sábado, 12 de noviembre de 2016

5º SÍNODO DIOCESANO DE PUEBLA Capítulo primero

CAPÍTULO PRIMERO
 UNA NUEVA ETAPA EVANGEL1ZADORA
Los elementos teológicos y pastorales fundamentales
Introducción
10.    En el contexto de la celebración de los 50 años del
 Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965) y con la certeza
de la presencia del Señor que nos ha dicho "sepan que yo estoy
 con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos" (Mt 28,
20), a lo largo de dos años hemos realizado nuestro 5° Sínodo Diocesano teniendo como trasfondo el Magisterio más reciente particularmente el Documento Conclusivo de la V Conferencia
 General del Episcopado Latinoamericano, Aparecida (2007), y 
la Exhortación Apostólica sobre El Anuncio del Evangelio en
 el Mundo Actual, Evangelii Gaudium (2013) .*
11.    Nuestro empeño por repensar y relanzar la acción
evangelizadora en nuestra diócesis, en respuesta al llamado
que nuestros obispos nos hicieron en Aparecida a fin de asu-
mir el compromiso de profundizar y enriquecer las razones y
motivaciones que permitan convertir a cada creyente en un
 discípulo misionero (Cfr. DA 11 y 362), se ha visto redimen-
sionado por la convocatoria que el Papa Francisco ha hecho
  para procurar una renovación, conversión o reforma de la
Iglesia a fin de ser, en fidelidad a nuestra vocación y misión,
 una Iglesia en salida (Cfr. EG 24 y 26).
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1        Exhortación Apostólica Postsinodal del Papa Francisco sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. Evangelii Gaudium, del 24 de noviembre del 2013. En esta Exhortación el Pana llama a La transformación misionera de la Iglesia (capítulo 1) y, haciendo explícito que vivimos En la crisis del compromiso comunitario (capítulo 2), vuelve a proponer El anuncio del Evangelio (capítulo 3), enfatizando La dimensión social de la Evangelización (capítulo 4) y destacando la necesidad de procurar Evangelizadores con Espíritu (capítulo 5).
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12. Si bien el Magisterio universal y continental mas re-
ciente ha sido el que ha impulsado y guiado nuestro esfuerzo,
no hemos perdido de vista que el Concilio Vaticano II y el
tesoro de sus documentos conclusivos siguen siendo el marco
referencia! del proceso de auto-renovación eclesial que he-
mos de seguir impulsando en apertura y diálogo con el mundo
para ofrecer nuestro servicio evangelizador como fruto de una
estrecha relación con Cristo, nuestro principio, nuestro guía,
nuestro camino, nuestra esperanza y nuestro fin.
13.     De esta manera, siempre desde la Sagrada Escritura como
fuente y en el espíritu del Vaticano II, en sintonía con el proceso
propuesto por los obispos de nuestro Continente y con el impulso
y las orientaciones del Papa Francisco, asumimos como Iglesia
angelopolitana el llamado a participar en una Nueva Etapa Evan-
gelizadora y, sin dejar de considerar algunos elementos de nuestra problemática específica más sentida2 y adelantando los primeros trazos de algunas líneas pastorales generales, en este capítulo destacamos los elementos teológicos y pastorales fundamentales para impulsar una nueva etapa en la tarea eclesial de siempre.
14.     Para facilitar la comprensión y la reflexión de los elemen-
tos teológicos y pastorales que han de estar en la base de nuestra
acción pastoral, y que de diversas maneras serán retomados en los siguientes capítulos de este Documento Conclusivo, se exponen aquí en siete apartados que desglosan una propuesta general: una nueva etapa en la tarea eclesial de siempre (1), centrada en Jesucristo (2), desde un renovado concepto y experiencia de Iglesia (3), en favor de los hombres y mujeres de  nuestro tiempo (4), con nuevos rasgos en el perfil de sus agentes (5), en búsqueda de elementos operativos pertinentes (6) que exprese y favorezca una auténtica conversión pastoral (7).
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2        El Papa Francisco sostiene que no se ha de esperar que el magisterio ofrezca una palabra definitiva y completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo y hace un llamado a los episcopados para que realicen su propio discernimeinto sobre las problemáticas que se plantean en sus territorios (Cfr. EG 16)

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I. una nueva etapa en la tarea eclesial de siempre
15.    Al promover una renovación eclesial centrada en
Cristo y abierta al hombre, el Concilio Vaticano II perfiló los
tres elementos fundamentales de toda acción evangelizadora,
mismos que más tarde fueron explícitamente desarrollados
por el Documento de Puebla: Jesucristo, la Iglesia y el hom-
bre.3 En la Nueva Etapa Evangelizadora que queremos impul-
sar será indispensable que los tres elementos estén, explícita
o implícitamente, considerados e interrelacionados: a partir
del encuentro con Jesucristo hemos de estar con El y asumir
su Buena Nueva en una experiencia eclesial siempre abierta
a renovarse a fin de poner en ejercicio su acción salvadora en
favor de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, interlocu-
tores de nuestra acción.
16.    A diez años de haber concluido el Concilio, en la Ex-
hortación apostólica Evangelii Nuntiandi, el Papa Paulo VI
nos dejó claro que "evangelizar significa para la Iglesia llevar
la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con
su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma hu-
manidad" y nos ofreció los elementos que nos permiten com-
prender y describir la identidad de la única tarea de la Iglesia
que ahora se nos plantea en una nueva etapa. Se trata de una
acción comunicativa (naturaleza) por la que la Iglesia, con
la totalidad de sus miembros (agente/s), transmite la Buena
Noticia del Reino de Dios (contenido) a toda la humanidad:
personas, pueblos y culturas (destinatario/s) para renovarlos
con la fe en el Evangelio de la salvación (finalidad) median-
te actitudes subjetivas (espíritu) y formas objetivas (medios).
Será indispensable que todos los agentes de evangelización en
nuestra diócesis tengamos clara esta identidad y procuremos

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3. La verdad sobre Jesucristo, la verdad sobre la Iglesia y la verdad sobre el hombre (Cfr D_P 170-339

Relanzar nuestra acción pastoral integrando los elementos que la conforman.
17.    La evangelización, tarea eclesial de siempre, se ha
planteado más recientemente como "Nueva Evangelización",
expresión acuñada en la Iglesia latinoamericana varios años
antes de que Juan Pablo II la divulgara enl9834 y que poco a
poco se fue perfilando como la acción en favor de un sujeto -
individual o colectivo- que ha recibido el Evangelio y tiene fe
cristiana, pero que sufre una crisis global o está lejos de la ins-
titución eclesial visible (Cfr. CHE 34). Si bien ya el Magisterio
Episcopal Latinoamericano, retomando Redemptoris Missio,
había llamado a vivificar la fe de los bautizados alejados (DSD
129-131), será Aparecida el Documento que insistirá en el mo-
vimiento misionero de ir hacia todos los alejados o, mejor, ha-
cia los abandonados del cuidado pastoral ordinario (DA 173,
225-226) y el que ha estado impulsando el dinamismo que está
vigente desde el ano 2008: una "Misión continental" que pro-
cura la "Conversión pastoral" (DA 368) para que toda la Igle-
sia entre en "un estado permanente de misión" (DA 551). Esta
misión ha sido la expresión propia de la Nueva Evangelización
en nuestro Continente y la que ha guiado la acción pastoral de
nuestra Arquidiócesis durante los últimos años.
18.     A partir de la Exhortación del Papa Francisco, hoy está
claro que la Nueva Evangelización o Nueva Etapa Evangeliza-
dora se refiere a un programa para orientar a la Iglesia a salir a
la calle, llegar a las periferias de su propio territorio o hacia los
nuevos ámbitos culturales con el anuncio del Evangelio y, con
silo, liberar del pecado, de la tristeza, del vacío interior y del ais-
lamiento, pues esa no es la vida que brota del Resucitado (Cfr.
EG 30). La Exhortación del Papa nos ha inspirado para alentar
y orientar una Nueva Etapa Evangelizadora (Cfr. EG 17), en la
conciencia de que "el anuncio renovado ofrece a los creyentes,

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4        Retomando Ad Gentes 6 y a la luz de Evangelii Nuntiandi, Puebla declaraba: “Situaciones nuevas que nacen de cambios socioculturales requieren una nueva evangelización” (DP 366)

