con cada uno de los miembros de la comunidad escolar; pasar de los procesos de- ductivos a los inductivos; de la transmisión de conocimientos a la comunicación de una vivencia; pasar de un acompañamiento que regula y controla, a la propuesta de espacios de crecimiento fraterno. En fin, que trabajemos por una educación que forme mejores personas y que partamos de la experiencia gozosa de nuestra propia fe. Si no tenemos una experiencia gozosa de fe difícilmente vamos a volvemos buenos transmisores en el sen- tido de compartir y contagiar una esperanza.
193. Para generar una educación que de sentido a la vida necesitamos al menos tres actitudes:
- Respeto y acogida empática de nuestro tiempo. Evitar correr en paralelo con la cultura emergente y cultivar, en cambio, una actitud espiritual benevolente hacia ella, una actitud marcada por el asombro y el gozo por todo lo bueno de que es portadora.
- Amor a la verdad. A la acogida empática de la cultura debe seguir un esfuerzo lúcido, serio y ordenado por abrir las puertas a la verdad, acogerla y difundirla; la verdad como búsqueda y como aporte irrenunciable (Cfr. DA 336).
- Valorar el diálogo que ha de llevamos a la búsqueda compartida y respetuosa de la verdad y de la comunión. El diálogo hunde sus raíces en el respeto por todo lo que Dios ha puesto de verdad en cada persona, en cada tradición; no perdamos de vista que es el camino de humanización, de dignidad, de comprensión y de paz.
194. Asimismo necesitamos tener claridad respecto al sujeto de la educación, tener claridad respecto a la persona humana y su vocación trascendente. La educación presupone
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y comporta una determinada concepción del hombre y de la
vida: un hombre con conciencia de la propia dignidad, abier- ta, solidaria con los demás, capaz de relacionarse, consciente de la propia vocación, capaz de libertad, con autodominio, reflexión y pensamiento crítico; con un profundo sentido de justicia y de servicio, con una fe que anima la vida; con com- petencias profesionales para cumplir adecuadamente las ta- reas de la vida y al mismo tiempo, para aportar al desarrollo solidario de los demás (Cfr. DA 336. 341).
195. Se nos exige tener claridad respecto al proyecto edu- cativo, esto significa emprender el camino de educar en y para la libertad, en y para la responsabilidad, en y para el amor y la solidaridad (Cfr. GS 1; DA 332. 334. 335), a la vez que nece- sitamos tener claridad respecto a la dirección del desarrollo de la sociedad actual, lo cual nos debe llevar a crear una verdade- ra cultura globalizada de la solidaridad y a colaborar con los medios legítimos en la reducción de los efectos negativos de la globalización, como son el dominio de los más fuertes so- bre los más débiles y la pérdida de los valores locales. Educaí para que no domine el criterio del lucro, sino el de la búsque- da del bien común, la distribución equitativa de los bienes y la promoción integral de los pueblos (Cfr. DA 339).
196. Es indispensable que avancemos en la comprensiór de la misión mediadora del educador. La vocación y misiór del educador no es la de un mercader que entrega un cúmu- lo de saberes para hacer del alumno una persona competitiva en el mercado o un tecnócrata; el maestro es un mediadoi del descubrimiento y de la progresiva maduración humana y divina; un mediador que acompaña a sus alumnos hacia su plena madurez de la libertad y la rectitud de conciencia, hacia la capacidad de amar y ser amado y hacia los horizontes de la solidaridad y de la comunión. El maestro ha de ofrecer a los alumnos razones de vida y de esperanza, su tarea educativa nace del amor a ellos.
