Ef 4, 29
No salga de vuestra boca palabra desedificante, sino la que sirva para la necesaria edificación, comunicando la gracia a los oyentes
En los laudes del día de hoy (viernes de la primera semana) hemos reflexionado este versito de la Palabra de Dios. y nos conviene una reflexión mayor; cuáles son las palabras desedificantes, las que hemos de evitar que salgan de nuestra boca.
En el lenguaje común y corriente --más corriente que común-- que usamos en nuestra conversación diaria, tenemos infinidad de palabras corrientes, ofensivas, que se nos han hecho tan comunes que ya ni siquiera les prestamos atención: GUEY, OJETE, CABRÓN, PENDEJO, HIJO DE LA CHINGADA, y otras muchas. Pero de por sí son palabras ofensivas, denigrantes, que lastiman a quien las recibe y dicen mal de quien las pronuncia y hasta escandalizan a los que nos escuchan.
Pero hay otros comportamientos que también tenemos que cuidar: un grito, un manazo, un manotazo en el escritorio o en la mesa, un signo (como un codo que se dobla para mentarle la madre al de enfrente) o unos dedos groseros que no deben causarnos gracia (la britneyseñal), o poses ofensivas llenas de burla para con algún hermano, que ciertamente es mi hermano por ser hijo del mismo Dios.
Muchos pedagogos nos han comentado que si tú llamas idiota, estúpido, cretino, inútil, tonto, baboso, a tu hijo o a un niño, lo estás condicionando para que en realidad lo sea así toda la vida. Hasta la sencilla frase de "tú no puedes aprender", "tú no sirves" u otra parecida marca definitivamente a la persona. Ya no digamos de un grito malhiriente como "MALDITA..." que un papá o una mamá le dijera a su propia hija o hijo.
Cuánto cuidado hemos de tener en nuestro trato.
Cuántas veces hemos escuchado las advertencias evangélicas (evangélicas porque están en el Evangelio, porque son Palabras de Jesucristo nuestro Señor, no porque pertenezcan a un grupo religioso en especial) "trata a los demás como quieras que te traten a tí", o "no hagas a otro lo que no quieras que te hagan". Pues es hora de poner en práctica estas enseñanzas.
Hemos visto, tenemos la experiencia del sufrimiento causado con las simples palabras; las amistades perdidas por un ataque de ira; los resentimientos que nosotros mismos tenemos ante las heridas de las palabras de nuestros padres o amigos. Primero hay que olvidarlas y borrarlas de nuestra memoria. Y de hoy en adelante evitarlas.
Atrévete a ser diferente.
No tienes por qué repetir palabras que todo mundo usa, ni porque sean comunes en tu grupo de amigos. Son palabras desedificantes.
Atrévete a ser diferente.
Todo mundo lo reconocerá. Comentarán que tú no usas esas palabras, que tú no tienes un carácter explosivo ni ofensivo.
atrévete a ser diferente.
Deja que Dios ilumine tu entendimiento y puedas expresarte con mejores palabras, con palabras edificantes. Y reza por mí para que yo mismo lo practique.