También a los tibios o no practicantesm, una nueva alegruía en la fe y una fecundidad evangelizadora..." (EG 11).
19.    Iluminados por esta enseñanza de la Iglesia, no hemos de
perder de vista que la evangelización en general y la Nueva Etapa
Evangelizadora en la que queremos comprometemos no se logra
mediante acciones aisladas, sino que exige un proceso que ha de
partir del encuentro con Jesucristo vivo, de ahí la importancia de
favorecer el kerigma e impulsar nuestra acción pastoral mediante
procesos que contemplen diversas etapas, en respeto y atención a
los procesos propios de las personas y las comunidades que desa-
rrollan su vida en medio de nuevos fenómenos culturales.
20.    Podemos reconocer que la Nueva Etapa Evangeli-
zadora, entendida como una llamada de Dios a procurar una
renovación pastoral para pasar de una pastoral de conserva-
ción a una pastoral misionera, a fin de facilitar el encuentre
con los más alejados, ya ha tenido una primera recepción er
nuestra diócesis; sin embargo, más allá de la comprensión de
los conceptos, es necesario recuperar y asumir los criterios
fundamentales de la evangelización e ingresar en un procese
de conversión personal y pastoral que no pierda de vista los
fundamentos y la identidad de la tarea evangelizadora para
impulsar una Iglesia enviada, misionera, en salida; que se di-
rija a los que están distantes, que vaya a los bautizados que
han dejado de escuchar la Palabra.
21.    Dado que los fundamentos de la evangelización en gene-
ral y de la Nueva Etapa Evangelizadora en particular se hallan er
los Documentos conclusivos del Concilio Vaticano II, recibidos
en América Latina a través de Medeliín (DM); puesto que los da-
tos de su identidad se encuentran explicitados en la exhortación
Evangelii Nuntiandi (EN), trasfondo de Puebla (DP); y teniendo
claro que los rasgos de su rostro actual se describen en Evange-
lii Gaudium (EG), que retoma Redemptoris Missio (RM), Novo
Millennio Ineunte (NMH v. desde luego- el nroceso latinoameri-cano que va de Santo Domingo (DSD) a Aparecida (DA), será
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necesario el estudio amplio y profundo de estos Documentos del
Magisterio Universal y latinoamericano para comprender y asu-
mir la Nueva Etapa Evangelizadora a la que estamos llamados,
así como también mantenemos atentos a la oportuna enseñanza
que la Iglesia seguirá ofreciendo para encontrar en ella aliento y
orientación que anime y guíe nuestra tarea.
2. Centrada en Jesucristo
22.    El centro de la Evangelización en general y de la Nueva
Etapa Evangelizadora en la que ahora nos empeñamos es el mis-
mo ayer, hoy y siempre: Jesucristo. El es el evangelio del Padre,
rostro de su misericordia; es Él quien nos ha llamado y enviado;
de nuestro encuentro con Él nace nuestro discipulado y en fa-
vorecer el encuentro con El radica nuestra misión; de su tesoro
nos enriquecemos y hacia su novedad orientamos a quienes ser-
vimos; El es nuestro modelo para anunciar la Buena Nueva y su
proyecto del Reino es nuestro proyecto; Él es quien nos revela
el plan amoroso del Padre y la auténtica dignidad del hombre.
23.    La tarea de la evangelización en general y de la Nueva
Etapa Evangelizadora a la cual hoy estamos convocados brota
del mandato de Jesús: "vayan por todo el mundo y proclamen
la Buena Noticia a toda creatura" (Me 16,15); la tarea que re-
pensamos y relanzamos no es opcional, es un imperativo, no
nace de una voluntad de proselitismo de la Iglesia o un deseo
de autoafírmación, la Iglesia existe para evangelizar.5 Nuestra
comunidad en su conjunto y cada uno de los miembros que la
conformamos no hemos de perder de vista que el anuncio de
la Buena Nueva, la transmisión de la alegría del Evangelio,
se ha de entender y asumir como respuesta a este mandato,
es necesario crecer en la conciencia de que somos enviados.
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5 Paulo VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi n. 14.


22 24.    El anuncio de la buena Nueva y el encuentro con Je-
sucristo es lo que suscita la fe, por ello, la Nueva Etapa Evan-
gelizadora que hemos de procurar en nuestra diócesis ha de
partir de una experiencia del resucitado; experiencia que tiene
como lugares privilegiados la Palabra de Dios, particularmen-
te los evangelios; los sacramentos, particularmente la Euca-
ristía; y los hermanos, particularmente los más necesitados.
25.    Es necesario descubrir permanentemente la novedad
del Evangelio y no perder de vista que Jesucristo es fuente
constante de novedad y de santidad de vida. Lo nuevo de la
evangelización no se deriva única ni principalmente de los
nuevos tiempos que vivimos, sino de la novedad misma del
Evangelio. "Cristo es el Evangelio eterno (Ap 14, 6), y es
el mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13, 8) pero su riqueza y
su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente
constante de novedad..." (EG II).6 Tampoco hay que olvidar
que Jesucristo es el primero y el más grande evangelizador;7 a
El tenemos que volver nuestra mente y nuestro corazón una y
otra vez para aprender a comunicar la Buena Nueva.
26.    Son muchos los elementos cristológicos que están a
la base de nuestro esfuerzo evangelizador y en este espacio
no podemos agotarlos, sin embargo no podemos dejar de des-
tacar y tener siempre presente que el proyecto de Jesús es
instaurar el Reino de su Padre,8 Reino de Vida; su propuesta
es la oferta de una vida plena (Cfr. DA 361, 386) y este ha de
ser el objetivo de la Nueva Etapa Evangelizadora en la que
queremos comprometemos.
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6        Es por ello que "Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría..."(EG l).
7        Paulo VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi n. 7.
8        Por eso pide a sus discípulos: "vayan y anuncien que está llegando el Reino de los Cielos" (Mt 10,7).

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3. Desde un renovado concepto y experiencia de Iglesia
27. Al comprometemos en una Nueva Etapa Evangelizadora
hemos de asumir el desafío de renovar nuestro concepto y nuestra
experiencia de Iglesia. Si decidimos hablar de nosotros mismos
como Iglesia ha de ser para hablar de nuestro origen y de nuestra
finalidad; tendrá sentido que hablemos de la Iglesia si hablamos
de nuestro origen en la Trinidad que quiere la salvación de todos
los hombres, si lo hacemos desde la centralidad de Jesucristo y
el Reino como absoluto; sólo en este horizonte el tema eclesioló-
gico resultará de interés para el hombre actual y sólo desde esta
experiencia seremos sacramento, signo auténtico, creíble y eficaz.
28.     Habrá que seguir impulsando, con sentido crítico y crea-
tivo, el proyecto eclesiológico del Vaticano II que nos encaminó
hacia un modelo de Comunión y Pueblo de Dios y que nos invitó
a superar el modelo histórico de cristiandad: de una Iglesia como
sociedad perfecta hemos de avanzar en la experiencia de una Igle-
sia misterio, radicado en la Trinidad; de una Iglesia donde cristo
se presente como único y aislado, hemos de transitar a una Igle-
sia cristo-céntrica animada e impulsada por la acción del Espíritu
Santo; de una Iglesia centrada en sí misma y auto-referencial,9 a
una Iglesia orientada al Reino; de una Iglesia centralizada y cen-
tralizadora, a una Iglesia sinodal; de una Iglesia identificada con
la jerarquía, a una Iglesia Pueblo de Dios, con diferentes carismas,
en la que el ministerio ordenado está al servicio de la comunidad
y no al contrario, donde la Koinonía (comunidad) antecede a la
diakonia (ministerios); de una Iglesia que dictaba anatemas, a una
Iglesia de diálogo y de misericordia, "donde todos podemos sen-
timos acogidos, amados, perdonados y alentados a vivir según la
vida buena del Evangelio" (Cfr. EG 114); de una Iglesia de insis-
_____
9       "El eclesiocentrismo se previene y se cura con el remedio de
¡entrarse en la misión: "poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de
ií, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres" (EG 97).
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tencia jurídica, a una de perspectiva pastoral; de una iglesia con
reservas ante el mundo, a una Iglesia en diálogo con el mundo;
de una Iglesia única salvadora, a una Iglesia sacramento de salva-
ción, en diálogo con otras iglesias, con otras religiones y con toda
la humanidad; de una Iglesia aséptica, a una Iglesia pobre y para
los pobres (Cfr. EG 198), samaritana y profética; de una Iglesia
a-histórica, a una Iglesia que mira con gratitud el pasado, vive con
pasión el presente y se abre con esperanza al futuro.10
29.    Entre las notas que han de distinguir nuestro testimo-
nio eclesial se destacan particularmente dos: la vida de unidad
y la vida de caridad, "en el corazón mismo del Evangelio está
la vida comunitaria y el compromiso con los otros" (EG 177).
Es por ello que, empeñados en una Nueva Etapa Evangeli-
zadora, reconocemos y hemos de tener siempre presente que
hoy más que nunca el testimonio de comunión eclesial, sea al
nivel de las personas o sea al nivel de las comunidades, es una
urgencia pastoral (Cfr. DA 374) ya que el testimonio del amor
fraterno será el primero y el principal anuncio (Cfr. DA 138).
30.    Reconocida la importancia de asumir la Iglesia como
misterio radicado en la Trinidad (Cfr. LG 2-4) será necesario
que desde nuestra Iglesia particular se manifieste la correspon-
sabilidad en los distintos ámbitos eclesiales si queremos sei
luz del mundo y testigos de Jesucristo (Cfr. DA 16). Dada la
importancia de la corresponsabilidad, como una nota de la co-
munión, hemos de avanzar en esta dirección: del culto al "yo",
a la devoción por la fraternidad y la solidaridad; del miedo al
compromiso, a la ascética de aceptarlo y mantenerlo fielmen-
te; de la incomunicación, al diálogo abierto donde se hable cor
parresía y se escuche con humildad; de la obsesión por la efi-
cacia (hacer cosas), al empeño por la pedagogía (educar perso-
nas); del egoísmo de conservar lo que es mío, a la generosidad