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197. Requerimos tener claridad respecto a la dimensión religiosa y trascendente de la persona humana. El encuentro de la persona con Dios es siempre un acontecimiento personal, una respuesta al don de la fe que por su naturaleza es un acto libre; la educación, incluida la católica, no pide la adhesión a la fe, pero su misión es prepararla, debe crear las condiciones para que la persona desarrolle la aptitud de la búsqueda y se oriente a descubrir el misterio del propio ser, hasta llegar al umbral de la fe. La misión de la educación católica es llevar a los jóvenes hacia un proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder transformador de su vida nueva (Cfr. DA 332); su meta es la de conducir al encuentro con Jesucris- to vivo. Hijo del Padre, hermano y amigo. Maestro y Pastor, camino, verdad y vida (Cfr. DA 336) y lo hace colaborando en la construcción de la personalidad de los alumnos, teniendo a Cristo como referencia en el plano de la mentalidad y de la vida. Tal referencia le ayudará a ver la historia como Cristo la ve, a juzgar la vida como Él lo hace. Por la fecundidad mis- teriosa de esta referencia la persona se construye en unidad existencial, o sea, asume sus responsabilidades y busca el sig- nificado último de su vida. Como consecuencia, maduran y re- sultan connaturales las actitudes humanas que llevan a abrirse sinceramente a la verdad, a respetar y amar a las personas, a expresar su propia libertad en la donación de sí y en servicio a los demás para la transformación de la sociedad (Cfr. DA 336).
198. Es necesario procurar que la educación en la fe de parte de las instituciones católicas sea integral y transversal en todo el curriculum, que tenga en cuenta los procesos de formación para el encuentro con Cristo y para crecer como discípulos misioneros suyos, insertando en ella verdaderos procesos para completar la iniciación cristiana. Asimismo, se recomienda que la comunidad educativa, como auténtica co- munidad eclesial y centro de evangelización, asuma su rol de formadora de discípulos misioneros en todos sus estamentos (Cfr DA 338).
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199. No son pocas las instituciones de educación superior de inspiración, o abiertamente de denominación, católica; es nece- saria en ellas una pastoral universitaria que acompañe la vida y el caminar de todo los miembros de la comunidad, promoviendo un encuentro personal y comprometido con Jesucristo así como múltiples iniciativas solidarias y misioneras (Cfr. DA 343). Para insertar estos esfuerzos en una pastoral orgánica es indispensable establecer vínculos sólidos con las parroquias y con los organis- mos diocesanos de pastoral. Por otro lado, es necesario que favo- rezcamos una mayor utilización de los servicios que ofrecen los institutos de formación teológica pastoral ya existentes en nues- tra Diócesis y que se promueva una más adecuada relación entre los mismos para aprovechar mejor los esfuerzos, los recursos y las potencialidades en favor de la formación de los laicos (Cfr. DA 345).
200. No hay que olvidar que un principio irrenunciable para la iglesia es la libertad de enseñanza ni que el amplio ejercicio del derecho a la educación reclama, como condición para su auténtica realización, la plena libertad de que debe gozar toda persona para elegir la educación que considere conforme a los valores que más estima y que considera indis- pensables para sus hijos (Cfr. DA 339).
2.4 El Seminario Palafoxiano y la formación permanente del presbiterio
201. Tenemos claro que nuestra comunión eclesial se construye desde la común y fundamental dignidad que se nos regala en el bautismo y desde la diversidad de vocaciones es- pecíficas, carismas, ministerios y funciones que el Espíritu no cesa de suscitar. A partir de esta eclesiología asumimos que la evangelización es tarea de todos y nos alegramos de que sea cada vez más reconocido e incorporado el aporte de los laicos
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En la vida y misión de la Iglesia; sin embargo, no hay que per-
der de vista la importancia de la vida y ministerio de quienes han sido configurados con Cristo pastor, cabeza y esposo de esta comunidad creyente y peregrina: el sacerdocio ministe- rial al servicio del sacerdocio común de los fieles.
202. Para impulsar la Nueva Etapa Evangelizadora en nuestra Diócesis será de suma importancia procurar una ade- cuada Pastoral Vocacional Presbiteral, desde la promoción hasta la formación inicial y permanente, cuidando que la di- mensión vocacional sea el eje transversal en todo el proceso de acompañamiento de quienes son llamados al ministerio or- denado diocesano. Para realizar esta tarea será indispensable aprovechar la riqueza de reflexión que la Iglesia nos ofrece y observar la normativa que establece en los diferentes niveles de su Magisterio: universal, continental y nacional.
