Dedicación de una iglesia
en la cual ya se celebran habitualmente
los
sagrados misterios
NORMAS GENERALES
Para que se perciba plenamente la fuerza de los símbolos
y el sentido del rito, la inauguración de una nueva iglesia debe hacerse
juntamente con su dedicación; por eso, como antes se dijo, se evitará, en
lo posible, celebrar la misa en la nueva iglesia antes de dedicarla (cf.
Introducción a la dedicación de una iglesia, núms. 8. 15. 17: pp.382,
384 y 385). Sin embargo, cuando se dedican iglesias en las cuales ya
se acostumbra celebrar los sagrados misterios, se utilizará el rito que se
propone a continuación.
Además,
hay que distinguir aquellas iglesias recientemente construidas, en las cuales
el motivo para dedicarlas aparece más claro, de aquellas otras que se han
edificado hace ya largo tiempo. Para dedicar estas últimas se requiere:
a) Que el altar no esté aún dedicado, pues tanto la
costumbre como el derecho litúrgico prohiben, con razón, dedicar una
iglesia sin dedicar su altar, ya que esto último es la parte principal de
todo el rito.
b) Que haya tenido lugar
en el edificio algo nuevo o muy cambiado, sea en su construcción material (por
ejemplo, una radical restauración), sea en su estatuto jurídico (por ejemplo,
su elevación a iglesia parroquial).
Todo lo que se ha dicho en la Introducción a la
dedicación de una iglesia vale también para este rito, a no ser que algo se vea
claramente que es extraño a la realidad de las cosas que precisamente este rito
tiene en cuenta, o que se prescriba de otra manera.
Este
rito difiere del de la dedicación de una iglesia (pp. 390-412.), sobre
todo en lo siguiente :
a) Se omite el rito de
abrir las puertas de la iglesia (cf. p. 392,
o p. 394), puesto que la iglesia ya estaba abierta a los fieles. Por
eso la entrada se hace en la forma sencilla (cf. p. 395). Pero, si se
trata de dedicar una iglesia que estuvo cerrada por largo tiempo y que ahora se
abre de nuevo para las celebraciones sagradas, sí que se puede realizar este
rito, que, en este caso, conserva su fuerza y su sentido.
o) El rito de entrega de la iglesia al obispo
(cf. p.391, o p.394, o p.397), según las
circunstancias, se conservará, se omitirá o se adaptará a la condición de la iglesia
que se va a dedicar (se conservará en la dedicación de una iglesia recién
edificada; se omitirá en la dedicación de una iglesia antigua que no
ha sido cambiada en su estructura material; se adaptará en la dedicación
de una iglesia antigua, pero profundamente restaurada).
c) El
rito de rociar con agua bendita los muros de la
iglesia (cf. pp- 397-398), que tiene una
índole lustral, se omite.
d) Lo que es propio de
la primera proclamación de la palabra de Dios (cf. p. 399) se omite
y, por lo mismo, la liturgia de la palabra se hace en la forma acostumbrada; en
lugar de la primera lectura del libro de Nehemías (8, l-4a. 5-6.
8-10), seguida del salmo responsorial 18 B, 8-9. 10. 15 (cf. p. 399), se elige otra lectura adecuada.
RITOS INICIALES
Entrada
Estando reunido el pueblo, el obispo y los presbíteros
concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus respectivas
vestiduras litúrgicas, salen de la sacristía, precedidos por el crucifero,
y se dirigen hacia el presbiterio por la nave de la iglesia.
Las
reliquias de los santos, si hay que ponerlas debajo del altar, se llevan en esa
misma procesión de entrada, desde la sacristía o desde la capilla donde ya
desde la vigilia han sido expuestas a la veneración de los fieles. Sin
embargo, por una causa justa, se pueden colocar, antes del comienzo del
rito, en un sitio adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.
Durante
la procesión, se canta una de las antífonas de entrada siguientes, con el salmo
121 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
Dios
vive en su santa morada,
Dios que hace habitar a sus hijos unidos en su casa,
él
da fuerza y poder a su pueblo.
O
bien:
Vamos
alegres a la casa del Señor.
¡Qué
alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus
umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está
fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las
tribus del Señor.
Según la costumbre de Israel,
a
celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia
en
el palacio de David.
Desead
la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad
en tus palacios.»
Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te
deseo todo bien.
Cuando
la procesión llega al presbiterio, se colocan las reliquias en un sitio
adecuado, en medio de antorchas. Los presbíteros concelebrantes, los diáconos y
ministros van a sus puestos. El obispo, sin besar el altar, va a la cátedra.
Luego, deja el báculo, se quita la mitra y saluda al pueblo con estas u otras
palabras tomadas preferentemente de la sagrada Escritura:
La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa
Iglesia de Dios.
El
pueblo contesta:
Y con tu
espíritu.
O
bien otras palabras adecuadas.
Entonces, si según las circunstancias (cf. Normas
generales, p. 413) se ha de entregar
la
iglesia al obispo, los delegados de quienes edificaron la iglesia (fieles de la
parroquia o de la diócesis, donantes, arquitectos, obreros) hacen entrega del
edificio al obispo, presentándole, según las circunstancias o las escrituras de
posesión del edificio, o las llaves, o el plano del edificio, o el libro que
describe la marcha de la obra con los nombres de quienes la dirigieron y
de los obreros. Uno de los delegados se dirige brevemente al obispo y a la
comunidad, para ilustrar, si es el caso, el significado de la arquitectura
de la iglesia.
Bendición y aspersión del
agua
Terminado el rito de entrada, el obispo bendice el agua
para rociar al pueblo en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo.
Los
ministros llevan el agua al obispo, que está de pie en la cátedra. El obispo
invita a todos a orar con estas u otras palabras parecidas:
Queridos hermanos, al dedicar a Dios nuestro Señor esta
casa (este altar) supliquémosle que
bendiga esta agua, creatura suya, con la cual seremos rociados, en señal de penitencia
y en recuerdo del bautismo. Que el mismo Señor nos ayude con su gracia, para
que, dóciles al Espíritu Santo que hemos recibido, permanezcamos fieles en su
Iglesia.