10       La novedad de la misión no nos desarraiga, no olvida la historia viva que nos acoge y nos lanza hacia adelante sin dejar de reconocer el testimonio de tantas personas, algunas de ellas muchas veces sencillas cercanas (Cfr. EG 13).
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De compartirlo todo; de la envidia, el recelo y la confrontación beligerante, a la aproximación, la estima y la confianza hacia los hermanos; de la amargura de la crítica sistemática, a
la corrección fraterna, ponderada y amable; del protagonismo
personal, al servicio callado y desapercibido; de la prisa por
el éxito, a la paciencia del sembrador; del juego al sistema de
ganancia y acaparamiento, a la gratuidad en el servicio.
31.    Al asumir el compromiso de ingresar en una Nue-
va Etapa Evangelizadora en nuestra diócesis, hemos de te-
ner siempre presente que el testimonio que ha de cumplir la
Iglesia se determina por su objeto y orientación, y en ello se
destacan la caridad, la humildad, el servicio y la pobreza, "La
belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecua-
damente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no
debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que
la sociedad descarta y deshecha" (EG 195).
4. En favor de los hombres y mujeres de nuestro
tiempo
32.    Los interlocutores de nuestra acción evangelizadora
son las personas concretas que viven diversos momentos y
específicos procesos de fe. No sucederá la Nueva Etapa Evan-
gelizadora en nuestra diócesis si nuestros interlocutores no
son considerados en su integralidad y en su devenir histórico.
33.    Hay quien expresa la rica y compleja realidad del ser
humano reconociéndole tres dimensiones binarias: dimensión
corporal y espiritual, dimensión personal y social, dimensión
inmanente y trascendente; otros optan por considerar al ser
humano desde sus dinamismos fundamentales y señalan su
creatividad, su criticidad, su libertad, su afectividad, su soli-
daridad y su apertura a lo ilimitado; algunos más consideran

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al ser humano desde las relaciones que establece; su relación consigo mismo y su proceso de interiorización, su relación con  los demás y su proceso de socialización, su relación con
la naturaleza y su proceso de desarrollo; su relación con Dios
y su proceso de trascendencia. La Nueva Etapa Evangelizado-
ra que decidimos promover ha de considerar al hombre y a la
mujer de nuestro tiempo con toda su riqueza y complejidad;
ha de asumir las tres dimensiones binarias que lo conforman,
ha de tomar en cuenta todos sus dinamismos y ha de estar
atenta a todas las relaciones en las que se involucra."
34.    La Nueva Etapa Evangelizadora de nuestra diócesis
tampoco puede dejar de conocer y asumir las circunstancias
concretas que distinguen la época en la que sus interlocutores
se mueven; ha de reconocer y aprovechar que nuestros pue-
blos creen y confían en la presencia e intervención gratuita de
Dios en la historia y, en la consideración de la Iglesia como
Pueblo de Dios, hemos de seguir impulsando la conciencia
de que caminamos en el tiempo y en el espacio, como par-
te de toda la humanidad. La Nueva Etapa Evangelizadora ha
de insertarse en la historia de nuestros interlocutores, que es
también la nuestra, y ha de comprometerse con ella para fa-
vorecer la inculturación del Evangelio, ha de estar atenta a
los signos de los tiempos y, de esta manera, superar visiones
y prácticas ingenuas o alienantes. Se deben tomar en cuenta
los nuevos areópagos e introducir la novedad de Cristo en las
nuevas realidades de los hombres y sus culturas, "luces nue-
vas para los problemas nuevos" (DSD 24).
35.    En la línea de Aparecida, también nosotros miramos
con gratitud el testimonio de caridad que ha hecho posible
que nuestra Iglesia sea reconocida como una institución con-
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11       "En el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros" (EG 177) y la reflexión sobre la solidaridad implica también un compromiso personal y social para defender a la naturaleza (Cfr. EG 190).
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Fiable y creíble (DA 98 y 105; EG 193) 12 y, asumiendo con pasión nuestro presente, sin negar que la Iglesia está al servicio de todos los seres humanos, nos manifestamos por avanzar en el servicio a los más pobres (Cfr. EG 48) ya que en ellos Jesús
está especialmente presente13 y "en el reconocimiento de esta pre-
sencia y cercanía, y en la defensa de los derechos de los exclui-
dos se juega la fidelidad de la Iglesia a Jesucristo" (DA 257; Cfr.
EG 198, 218). En esta tarea hemos de involucramos todos (Cfr.
EG 187-188); "sin la opción preferencia! por los más pobres, el
anuncio del Evangelio corre el riesgo de ser incomprendido o de
ahogarse en el mar de las palabras" (Cfr. EG 198-199). No po-
demos olvidar que "el amor se muestra en las obras más que en
las palabras... Eos discípulos misioneros de Jesucristo tenemos
la tarea prioritaria de dar testimonio del amor a Dios y al prójimo
con obras concretas" (DA 386).
36.    "Es indispensable prestar atención para estar cer-
ca de las nuevas formas de pobreza y fragilidad [...] los sin
techo, los tóxico-dependientes, los refugiados, los pueblos
indígenas, los ancianos [...] los que son objeto de las diver-
sas formas de trata de personas [...] ¿Dónde está tu hermano
esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el
taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños para
mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas [...]
Doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de
exclusión, maltrato y violencia [...] Entre esos débiles, que la


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12       "Alabamos a Dios por los hombres y mujeres de América Latina
y El Caribe que, movidos por su fe, han trabajado incansablemente en defensa de la dignidad de la persona humana, especialmente de los pobres y marginados. En su testimonio, llevado hasta la entrega total, resplandece la dignidad del ser humano" (DA 105).
13       "En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por
nuestros pecados y glorificado por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso podemos ver, con la mirada de la fe el rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestro pueblos y al mismo tiempo su vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos” (DA 31)

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Iglesia quiere cuidar con predilección están también los niños por nacer (…) Hay otros seres frágiles e indefensos (…) Me refiero al conjunto de la creación” EG 210-215).

37.    En relación con la manera en que se está asumiendo
la atención a los pobres en nuestra acción pastoral, se afirma
que se promueve la participación comunitaria y se aprovecha
el sentido de solidaridad que ya existe en nuestros pueblos; se
procura la detección de personas que padecen extremas ne-
cesidades, se recolectan víveres y se ayuda con despensas y
ropa, muchas veces a través de Caritas; se han implementadc
talleres de promoción para madres solteras; se han formadc
grupos de reflexión entre los hermanos más pobres; se atiende
a los enfermos y ancianos, particularmente mediante los mi-
nistros extraordinarios de la comunión; se visita y evangeliza
a los presos. No obstante, se deja ver que la atención a los
pobres se asume con muchas limitaciones por falta de com-
promiso. Hemos de avanzar en la conciencia de que todos
estamos llamados a prestar una atención afectiva y efectiva a
las nuevas formas de pobreza (Cfr. EG 199-208), éste será el
signo más elocuente de la Nueva Etapa Evangelizadora.
38.    Si confesamos que el Reino de Dios ha llegado en
Jesucristo pero aún no ha llegado a todos los rincones y plena-
mente en cada momento y en cada cultura, hemos de mantener
la apertura ante el mundo y el diálogo con él. En el esfuerzo
de impulsar una Nueva Etapa Evangelizadora una tarea indis-
pensable será procurar un mejor conocimiento de la realidad
y de los desafíos que ésta nos plantea, será necesario superar
la superficialidad con la que se considera y procurar mayor
precisión en sus análisis. Sin una mirada atenta, inteligente y
crítica no podremos discernir los signos que encontramos en
el ambiente y los desafíos culturales que nos presenta (Cfr.
F.G 176-258)- en esta tarea será necesario incorporar cada vez más los aportes de laicos expertos en diversos campos