203. De acuerdo a esta enseñanza, a lo largo de todas las etapas de esta pastoral, desde la promoción previa al ingre- so al Seminario hasta la formación permanente, se deberá procurar no solamente una formación gradual y progresiva que contemple la compleja realidad en medio de la cual se realizan estos procesos, sino también una formación integral que incluya la dimensión humana, espiritual, intelectual y pastoral, ya que "Los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebano que les ha sido confiado... son una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor... Que existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edifi- cación de la Iglesia, personificando a Cristo y actuando en su nombre" (PDV 15; Cfr. PDV 12. 43). De ahí la necesidad de que aquellos discípulos misioneros que han sido llamados por Dios para desempeñar libre, generosa y voluntariamente este ministerio, deberán prepararse adecuadamente para responder a las exigencias de dicha misión.
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204 La espiritualidad que se ha de favorecer mediante los procesos formativos a lo largo de todas las etapas ha de estar marcada por su orientación a la configuración con Cristo pastor, cabeza y esposo de la Iglesia y debe ser, por tanto, profunda- mente trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesial, pasto- ral, misionera y encamada en el mundo de hoy (Cfr. OT 8); ha de distinguirse también por un profundo amor a la Iglesia hasta dar la vida por ella como el mismo Cristo y por la relación de encuentro y entrega compasiva y liberadora en favor del hom- bre (Cfr. DP 281; PDV 49). Siendo la dirección espiritual un medio de gran valor en la progresiva maduración de la respues- ta vocacional, se ha de remarcar su importancia y favorecer su práctica para que el llamado la procure libre, convencida y responsablemente (PDV 81; Cfr. CIC 246 § 4; SCDE 66-72).
205. Mediante la formación intelectual, los que han sido lla- mados por este camino han de avanzar en su configuración de acuerdo al perfil sapiencial del pastor, de modo que conozcan, crean, amen y afirmen la verdad, desarrollando un conocimiento amplio y sólido de las ciencias sagradas y una cultura, general en consonancia con nuestro tiempo que los capacite para anunciar adecuadamente el Evangelio a los hombres y los lleve a dialogar y a discernir críticamente la cultura de nuestro tiempo (Cfr. CIC 248; RFIS 59; VS 32; 62-64; NMI 54-56; DA 323; OBESM 1).
206. Nunca hemos de perder de vista que la vocación sa- cerdotal, en cuanto llamado de Dios, únicamente puede enten- derse desde el misterio de la Iglesia, no como un simple deseo personal sino como un regalo de Cristo a su Iglesia y desde ella para la humanidad. De ahí que quienes han sido llamados, con la ayuda y el ejemplo de sus formadores han de profundi- zar en su misterio, comunión y misión y han de desarrollar su sentido de pertenencia a ella, para amarla y entregarse a ella como signo de su fidelidad a Cristo (Cfr. PDV 12; Ef5,25), lo cual exige que se favorezca a lo largo de todas las etapas una adecuada relación con el obispo, con el presbiterio y con la diócesis en general (Cfr. PDV 59).
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207. La pertenencia y el amor a la Iglesia se cultivan es- pecialmente a través de la dimensión pastoral de la formación mediante la cual se avanza en la apropiación existencia! de la caridad pastoral como principio interior y dinámico que anima toda la vida espiritual del sacerdote, a fin de que ella determine su modo de pensar, de sentir, de juzgar y de actuar, y se cons- tituya en pilar y centro unificador esencial de su vocación (Cfr. PDV 23; 1 Pe 5,1-4). Desde esta dimensión hay que procurar las mejores formas para una formación teórica y práctica es- pecíficamente pastoral (Cfr. PDV 59; SD 1, 31, 54, 65, 121;
RFIS 94; CIC 255; DA 319 y 322), de manera que el presbítero sea hombre de la misericordia y de la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades (Cfr. DA 198).
208. La construcción del Reino de Dios, centro de la predica- ción de Jesucristo (Cfr. Me 1,15; Mt 3,2) y horizonte misionero de la Iglesia, ha de ser el centro y el horizonte de la vida y la misión del presbítero que la ha de procurar en medio de la cultura actual, por lo cual, "el presbítero está llamado a conocerla para sembrar en ella la semilla del Evangelio, es decir, para que el mensaje de Jesús llegue a ser una interpelación válida, compren- sible, esperanzadora y relevante para la vida del hombre y de la mujer de hoy, especialmente para los jóvenes" (DA 194). En este sentido, urge una seria formación en perspectiva misionera de horizonte universal, en un espíritu genuinamente católico, que habitúe a los llamados al ministerio ordenado a mirar más allá de los límites de la propia diócesis, nación, rito... y a estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo, especialmente atentos a los más alejado (Cfr. RM 67; DA 199).