Y
todos oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo continúa:
Dios, Padre nuestro, fuente de luz y de vida, que tanto
amas a los hombres que no sólo los alimentas con solicitud paternal, sino que
los purificas del pecado con el rocío de la caridad y los guías constantemente
hacia Cristo, su Cabeza; y así has querido, en tu designio misericordioso, que
los pecadores, al sumergirse en el baño bautismal, mueran con Cristo y
resuciten inocentes, sean hechos miembros suyos y coherederos del premio
eterno; santifica con tu bendición + esta agua, creatura tuya, para que,
rociada sobre nosotros, sea señal del bautismo, por el cual, lavados en Cristo,
llegamos a ser templos de tu Espíritu; concédenos a nosotros y a cuantos en
esta iglesia celebrarán los divinos misterios llegar a la celestial Jerusalén.
Por Jesucristo
nuestro Señor.
Amén.
El obispo, acompañado por los diáconos, rocía con agua bendita al
pueblo. Luego, si el altar es totalmente nuevo, lo rocía también. Mientras tanto, se canta
una de las antífonas siguientes u otro canto adecuado:
He
visto el agua que brotaba
del
lado derecho del templo, aleluya;
y
todos a quienes alcanzó el agua
han sido salvados y dicen:
han sido salvados y dicen:
Aleluya,
aleluya.
En
tiempo de Cuaresma:
Cuando manifieste mi santidad
por medio de vosotros,
os
reuniré de todos los países;
derramaré
sobre vosotros un agua pura:
de
todas vuestras inmundicias os he de purificar;
y
os infundiré un espíritu nuevo.
Después de la aspersión, el obispo regresa a la cátedra y, terminado
el canto, dice, de pie, con las manos juntas:
Dios, Padre de misericordia,
con la gracia del Espíritu Santo,
purifique a quienes somos templo vivo
para su gloria.
Amén.
Himno y colecta
Luego, se dice el himno Gloria a Dios en el cielo, salvo en los tiempos de
Adviento y Cuaresma.
Terminado
el himno, el obispo, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Todos
oran, por unos instantes, en silencio. Luego, el obispo, con las manos
extendidas, dice:
Dios todopoderoso y eterno,
derrama tu gracia sobre este lugar
y socorre con tu auxilio a cuantos te
invocan,
para que la eficacia salvadora de tu
palabra
y de los sacramentos
confirme el corazón de tus fíeles.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
LITURGIA DE LA PALABRA
Todos se sientan y el obispo recibe la mitra. Luego,
sigue la liturgia de la palabra; las lecturas se toman de los textos propuestos
en el Leccionario para la celebración de la dedicación de una iglesia (pp.
626-628).
Para
el evangelio no se llevan ciriales ni incienso.
Después del evangelio, el obispo hace la homilía, en la
que explica las lecturas bíblicas y el sentido del rito.
Terminada la homilía, se dice el Credo. En cambio, se omite la oración de los
fieles, ya que en su lugar se cantan las letanías de los santos.
ORACIÓN DE DEDICACIÓN Y
UNCIONES
Letanías de los santos
Después,
el obispo invita al pueblo a orar, con estas u otras palabras parecidas:
Oremos, queridos hermanos,
a Dios Padre todopoderoso,
quien de los corazones de los fieles
ha hecho para sí templos espirituales,
y juntemos nuestras voces
con la súplica fraterna de los santos.
Fuera
de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
Pongámonos
de rodillas.
E,
inmediatamente, el obispo se arrodilla ante su sede; también los demás se
arrodillan.
Entonces, se cantan las letanías de los santos, a las que
todos responden. En ellas se añadirán, en sus sitios respectivos, las invocaciones
del titular de la iglesia, del patrono del lugar y, si es del caso, de los
santos cuyas reliquias se van a colocar. Se pueden añadir también otras
peticiones conforme a la naturaleza especial del rito y a la condición de los
fieles.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Santa María, madre de Dios,
San Miguel,
Santos ángeles de Dios,
San Juan Bautista,
San José,
Santos Pedro y Pablo,
San Andrés,
San Juan,
Santa María Magdalena,
San Esteban,
San Ignacio de Antioquía,
San Lorenzo,
Santas Perpetua y Felicidad,
Santa Inés,
San Gregorio,
San Agustín,
San Atanasio,
San Basilio,
San Martín,
San Benito,
Santos Francisco y Domingo,
San Francisco Javier,
San Juan María Vianney,
Santa Catalina de Siena,
Santa Teresa de Ávila,
Todos los santos y santas de Dios,
Muéstrate propicio, LÍBRANOS, SEÑOR
De todo mal,
De todo pecado,
De la muerte eterna,
Por tu encarnación,
Por tu muerte y resurrección,
Por la efusión del Espíritu Santo,
Nosotros, que somos pecadores, TE ROGAMOS, ÓYENOS
Para que gobiernes y conserves
a tu santa Iglesia.
Para que asistas al papa
y a todos los miembros del clero
en tu servicio santo.
Para que concedas paz y concordia
a todos los pueblos de la tierra.
Para que nos fortalezcas y asistas
en tu servicio santo.
Para que consagres esta iglesia,
Jesús, Hijo de Dios vivo,
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Acabadas
las letanías, el obispo (si está arrodillado, se pone de pie), con las manos
extendidas, dice:
Te pedimos, Señor
que, por la intercesión de la santa
Virgen María
y de todos los santos,
y de todos los santos,
aceptes nuestras súplicas,
para que este lugar que va a ser
dedicado a tu nombre.
sea casa de salvación y de gracia,
donde el pueblo cristiano,
reunido en la unidad,
te adore con espíritu y verdad
y se construya en el amor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Fuera
de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:
Podéis levantaros.
Y
todos se ponen de pie.
El
obispo vuelve a ponerse la mitra.
Si no se colocan las reliquias de los santos, el obispo
dice en seguida la oración de dedicación, como se indica más adelante (p. 421).
Colocación
de las reliquias
Si se van a colocar debajo del altar algunas reliquias de
mártires o de otros santos, el obispo va al altar. Un diácono o un presbítero
lleva las reliquias al obispo, quien las coloca en el sepulcro preparado para
recibirlas. Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes, con el
salmo 14 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R- Santos de Dios, que habéis recibido un lugar bajo el
altar,
interceded
por nosotros ante el Señor Jesucristo.
O bien:
Los cuerpos de los santos fueron sepultados en paz
y
su fama vive por generaciones (T. P. Aleluya.)
Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda
y
habitar en tu monte santo?
El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y
no calumnia con su lengua.
El que no hace mal a su prójimo
ni
difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y
honra a los que temen al Señor. R'.
El que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El
que así obra nunca fallará. R
Mientras
tanto, un albañil cierra el sepulcro, y el obispo regresa a la
cátedra.
Oración de dedicación
Hecho lo anterior, el obispo, de pie y sin mitra, junto a
la cátedra o junto al altar, dice
en
voz alta:
Oh Dios, santificador y
guía de tu Iglesia,
celebramos tu nombre con alabanzas
jubilosas,
porque en este día tu pueblo quiere
dedicarte, para siempre,
con rito solemne, esta casa de
oración,
en la cual te honra con amor,
se instruye con tu palabra
y se alimenta con tus sacramentos.
Este edificio hace vislumbrar el
misterio de la Iglesia,
a la que Cristo santificó con su
sangre,
para presentarla ante sí como Esposa
llena de gloria,
como Virgen excelsa por la integridad
de la fe,
y Madre fecunda por el poder del
Espíritu.
Es la Iglesia santa, la viña
elegida de Dios,
cuyos sarmientos llenan el mundo
entero,
cuyos renuevos, adheridos al tronco,
son atraídos hacia lo alto, al reino
de los cielos.
Es la Iglesia feliz, la
morada de Dios con los hombres,
el templo santo, construido con
piedras vivas,
sobre el cimiento de los Apóstoles,
con Cristo Jesús como suprema piedra
angular.
Es la Iglesia excelsa,
la Ciudad colocada sobre la cima
de la montaña,
accesible a todos, y a todos patente,
en la cual brilla perenne la antorcha
del Cordero
y resuena agradecido el cántico de los
bienaventurados.
Te suplicamos, pues, Padre santo,
que te dignes impregnar con
santificación celestial
esta iglesia y este altar,
para que sean siempre lugar santo
y una mesa siempre lista para el
sacrificio de Cristo.
Que en este lugar el torrente de tu
gracia
lave las manchas de los hombres,
para que tus hijos. Padre,
muertos al pecado,
renazcan a la vida nueva.
Que tus fieles, reunidos junto a este
altar,
celebren el memorial de la Pascua
y se fortalezcan con la palabra y el
cuerpo de Cristo.
Que resuene aquí la alabanza jubilosa
que armoniza las voces de los ángeles
y de los hombres,
y que suba hasta ti la
plegaria por la salvación del mundo.
Que los pobres encuentren aquí
misericordia,
los oprimidos alcancen la verdadera
libertad,
y todos los hombres sientan la
dignidad de ser hijos tuyos,
hasta que lleguen, gozosos, a la
Jerusalén celestial.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los
siglos.
R. Amén.
Unción del altar
y de los muros de la iglesia
Luego, el obispo se quita, si es necesario, la casulla y
toma un gremial, va al altar con los diáconos y otros ministros, uno de los
cuales lleva el recipiente con el crisma, y procede a la unción del altar y de
los muros de la iglesia, tal como se describe más adelante.
Si el obispo quiere asociarse, en la unción de los muros,
a algunos de los presbíteros que concelebran con él el rito sagrado, terminada
la unción del altar, les entrega los recipientes con el sagrado crisma y
procede con ellos a realizar las unciones.
El obispo puede encomendar también esta unción de los
muros a los presbíteros para que la hagan ellos solos, en cuyo caso, después de
la unción del altar, les hace entrega de los recipientes con el santo crisma.
El
obispo, de pie ante el altar, dice en voz alta:
El
Señor santifique con su poder
este
altar y esta casa que vamos a ungir,
para
que expresen con una señal visible
el
misterio de Cristo y de la Iglesia.
Luego, vierte el crisma en el medio y en los
cuatro ángulos del altar, y es aconsejable que unja también toda la mesa.
A continuación, unge los muros de la iglesia, signando
con el santo crisma las doce o cuatro cruces adecuadamente distribuidas, con la
ayuda, si se juzga oportuno, de dos o cuatro presbíteros.
Si ha encomendado la unción de los muros a los
presbíteros, éstos, cuando el obispo ha terminado la unción del altar, ungen
los muros de la iglesia, signando las cruces con el santo crisma.
Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes,
con el salmo 83, 2-10 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado;
R. Ésta es la morada de Dios
con los hombres,
y acampará entre ellos;
y acampará entre ellos;
ellos serán su pueblo
y Dios estará con ellos (T. P. Aleluya.)
O bien:
El templo del Señor es santo,
es campo de Dios,
es edificación de Dios.
¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
se alegran por el Dios vivo. R.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío. R.
Dichosos los que viven en tu casa
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación. R.
Cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de altura en altura
hasta ver a Dios en Sión. R.
Señor de los ejércitos, escucha mi súplica;
atiéndeme. Dios de Jacob.
Fíjate, ¡oh Dios!, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido. R.
Terminada la unción del altar y de los muros de
la iglesia, el obispo regresa a la cátedra y se sienta. Los ministros le traen lo necesario
para lavarse las manos. Luego, se quita el gremial .y se pone la casulla.
También los presbíteros se lavan las manos después de ungir los muros.
Incensación
del altar y de la iglesia
Después del rito de la unción, se coloca sobre
el altar un brasero para quemar incienso o aromas, o, si se prefiere, se hace sobre el
altar un montón de incienso mezclado con cerillas. El obispo echa incienso en
el brasero o con un pequeño cirio que le entrega el ministro enciende el montón
de incienso, diciendo:
Suba,
Señor, nuestra oración
como incienso en tu presencia
como incienso en tu presencia
y,
así como esta casa se llena de suave olor,
que
en tu Iglesia se aspire el aroma de Cristo.
Entonces, el obispo echa incienso
en los incensarios e inciensa el altar. Luego, vuelve a la cátedra,
es incensado y se sienta. Los ministros, pasando por la nave de la iglesia,
inciensan al pueblo y los muros.
Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguiente;
con el salmo 137, 1-6 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:..
R El ángel se puso en pie junto al altar,
con un incensario de oro.
O bien:
El humo del incienso
subió a la presencia de Dios, de mano del ángel.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a tu nombre, R.
Por tu misericordia y tu
lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.
Que te den
gracias. Señor, los reyes de la tierra
al escuchar el oráculo de tu boca;
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R.