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5. Con nuevos rasgos en el perfil de sus agentes
39.    De los agentes de pastoral de nuestra diócesis se dice
que ha mejorado la comunicación entre los presbíteros y los
laicos; se destaca que aumenta el número de laicos que mani-
fiestan su disponibilidad para ofrecer su tiempo, sus talentos
y aún sus recursos económicos a la obra de la evangelización;
se afirma que se ha avanzado en su preparación mediante di-
versos procesos de formación, aunque se reconoce, reitera-
damente, que vamos a ritmo lento. Si queremos avanzar en
una Nueva Etapa Evangelizadora, necesitamos volver a Je-
sucristo y reconocer en El los rasgos que nos han de distin-
guir al anunciar la Buena Nueva, será necesario revisar los
perfiles de los agentes de pastoral a partir de la enseñanza
de la Iglesia en documentos anteriores, tanto del Magisterio
universal como del Magisterio latinoamericano, poniendo es-
pecial atención en los recientemente destacados por el Papa
Francisco en la exhortación Evangelii Gaudium, de entre los
cuales destacamos algunos.
40.    Todo agente de pastoral ha de tener presente que "La
pastoral en clave de misión pretende abandonar el clásico crite-
rio pastoral del siempre se ha hecho así" (EG 33). Esto exige un
cambio de mentalidad, sobre todo en relación con el modo de
comunicar el mensaje cristiano;14 es necesario superar la iner-
cia de la costumbre, lo cómodo del instalarse y favorecer el di-
namismo pastoral y el sentido crítico y creativo de los agentes.
41.    Los agentes de pastoral hemos de estar atentos a la
acedia egoísta que se reneja en un cansancio tenso, pesado e
insatisfecho que, nos dice el Papa Francisco, puede tener di-
versas causas: soñar proyectos irrealizables; no vivir con ga-
_____
14      "Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno” (EG129),
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nas lo que se puede hacer; pretender que las soluciones lluevan
del cielo; apegarse a proyectos guiados por la vanidad; perder
el contacto con el pueblo y no saber esperar (Cfr. EG 82 y 83).
42.    De la misma manera, hemos de estar atentos a la ten-
tación del pesimismo estéril que brota de la conciencia de de-
rrota que nos convierte en quejosos y desencantados (Cfr. EG
85), así como a la tentación de la mundanidad espiritual que
nos lleva a buscar la gloria humana y el bienestar personal en
lugar de la gloria del Señor (Cfr. EG 89).
43.    Estamos llamados a estar atentos a lo que el Papa Fran-
cisco llama la guerra dentro del Pueblo de Dios y en las dis-
tintas comunidades, muchas veces provocadas por el miedo a
perder el poder, el prestigio o la seguridad (Cfr. EG 98). Hemos
de recuperar la comunidad mediante relaciones nuevas que nos
lleven a superar nuestro egoísmo y nuestro individualismo en-
fermizo (Cfr. EG 87-92); es necesario avanzar en la construc-
ción de una Iglesia donde se reconozcan y se armonicen todas
las vocaciones, todos los ministerios y todos los carismas.
44.    Los agentes de pastoral estamos llamados a recuperar
el entusiasmo misionero, para lo cual es necesario cultivar
una espiritualidad que nos conduzca a superar el desencanto.
el complejo de inferioridad, el relativismo y el actuar como si
Dios, los pobres y los demás no existieran (Cfr. EG 78-80).
El espíritu de la Nueva Etapa Evangelizadora reclama una co-
rrespondiente espiritualidad en los evangelizadores (Cfr. EG
260), hombres y mujeres que oren y trabajen, que encuentren
su motivación en la experiencia del amor de Jesús (Cfr. EG
264), en el gusto de pertenecer al Pueblo de Dios y en la con-
vicción de que Cristo ha resucitado y es la fuente profunda de
nuestra esperanza (Cfr. EG 275).


31

6. Que incorpora elementos operativos pertinentes
45.    Para avanzar una Nueva Etapa Evangelizadora en
nuestra diócesis, será indispensable incorporar elementos ope-
rativos que nos permitan repensar y relanzar nuestra acción, y
un aspecto indispensable a considerar es el de la formación.
Se requiere cultivar la convicción de que todos necesitamos
formación, profundización en el amor y ofrecer un testimonio
más claro del Evangelio (Cfr. EG 121); quienes están al frente
de las comunidades han de asumir con seriedad su responsabi-
lidad de formar a nuevos agentes; urge revisar y renovar nues-
tros procesos de formación de agentes de pastoral en general
-discípulos y misioneros con diferentes especificaciones-, de
tal manera que mediante diversas experiencias se acompañen
procesos de formación integral, gradual y permanente, si-
guiendo las orientaciones de Aparecida (Cfr. 276-285).
46.    En el esfuerzo de la formación será necesario volver
una y otra vez sobre la identidad de la vocación (ser) y la
identidad de la misión (quehacer), y desde tal identidad pro-
curar la formación en las diversas dimensiones, de manera
que nuestras relaciones como agentes de pastoral sean más
humanas, se supere el individualismo, se respete al diferen-
te y no se cargue la mano a los más débiles, se cultiven las
virtudes espirituales y se promueva la oración, se logre una
mejor formación doctrinal y apostólica, siempre desde un co-
nocimiento y discernimiento del entorno sociocultural. Para
este fin, será muy recomendable que se conformen equipos
de formación y se favorezcan espacios en diversas instancias.
47.    Dada la especial tarea que han de desempeñar los pres-
bíteros al encabezar y coordinar la acción pastoral en las comu-
nidades, para impulsar una Nueva Etapa Evangelizadora será
indispensable no sólo cuidar su sólida formación inicial, sino
estructurar programas de formación permanente que consideren


32
Las diferentes etapas de la vida de los presbíteros y las diversas tareas apostólicas que han de realizar en respuesta a los nuevos
desafíos. Esta formación ha de favorecer el desarrollo de una ca-
ridad pastoral eficaz vivida en una pastoral orgánica o de conjun-
to que ayude a superar el aislamiento y la soledad. En este campe
es necesario revisar los equipos y los programas de la pastora]
presbiteral para favorecer un servicio más eficaz e integrado que
brinde un adecuado acompañamiento al desarrollo de la vida y
ministerio de los presbíteros, dentro de una adecuada vivencia de
presbiterio y una adecuada relación con los obispos.15
48.    En relación con la formación de agentes laicos, será
necesario revisar e integrar las diferentes propuestas de forma-
ción que actualmente se están ofreciendo, de manera que se
garantice una propuesta de formación que asuma criterios y lí-
neas pastorales comunes, respetando la diversidad de carismas.
ministerios y funciones, así como un adecuado acompañamien-
to a lo largo de su formación, donde se integre el esfuerzo de]
equipo de formación y el esfuerzo de los párrocos o responsa-
bles de los ámbitos donde prestarán sus servicios. La unidad e
integración de la propuesta formativa de ninguna manera niege
lo específico de las diversas áreas de capacitación y formaciór
ni el rico aporte de las diversas asociaciones y movimientos
En esta línea será necesario estudiar la conveniencia de nuevo1
ministerios reconocidos por la diócesis, así como procurar su
adecuada formación y acompañamiento.
49.    Será necesario revisar las estructuras de coordinaciór
diocesana de la pastoral: Curia, vicarías episcopales funcio-
nales y territoriales, decanatos y parroquias. Igualmente, será
necesario revisar los objetivos y programas de cada nivel, asi
como las funciones de cada ministerio; de gran ayuda será
______
15      La expresión "formación permanente de los presbíteros" pone el énfasis en los procesos educativos o formativos; la expresión "pastoral presbiteral" pone el acento en el acompañamiento personal y comunitario, integra
y orgánico, que se ha de ofrecer a los pastores, lo cual incluye la formación como tal. Cfr. DEVYM-CELAM, Reaviva el don de Dios, pp. 27-45.

33
también supervisar seriamente el cumplimiento de tales obje-
tivos, programas y responsabilidades. Será conveniente ofre-
cer servicios de capacitación o de inducción adecuada para
el desempeño de responsabilidades de coordinación: vicarios
episcopales, decanos, etc., así como manuales de funciones y
procedimientos para el mejor desempeño de estos servicios.
50.     En cuanto a la acción pastoral, será necesario revisar los
métodos que estamos empleando y, sin pretender uniformar, ca-
pacitar en la variedad de propuestas metodológicas, considerando
sus alcances y sus límites, de tal manera que se empleen las más
acordes a los procesos de las comunidades y las de mayor efica-
cia, sin perder de vista que será fundamental tener en cuenta la
realidad y la factibilidad. Las líneas de acción que se asuman han
de ser adecuadamente implementadas y supervisadas para impul-
sar procesos y generar resultados, de manera que seamos capaces
de llevar adelante lo que se propone en los planes y programas
escritos procurando la continuidad de los procesos pastorales aún
ante los cambios de responsables o nuevos nombramientos.
51.    Para impulsar la pastoral orgánica y de conjunto es
conveniente crear redes que nos permitan integrar y aprove-
char mejor la diversidad de acciones pastorales que se realizan
en la diócesis, esto nos permitirá una más significativa y eficaz
presencia de Iglesia. En esta línea, será necesario propiciar el
manejo de la información por medio digital, para conocer en
tiempo real los diversos planes, los aportes de los consejos
de pastoral y de otras instancias, lo cual nos conducirá a un
ambiente de mayor comunicación, confianza y socialización
de la información que se vaya generando en nuestra diócesis.
52.    Dada la necesidad de agentes bien capacitados, de
medios adecuados y materiales pertinentes para el relanza-
miento de la evangelización, también será necesario impulsar
un cambio de mentalidad en cuanto a la aplicación de los re-
cursos económicos de los cuales se dispone en los diversos
niveles de la acción pastoral.