209. En los procesos formativos a lo largo de todas las eta- pas de la Pastoral Vocacional Presbiteral, un cuidado especial se ha de tener con la dimensión humana como fundamento in- dispensable de toda la formación sacerdotal. Con ella se ha de perseguir la formación gradual de hombres sanos, maduros, responsables y equilibrados, honestos y veraces, capaces de
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obrar en libertad, ecuánimes, aptos para tomar decisiones bien ponderadas, virtuosos, disciplinados y alegres, que se esfuer- cen por reflejar en si mismos la perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre, a fin de que, desde una actitud de diálogo que lleve a la comunión, sirvan de puente y no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo Redentor del hombre (Cfr. OT 11; PDV 43; DA 321 -322).
210. De muchas maneras, a partir del Concilio Vaticano II, en la enseñanza de la Iglesia ha quedado establecido que, ade- más del protagonismo que corresponde a cada uno de los que han sido llamados al ministerio ordenado, todos los miem- bros de la Iglesia (obispos, formadores, seminaristas, profe- sores, párrocos que acompañan en la práctica pastoral, laicos comprometidos, personas consagradas, y familias) somos corresponsables de la promoción y de la formación inicial y permanente de los ministros ordenados. Es urgente que avan- cemos en esta convicción y abramos los espacios adecuados para la participación diferenciada y comprometida de todos, lo cual no disminuye la exigencia de conformar los equipos de formación de cada una de las etapas para acompañar todo el proceso con la debida madurez humana, cristiana y sacer- dotal, así como con la preparación adecuada de acuerdo a los diferentes aspectos que la formación requiere en cada una de las etapas de la Pastoral Vocacional Presbiteral.
a. La promoción vocacional presbiteral
211. La Pastoral Vocacional Presbiteral ha de procurar las mejores formas para brindar adecuados procesos de acom- pañamiento que faciliten los procesos de discernimiento, advirtiendo que toda vocación está orientada a la comunión y misión de la Iglesia, pues todos somos llamados por Dios para servirle y edificar su cuerpo místico mediante el don de
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nosotros mismos en una vida de santidad, fundamento de la promoción vocacional en general. Esta convicción impulsará una pastoral de conjunto que tome en cuenta la dimensión vocacional como eje transversal de cada pastoral específica.
212. Si bien el fomento de las vocaciones sacerdotales corresponde a toda la comunidad diocesana encabezada por el obispo, es indispensable que el Centro Diocesano para la Pastoral Vocacional impulse planes y proyectos que hagan operativa y eficiente la participación diferenciada de todos.
b. El Seminario Menor
213. Los planes, programas y proyectos de nuestro Semi- nario Menor han de elaborarse, ejecutarse y evaluarse tomando en cuenta la normativa de la Iglesia que presenta la vocación en los seminarios menores con carácter germinal, destacando así un sentido evolutivo y dinámico, no acabado, de la vocación de un seminarista. De acuerdo a ello, el Seminario Menor se ha de configurar como una comunidad educativa para cultivar los gérmenes vocacionales de quienes a edad temprana presentan indicios de esta vocación. No hay que dejar de considerar las tres etapas, con sus respectivas características que engloban las distintas edades de los alumnos en esta etapa: la pre-adolescen- cia, que ordinariamente se da entre los 12 y 14 años y que puede ser el momento de arranque vocacional; la primera adolescen- cia, que se da alrededor de los 15 y 16 años y que es el tiempo propicio para la construcción de la personalidad, también en la dimensión vocacional, así como una significativa apertura a los demás; y la segunda adolescencia, alrededor de los 17 y 18 años, etapa de la opción y el compromiso vocacional.