El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y. de lejos conoce al soberbio, R.
Iluminación del altar y de
la iglesia
Terminada la incensación, algunos ministros
secan con toallas la mesa del altar y la tapan, si es necesario, con un lienzo
impermeable; luego, cubren el altar con el mantel y lo adornan, según sea
oportuno, con flores; colocan adecuadamente los candelabros con los cirios
requeridos para la celebración de la misa y también, si es del caso, la cruz.
Después, el diácono se acerca al
obispo, el cual, de pie, le entrega un pequeño cirio encendido, diciendo
en voz alta:
Brille
en la Iglesia la luz de Cristo
para que
todos los hombres lleguen a la plenitud de la verdad.
Luego, el obispo se sienta. El diácono va al altar y
enciende los cirios para la celebración de la eucaristía.
Entonces, se hace una iluminación festiva: se encienden
todos los. cirios, las candelas colocadas donde se han hecho las
unciones y todas las lámparas de la iglesia, en señal de alegría.
Mientras tanto, se canta una de las antífonas siguientes,
con el cántico de Tobías, 13,
10. 13-14ab. 14c-15. 17, u otro canto adecuado, de
preferencia en honor de Cristo, luz
del
mundo:
R.. Llega tu
luz, Jerusalén,
y la gloria del Señor alborea sobre tí;
caminarán las naciones a tu luz. Aleluya.
En
tiempo de Cuaresma:
Jerusalén, ciudad del Santo, brillarás cual luz de
lámpara
y todos los confines de la tierra vendrán a ti.
Anuncien todos los pueblos sus maravillas
y alábenle sus elegidos en Jerusalén,
la ciudad del Santo. R.
Brillarás cual luz de lámpara
y todos los confines de la tierra vendrán a ti.
Pueblos numerosos vendrán de lejos
al nombre del Señor, nuestro Dios,
trayendo ofrendas en sus manos,
ofrendas para el rey del cielo. R.
Las generaciones de las generaciones
exultarán en ti.
Y benditos-para siempre todos los que te aman. R.
LITURGIA EUCARÍSTICA
Los diáconos y los ministros preparan el altar
como de costumbre. Algunos fieles traen el pan, el vino y el agua para la
eucaristía. El obispo recibe los dones en la cátedra, Mientras se llevan éstos, conviene
cantar la antífona siguiente u otro canto adecuado:
Señor Dios nuestro, con sincero corazón, te
ofrezco todo esto,
y
veo, con alegría, a tu pueblo aquí reunido;
Señor,
Dios de Israel, consérvanos fieles a ti. (T. P. Aleluya.)
Cuando todo está preparado, el obispo va al altar, deja la mitra y
lo besa.
La
misa continúa como de costumbre, pero no se inciensan los dones ni el altar.
Se
dice la plegaria eucarística I
o la III
Cuando el obispo toma el cuerpo de Cristo, se empieza el
canto para la comunión. Se canta una de las antífonas siguientes, con el salmo
127 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Mi casa es casa de oración, dice
el Señor;
en ella, el que pide recibe,
el que busca encuentra,
a quien llama se le abre. (T. P. Aleluya.)
O bien:
Corno renuevos de olivo,
serán los hijos de la Iglesia
alrededor de la mesa del Señor. (T. P. Aleluya.)
¡Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos! R.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien;
tu mujer como una vid fecunda,
en medio de tu casa. R.
Tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa:
ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor. R.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida;
que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel! R.
Si no se inaugura la capilla del santísimo sacramento, se
continúa la misa como se indica más adelante (p. 429).
Inauguración de la capilla
del santísimo sacramento
Conviene hacer la inauguración de la capilla de la reserva
de la santísima eucaristía de la siguiente manera: Después de la comunión,
se deja sobre la mesa del altar el copón con el
santísimo sacramento. El obispo va a la cátedra y todos oran, por unos instantes,
en silencio. Luego, d obispo dice la oración después de la comunión.
Después, el obispo vuelve al altar e inciensa, de rodillas,
el santísimo sacramento y, tomando el velo humeral, recibe el copón en sus
manos, cubiertas con dicho
velo. Se ordena la procesión, en la cual, marchando todos detrás del crucifero,
se lleva el santísimo sacramento con cirios e incienso por la nave de la
iglesia a la capilla de la reserva.
Mientras tanto, se canta la antífona siguiente, con el
salmo 147 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R. Glorifica al Señor, Jerusalén.
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de tí;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina. - R.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza. R.
Hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren. R.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos, y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R.
Cuando la procesión llega a la capilla de la reserva, el
obispo coloca el copón sobre el altar, o bien en el sagrario, dejando la puerta
abierta, impone incienso e inciensa arrodillado al santísimo sacramento.
Después de unos momentos de oración en silencio, el diácono pone el copón en el
sagrario o bien cierra la puerta del mismo. Un ministro enciende la lámpara que
arderá continuamente delante del santísimo sacramento.
Si la capilla de la reserva del santísimo sacramento
puede ser vista fácilmente por los fieles, el obispo imparte allí
inmediatamente la bendición del fin de la misa. En caso contrario, la procesión
regresa al presbiterio por el camino más corto y el obispo imparte la bendición
desde el altar o desde la cátedra.
Si no se inaugura la capilla del santísimo sacramento,
terminada la comunión de los fieles, el obispo dice la oración después de la
comunión.
Bendición final y
despedida
El obispo toma la mitra y dice:
El Señor esté con ustedes.
El
pueblo contesta :
Y con tu
espíritu.
Luego,
el diácono, si se juzga oportuno, invita al pueblo a recibir la bendición, con
estas
palabras u otras" semejantes:
Inclinaos para la bendición.
Entonces,
el obispo, con las manos extendidas sobre el pueblo, lo bendice diciendo
:
El Dios, Señor de cielo y tierra,
que os ha congregado para la consagración
de este altar,
derrame sobre ustedes una copiosa bendición celestial.
R. Amén.
El
obispo:
Y, ya
que quiso reunir en su Hijo
a todos sus hijos dispersos por el
mundo,
haga de ustedes templo suyo
y morada del Espíritu Santo.
R.
Amén.
El
obispo:
Para que así,
purificados de todo pecado,
sientan que Dios viene a ustedes
y en ustedes hace su morada,
y puedan alcanzar así la herencia eterna de los santos.