34
53.    Puesto que la parroquia goza ae una gran importancia
dentro del funcionamiento de nuestra diócesis, será necesario
elaborar planes y programas adecuados a los procesos locales,
así como favorecer su atenta supervisión. Será de gran ayuda
avanzar estudios que orienten los proyectos parroquiales que
conviene implementar en la diócesis según los diversos ambien-
tes. Conviene también implementar estudios sobre la distribu-
ción geográfica y poblacional de las parroquias para lograr una
más adecuada conformación de las mismas, así como establecer
con más claridad los procedimientos y normativas para la en-
trega y recepción de las mismas, privilegiando en todo ello los
procesos evangelizadores de las comunidades.
7. Que favorezca una auténtica conversión
54.    El empeño por una Nueva Etapa Evangelizadora en
nuestra diócesis ha de expresar y favorecer una auténtica con-
versión personal y pastoral. La conversión es un llamado para
toda la Iglesia y para cada uno de quienes la conformamos: con-
versión de los obispos, de los presbíteros, de los diáconos, de los
laicos y laicas, de las religiosas y los religiosos. ¡Qué importante
será crear los mecanismos que animen a todos los agentes a asu-
mir un papel protagonice en este proceso! Sólo desde esta ex-
periencia se logrará también una renovación de las instituciones
y se podrá impulsar una pastoral orgánica de verdadero servicio
que supere lo funcional y, más aún, lo burocrático.
55.    El llamado a la conversión personal y pastoral exige
salir de estilos tradiciohalistas y abandonar paradigmas an-
quilosados; romper estructuras de pecado, abandonar aquellas
que impidan vivir los criterios de la Nueva Etapa Evangeliza-
dora y recuperar el sentido de la misión en cada acción pasto-
ral y en toda ella en su conjunto. No hay que perder de vista
que todo se ha de iniciar y sostener por una conversión del


35
Corazón que parta del encuentro con Jesucristo, desde esta experiencia es que se establece la motivación fundamental para
evangelizar, de aquí ha de surgir el convencimiento profundo
y apasionado para una evangelización audaz y creativa.
56.    La conversión personal y pastoral ha de ser una acti-
tud permanente. Será necesario darle al Espíritu Santo el pro-
tagonismo que le corresponde y dejar un amplio margen a su
impulso en nuestro discernimiento. Él nos capacita para ser
apóstoles; El nos hará salir de nuestras inercias y rutinas y nos
lanzará a experimentar los nuevos caminos por los que pueda
pasar la Buena Nueva que hemos de anunciar.
57.     Ya se reflejan en nuestra acción pastoral signos de que el
proceso de la Nueva Etapa Evangelizadora se ha iniciado y está en
marcha, seguramente que con muchas desigualdades y variantes.
Sin embargo, es generalizada la apreciación de que la propuesta
no ha impactado aún de forma significativa, un signo inequívoco
de esta apreciación es la generalización y vaguedad con la que se
asumen los desafíos de nuestra época. El concepto "Nueva Etapa
Evangelizadora" ya está presente en nuestro lenguaje y los ele-
mentos básicos que la configuran se pueden reconocer ya presen-
tes; será necesario avanzar estudios que nos permitan conocer en
profundidad la enseñanza de la Iglesia y derivar sus consecuen-
cias para nuestra acción pastoral. Es necesario generar programas
de acompañamiento que nos faciliten asumir las exigencias de la
Nueva Etapa Evangelizadora, muchas de las cuales, estando ya
presentes en el discurso, están por estrenarse en la realidad.
Conclusión
58.    Nuestro compromiso por involucramos en una Nueva
Etapa en la tarea eclesial de siempre, centrada en Jesucristo,
desde un renovado concepto y experiencia de Iglesia, en fa-
vor de los hombres v mujeres de nuestro tiempo, con nuevos

36
Rasgos en el perfil de sus agentes, en búsqueda de elementos operativos pertinentes, que exprese y favorezca una autén-
tica conversión pastoral, como lo hemos presentado en este
primer capítulo, aunque se irá desglosando a lo largo de los
siguientes apartados, nos plantea ya serios desafíos y nos deja
ver la exigencia de desarrollar nuestro pensamiento crítico y
creativo para ser audaces y eficaces en las respuestas a las
exigencias de nuestras comunidades, sin perder de vista que
en esta tarea no estamos solos, el Señor ha dicho, "yo hago
nuevas todas las cosas" (Ap 21,5).





















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38

CAPÍTULO SEGUNDO
DESDE LA M1N1STERIAL1DAD DE LA IGLESIA
COMUNIÓN
Los agentes de pastoral, ministerialildad en comunión
Introducción
59.    Al establecer los elementos teológicos y pastorales
fundamentales para impulsar una Nueva Etapa Evangelizado-
ra en nuestra diócesis asumimos el desafío de renovar nuestro
concepto y nuestra experiencia de Iglesia. En esta línea seña-
lamos que es necesario seguir impulsando el proyecto eclesio-
lógico del Concilio Vaticano II en el que se destaca un modelo
de comunión radicado en la Trinidad ya que, recordamos tam-
bién, hoy más que nunca el testimonio de comunión eclesial,
sea al nivel de las personas sea al nivel de las comunidades,
es una urgencia pastoral (Cfr. DA 374), el testimonio del amor
fraterno será el primero y el principal anuncio (Cfr. DA 138).
60.    Si bien el llamado a la comunión interpela a la Iglesia
en su conjunto y a cada uno de sus miembros, quienes he-
mos sido llamados a participar más directamente en la acción
evangelizadora hemos de asumir seriamente este llamado y,
en una coherente respuesta, nos hemos de esforzar por vivir
nuestros ministerios específicos desde el empeño por la co-
munión. En este capítulo nos detenemos a considerar a los
agentes de pastoral inmersos en una Iglesia-comunión. Para
facilitar la comprensión y la reflexión de los elementos que
aquí se ofrecen se exponen en cuatro apartados que desglo-
san una propuesta integral: los agentes de evangelización y
la comunión eclesial como urgencia pastoral a partir de Jesu-
cristo (1) donde los diversos servicios se derivan de la única
ministerialidad de la Iglesia (2), que se hace concreta desde la
riqueza de los ministerios y carismas (3) y donde cada miem-
bro del nuevo pueblo de Dios, configurado con Cristo de for-

39
ma específica por su vocación propia, se sabe convocado a la corresponsabilidad (4).

1. Los agentes de evangelización y la comunión
eclesial
61.    La comunión eclesial está radicada en la Trinidad, sólo
se construye en tomo a Jesucristo y en la vivencia del amor del
Padre con el don del Espíritu Santo. Para aproximamos a esta
raíz primordial de la comunión eclesial que determina especia-
les exigencias a los agentes de pastoral no tenemos otro camino
que Jesucristo y la experiencia histórica que quiso vivir con sus
discípulos, según nos lo refieren los Evangelios que impulsan la
vida de la Iglesia y dan fundamento a su Magisterio. Sólo a partir
de Jesucristo y desde su acción salvadora, como la entiende, vive
y propone Él mismo, es que podemos orientar adecuadamente
nuestros esfuerzos para que los agentes de evangelización asuma-
mos la comunión eclesial como urgencia pastoral en la conciencia
de que "en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunita-
ria y el compromiso con los otros" (EG 177).
62.     Son muchas las perspectivas desde las cuales podemos
contemplar el estilo de Jesús para iluminar nuestro ser y queha-
cer como agentes de pastoral en una experiencia de Iglesia co-
munión, una de las más determinantes es el momento mismo en
el que hace el llamado a sus primeros discípulos. La finalidad del
llamado de Jesús a los discípulos y la condición para que le pue-
dan seguir quedan manifestadas en la respuesta actitudinal de los
convocados: "y ellos, de inmediato, dejando la barca y a su padre
lo siguieron" (Mt 4,22; Cfr. Le 5, 11). La barca representa el tra-
bajo, que en la finalidad común sería el instrumento para buscar
el sustento de cada día y los bienes que aseguren el trayecto dig-
no de la vida, pero en el seguimiento discipular de Jesús puede
significar deiar esa barca v tomar otra. asumir "el otro trábalo".