214. Asumiendo las Normas Básicas para la Formación sa- cerdotal en México, la propuesta formativa ha de tener siempre
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presentes los tres fines específicos del Seminario Menor: facilitar a los seminaristas los elementos para una iniciación en la configu- ración con Cristo Buen Pastor, favorecer el acompañamiento para propiciar el crecimiento humano, intelectual, espiritual y pastoral, y ayudarles al discernimiento vocacional; así como también ha de tener presentes en todos los aspectos de su propuesta formativa los tres aspectos en el proceso de crecimiento de los seminaristas:
el proceso de crecimiento en la edad cronológica; el crecimiento en los conocimientos de acuerdo a la propia edad y la maduración psicológica de la personalidad.
c. El Curso Introductorio
215. Los planes, programas y proyectos del Curso Introducto- rio se han de diseñar e implementar de acuerdo con los objetivos de esta etapa: proporcionar una intensa formación humana y espi- ritual centrada en el misterio de Cristo y de la Iglesia, profundizar en el discernimiento vocacional en una vivencia comunitaria que integra a los candidatos provenientes de orígenes diversos, ini- ciarse en la experiencia pastoral y en el conocimiento de la Iglesia local, así como adquirir una visión global de los objetivos y con- tenidos de toda la formación sacerdotal (Cfr. OT 14; PDV 62).
d. La etapa filosófica
216. La formación del seminarista en esta etapa se ha de orientar a que él continúe, mediante la vivencia comunitaria. la integración de su personalidad humana y cristiana iniciada en el Curso Introductorio y consolide su opción por el sacer- docio como vocación específica propia, lo cual incluye seguir potenciando la maduración en la fe, el conocimiento y acepta-
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ción de sí mismo y la madurez afectiva, así como el desarrollo
y fortalecimiento de una conciencia crítica y dialogante frente a las diversas corrientes de pensamiento acerca de Dios, del hombre y del mundo.
e. La etapa teológica
217. El objetivo específico de la etapa teológica es que los seminaristas consoliden una opción fundamental que los lleve a vivir en referencia clara a Dios como Padre y, en conse- cuencia, a configurarse con Cristo Buen Pastor, asumiendo sus criterios, actitudes y estilo de vida, haciéndose aptos para ejercer en la Iglesia el ministerio sacerdotal como hombres de comunión y pastores comprometidos, pobres, obedientes y castos, capaces de entregar la vida por sus hermanos, en una docilidad consciente al Espíritu Santo. De acuerdo con este objetivo general se ha de configurar la formación de los seminaristas en esta etapa.
218. Lograr el perfil de egreso del alegre discípulo confi- gurado con Jesucristo Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia, guía y promotor de comunidades sólo será posible con el debido cuidado en cada una de esta etapas formativas; sólo así quienes concluyen su formación inicial poseerán la madu- rez y la formación humana-comunitaria, espiritual, intelectual y pastoral-misionera necesarias para asumir una personalidad sacerdotal, sustentada vitalmente en la consagración total y definitiva de su existencia al servicio del Reino de Dios me- diante el sacramento del Orden (Cfr. OFESMM 71).
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f. La formación permanente
219. Si bien las expresiones "Formación permanente de los presbíteros" y "Pastoral Presbiteral" tienen sus énfasis propios que no hay que dejar de considerar, en este apartado se aco- gen ambas para señalar que se requiere este medio para que el presbítero no sólo mantenga el don recibido, sino que viva un proceso de madurez sacerdotal a lo largo de su vida y en el desempeño de su misión al servicio de Dios y de su pueble desde una experiencia eclesial y desde la colegialidad de su presbiterio (Cfr. PDV n. 71).
220. En la práctica, esta formación permanente o pastora] presbiteral consiste en acompañar a todos los sacerdotes en la respuesta generosa requerida por la dignidad y la responsabi- lidad que Dios les ha confiado por medio del sacramento de] orden; en cuidar, defender desarrollar su especifica identidad y vocación: santificarse a sí mismo y a los demás mediante el ejercicio de su ministerio. Esta tarea, por tanto, se convierte en una exigencia que se ha de atender a partir de la recepción del sacramento del orden, ya que el presbítero, situado histó- ricamente y siempre en proceso de desarrollo, tiene necesidad de avanzar cada vez más en aquella configuración existencia] con Cristo.