R.Amén.
El obispo toma el báculo y prosigue:
La bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo + y Espíritu
Santo,
descienda sobre ustedes.
R.. Amén.
Después
de la bendición, el diácono despide a los presentes en la forma acostumbrada
(P.37).
INTRODUCCIÓN A LA
DEDICACIÓN DE UN ALTAR
I. NATURALEZA Y DIGNIDAD
DEL ALTAR
Cristo
es el altar del nuevo Testamento
1. Los antiguos Padres de la Iglesia, meditando la
palabra de Dios, no dudaron en afirmar que Cristo fue, al mismo tiempo, la
víctima, el sacerdote y el altar de su propio sacrificio1.
En efecto, la carta a los Hebreos presenta a Cristo corno
el sumo Sacerdote y, al mismo tiempo, como el Altar vivo del templo
celestial2. Y en el Apocalipsis aparece nuestro Redentor como el Cordero
degollado3, cuya oblación es llevada hasta el altar del cielo por manos
del Ángel de Dios4.
También
el discípulo de Cristo es un altar espiritual
2. Si Cristo, Cabeza y Maestro, es verdadero altar,
también sus miembros y discípulos son altares espirituales, en los que se
ofrece a Dios el sacrificio de una vida santa. Esto lo afirman ya los santos
Padres. San Ignacio de Antioquía suplica a los Romanos: «El mejor
favor que podéis hacerme es dejar que sea inmolado para Dios, mientras el altar
está aún preparado»5. San Policarpo amonesta a las viudas a que
vivan santamente, porque «son el altar de Dios»8. A estas voces, se une,
entre otros, san Gregorio Magno: «¿Qué es el altar de Dios sino la mente
de quienes viven honestamente?... Con razón, pues, el corazón de los justos es
llamado el altar de Dios»\
O, según otra imagen célebre entre los escritores
eclesiásticos, los fieles cristianos que se dedican por completo a la oración,
que ofrecen a Dios el sacrificio de sus plegarias y súplicas, son ellos mismos
piedras vivas con las que el Señor Jesús edifica el altar de la
Iglesia".
El altar
es la mesa del sacrificio y del convite pascual
3. El Señor Jesucristo, al instituir, bajo la forma de un
banquete sacrificial, el memorial del sacrificio que iba a ofrecer al Padre en
el ara de la cruz, santificó la mesa en la cual se reunirían los fieles para
celebrar su Pascua. Así, pues, el altar es mesa de sacrificio y de convite en
la que el sacerdote, en representación de Cristo Señor, hace lo mismo que hizo
el Señor en persona y encargó a los discípulos que hicieran en conmemoración
suya, todo lo cual resume admirablemente el Apóstol cuando dice: «El cáliz
bendito que consagramos es la comunión de la sangre de Cristo; y el pan que
partimos es la comunión del cuerpo del Señor. Y, puesto que es un solo pan, somos
todos un solo cuerpo; ya que todos participamos de ese único pan> i»9.
El
altar es signo de Cristo
4. Los hijos de la Iglesia pueden, según las
circunstancias, celebrar en cualquier lugar el memorial de Cristo y acercarse a
la mesa del Señor. Pero conviene al misterio eucarístico que los fieles
levanten un altar estable para celebrar la Cena del Señor, como se
viene haciendo desde los tiempos antiguos.
El altar cristiano es, por su misma naturaleza, la mesa
peculiar del sacrificio y del convite pascual:
— Es el ara peculiar en la cual el sacrificio de la
cruz se perpetúa sacramentalmente para siempre hasta la venida de Cristo.
— Es la mesa junto a la cual se reúnen los hijos
de la Iglesia para dar gracias a Dios y recibir el cuerpo y la sangre
de Cristo.
Así, pues, en todas las iglesias el altar es el «centro
de la acción de gracias que se hace por medio de la eucaristía»10, y el
lugar a cuyo rededor giran de un modo u otro las demás acciones
litúrgicas".
Por el hecho de que el memorial del Señor se celebra en
el altar y allí se entrega a los fieles su cuerpo y su sangre, los escritores
eclesiásticos han visto en el altar como un signo del mismo Cristo. De ahí la
expresión: «El altar es Cristo.»
El altar es honor de los
mártires
5. Toda la dignidad del altar le viene de sería
mesa del Señor. Por eso los
cuerpos de los mártires no honran el altar, sino' que éste dignifica el
sepulcro de los mártires. Porque, para honrar los cuerpos de los mártires y de
otros santos y para significar que el sacrificio de los miembros tuvo principio
en el sacrificio de la Cabezal2, conviene edificar el altar sobre sus
sepulcros o colocar sus reliquias debajo de los altares, de tal manera que
«vengan luego las víctimas triunfales al lugar en que la víctima que se ofrece
es Cristo; pero él sobre el altar, ya que padeció por todos, ellos bajo el
altar, ya que han sido redimidos por su pasión»13. Esta disposición
repite, en cierta manera, la visión de san Juan en el Apocalipsis: «Vi al pie
del altar las almas de los que habían sido degollados por causa de la palabra
de Dios y por el testimonio que habían dado»14. Porque, aunque todos los
santos son llamados, con razón, testigos de Cristo, sin embargo, el testimonio
de la sangre tiene una fuerza especial que sólo las reliquias de los mártires
colocadas bajo el altar expresan en toda su integridad.
II. ERECCIÓN DEL ALTAR
6. Conviene que haya un altar fijo en toda iglesia; en
los demás lugares dedicados a las celebraciones sagradas, un altar fijo o
móvil.
Un altar se llama fijo cuando está construido sobre el
pavimento, de manera que no se pueda mover; se llama móvil si se puede trasladar16.
7. Conviene que en las nuevas iglesias no se construya
sino un solo altar para que, dentro del único pueblo de Dios, el altar único
exprese que uno solo es nuestro Salvador Jesucristo y que es única la
eucaristía de la Iglesia.
Sin embargo, en la capilla destinada a la reserva del
santísimo sacramento, que estará separada, en cuanto sea posible, de la nave de
la iglesia, se podrá colocar otro altar, en el cual se pueda celebrar la misa
para pequeños grupos de fieles, en los días entre semana.
Se evitará, de todas maneras, construir varios altares
con el solo pretexto de adornar la iglesia.