40
Es decir, el compromiso de servicio a los demás que le da una nueva dimensión al trabajo de todos los días.  El segundo abandono que se aprecia en la respuesta de los discípulos es aún más
significativo, ya que dejar al padre biológico es aventurarse a una
nueva dimensión de la vida y de las relaciones familiares, donde
lo radical es el amor del Padre manifestado en Jesús a todos los
hombres. Los agentes de pastoral de nuestra iglesia angelopoli-
tana estamos llamados a reavivar la finalidad y la condición de
nuestra vocación desde el paradigma de los primeros discípulos
y a empeñamos en que esta finalidad y condición se reflejen en
nuestro ser y en nuestro quehacer.

63.    Mucho nos ayudará también que como agentes de evan-
gelización nos ubiquemos en lo más característico de la comuni-
dad de convocados. Es significativo el texto que nos presenta la
vida de la comunidad cristiana en el Evangelio de Mateo: "¿quién
es el más importante en el Reino de los cielos?". La respuesta a
esta pregunta ofrece la experiencia inicial de la comunidad: ha-
cerse como niños; y hacerse como niños es vivir en la dependen-
cia del Señor y en la confianza en el amor providente del Padre
(Cfr. Mt 18, 1-5). La discusión de los discípulos sobre quién de
ellos sería el más importante nos amplía la iluminación que nos
ofrece Mateo y nos toca más de cerca en cuanto convocados:
"Los jefes de las naciones ejercen su dominio sobre ellas[...]
Pero ustedes no procedan de esta manera. Entre ustedes, el más
importante sea como el menor y el que tiene autoridad sea come
el que sirve" (Le 22, 24-26). Como agentes de pastoral hemos
de tener siempre presente que esta actitud de servicio es lo fun-
damental del llamado que hemos recibido y que la respuesta que
damos desde este único fundamento es lo que da solidez a nues-
tra experiencia de agentes en comunión, reconociendo, acep-
tando e integrando la variedad de servicios que desempeñamos
como discípulos misioneros confiando en el amor providente del
Padre al servicio de nuestros hermanos.
64.     Desde otra perspectiva, no hemos de perder de vista que en la intención de Jesús, la misión de la comunidad de discípulos

41
esta encaminada a la proclamación del –reino de Dios o Reino de los cielos, con los signos específicos que le son propios, siem-
pre asistidos por la presencia del Espíritu. Esta intencionalidad
-próxima, última y mediata- no sólo da unidad y eficacia a la ac-
ción pastoral, sino que expresa y genera la comunión entre los dis-
cípulos misioneros de ayer, de hoy y de siempre. La indicación de
ser luz y sal del mundo (Mt 5,13-16), para que vean los demás las
buenas obras, implica la comunión de los discípulos en el mismo
estilo de Jesús y nos ayuda a comprender que tal comunión fue, es
y será uno de los testimonios fundamentales para la credibilidad
de la predicación del Evangelio.

65.    De esta manera, los agentes de pastoral sólo contri-
buimos a la urgencia pastoral de la comunión eclesial si en
el desempeño de nuestros variados ministerios sabemos pro-
longar la única acción salvadora de Jesucristo -y de acuerdo
a su estilo- en la vivencia del amor del Padre y con el don
del Espíritu Santo. Para avanzar en este camino se requiere
decisión y perseverancia, a la vez que confianza en el Señor;
es bueno que como agentes de pastoral tengamos siempre pre-
sente la oración de Jesús en la víspera de su pasión, como
nos la refiere San Juan: "Te pido que todos sean uno, como
tú. Padre, estás en mí y yo en tí. Y que también ellos estén
en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste" (Jn
17, 21). Hemos de tener claro que el llamado a la unidad y la
intercesión de Jesús abraza a toda la comunidad creyente y
acoge cálidamente a quienes hemos sido llamados a colaborar
en el anuncio del Evangelio haciendo concreta y eficaz la mi-
nisterialidad de la Iglesia.
2. Ministerios y ministerialidad de la Iglesia
66.    Es de suma importancia reflexionar en tomo a la prác-
tica ministerial, particularmente en nuestra iglesia angelopoli-
42
tana, porque la fe de nuestras comunidades se ve afectada por el grado de coherencia de quienes desempeñamos los diversos
ministerios eclesiales en donde, hay que reconocerlo, no son
pocos los elementos que merecen apremiantes revisiones. La
urgencia de reflexionar sobre la práctica ministerial de la Iglesia
se hace necesaria también al reconocer que por la renovación
que ha producido el Concilio Vaticano II laicos de todos los
sectores, pero especialmente de entre los sectores populares,
han empezado a vivir su vocación bautismal como un auténtico
ministerio; estas experiencias, muchas veces poco conocidas,
se van erigiendo como alternativas de futuro en la construcción
de una Iglesia toda ella ministerial y en comunión.
67.    De la comprensión teológica que tengamos sobre la
propia identidad como cristianos y como ministros depende-
rán las prácticas que deban ser favorecidas y las que deban co-
rregirse. A la necesidad de una comprensión teológica se une
la urgencia de elaborar, enseñar y asumir una espiritualidad
del ministerio eclesial que posibilite la proclamación y el em-
peño, en entereza y fidelidad evangélicas, por la construcción
del Reino y que permita superar situaciones de contradicción
y negación del mismo.
68.     Dado que la continua relación entre el hoy de la vida
eclesial y la tradición se convierte en criterio hennenéutico para
una teología ministerial a la luz del Nuevo Testamento y de las
llamadas del Vaticano II, en la reflexión urgente del ministerio
eclesial y en la revisión de su práctica es importante valorar las
expresiones religiosas de nuestras propias culturas, a fin de recu-
perar la identidad del ministro, sus acentos, sus valores y sus retos
de cara al futuro. A la luz del Concilio Ecuménico Vaticano II y
del más reciente magisterio latinoamericano, debemos propicial
un nuevo perfil del ministro; tenemos que afirmar una vez más la
lógica primordial del ministro como seguidor de Jesús que sirve
a la edificación de la comunidad, este es el eje central del que se
desprende todo lo demás; sólo a partir de este eje central se podrá
construir entre los agentes de pastoral una auténtica comunión



43
69      Para entender y asumir auténticamente un ministerio debemos recuperar su sentido fundamental de servicio y estar
atentos a la tentación del poder que muchas veces nos amenaza.
En nuestra experiencia como miembros de la Iglesia, y de la
iglesia particular angelopolitana, todo auténtico cristiano debe
reconocerse como un servidor de sus hermanos, comprometido
en la edificación de la comunidad eclesial.
70.    El servicio conlleva diversas funciones, de las que
surgen diferentes ministerios, de tal manera que todo minis-
terio es un servicio, pero no todo servicio es un ministerio; ministerio, designa la misión global de la Iglesia, toda ella
ministerial, donde los servicios primordiales son la palabra,
el culto y la caridad. De acuerdo a ello, manteniendo el ele-
mento común de servicio que nos da unidad y comunión, po-
demos identificar una triple significación del ministerio: un
servicio preciso, importante para toda la comunidad cristiana,
reconocido por la Iglesia local y relativamente estable, que
denominamos ministerio en general; un servicio que incluye
todo lo anterior y sugiere cierta institucionalización de ofi-
cialidad a través de un acto litúrgico propio, lo que denomi-
namos ministerio laical; y un servicio que, suponiendo todo
lo anterior, toca de tal manera la realidad misma de quien lo
asume que no puede expresarse sino a través de la ordenación
sacramental y la especial gracia que lo distingue de los otros
ministerios, los así llamados ministerios ordenados.
71.    Para incorporamos a una Nueva Etapa Evangeliza-
dora hemos de tener presente que la Iglesia toda es servido-
ra del Reino, es decir "ministerial"; y que ella, en su lucha
por hacer presente el único Reino de Dios, establece vías de
participación que conducen al crecimiento continuo de la co-
munión, esto es, los diversos ministerios. Una ministerialidad
así entendida, con fundamentos cristológicos, eclesiológicos
y trinitarios, nos ha de llevar a una doble dinámica: la supera-
ción de los modelos clericalizantes y una nueva apertura a la
acción pastoral de los laicos.