221. El acompañamiento formativo y pastoral de los pres- bíteros se exige tanto más cuanto las actuales, rápidas y difun- didas transformaciones que viven nuestras sociedades plan- tean nuevos retos para no perder la propia identidad y para responder a las necesidades del ejercicio del ministerio en una continua conversión personal y pastoral.
222. La formación permanente de los presbíteros no es una tarea que deba ser asumida simplemente porque se trata de un desafío actual, es necesario tener presente que dicha formación se exige por razones teológicas profundas, por el llamado a una
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configuración que tiene sus raíces en las Sagradas Escrituras: "te recuerdo que reavives el don de Dios que está en ti" (2 Tim 1,6).
223. No se debe olvidar la intuición primera, es decir, se tra- ta de dar continuidad a la formación inicial y de hacerla perma- nente, por esta razón cabe hacer un llamado para que desde la formación inicial, más que procurar que el seminarista aprenda qué es la formación permanente, es necesario que se inicie en las habilidades para asumirla en el futuro y, sobre todo, que adquiera y refuerce la actitud de vivir en dicha formación.
224. Para dar continuidad a los procesos formativos, es indispensable tener presente que el sujeto de la formación ini- cial y de la formación permanente es el mismo, lo cual exige procurar una adecuada relación entre las etapas formativas y favorecer una mayor comunicación, reflexión y planeación conjunta entre los equipos de formación de ambas etapas.
225. Si bien todo momento puede ser favorable para que el Espíritu Santo lleve al sacerdote a un crecimiento en la ora- ción, el estudio y la conciencia de las propias responsabilida- des pastorales. No hay que dejar de programar y acompañar momentos específicamente dedicados a este fin: los encuentros del obispo con su presbiterio, tanto espirituales como pastora- les y culturales. Una mención especial debemos hacer sobre el cuidado que hay que tener para organizar y acompañar los encuentros de espiritualidad sacerdotal, como los Ejercicios espirituales y los días de retiro; asi como enfatizar la prácti- ca de la dirección espiritual para promover y mantener una continua fidelidad y generosidad en el ejercicio del ministerio sacerdotal (Cfr. PDV 80-81).
226. Finalmente, en coherencia con la Nueva Etapa Evan- gelizadora que queremos emprender y que contempla ir a los más alejados o abandonados del cuidado pastoral ordinario, es necesario destacar la atención que se ha de procurar a los hermanos en el sacerdocio que enfrentan problemas más sen-
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Tidos y, desde luego a los presbíteros mayores que han entregado su vida al servicio de la iglesia particular.
Conclusión
227. Al abordar los elementos teológicos y pastorales fun- damentales en el Capítulo primero de nuestro Documente Conclusivo señalamos la exigencia de cultivar la convicción de que todos en la Iglesia necesitamos formación. El desarro- llo que hemos realizado de este tema en el presente capítulo nos permite reconocer algunos rasgos de la realidad que en este campo estamos viviendo en nuestra diócesis, nos evoca algunos elementos doctrinales básicos y nos abre a conside- rar lineas pastorales por donde hemos de encaminar nuestros esfuerzos para favorecer verdaderos procesos de formación de los discípulos misioneros y aprovechar mejor los lugares donde dichos procesos de formación han de procurarse.
228. El tema de la formación o educación es amplísimo y el reto de asumirla es urgente; "educar jamás ha sido fá- cil[...] lo saben bien los padres de familia, los profesores, los sacerdotes y todos los que tienen responsabilidades educati- vas directas",18 sin embargo, también contamos hoy con más elementos para discernir nuestra realidad en este campo, tene- mos una abundante y profunda enseñanza de la Iglesia en esta materia y, sobre todo seguimos contando con el paradigma por excelencia, Jesucristo que nos sigue llamando para estar con Él y enviando a cumplir esta tarea con la capacitación que El mismo nos ofrece y con la fuerza de su Espíritu.
18 Benedicto XVI. Mensaje a la Diócesis de Roma sobre la tarea urgente de la educación. Vaticano, 21 de enero de 2008.
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