8. El altar se construirá separado del muro, para que el
sacerdote pueda rodearlo fácilmente y celebrar la misa de cara al pueblo. «Debe
ocupar un lugar que sea verdaderamente el centro hacia el cual se dirija
espontáneamente la atención de toda la asamblea de los fíeles»1".
9. Según la costumbre tradicional de la Iglesia y
el simbolismo bíblico inherente al altar, la mesa del altar fijo será de piedra
natural. Sin embargo, a juicio de las Conferencias episcopales, se puede
utilizar otro material artificial, digno y sólido.
Las columnas o la base para sostener la mesa pueden
construirse de cualquier material con tal que sea digno y sólido17.
10. Por su misma naturaleza,
el altar se dedica sólo a Dios, puesto que el sacrificio eucarístico solamente
se ofrece a él. En este sentido, debe entenderse la costumbre de la
Iglesia de dedicar altares a Dios en honor de los santos, como lo expresa
bellamente san Agustín: «A ninguno de los mártires, sino al mismo Dios de los
mártires levantamos altares»18.
Esto se debe explicar con toda claridad a los fieles. En
las nuevas iglesias no deben colocarse sobre el altar imágenes de santos.
Tampoco se colocarán sobre la mesa del altar reliquias de
santos, cuando se expongan a la veneración de los fieles.
11. Es oportuno conservar
la tradición de la liturgia romana de colocar reliquias de mártires o de otros
santos debajo del altar19. Pero se tendrá en cuenta lo siguiente:
a) Las reliquias deben evidenciar, por su tamaño, que se
trata de partes de un cuerpo humano. Se evitará, por tanto, colocar partículas
pequeñas.
b) Debe averiguarse, con la mayor diligencia, la
autenticidad de dichas reliquias. Es preferible dedicar el altar sin reliquias
que colocar reliquias dudosas.
c) El cofre con las reliquias no se colocará ni
sobre el altar, ni dentro de la mesa del mismo, sino debajo de la mesa,
teniendo en cuenta la forma del altar.
P.B.
Cuando tiene lugar el rito de colocar las reliquias, es
muy conveniente celebrar una Vigilia junto a las reliquias del mártir o santo,
según se dijo antes en el número 10 de la Introducción a la
dedicación de una iglesia (p.382).
III. CELEBRACIÓN DE LA
DEDICACIÓN
Ministro del rito
12. Es competencia del
obispo, que tiene encomendado el cuidado pastoral de la
Iglesia particular, dedicar a Dios los nuevos altares levantados en su
diócesis. Si no puede hacerlo personalmente, confiará este oficio a otro obispo,
en particular a quien tuviere como asociado y colaborador en el cuidado
pastoral de los Fieles para quienes se erige el nuevo altar; en
circunstancias especialísimas, puede dar un mandato especial para ello a
un presbítero.
Elección del día
13. Puesto que el altar
llega a ser sagrado ante todo por la celebración eucarística, para
conservar la verdad de las cosas se evitará celebrar la misa en el nuevo altar
antes de su dedicación, de tal manera que la misa de la dedicación sea también
la primera eucaristía que se celebra en ese altar.
14. Para dedicar un nuevo
altar se elegirá un día en que sea posible gran asistencia de fieles, sobre
todo el domingo, si no aconsejan otra cosa razones pastorales. Pero no se puede
celebrar en la Semana santa, ni en el Miércoles de ceniza, ni
en la Conmemoración de todos los fieles difuntos.
Misa de la dedicación
15. La
celebración eucarística está íntimamente ligada al rito de la dedicación
de un altar. Se dice la misa «En la dedicación de un altar». Pero, en la Natividad del
Señor, en la Epifanía, en la Ascensión, en Pentecostés y en los
domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, se dice la misa del día, salvo la
oración sobre las ofrendas y el prefacio, que están íntimamente relacionados
con el rito mismo.
16. Conviene que el
obispo concelebre con los presbíteros presentes, particularmente con los
responsables de la parroquia o de la comunidad para la cual se ha levantado el
altar.
Partes del rito de la
dedicación
A.
Ritos iniciales
17. Los ritos iniciales
de la misa de la dedicación de un altar se hacen en la forma acostumbrada,
pero, en lugar del acto penitencial, el obispo bendice el agua y rocía con ella
al pueblo y el nuevo altar.
B. Liturgia
de la palabra
18. En la liturgia de la
palabra conviene hacer tres lecturas, tomadas, conforme a las rúbricas, sea de
la liturgia del día (cf. núm. 15, p. 434), sea de las
que propone el Leccionario para la celebración de la dedicación de un
altar.
19. Después de las
lecturas, el obispo hace la homilía, en la cual explica los textos bíblicos y
el significado de la dedicación del altar.
Terminada la homilía, se dice el Credo. La oración
universal o de los fieles se omite, ya que en su lugar se cantan las letanías
de los santos.
C. Oración
de dedicación y unción del altar
Colocación
de las reliquias de los santos
20. Después del canto de
las letanías, si es del caso, se colocan bajo el altar las reliquias, de
mártires o de otros santos, para expresar que todos los que han sido bautizados
en la muerte de Cristo, y especialmente los que han derramado su sangre por el
Señor, participan de la pasión de Cristo (cf. núm, 5,p. 432).
La
oración de dedicación
21. La celebración de la
eucaristía es el rito máximo y el único necesario para dedicar un altar; no
obstante, de acuerdo con la común tradición de la Iglesia, tanto oriental como
occidental, se dice también una peculiar oración de dedicación, en la que se
expresa la voluntad de dedicar para siempre el altar al Señor y se pide su
bendición.
Unción,
incensación, revestimiento e iluminación
22. Los ritos de unción, incensación,
revestimiento e iluminación del altar expresan con signos visibles algo de
aquella acción invisible que- Dios realiza por medio de la
Iglesia cuando ésta celebra los sagrados misterios, en especial la
eucaristía.
a) Unción del altar: En virtud de la unción con el
crisma, el altar se convierte en símbolo de Cristo, que es llamado y es, por
excelencia, el «Ungido», puesto que el Padre lo ungió con el Espíritu Santo y
lo constituyó sumo Sacerdote para que, en el altar de su cuerpo, ofreciera el
sacrificio de su vida por la salvación de todos.
b) Se quema incienso
sobre el altar para significar que el sacrificio de Cristo, que se perpetúa allí sacramentalmente,
sube hasta Dios como suave aroma y también para expresar que las oraciones de
los fíeles llegan agradables y propiciatorias hasta el trono de Dios20.
c) El revestimiento del altar indica que el altar
cristiano es ara del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo la mesa
del Señor, alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles, en una misma
acción pero con funciones diversas, celebran el memorial de la muerte y
resurrección de Cristo y comen la Cena del Señor. Por eso el altar, como
mesa del banquete sacrificial, se viste y adorna festivamente. Ello significa
claramente que es la mesa del Señor, a la cual todos los fieles se acercan
alegres para nutrirse con el alimento celestial que es el cuerpo y la sangre de
Cristo inmolado.