44
72     Cuando destacamos la necesidad de superar modelos ministeriales de tipo clerical, que han sido paradigmáticos en el
pasado, no significa que neguemos el valor que ellos han tenidc
para su momento histórico particular, ni la fuente de vitalidad y
realización personal que significaron para muchos; lo que enfa-
tizamos es la necesidad de la búsqueda siempre nueva de volvei
a las intenciones de Jesús y responder a las nuevas coyunturas
históricas, animados por la presencia viva del Espíritu que hace
nuevas todas las cosas.
73.    Llamados a una Nueva Etapa Evangelizadora he-
mos de comprometemos para purificar nuestra comprensión
y vivencia del ministerio: del funcionario de lo religioso, al
portador de una vocación como don gratuito del Espíritu; del
ministro sacramentalizador, al constructor de comunidades
cristianas, que sabe de la fragilidad de lo humano y se dispo-
ne a reconocer la vida de Dios en todas las contradicciones
de la historia; del ultra-carismático, desfasado de la realidad
eclesial, al que sabe aceptar la diversidad de la comunión
ministerial en la Iglesia y asume incluso las contradicciones
de cualquier instancia eclesial como propias, siempre tras la
búsqueda de mejorar las relaciones dentro de la iglesia local,
aunque ello parezca difícil o imposible; del ausente de las si-
tuaciones políticas y sociales, al que es capaz de analizar el
mundo y su mundo para comprometerse en su transforma-
ción; del que supedita sus propias decisiones y opciones a los
vaivenes de su personalidad o a la estabilidad de las institu-
ciones, al ministro que reconoce que su decisión de respuesta
a una vocación particular es irrepetible e irremplazable.
74.    El ministerio es ante todo un seguimiento de Jesús, por
ello su causa es la de Jesús: hacer presente el Reino de Dios en el
mundo, manteniendo la expectativa de su consumación definiti-
va al final de los tiempos. Como seguidor de Jesús, el llamado a
un ministerio debe desarrollar una espiritualidad que lo capacite
para vivir esta nueva época; una espiritualidad que ponga los
pies en lo más terrestre de la tierra y mantenga los ojos en lo alto,

45
una espiritualidad de comunión con todos los que buscan una vivencia profunda y coherente de su fe, pero también con todos aquellos que desde las más diversas orillas de las creencias se es-
fuerzan por un mundo más justo, solidario y fraterno; en medio
de ellos, el ministro ha de ser presencia que suscite preguntas y
provoque nuevas actitudes.
75.    El ministro tiene que ser un hombre de su época, es de-
cir, en contacto y conocimiento de las realidades de su entorno
pero con una capacidad de integrar los fenómenos mundiales
que tienen que ver con esa misma realidad. Tanto el ministro
de la comunidad rural, hasta el de las grandes y pequeñas ciu-
dades, necesita darse cuenta de lo que lo sucede en su comuni-
dad y debe conocer y saber lo que ellas proponen y disponen.
Cuando lo religioso se ofrece como una instancia que el hombre
contemporáneo quiere atender, es necesario que los ministros
sepamos estar pulsando la mentalidad de los hombres de hoy;
nuestra sensibilidad debe ser capaz de romper con los esquemas
racionalistas de una formación que no siempre está acorde con
la realidad de nuestras comunidades.
3. Desde la variedad de ministerios y carismas
76.    La Iglesia en general, y nuestra Iglesia angelopoli-
tana en particular, se ha de reconocer, a la vez, carismática
y ministerial. La acentuación de lo carismático favorece la
corresponsabilidad, en contraste con una supra-valoración de
la autoridad, de la organización externa, de la unicidad o de la
uniformidad institucional. La Iglesia, que procede de Cristo
y es animada por el Espíritu en la historia, recibe los dones
del Espíritu para su edificación y para la realización de su mi-
sión en orden al Reino; los carismas deben estar, por lo tanto,
al servicio de este Reino. El ministerio, por su parte, es un
servicio reconocido por la Iglesia para su edificación con ca-

46
Rácter de estabilidad y tiene como base y razón de ser un don del Espíritu;  partir de esto, todo ministerio eclesial supone una fuente cristológica, una intervención pneumatológica y una concretización en la historia eclesial. El ministerio, asi
entendido y asumido, pertenece a la esencia de la Iglesia, es
don del Espíritu para responder a las necesidades de la comu-
nidad, para participar con ella en la búsqueda de la liberación
que Cristo ofrece. Es por ello que, ya lo hemos señalado y es
necesario recordarlo, desempeñar un ministerio no puede ser.
ni es, un honor que nos ponga por encima de los demás, sino
una responsabilidad ante el Evangelio y ante la comunidad.
77.     Desde la perspectiva del Nuevo Testamento, no hemos
de perder de vista que el ministerio es un elemento constitutivo
de la Iglesia, prescindiendo que sea carismático o institucional y
de la forma concreta en que se va diferenciando en las diversas
circunstancias. Es necesario edificar la Iglesia en la línea apos-
tólica para un auténtico seguimiento de Jesús, por lo tanto, todc
ministerio exige una auténtica escuela de Jesús; no es un estado.
sino un servicio que la misma comunidad recibe como don del
Espíritu. El Nuevo Testamento no conoce estatutos jerárquicos
de tipo hereditario, a la manera del Antiguo Testamento, sinc
una igualdad fundamental y una diversidad funcional. En estos
términos hemos de interpretar la distinción entre ministerio or-
denado y ministerio instituido y en estos términos, a la luz del
Concilio Vaticano II, hemos de entender la jerarquía en medio
del Pueblo de Dios y a su servicio.
78.     Contraponer ministerio jerárquico y ministerio laical ca-
rismático no tiene sentido ni bases en una Iglesia-comunión. Ella
es, a la vez, cuerpo visible, comunidad organizada e institución
y cuerpo espiritual y carismático. No oponer los ministerios en
su actual configuración histórica no significa no diferenciarlos o
amalgamarlos en un conjunto amorfo sino verificar el desarrollo
histórico que ha conducido a la expresión de dos modos de mi-
nisterialidad eclesial que ha de ser asumido en su riqueza original;
en este contexto hemos de comprender y asumir la afirmación del


47
Vaticano II sobre la diferencia esencial y no de grado entre sacerdocio común y sacerdocio ministerial.
79.    Además, es necesario reconocer las nuevas modalidades
de ministerio, aún las no institucionales, como posibles mociones
del Espíritu. La pluralidad es riqueza para la iglesia, dinamismo y
movimiento para la comunidad. La pluralidad ministerial ejercida
en virtud de los sacramentos del Bautismo y del Orden es expre-
sión en la historia de la fecundidad de la vida de la Iglesia y de la
dimensión pneumatológica que hace nuevas todas las cosas. Esta
pluralidad es fuente de dinamismo para una respuesta adecuada a
las disímiles situaciones de los nuevos tiempos.
80.    A los ministerios ordenados -expresando una praxis
animada por la dinámica de la más genuina tradición evangéli-
ca de servicio en minoría, de animación a los hermanos para la
promoción de un cristianismo adulto- se une toda una gama de
ministerios laicales que han de ser desarrollados y diseñados, en
comunión con los pastores que tienen el ministerio de la supervi-
sión, los obispos.
81.    En el esfuerzo de hacer concreta la ministerialidad
de la Iglesia podemos proponer nuevos ministerios, posibles
de implementar en cualquier comunidad cristiana; su impor-
tancia radica no tanto en ser establecidos a través de una ins-
titucionalización oficial, a través de rito propio como en el
caso de los ministerios laicales, sino en el hecho de ir creando
conciencia y praxis ministerial al interior de las comunidades
que pueda conducir, un día, a la oficialización de esos mismos
ministerios o al menos a un cierto modo de envío oficial.
4. Convocados a la corresponsabilidad
82  No es una novedad, pero mucho nos ayudará tener presente que al asumir el compromiso de incorporarnos a una Nueva

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Etapa Evangelizadora, asumimos que por el bautismo cada uno de nosotros está llamado a ser un servidor y a integrase a une
comunidad de servidores; el sacramento del bautismo es fuente
de ministerialidad. Como miembros de la Iglesia, y como miem-
bros de nuestra iglesia angelopolitana, hemos de avanzar en la
conciencia de que estamos llamados a la participación y a la co-
rresponsabilidad en los diversos niveles de nuestra comunidad
creyente y peregrina. El Concilio Vaticano II ha hecho un llamado
a la participación de todos (Cfr. LG 30-38) y ha destacado, parti-
cularmente, la atención a la vida laical.
83.    Comprometemos en una Nueva Etapa Evangelizadora
implica retomar la riqueza del Concilio, cuyos cincuenta años
estamos celebrando, y caminar en la dirección que este evento
de comunión eclesial nos ha dejado señalado: "El santo Con-
cilio, una vez que ha declarado las funciones de la jerarquía,
vuelve gozoso su atención al estado de aquellos fieles cristianos
que se llaman laicos. Porque, si todo lo que se ha dicho sobre
el Pueblo de Dios se dirige por igual a laicos, religiosos y cléri-
gos, sin embargo, a los laicos, hombres y mujeres, por razón de
su condición y misión, les atañen particularmente ciertas cosas,
cuyos fundamentos han de ser considerados con mayor cuidado
a causa de las especiales circunstancias de nuestro tiempo" (LG
30). Sin dejar de considerar lo que nos distingue y reconocien-
do la peculiaridad del llamado que cada uno ha recibido, en
nuestra concepción y experiencia de Iglesia no hemos de perder
de vista que "Si bien en la Iglesia no todos van por el mismo
camino, sin embargo, todos están llamados a la santidad y han
alcanzado idéntica fe por la justicia de Dios (Cfr. 2 Pe 1,1). Aun
cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos
doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los de-
más, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la
dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la
edificación del Cuerpo de Cristo" (LG 32).