á) La
iluminación del altar nos advierte que Cristo es la «luz para alumbrar a las
naciones»21, con cuya claridad brilla la Iglesia y por ella toda la
familia humana.
D. Celebración
de la eucaristía
23. Una vez preparado el
altar, el obispo celebra la eucaristía, que es la parte principal y más antigua
del rito22. La celebración eucarística se relaciona íntimamente
con él. En efecto;
— Con la celebración del sacrificio eucarístico se
alcanza y se manifiesta el fin para el cual el altar ha sido construido.
— Además, la eucaristía, que santifica los corazones
de quienes la reciben, consagra en cierta manera el altar, como lo afirman repetidas
veces los antiguos Padres de la Iglesia: «Este altar es admirable porque,
siendo piedra por su naturaleza, ha llegado a ser cosa santa después que
recibió el cuerpo de Cristo”23
— También se hace evidente el nexo profundo que
relaciona la dedicación de un altar con la celebración eucarística por
el hecho de que la misa de dedicación tiene prefacio propio, estrechamente
vinculado al rito.
t IV. ADAPTACIÓN DEL RITO
Adaptaciones
que competen a las Conferencias episcopales
24. Las Conferencias episcopales pueden adaptar este
ritual a las costumbres de cada país, pero sin quitarle nada de su
nobleza y solemnidad.
Con
todo, se observarán estas normas:
a) Nunca se omitirá la celebración de
la misa, con su prefacio propio, ni la oración de dedicación.
b) Se conservarán aquellos ritos que, por tradición litúrgica,
tienen un peculiar significado y fuerza expresiva (cf. núm. 22, p. 436),
a no ser que obsten graves razones, adaptando adecuadamente las fórmulas, si el
caso lo requiere.
Al hacer las adaptaciones, la competente autoridad
eclesiástica consultará a la Sede apostólica y con su aprobación
introducirá las adaptaciones24.
Acomodaciones
que competen a los ministros
25. Concierne al obispo y a quienes preparan la
celebración del rito resolver sobre la oportunidad de colocar o no reliquias de
santos, buscando ante todo el bien espiritual de los fieles y el verdadero
sentido litúrgico, y observando lo prescrito en el número 11 (p. 433).
Corresponde al rector de la iglesia, en que se va a dedicar
el altar, con la ayuda de los que cooperan en la actuación pastoral, determinar
y preparar todo lo referente a las lecturas y cantos, así como los
recursos encaminados a fomentar una provechosa participación del pueblo y a
promover una decorosa celebración.
V. PREPARACIÓN PASTORAL
26. Se informará
oportunamente a los fieles sobre la dedicación del nuevo altar, preparándolos
además para que participen activamente en el rito. Con este fin, se les
instruirá sobre el significado y ejecución de cada una de sus partes. Para esta
catequesis puede servir lo que se dijo antes sobre la naturaleza y dignidad del
altar y sobre el sentido y valor de los ritos. Así los fieles quedarán imbuidos
del amor que se debe al altar.
VI. LO QUE DEBE PREPARARSE
PARA LA DEDICACIÓN DE UN ALTAR
27. Para la dedicación de
un altar, se preparará lo siguiente:
— el
Misal romano, el Leccionario y el Pontifical romano;
— la cruz y el libro de los
evangelios que se llevarán en la procesión;
— agua
para bendecir y el hisopo;
— recipiente
con el santo crisma;
— toallas
para secar la mesa del altar;
'
— si es del caso, un mantel de lino encerado o un
lienzo impermeable a la medida del altar;
— jarra y palangana con agua, toallas y todo lo
necesario para lavar las manos del obispo;
— un
gremial;
— un brasero para quemar incienso o aromas; o granos de incienso y cerillas
para quemar sobre el altar;
— un
incensario y la naveta con la cucharilla;
— cáliz, corporal, purificadores y manutergio
— pan, vino y agua para la misa;
— la cruz del altar, a no ser que ya haya una cruz
situada en el presbiterio o que la cruz que se llevará en la procesión de
entrada sea colocada luego cerca del altar;
— manteles,
cirios, candelabros;
— si
se quiere, flores.
28. En la misa de la
dedicación de un altar se usarán vestiduras litúrgicas
de
color blanco o festivo. Se preparará:
a) Para el
obispo: alba, estola, casulla, mitra, báculo pastoral y palio,
si
tiene facultad de usarlo.
b) Para los presbíteros
concelebrantes: las vestiduras para concelebrar la misa.
c) Para los
diáconos, albas, estolas y, si se quiete, dalmáticas.
á) Para los demás ministros: albas u otras vestiduras
legítimamente aprobadas.
29. Si se van a colocar
debajo del altar reliquias de santos, se preparará
lo
siguiente:
a) En el lugar de donde
sale la procesión:
— el
cofre con las reliquias, rodeado de flores y antorchas;
— según las circunstancias, se puede colocar el
cofre en un lugar apropiado del presbiterio, antes de comenzar el rito;
— para los diáconos que llevarán las reliquias:
alba, estola de color rojo, si se trata de reliquias de mártires, o de color
blanco, en los demás casos, y dalmáticas, si las hay disponibles; si las
reliquias las llevan presbíteros, en lugar de las dalmáticas, se les prepararán
casullas.
Pueden llevar las reliquias también otros ministros,
revestidos con albas u otras vestiduras legítimamente aprobadas.
b) En el presbiterio:
una mesa pequeña para colocar las reliquias mientras se realiza la primera
parte del rito de la dedicación.
c) En la sacristía: mezcla de cemento para tapar la
cavidad; ha de haber también un albañil que, a su tiempo, tapará el
sepulcro de las reliquias.