84      No es el momento de repetir todo cuando el Concilio nos ha indicado, sin embargo, si queremos entrar en la diná

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mica ae renovación eclesial a la que nos ha llamado el Papa
Francisco, conviene destacar algunos fragmentos: "Por su par-
te, los sagrados pastores reconozcan y promuevan la dignidad
y responsabilidad de los laicos en la Iglesia. Recurran gusto-
samente a su prudente consejo, encomiéndenles con confianza
cargos en servicio de la Iglesia y denles libertad y oportunidad
para actuar; más aún, anímenles incluso a emprender obras por
propia iniciativa (LG 37). El Vaticano II habla del ministe-
rio del laicado como derecho y deber que debe reconocerle
la jerarquía (LG 37; SC 14). No es, por tanto, una concesión
coyuntural sino una realidad eclesial: "Los laicos, al igual que
todos los fieles cristianos, tienen el derecho de recibir con
abundancia de los sagrados pastores los auxilios de los bienes
espirituales de la Iglesia, en particular de la Palabra de Dios y
los sacramentos. Y manifiéstenles sus necesidades y sus de-
seos con aquella libertad y confianza que conviene a los hijos
de Dios y a los hermanos en Cristo. Conforme a la ciencia, la
competencia y el prestigio que poseen, tienen la facultad, más
aún, el deber, de exponer su parecer acerca de los asuntos con-
cernientes al bien de la Iglesia" (LG 37).

85.     La Iglesia, más que una institución orgánica y jerárquica
que ha recibido el mandato de ir y predicar, es ante todo un pueblo
que peregrina hacia Dios (Cfr. EG 111), una comunidad creyente
que reconoce su origen y su meta en la Trinidad. Al pretender
una Nueva Etapa Evangelizadora, la Iglesia toda, y nuestra Iglesia
Angelopolitana en particular, ha de tener siempre presente este
origen y esta meta, de manera que desde la experiencia cristológi-
ca y trinitaria se fortalezca para cumplir la misión que ha recibido.
A partir de la abundante enseñanza del Concilio Vaticano II, sin
perder de vista que es Dios, uno y trino, quien lleva adelante la
obra de la salvación, es necesario no perder de vista también que
somos interlocutores y, a la vez, agentes de la Nueva Evangeli-
zación de de la Nueva Etapa Evangelizadora si vivimos nuestra ministerialidad y la variedad de los ministerios en comunión y participación a semejanza de la Trinidad.

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86     Dada la importancia de asumir la Iglesia como misterio radicado en la Trinidad (LG 2-4) es conveniente subra-
yar algunas formas de corresponsabilidad que se exigen en
el ámbito diocesano y que han de ser parámetros de nuestros
procesos de conversión.
87.    Corresponsabilidad para superar el individualismo
de la fe: la mayoría de nuestras parroquias conserva un fuer-
te sentido de pertenencia a una comunidad; sin embargo, la
nueva época que vivimos con tendencia al individualismo y
la concentración en las grandes y medianas ciudades que nos
hace anónimos, nos desafia. El individualismo posmodemo y
globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarro-
llo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que
desnaturaliza los vínculos familiares. La acción pastoral debe
mostrar que la relación con nuestro Padre exige y alienta una
comunión que sane, promueva y afiance los vínculos interper-
sonales (Cfr. EG 67). Hay que impulsar la experiencia de fe en
pequeñas comunidades, donde se vivan procesos discipulares
y misioneros, y desde donde se desarrolle el sentido de perte-
nencia y de identidad cristiana católica.
88.    Comunión y participación en el reconocimiento de
la común dignidad: es aún tarea pendiente que este principio
guíe e impulse la participación de todos en la vida de la dió-
cesis y de las parroquias. Es necesario avanzar en el recono-
cimiento de nuestra común dignidad y enriquecemos mutua-
mente mediante el diálogo.
89.     Comunión y participación en la acción pastoral diocesa-
na: se ha favorecido la pastoral orgánica o de conjunto, y el Plan
parroquial de pastoral, inspirado por el documento de Aparecida
y de acuerdo al proyecto pastoral de la Arquidiócesis, favorece la
continuidad en los procesos evangelizadores; sin embargo, la pas-
toral orgánica o de conjunto no acaba de consolidarse en la práctica. Es un desafío permanente impulsar la elaboración, la puesta en práctica y la evaluación de los planes pastorales.

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90    Corresponsabilidad en la toma de decisiones: la corresponsabilidad en la toma de decisiones sigue siendo más moral y afectiva que efectiva. No es extraño constatar que las
decisiones, sean parroquiales o diocesanas, se restrinjan a las
personas de los párrocos, de la curia diocesana o de los obis-
pos. Sin perder de vista que la Iglesia no es una comunidad
democrática, es necesario avanzar en la corresponsabilidad en
la toma de decisiones.
91.    Comunión y participación entre obispo y presbiterio;
los presbíteros son partícipes de un sacerdocio único, el de Je-
sucristo, del cual participa en plenitud el obispo. ¡Qué impor-
tante seguir avanzando en la comunión y participación entre
el obispo y el presbiterio!
92.    Corresponsabilidad en el Consejo Presbiteral: nacido
del deseo de estructurar y fortalecer el diálogo entre los obis-
pos y los presbíteros, qué importante que en él las relaciones
sean verdaderas, abiertas y leales y, si bien es un adecuado
espacio para la información, qué urgente es que no se reduzca
a ello y recupere su carácter de Consejo para el obispo.
93.    Presencia y actuación de los laicos dentro y fuera de
la Iglesia: la participación de los laicos se hace notar sobre
todo en ámbitos eclesiales, urge impulsar su participación en
el mundo, como fermento y como testimonio.
94.    La ministerialidad de los laicos en la pastoral: la Igle-
sia está adquiriendo un nuevo rostro, precisamente por la ma-
yor corresponsabilidad de los laicos. Se ha desarrollado una
rica y variada ministerialidad; sin embargo, la ministerialidad
instituida no se amplía. Será de gran ayuda procurar el recono-
cimiento diocesano oficial de nuevos ministerios, sin clericali-
zarlos. El compromiso con la misión conduce a cada ministro
a ser primeramente un servidor de la Palabra; es en orden a la
predicación y a la animación de las comunidades cristianas
que realiza su ministerio; por ello, en atención a la Palabra y a

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las necesidades de las comunidades anima, promueve, estimula y acoge el desarrollo de los nuevos ministerios que es Espíritu suscita en su Iglesia. La comunión de los hermanos desde
la pluralidad de los ministerios es una exigencia de la misión.
95.    Corresponsabilidad en y desde los movimientos lai-
cales: se han multiplicado los movimientos laicales y las aso-
ciaciones de laicos; en ellos muchas personas han encontrado
nueva vitalidad; sin embargo, la relación de los movimientos
con la diócesis y con las parroquias no siempre ha sido ni
serena ni armoniosa. Es necesario avanzar en proyectos que
brinden espacios a la variedad de carismas.
Conclusión
96.    Reconocemos, en sintonía con la reflexión de nues-
tros obispos latinoamericanos y con la Exhortación del Papa
Francisco, que la comunión eclesial es una urgencia pastoral
y que los agentes evangelizadores tenemos en esta tarea una
prioridad ineludible; al mismo tiempo, nos comprometemos a
retomar el camino a partir de Jesucristo que nos ha llamado a
"otro servicio" y a conformar una "nueva familia" dentro de
la cual nos reconocemos "especialmente servidores", como
antiguamente se proclamaba del Papa: siervo de los siervos
de Dios. Asumimos que la Iglesia es toda ella ministerial y
queremos comprometernos como iglesia angelopolitana a
promover, formar y acompañar permanentemente cada uno
de los diversos ministerios en esta visión de Iglesia, asumien-
do que la ministerialidad se hace concreta en la comunión y
complementariedad de los agentes de pastoral con la riqueza
de sus ministerios y sus carismas.
97.    En respuesta al llamado a participar en una Nueva
Etapa Evangelizadora y, como ya lo hemos establecido en e]
capítulo primero de este Documento Conclusivo, en el com-
promiso de pasar de una Iglesia identificada con la jerarquía

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a una Iglesia Pueblo de Dios, con diferentes carismas, en la
que el ministerio ordenado está al servicio de la comunidad
y no al contrario, donde la Koinonía (comunidad) antecede
a la diakonía (ministerios), nos comprometemos a favorecer
la comunión y participación de todos los agentes de pastoral,
conscientes de que las diversas vocaciones son formas pecu-
liares de responder a otros tantos llamados específicos que
el Señor Jesús sigue lanzando con la fuerza de su Espíritu;
queremos avanzar en procurar que cada miembro del nuevo
Pueblo de Dios, configurado con Cristo de forma específica
por su vocación propia, se empeñe en su ser y su quehacer
guiado por la corresponsabilidad, actitud que nos manifiesta
como un solo cuerpo impulsado por un solo Señor, una sola
fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre.

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