30. Conviene conservar la
costumbre de incluir dentro del cofre de las reliquias un pergamino en el cual
se mencionarán el día, mes y año de la dedicación del altar, el nombre del obispo
celebrante que preside la celebración, el titular de la iglesia y los nombres
de los mártires o santos cuyas reliquias se colocan bajo el altar.
Se escribirán, también, las actas de la dedicación del
altar en dos ejemplares, firmados por el obispo, el rector de la iglesia y
delegados de la comunidad local. Un ejemplar se guardará en el archivo
diocesano, otro en el de la iglesia.
Dedicación
de un altar
RITOS
INICIALES
Entrada en la iglesia
Estando reunido el pueblo, el obispo y los presbíteros
concelebrantes, los diáconos y ministros, revestidos con sus respectivas
vestiduras litúrgicas, salen de la sacristía, precedidos por el crucifero, y se
dirigen hacia el presbiterio por la nave de la iglesia.
Las reliquias de los santos, si hay que ponerlas debajo del
altar, se llevan en esa misma procesión de entrada, desde la sacristía o desde
la capilla donde ya desde la vigilia han sido expuestas a la veneración de los
fieles. Sin embargo, por una causa justa, se pueden colocar, antes del comienzo
del rito, en un sitio adecuado del presbiterio, en medio de antorchas.
Durante la procesión, se canta una de las antífonas de entrada
siguientes, con el salmo 42 (sin Gloria al Padre), u otro canto adecuado:
R7. Fíjate, ¡oh Dios!, en nuestro Escudo,
mira
el rostro de tu Ungido;
un solo día en tu casa
vale
más que otros mil. (T. P. Aleluya.)
O
bien:
Me acercaré al altar de Dios,
al
Dios de mi alegría.
Hazme justicia, ¡oh Dios!, defiende mi causa
contra gente sin piedad,
sálvame
del hombre traidor y malvado. R.
Tú eres mi Dios y
protector,
¿por qué me rechazas?
¿Por qué voy andando sombrío.
hostigado
por mi enemigo? R.
Envía
tu luz y tu verdad:
que
ellas me guíen
y
me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta
tu morada. R.
Cuando tiene lugar el rito de colocar las reliquias, es
muy conveniente celebrar una Vigilia junto a las reliquias del mártir o santo,
según se dijo antes en el número 10 de la Introducción a la
dedicación de una iglesia (p.382).
III. CELEBRACIÓN DE LA
DEDICACIÓN
Ministro del rito
12. Es competencia del
obispo, que tiene encomendado el cuidado pastoral de la
Iglesia particular, dedicar a Dios los nuevos altares levantados en su
diócesis. Si no puede hacerlo personalmente, confiará este oficio a otro obispo,
en particular a quien tuviere como asociado y colaborador en el cuidado
pastoral de los Fieles para quienes se erige el nuevo altar; en
circunstancias especialísimas, puede dar un mandato especial para
ello a un presbítero.
Elección del día
13. Puesto que el altar
llega a ser sagrado ante todo por la celebración eucarística, para
conservar la verdad de las cosas se evitará celebrar la misa en el nuevo altar
antes de su dedicación, de tal manera que la misa de la dedicación sea también
la primera eucaristía que se celebra en ese altar.
14. Para dedicar un nuevo
altar se elegirá un día en que sea posible gran asistencia de fieles, sobre
todo el domingo, si no aconsejan otra cosa razones pastorales. Pero no se puede
celebrar en la Semana santa, ni en el Miércoles de ceniza, ni
en la Conmemoración de todos los fieles difuntos.
Misa de la dedicación
15. La
celebración eucarística está íntimamente ligada al rito de la dedicación
de un altar. Se dice la misa «En la dedicación de un altar». Pero, en la Natividad del
Señor, en la Epifanía, en la Ascensión, en Pentecostés y en los
domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, se dice la misa del día, salvo la
oración sobre las ofrendas y el prefacio, que están íntimamente relacionados
con el rito mismo.
16. Conviene que el
obispo concelebre con los presbíteros presentes, particularmente con los
responsables de la parroquia o de la comunidad para la cual se ha levantado el
altar.
1. Cf. S. epifanio, Panano, II, 1, herejía 55: PG 41, 979; S. cikilo de alejandría, Sobre la adora-
ción
con espíritu y verdad, 9: PG 68,
647.
2. Cf. Hb 4, 14; 13, 10.
3. Cf. Ap 5, 6.
4. Cf. Misal romano. Ordinario de la misa, Canon romano.
5. Carta a los Romanos II, 2: Funk, 1, 255.
6. Carta a
los Filipenses IV, 3: Funk, 1,
301.
7. Homilías sobre el libro
de Ezequieí II, 10, 19: PL 76, 1069.
8. Cf. orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, 9, 1: SC 71, pp. 244 y 246.
9.
Cf. ICo 10, 16-17.
10. Ordenación general del Misal romano, núm. 259.
11. Cf. Pío XII, Carta encíclica Mediator Dei: AAS 39
(1947), p. 5-29.
12. Cf. Misal romano, Común de mártires 8,
oración sobre las ofrendas.
13. S. ambrosio, Carta 22, 13: PL 16,
1023; cf. pseudo máximo deturín, Sermón 78: PL 57, 689-690.
14. Ap 6,
9.
15. Cf. Ordenación general del Misal romano, núms. 265. 261.
16.
Cf. Ordenación general ctel Misal romano, núm. 262.
17. Cf. ibid., núm. 263.
18. Contra Fausto. XX,
21 • PL 42, 384.
19. Cf. Ordenación general del Misal romano, núm. 266.
20. Cf. Ap 8, 3-4: Un ángel
«vino y se puso en pie junto al altar, con un incensario de oro. Y se
le dio gran
cantidad de incienso, para que lo ofreciese en representación de las
oraciones de
todos los
santos sobre el altar de oro, que está delante del trono. Y el humo del
incienso subió a
la presencia de Dios, de
mano del ángel, en representación de las oraciones de los santos.»
21. Le 2, 32.
22. Cf. vigilio, papa. Carta al obispo Profuturo, 4: PL 84, 832.
23. S. juan crisostomo, Homilías sobre la segunda carta a
los Corintios, 20, 3: PG 61, 540.
24.
Cf. concilio vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, número 40.
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